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Brasil

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Brasil ha sido un líder mundial en tecnologías electorales con su desarrollo en la década de 1990 de un sistema electrónico de votación que remplazó las papeletas. La culminación de un proceso iniciado en 1986 condujo a que un tercio del electorado votara en boletas electrónicas en 1996, dos terceras partes en 1998 y el electorado completo en el año 2000 (Superior Electoral Court, 2017). Recientes análisis han demostrado que esto incorporó al registro de electores a los votantes menos educados y que tuvo otros efectos positivos (Fujiwara, 2015, p. 424). Hidalgo (2010) estima que este desarrollo amplió el sufragio en un tercio y eliminó sustancialmente el fraude. El logro de estos efectos complementarios indica que la inclusión y la seguridad no siempre tienen que ser bienes excluyentes (Pallister, 2018). La implementación de nuevas tecnologías para luchar contra el fraude electoral también puede contribuir a la confianza pública en los procesos electorales (Alvarez, Katz y Pomares, 2011, p. 200). En tanto que han habido distintos problemas con procesos electorales electrónicos, el sistema en Brasil goza de amplia confianza entre los ciudadanos y observadores internacionales (Avgerou, Ganzaroli, Poulymenakou y Reinhard, 2009). Sus elementos básicos han sido adoptados ampliamente en la región (Alvarez, Katz y Pomares, 2011, p. 203).

Un componente clave de este sistema es que no solo facilita el registro y recuento de los votos, sino también la identificación del elector (Barrat i Esteve, Goldsmith y Turner, 2012, p. 171). Para mejorar todavía más las características de seguridad de este sistema, Brasil está desplegando a nivel nacional la tecnología de reconocimiento de huella digital (Da Costa-Abreu y Smith, 2017), con una iniciativa piloto del Tribunal Superior Electoral en 2008 (Carter Center, 2012, p. 71). En las elecciones presidenciales de 2010, el sistema de identificación biométrico había incorporado a más de un millón de electores (Barrat i Esteve, Goldsmith y Turner, 2012, pp. 172-173). En las elecciones de 2014, se estimó que 15% de la población había emitido su voto mediante el sistema de identificación biométrica, que el Tribunal Superior Electoral de Brasil describe como “el proceso más seguro en existencia […] para evitar que alguien se haga pasar por otra persona” (Jungmann, 2014). Otros son más escépticos, señalando que los países con fuertes tradiciones democráticas han evitado la digitalización del proceso electoral por razones de seguridad (Rodrigues-Filho, 2006). El voto electrónico podría reducir el fraude en sentido general, pero potencialmente abre la puerta a casos más extremos de ese mismo problema logísticamente inviable en un entorno de papel. Además, los recuentos de votos en máquinas hackeadas pueden ser imposibles. La tendencia a introducir estos sistemas como respuesta a grandes problemas sugiere que tales decisiones son en gran medida una evaluación de los costos de oportunidad.

El reporte de International IDEA, una referencia en el uso de tecnología biométrica en elecciones, destaca que esta es altamente eficaz en reducir el registro y votación múltiple, y en “producir tarjetas de identificación del elector de alta calidad y resistentes a la manipulación” (International IDEA, 2017, p. 35). Asimismo, subraya la importancia de la consideración de situaciones específicas, afirmando que “en contextos donde los ciudadanos ya tienen identificación de elector confiable o donde el voto múltiple y la suplantación de identidad son problemas menores, el valor añadido de la biometría en las elecciones es probablemente limitada” (International IDEA, 2017, p. 36). Los sistemas biométricos, como todas las formas de votación electrónica, corren el riesgo de avería tecnológica, lo que conduce a la privación de los derechos de los electores debido a limitaciones técnicas, aunque estos problemas pueden ser mitigados con una planificación efectiva y el diseño de respaldos. La evidencia de la encuesta PEI sugiere que Brasil ha navegado los peligros potenciales de la transición a la alta tecnología de forma exitosa, en gran parte en función de su experiencia de décadas con la adopción de tecnologías de vanguardia. Aunque, como se observa en la gráfica 2.2, Brasil se desempeña mejor en la dimensión de seguridad que en la de inclusión, pero con diferencia marginal. A pesar de los retos logísticos de su gran territorio y población y una historia de malas prácticas electorales, el aprovechamiento de Brasil de soluciones tecnológicas a problemas comunes del registro electoral ha sido razonablemente exitoso. Su presencia en medio del cuadrante seguro-inclusivo, junto a países ricos y con tradiciones profundamente democráticas como Noruega y Suecia, testifica el potencial de su administración electoral proactiva para promover la integridad electoral. Otros países de la región colocados en el cuadrante inseguro-excluyente son más problemáticos, como se ilustra en el caso de Honduras.

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