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COMEDIA DE CALISTO Y MELIBEA

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Primer auto.—Entrando Calisto una huerta empós de un falcón suyo, falló í a Melibea, de cuyo amor preso, començóle de hablar; de la qual rigorosamente despedido, fue para su casa muy sangustiado.[125]

Calisto.—En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.

Melibea.—¿En qué, Calisto?

Calisto.—En dar poder a natura que de tan perfeta hermosura te dotasse, y fazer a mi inmérito tanta merced que verte alcançasse, y en tan conveniente lugar que mi secreto dolor manifestarte pudiesse. Sin duda encomparablemente es mayor tal galardón que el servicio, sacrificio, devoción, y obras pías que por este lugar alcançar tengo yo a Dios ofrescido. Ni otro poder mi voluntad humana puede complir.[126] ¿Quien vido en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre como agora el mio? Por cierto los gloriosos sanctos que se deleitan en la visión divina, no gozan más que yo agora en el acatamiento tuyo. Mas, ¡o triste! que en esto deferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienaventurança, y yo misto[127] me alegro con recelo del esquivo tormento que tu absencia me ha de causar.

Melibea.—¿Por grand premio tienes esto, Calisto?

Calisto.—Téngolo por tanto en verdad, que si Dios me diesse en el cielo la silla sobre sus sanctos, no lo ternía por tanta felicidad.

Melibea.—Pues aun más igual galardón te daré yo, si perseveras.

Calisto.—¡O bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra haveis oido!

Melibea.—Mas[128] desaventuradas, de que me acabes de oir; porque la paga será tan fiera qual la merece tu loco atrevimiento, y el intento de tus palabras, Calisto, ha seído.[129] ¿De ingenio de tal hombre como tú, haver de salir para se perder en la virtud de tal muger como yo? ¡Vete, vete de aí!

Calisto.—Iré como aquel contra quien solamente la adversa fortuna pone su estudio[130] con odio cruel.

Calisto.—¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! ¿Dónde está este maldito?

Sempronio.—Aquí estoy, señor, curando destos cavallos.

Calisto.—¿Pues cómo sales de la sala?

Sempronio.—Abatióse el girifalte y vínele endereçar[131] en el alcándara.

Calisto.—¡Assí los diablos te ganen, assí por infortunio arrebatado perezcas, o perpetuo intollerable[132] tormento consigas, el qual en grado incomparable a la penosa y desastrada muerte que espero traspassa! ¡Anda, anda, malvado, abre la cámara y endereça la cama!

Sempronio.—Señor, luego hecho es.

Calisto.—Cierra la ventana y dexa la teniebla acompañar al triste, y al desdichado la ceguedad. Mis pensamientos tristes no son dignos de luz. ¡O bienaventurada muerte aquella que deseada a los afligidos viene! ¡O si viniéssedes agora Erasistrato, médico[133], sentiríades mi mal! ¡O piedad de Sileuco, inspira en el Plebérico coraçón,[134] porque sin esperança de salud no embíe el espíritu perdido con el desastrado Píramo y de la desdichada Tisbe!

Sempronio.—¿Qué cosa es?

Calisto.—¡Vete de aí, no me fables, sino quiçá, ante del tiempo de mi rabiosa muerte, mis manos causarán tu arrebatado fin!

Sempronio.—Iré, pues solo quieres padecer tu mal.

Calisto.—¡Vé con el diablo!

Sempronio.—No creo, según pienso, ir[135] comigo el que contigo queda. ¡O desaventura! ¡O súbito mal! ¿Qual fue tan contrario acontescimiento, que assi tan presto robó el alegría deste hombre y, lo que peor es, junto con ella el seso? ¿Dexarle he solo o entraré allá? Si le dexo, matarse ha; si entro allá, matarme ha. Quédese, no me curo; más vale que muera aquel a quien es enojosa la vida, que no yo que huelgo con ella. Aunque por al no deseasse vivir, sino por ver a mi Elicia, me devría guardar de peligros. Pero si se mata sin otro testigo, yo quedo obligado a dar cuenta de su vida. Quiero entrar; mas puesto que entre, no quiere consolación ni consejo; asaz es señal mortal no querer sanar;[136] con todo, quiérole dexar un poco; desbrave, madure, que oído he dezir que es peligro abrir o apremiar las postemas duras, porque más se enconan. Esté un poco: dexemos llorar al que dolor tiene, que las lágrimas y sospiros mucho desanconan[137] el coraçón dolorido; y aun si delante me tiene, más comigo se encenderá, que el sol más arde donde puede reverberar. La vista a quien objecto no se antepone, cansa; y quando aquel es cerca, agúzase. Por esso quiérome sofrir un poco; si entretanto se matare, muera; quiçá con algo me quedaré, que otro no lo sabe, con que mude el pelo malo. Aunque malo es esperar salud en muerte agena,[138] y quiçá me engaña el diablo; y si muere matarme han, y irán allá la soga y el calderón.[139] Por otra parte dizen los sabios que es grande descanso a los afligidos tener con quien puedan sus cuytas llorar, y que la llaga interior más empece. Pues en estos estremos en que estoy perplexo, lo más sano es entrar, y sofrirle y consolarle; porque si posible es sanar sin arte ni aparejo, más ligero es guarescer por arte y por cura.

Calisto.—Sempronio.

Sempronio.—Señor.

Calisto.—Dame acá el laúd.

Sempronio.—Señor, vesle aquí.

Calisto:—

¿Qual dolor puede ser tal,

que se iguale con mi mal?

Sempronio.—Destemplado está esse laúd.

Calisto.—¿Como templará el destemplado? ¿Como sentirá el armonía aquel que consigo está tan discorde; aquel[140] a quien la voluntad a la razón no obedece; quien tiene dentro del pecho aguijones, paz, guerra, tregua, amor, enemistad, injurias, pecados, sospechas, todo a una causa? Pero tañe y canta la más triste canción que sepas.

Sempronio.—

Mira Nero de Tarpeya

a Roma como se ardía;

gritos dan niños y viejos,

y él de nada se dolía.[141]

Calisto.—Mayor es mi fuego, y menor la piedad de quien yo agora digo.

Sempronio.—No me engaño yo, que loco está este mi amo.

Calisto.—¿Qué estás murmurando, Sempronio?

Sempronio.—No digo nada.

Calisto.—Dí lo que dizes, no temas.

Sempronio.—Digo, que ¿cómo puede ser mayor el fuego que atormenta un vivo que el que quemó tal çibdad y tanta multitud de gente?

Calisto.—¡Cómo? Yo te lo diré: mayor es la llama que dura ochenta años que la que en un día passa, y mayor la que mata una ánima, que la que quema cient mill cuerpos. Como de la apariencia a la existencia, como de lo vivo a lo pintado[142], como de la sombra a lo real, tanta diferencia ay del fuego que dizes al que me quema. Por cierto, si el del purgatorio es tal, más querría que mi spíritu fuesse con los de los brutos animales, que por medio de aquél ir a la gloria de los sanctos.

Sempronio.—¡Algo es lo que digo![143] ¡A más ha de ir este hecho. No basta loco, sino ereje.

Calisto.—¿No te digo que fables alto quando fablares? ¿Qué dizes?

Sempronio.—Digo, que nunca Dios quiera tal, que es especie de heregía lo que agora dixiste.

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