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Introducción.

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Hace poco leímos en un periódico esta frase: «Quien lee una comunicación judicial no sabe si le llevan a la cárcel o si ha heredado»1). ¿No le ha pasado eso alguna vez? A nosotros sí. Y por eso nos preguntamos cómo lograr que los juristas redacten con claridad.

«En la situación actual, ya no es suficiente que los estudiantes de Derecho adquieran un conocimiento detallado de las leyes, de las pautas para su correcta interpretación, ni de las fórmulas para su adecuada aplicación, sino que, además, se les exige que sean capaces de ofrecer una explicación clara, que aprendan a construir una argumentación coherente, orientada hacia una eficaz persuasión. Es necesario que el jurista sepa expresarse y comunicarse, narrar y describir, preguntar y responder, argüir y replicar, persuadir y convencer al juez, al jurado, a los medios de comunicación y a la sociedad»2).

Efectivamente, un jurista es una persona que ha de conocer bien la propia lengua y las peculiaridades del lenguaje jurídico, porque de su correcta expresión depende, en muchos casos, la justa solución de los problemas.

Es cierto que escribir bien cuesta tiempo, esfuerzo y reflexión, y la vida moderna está sobrecargada de actividad. Pero la satisfacción de escribir bien, de poner cariño en lo que escribimos, compensa amplia- mente incluso en el ámbito profesional. «Fulanito escribe muy bien; se le entiende todo»; «da gusto leer a menganito», son frases que le pueden llenar a uno de legítimo orgullo, y que pueden favorecer la atención favorable de clientes y otros operadores del derecho.

En ocasiones, cuando leemos a nuestros colegas italianos nos mueve una sana envidia, al comprobar la elegancia y la precisión con que escriben ¿Por qué, en cambio, los españoles solemos maltratar nuestro idioma? Suponemos que las causas son numerosas, pero no es algo en lo que pretendemos detener nuestra atención. Lo que nos mueve es la ilusión de facilitar la labor a quienes tienen interés por mejorar su forma de escribir.

Para ello se nos ha ocurrido ofrecer un sistema sencillo, didáctico –fruto de la experiencia–, que ayude a identificar los fallos lingüísticos y estilísticos más habituales entre los juristas, y señalar pautas para corregirlos. En efecto, en primer lugar es necesario detectar los fallos (muchas veces insospechados) para plantearse su superación. Y, en segundo lugar, es menester ofrecer pistas concretas para favorecer la corrección y la riqueza del lenguaje.

Ojalá que nuestros deseos puedan ser eficaces. Por eso nos gustará recibir sugerencias y observaciones de los lectores que nos ayuden a mejorar este discreto instrumento que hemos preparado con tanta ilusión.

Por último, los agradecimientos. No olvidamos la ayuda, las suge- rencias y los consejos de las siguientes personas. Luis María Cazorla, Guillermo Benlloch, Javier Junceda, Inés Olza, Pablo Sánchez-Ostiz, Javier Quintano, Víctor Obradors, Antonio Cortés, Carlos Sancho, Pablo Franquet, Joan Fontrodona, Mery Nasarre, Mapi Balleste- ros, Ina Vázquez-Dodero, Josep Miquel, Inés Font, Manuel Casado-Velarde, Ruth Breeze, Nicolás Ramírez, Luis Carreras, Ferran Blasi, Luis Ramoneda, Antonio Argandoña, Joaquín Gazulla a los alumnos de la UICbarcelona, a mis padres, hermanos y familia. También agradecemos la profesionalidad y la eficacia de las editoras Amalia Iraburu, Mónica Nicolás y Silvia Jaso.

1

Arce Juan Carlos (2011, 11 de febrero), «El lenguaje judicial», La Razón.

2

Viehweg, T. (1986), Tópica y jurisprudencia, Madrid, Taurus.

Escribir bien es de justicia

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