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ALFONSO MARTÍNEZ DE TOLEDO
ARCIPRESTE DE TALAVERA
(1398.—Vivía aún en 1466)

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Índice

Alfonso Martínez de Toledo escribió una historia de España que tituló Atalaya de Crónicas, y unas Vidas de San Isidoro y de San Ildefonso; la obra por la que fué y es más conocido es el libro que, según las ediciones antiguas, «tracta de vicios y virtudes, e reprobacion del loco amor, ansi de los hombres como de las mugeres, o segund algunos llamado Corbacho». Este nombre se le dió tomándolo de la sátira de Boccaccio contra las mujeres, pero Alfonso Martínez quiso que su libro quedase sin título alguno: «sin bautismo, sea por nombre llamado Arcipreste de Talavera donde quier que fuere levado». Lo acabó el año de 1438.

Este libro es importante en la historia de la prosa castellana por dos razones: representa de un modo especial una manera de estilo elegante que dominó en el siglo XV, y nos ofrece, por primera vez que sepamos, el habla popular tratada bajo una forma artística en prosa. En uno y otro aspecto ejerció marcada influencia; baste decir que en uno y otro, el autor de La Celestina es tributario conocido del Arcipreste de Talavera.

Dominaba entonces en el estilo trabajado una fuerte corriente de latinismo, la cual iba a menudo mezclada con italianismo, ya que desde el siglo anterior, autores italianos, como Boccaccio, por ejemplo, deslumbraban a nuestros escritores con una extraña elegancia de hipérbaton y léxico latinizantes. Este exotismo, que revestía formas muy crudas y exageradas, aparece templado en el Arcipreste de Talavera. El hipérbaton llega, es verdad, a casos extremos, como, por ejemplo, el de la separación del sustantivo y del adjetivo: «face la vista perder, e mengua el olor de las narices natural... el gusto de la boca pierde...; pues las potencias del ánima tres todas son turbadas»; pero esto es raro en nuestro autor. El rasgo que más abunda en él es la colocación del verbo al final de la frase: «non es muger que de sí muy avara non sea en dar, cavilosa en la mano alargar, temerosa en mucho emprestar, abondosa en cualquier cosa tomar, generosa en lo ageno dar...» También el cultismo propagaba el uso de varios participios de presente: «su conosciente o amigo»; «otros mançebos aun hoy bivientes.» Además, hay que señalar el latinismo, y el extranjerismo en general, como copiosa fuente de renovación del vocabulario; así el Arcipreste usa sustancia por ‘hacienda, bienes’, estudiarse por ‘esforzarse’, superbioso por ‘soberbio, soberbioso’, acumulando a veces estos neologismos: «el vasallo contra el señor, e el servidor contra su maestro, el súbdito contra su subyugante

A menudo en esta época se buscaba también la elegancia mediante un amplio desarrollo del concepto; el giro espacioso de la frase tendía a dar cierta majestad solemne a la expresión; la insistencia en la idea procuraba una mayor viveza y eficacia de la imagen: «La Pobreza alçó sus ojos en alto, e començó de mirar la pompa e loçanía e locura e vanagloria, la jactancia e orgullo que la Fortuna consigo traía... Pues tú dizes que fazes e desfazes, viedas e mandas, ordenas e dispones todas las cosas del mundo, e que son a tu govierno e mando las baxas e aun las altas.» Véase la reiteración de un pensamiento que va a parar a una cita del Arcipreste de Hita: «¿Quien es tan loco e fuera de seso que quiere su poderío dar a otro, e su libertad someter a quien non deve, e querer ser siervo de una muger que alcança muy corto juizio, e demás, atarse de pies e de manos en manera que non es de sí mesmo, contra el dicho del sabio que dize: Quien pudiere ser suyo non sea enagenado, que libertad e franqueza non es por oro comprada?, e exemplo antiguo es, el qual puso el Arçipreste de Hita en su tractado.»

La abundancia, que seduce al Arcipreste de Talavera, degenera a menudo en verbosidad, aun en los trozos doctrinales del libro: «¡Ay del triste desventurado, que por querer seguir el apetito de su voluntad que brevemente pasa, quiere perder aquella gloria perdurable de paraíso que para siempre durará! ¡Si el triste del ombre o muger sintiese drechamente qué cosa es perdurable, o para siempre jamas, o por infinita secula seculorum aver en el otro mundo gloria o pena!» Esta verbosidad cuadra bien cuando se aplica a reflejar el lenguaje del pueblo, según se verá en los trozos que publicamos.

Otra manera de elegancia fué la similicadencia, moda que todavía hallamos en vigor durante el siglo XVI, por ejemplo, en Fray Antonio de Guevara. El Arcipreste de Talavera nos la ofrece, sobre todo, en los párrafos de afectada viveza: «Plégale a Nuestro Señor... que así velemos e nos aperçibamos, e del enemigo Satanás nos guardemos, e de los viçios nos corrijamos, e de los pecados en bien nos enmendemos.» Muy comúnmente se llega a la prosa rimada, como se ve en el ejemplo de posposición del verbo, que ponemos arriba. Y es notable que estas rimas abunden en la charla vulgar, según puede verse en los trozos aquí insertos, mostrándonos un curioso giro de la locuacidad vehemente, hoy enteramente desusado.

Otro ejercicio del ingenio popular, antes más desarrollado que hoy día, era el uso abundante de los refranes, y el Arcipreste de Talavera no dejó de emplearlos para caracterizar el habla callejera, siendo en este particular un inspirador directo del autor de la Celestina e indirecto del Quijote, como nota muy bien Menéndez Pelayo[92]. Pero este crítico atribuye a nuestro Arcipreste el mérito de haber adivinado el ritmo del diálogo, a lo cual no podemos asentir. El Arcipreste compone, sí, admirables discursos familiares, pero el diálogo no alcanza en él más desarrollo que en el Lucanor, por ejemplo. Para ver roto el estrecho molde medieval de la mera sucesión de discursos, necesitamos llegar a La Celestina.

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