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Prólogo.

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El autor del muy útil y acertado libro «Escribir bien es de justicia» me pide un prólogo para su segunda edición.

Acepto gustoso por tres razones de igual importancia. Primero, porque la petición viene de Barcelona, de mi querida y admirada Cataluña, parte esencial de mi ser español, y trae el sello del interés y de la preocupación por el castellano. Segundo, porque el autor, a quien –lo confieso– no conozco personalmente, me ha honrado desde hace tiempo con la atención y el respeto a lo que he escrito sobre el lenguaje jurídico y sus aledaños. Y, tercero, porque observo con satisfacción que alguien perteneciente «hasta las cachas» al campo jurídico –ese soy yo– coincide mucho sobre el lenguaje jurídico con alguien que posee la filología hispánica como veta esencial de su formación.

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Como la brevedad es consustancial al género literario de los prólogos, esbozo muy esquemáticamente, atendiendo, además, a las indicaciones del autor, algunas consideraciones que me suscita el texto prologado.

El libro combina armoniosamente brevedad y depuración de hojarasca con una exposición ordenada de los elementos imprescindibles del buen lenguaje jurídico en su vertiente escrita.

El libro tiene un marcado sentido didáctico y contribuye a cubrir una de las deficiencias cruciales de las enseñanzas del Derecho en las correspondientes Facultades: el olvido del lenguaje jurídico.

Por último, el libro es respetuoso con las máximas que defiende y que comparto de forma entusiasta: lenguaje sencillo y claro, preciso, correcto... y, a la postre, elegante, pues la sencillez y buen orden en el lenguaje encamina debidamente hacia la elegancia en la expresión escrita.

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Aunque también con la máxima brevedad, no me resisto a poner de relieve la doble realidad que, en mi criterio, afecta al lenguaje jurídico en estos turbulentos tiempos.

El libro de Ricardo María Jiménez es una sazonada y útil entrega más de la ya copiosa literatura emanada de campos jurídicos y extrajurídicos sobre el lenguaje jurídico.

Los estudiosos y la doctrina entendida ampliamente se preocupan por el tema, preparan trabajos y formulan propuestas que aspiran a salir al paso a la calamitosa situación, a la degradación y adulteración que está sufriendo aquél en una tendencia que, desgraciadamente, se acentúa cada día más.

Entidades públicas como el Consejo de Estado y hasta el propio Ministerio de Justicia y Reales Academias como la Española y la de Jurisprudencia y Legislación toman iniciativas en este terreno y levantan su voz frente al desastre jurídico-lingüístico que nos azota.

Pero la realidad es contumaz y granítica y poco logran hacer las tendencias que he apuntado en los párrafos precedentes. El lenguaje jurídico actual es malo, a veces pésimo por bárbaro, impreciso, incomprensible y vulgar, ¿hasta dónde se va a llegar en esta alocada e incomprensible huida hacia la inseguridad jurídica y la contribución al destrozo del ordenamiento jurídico que el cauce para el logro de la justicia en todas sus manifestaciones?

El libro «Escribir bien es de justicia», ya en su segunda edición, es un valladar más ante el por ahora desenfrenado camino negativo del lenguaje jurídico de nuestros días. Pero su valía no se agota ahí, porque se ocupa del lenguaje jurídico didácticamente, enseñando lo que debe reunir para que, al cabo y como su título indica, escribir bien sea de justicia.

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Como jurista que soy hasta el tuétano, felicito y agradezco al autor su preocupación por el lenguaje de los juristas y de las herramientas jurídicas. Le animo también a que, como tantos otros entre los que me encuentro, siga clamando en el desierto... porque algún día o acabará el desierto, o hallaremos agua en él. De no ser así, todos terminaremos enterrados en el desierto de la inseguridad jurídica y del favorecimiento de la arbitrariedad.

Luis María Cazorla Prieto

Catedrático de Derecho Financiero y Tributario de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid

Académico de Número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación

Escribir bien es de justicia

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