Читать книгу Las psicosis y el vínculo social - Pierre Naveau - Страница 7

Оглавление

LA VOZ Y LA ATRIBUCIÓN

Hacía un año que esta señora de unos cincuenta años venía al dispensario, dos veces por semana, para hablarme, cuando decidió, esta vez, decirme que a ella le gustaría que yo la ayudara a comprender lo que le había ocurrido.

Hasta ese momento no me había hablado de otra cosa que de las preocupaciones de una madre que, sola —su marido murió hace una docena de años—, debe encargarse de que sus dos hijos puedan seguir sus estudios en las mejores condiciones posibles. Tiene un hijo de veinticuatro años, que está en la escuela politécnica, y una hija de veintidós años, que prepara el mismo diploma que obtuvo su madre, el diploma de ingeniera en informática. Esta vez me cuenta que tres años antes le había ocurrido algo que no comprendía.

Ocurrió durante el verano, a finales del mes de julio, cuando ella estaba a punto de irse de vacaciones. Con la ayuda de sus hijos, bajaba las maletas al coche. De hecho, tuvo que subir y bajar las escaleras varias veces. La puerta de la vivienda se había dejado abierta para entrar y salir con más comodidad. Mientras ella estaba atareada en una de las habitaciones de la vivienda, entró de pronto a esa habitación el perro del vecino. Ella lo conocía bien porque muchas veces lo encontraba con su dueño en la escalera cuando iban a dar un paseo o volvían de él. Lo que le había llamado la atención de ese perro era que, cuando su dueño se ausentaba, aullaba a muerte durante muchas horas. El perro del vecino entró, pues, en la pieza donde ella estaba. Ella lo acarició y después continuó con sus ocupaciones. Debió bajar una vez más. Cuando subió nuevamente a su casa, encontró a su vecino en el rellano. Según ella, el vecino pronunció entonces estas palabras dirigidas a ella: «Usted acarició al perro y él aulló a muerte».

EL ENIGMA DE LA SIGNIFICACIÓN

De hecho, según me dijo, ella no comprendió el significado de esta frase. Aunque la frase en cuestión comportara en sí misma una significación que yo calificaría aquí de «plausible», ella afirmó que, en lo que a ella respecta, esta significación le quedó para siempre como enigmática. Ahora bien, la frase que ella oyó y que según ella provenía de la boca del vecino de rellano puede considerarse desde dos puntos de vista distintos: o bien desde el punto de vista de la sucesión de palabras que se encadenan unas a otras independientemente de la significación que produce este encadenamiento o bien desde el punto de vista de la significación que el supuesto interlocutor tenía la intención de hacer oír al articular así esa sucesión de palabras. La estupefacción de la paciente muestra que, para ella, ha aparecido un hiato entre la sucesión de palabras encadenadas unas a otras —lo que Lacan ha propuesto llamar: «la cadena significante»— y el sentido que ese encadenamiento supuestamente articulaba. Aun antes de preguntarse si es plausible o no que el vecino de rellano haya pronunciado una frase tan sorprendente como la que ella oyó y que, al menos es lo que ella afirma, ha sido emitida por él, conviene hacer notar, en consecuencia, que la significación de la frase en cuestión la ha sorprendido, sí, pero por su ausencia misma. Se trata, para ella, de una frase sin significación.

En este sentido, lo que ella percibió en la frase que oyó es un vacío. No nos detengamos en el contenido de la significación y atengámonos solamente a la oposición entre la presencia o la ausencia de significación. Al decir esto, deseo simplemente subrayar que en el momento en que la paciente oyó la frase: «Usted acarició al perro y él aulló a muerte» no le atribuyó ninguna significación a esta sucesión de palabras.

Por tratarse de la distinción entre el significante y el significado, que Lacan escribe con la forma de una barra que separa la S mayúscula y la s minúscula del significado:

S

s

me parece importante, cuando tratamos de comprender qué es una alucinación, poner el acento sobre lo que implica la operación de separación que efectúa la barra entre dos niveles diferentes: el nivel del significante y el nivel del significado. La barra está allí para marcar que hay una suerte de fosa que saltar.1 Una marca con esas características tiende a indicar que puede intervenir un suspenso en la atribución de la significación en la cadena significante.

La posición adoptada por la paciente en relación con la frase que oyó consistió en afirmar que ella no comprendió la significación de esa frase. En otras palabras, el suspenso que en cada caso interviene en la atribución de la significación en la cadena significante fue, en este caso, definitivo. El suspenso en cuestión se manifiesta bajo la forma de una vacilación relacionada con la elección entre los dos términos de la alternativa: hay o no hay una significación. Una suerte de elección le es propuesta al sujeto que percibe la articulación de la cadena significante. Él puede decir que sí, que la frase que ha oído tiene para él un sentido, o, por el contrario, puede decir que no, que no tiene sentido. Esa elección, relativa al suspenso introducido en la atribución de la significación en la cadena significante, implica que el sujeto, que percibe la articulación de ésta, goza de la capacidad de tomar posición con respecto a la comprensión producida por la cadena significante. Él posee de alguna manera el poder de aceptar o rechazar. La atribución, puesta así en suspenso por el espacio de un instante, se efectúa o no se efectúa. La puesta en suspenso de la atribución muestra que el uso de las palabras hace surgir, en el sujeto que percibe su encadenamiento, una pregunta: «¿Qué quiere decir eso?».

El significante tiene esa virtud para el sujeto que percibe su aparición: la de suscitar, por el solo hecho de aparecer, una interrogación en relación con él. En este sentido, no hay significante sin que se destine una pregunta a la significación:

S

x ?

Por eso, el significante es, quiérase o no, equívoco. A partir del momento en que dices algo, yo no puedo hacer otra cosa que formularte la pregunta: «¿Qué has querido decirme con eso?». Hay, pues, allí un primer hiato. Pero también un segundo.

¿QUIÉN ES EL SUJETO DE LA ENUNCIACIÓN?

La paciente afirmó que era el vecino de rellano quien pronunció esas palabras que, según ella, estaban dirigidas a ella. En ese aspecto, conviene distinguir dos momentos.

En primer lugar, ella ha percibido una sucesión de palabras encadenadas unas a otras: «Usted acarició al perro y él aulló a muerte». Ahora bien, ella tuvo la certeza de que esas palabras estaban dirigidas a ella. Esta manera de decir indica que la palabra aquí es percibida por el sujeto de la percepción como «significante intruso». De hecho, siempre es así. El significante, si está relacionado con la percepción que de él tiene el sujeto, es, en cada caso, un significante percibido de una manera nueva, «un significante intruso».

En segundo lugar, ella afirma que es él quien las pronunció, porque en el momento en que ella oyó esas palabras se cruzó con su vecino de rellano. Me gustaría mostrar hasta qué punto esta afirmación constituye, por parte de ella, un forzamiento. La certeza aplasta la inevitable vacilación del sujeto de la percepción.

En mi opinión, sólo es posible comprender qué es la voz para un sujeto psicótico si el enunciado es concebido, al menos a modo de hipótesis, independientemente de la enunciación. A partir del momento en que se articula una sucesión de palabras, debe ser introducido un suspenso en relación con la atribución de la cadena significante en el sujeto de la enunciación. Cuando algo es dicho, se plantea la cuestión de saber, en cada caso, quién lo ha dicho.

Jacques-Alain Miller ha hecho notar, en su seminario de tercer ciclo, el pasaje que, en la página 515 de los Escritos,2 habla de la alucinación verbal. En ese pasaje, Lacan pone el acento en el hecho de que, para que la atribución de la cadena significante en el sujeto de la enunciación se efectúe, hace falta tiempo, hace falta el tiempo para que ésta se haga. Él dice esto exactamente: «La cadena significante toma como tal una realidad que es proporcional al tiempo que implica su atribución subjetiva».3 El sentimiento de realidad que experimenta el sujeto en relación con la cosa oída proviene, pues, de la operación de atribución que se efectúa. ¿Es éste el que ha dicho eso o soy yo? O también: ¿es éste quien lo ha dicho o es aquél? En cada caso, la pregunta queda planteada. También sobre ese punto, al sujeto de la percepción se le exige, por lo que oye, tomar posición. Lacan avanza, en la página 515 de los Escritos,4 que, a ese respecto, el sujeto tendrá que vérselas con la «distribución de voces». Tiene que elegir. La elección en cuestión se hace por medio de la atribución. Desde ese punto de vista, el vecino de rellano, para la paciente cuyo caso recuerdo, venía de perlas. Ella decidió que no podía ser otro que él quien había pronunciado la frase cuya significación no comprendió ella. Me parece importante subrayar que la alucinación verbal corresponde a un forzamiento contingente en la atribución de la cadena significante. De hecho, el sujeto de la percepción se equivoca. Atribuye la enunciación de la cosa oída a otro que pasaba por allí, cuando habría debido atribuírsela a sí mismo. Este error en la atribución es el motivo de la aflicción que siente el sujeto psicótico. Ese error puede ser considerado como la consecuencia de que, para el sujeto psicótico, la vacilación no es temporal. Su temporalidad no está limitada al tiempo que hace falta para que dicha vacilación se manifieste. El sujeto psicótico está tomado, aquí también, en una suerte de suspenso definitivo. Esta vez, se trata de la puesta en suspenso de la atribución de la cadena significante en el sujeto de la enunciación, es decir, en el punto a partir del cual se emite la enunciación.

Quizás las cosas pueden decirse del siguiente modo:

La alucinación verbal es el testimonio de que el error en la atribución excluye al sujeto de la percepción del lugar que le toca como sujeto de la enunciación de la cosa percibida. Precisamente ésta es la exclusión que hace que él tenga la sensación de que se burlan de él. Lo que percibe, cree que no es él quien lo enuncia. A partir del momento en que el sujeto de la percepción se equivoca en la atribución, a él le parece que se burlan de él.

Mi hipótesis sobre la alucinación es ésta: el sujeto psicótico está tomado en un suspenso en cuanto a la atribución. Se trata al mismo tiempo de la atribución de la significación de la cadena significante en el sujeto de la enunciación. La certeza relativa a la atribución —«¡No soy yo, es el otro!»— es la contrapartida del suspenso definitivo, es decir, de la incapacidad de atribuir a alguien lo que se está diciendo. Hay en ello una suerte de jugada descabellada en lo que respecta a la posición que toma el sujeto de la percepción. En última instancia, como es necesario que él tome una decisión, toma cualquiera. Es absolutamente libre. Pero eso se le pone en contra. Se encuentra de alguna manera frente a frente con su propia palabra. Al sujeto psicótico, si nos atenemos a él, eso no le causa ninguna gracia.

Las psicosis y el vínculo social

Подняться наверх