Читать книгу El último sapo que besé - Rosetta Forner - Страница 10

Llegamos a la esclavitud masculina

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Los hombres, pobre de ellos... Aunque haberlos sapos, haylos, y muchos. No obstante no creo que todos sean sapos-sapos. Muchos son simplemente hombres que tuvieron la desgracia de dar con una damisela de diadema floja a cuyo perfil ideal no se ajustaban ni por casualidad. En vez de largarse rápidamente a la primera bronca de cambio o a la enésima... se acostumbraron a que les vapulearan el alma en y la cena del viernes les obsequiaran, a modo de aperitivo, con una ensalada preparada a base de reproches e insultos varios para abrir boca e ir trazando las líneas maestras de lo que será el fin de semana o la relación en sí misma. Como fuera que los hombres malvados, sapos-sapetes-sapones, existen de verdad, me dediqué a buscar al hombre metroemocional con tal de entenderles mejor. Pretendía, por un lado, enseñar a las mujeres a distinguir a los sapos de los metroemocionales, y, por otro, mostrar a los hombres que no todos son malos y que harían bien en desculpabilizarse, esto es, que cada uno asuma la cuota de responsabilidad que le corresponda. Porque si un hombre es sapo de verdad, ¿qué sentido tiene que una mujer siga con él, empeñándose en redimirle a besos que lo único que lograrán es hincharle más y más los morros a ella...?

¡Basta de sapos que nunca se convierten en príncipes!

¡Basta de empeñarse en una reconversión saperil!

¡Basta de aflojarse la diadema hasta darle rango de felpudo en el que se limpian las garras todos esos desalmados misóginos después de desgarrarle el corazón a una mujer de inocente sentido o a una de damiseriles entendederas!

Ni todos son sapos ni todas son damiselas.

El último sapo que besé

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