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LOS PRIMEROS PASOS DE TODA BÚSQUEDA

Ángela preparó un perfil para que Rosemary lo publicase en una de esas webs de singles (solteros y solteras en busca de pareja). Había decidido tomar prestados de la realidad los rasgos básicos de ésta. Al fin y al cabo, la definición de su verdadera personalidad estaba en las antípodas de la correspondiente a una «damisela de diadema floja», parafraseando a la autora de La reina que dio calabazas al caballero de la armadura oxidada... Asimismo, lo hizo con el propósito de que el tipo de hombre que atrajese Rosemary tuviese relación directa con su esencia. Así, en su opinión, se ahorraría trabajo extra de fingir... Porque bastante tendría con pretender que buscaba pareja, esto es, que era genuinamente una mujer en estado de desasosiego parejil.

Según Ángela, eran muchos los que utilizaban ese sistema para conocer pareja. ¿Dónde, si no, iban a conocer gente? La gente que usaba ese sistema era normal, sin aparentes problemas emocionales ni patologías serias, en apariencia...

El perfil:

Nombre (nick/apodo): VIENTO DE LIBERTAD

Mujer de 33 años.

Raza blanca.

Alta, esbelta y con mucho estilo.

Ojos verde esmeralda.

Pelirroja.

Directiva con empresa propia.

Soltera (divorciada) y sin hijos.

Busca pareja estable.

Rasgos sobresalientes:

Tengo mucho carácter y personalidad valiente, romántica, independiente, sensible, dulce, inteligente, proactiva, asertiva, madura, dueña de su destino y de su cartera. Visto ropa de marca, muy chic. Me gustan los descapotables europeos. Me llevo bien con mis amigos y mi familia. ¡Ah!, no odio a mi ex.

Qué busco en un hombre:

Compromiso, amor del bueno, amistad, complicidad, cariño, ternura, romanticismo, inteligencia, talento, decisión, independencia emocional, que no necesite «ama de llaves» ni «mamá para sí mismo o sus hijos», que desee por pareja a una igual, que se haga cargo de sus deberes emocionales; que acepte que existe el inconsciente, los conflictos emocionales, el alma, y que uno va construyendo su destino por acción y por omisión.

Físicamente, me gustan los hombres altos, esbeltos tirando a musculosos, con mens sana in corpore sano. Atractivos y resultones, por supuesto.

Abstenerse:

Hombres casados, dependientes afectivamente, con relaciones indefinidas con parejas indefinidas, con hijos, con conductas adictivas (alcoholismo, tabaquismo, exceso de peso, workoholic, etc.), pueriles, codependientes, agarrados a las faldas de su mamá o a las de la ex... (amante, esposa, novia, amiga); ligones; imbéciles emocionales; caballeros de armadura oxidada (la versión femenina de las damiselas de diadema floja); cabreados con la vida; los que piensan que las mujeres son inferiores y deben esperarles en casa, acompañarles a todas partes, plancharles las camisas, o darles hijos.

Dado que Rosemary necesitaba documentarse, le pidió a Ángela que compartiese con ella algunos de sus «case histories». Ángela le comentó el caso de un hombre, uno de sus clientes cuyas sesiones de coaching fueron verdaderamente gratificantes por tratarse de alguien rondando los cincuenta años de edad cronológica, que aún estaba por la labor de aprender a amar y sanear sus relaciones amorosas. Tenía un gran talento para los negocios, era amable, educado, cortés y con una gran mundología. Sin embargo, se había pasado media vida, por no decir toda la que lleva en la Tierra, anhelando que lo amasen. Comenzando por su primera mujer, y finalizando en su última novia, ninguna lo había amado... No al menos como a él le hubiera gustado ser amado. Y todo porque era él el que no sabía amarse, lo cual hacía que se liase con toda damisela de diadema floja que se cruzase en su camino. Tenía una tremenda necesidad de rescatarse a sí mismo, por lo que «buscaba la solución en el lugar equivocado».

Es como tener la casa sucia y coger los bártulos para limpiar pero limpiar la casa de tu vecino en lugar de la propia. Lo cual es de necios..., de necios emocionales.

A este hombre le sucedía lo que a casi todo el mundo: no le habían enseñado a respetarse a sí mismo, a poner los límites, a averiguar cómo le gusta que le amen, a darse permiso y derecho para que le amen, y, lo más importante, concederse la responsabilidad de cuidar de sí mismo. Es decir, muchas personas viven sus vidas a medias, siendo presas del síndrome del victimismo: sólo se otorgan derechos pero se olvidan de las obligaciones. Y ya se sabe, los derechos sin obligaciones son victimismo. Y las obligaciones sin derechos son imposiciones.

Uno tiene derecho a que le amen, por eso ha de ocuparse de conseguirlo, ejercer su responsabilidad en lograr que eso sea así y no de otra manera. Si uno sólo ejerce el derecho a ser amado, con toda probabilidad se lanzará de cabeza a una relación con cualquiera que le finja, prometa u ofrezca amor. Por el contrario, si uno cuida de sí mismo, esto es, ejerce sus responsabilidades al igual que sus derechos, cuando conozca a alguien no se lanzará de cabeza a la «relación virtual» o a crear una relación de pacotilla. Todo lo contrario: preguntará, indagará y se dedicará a explorar la posibilidad en busca de minas... Dado que todos tenemos nuestros más y nuestros menos, o sea, matices de carácter, personalidad e historia vital con temas resueltos y por resolver, lo mejor es explorar el territorio, que no es sino una metáfora del otro. Y las minas son, metafóricamente hablando, las historias no resueltas, los rasgos de carácter, el estilo y singularidad de personalidad cuya realidad pueden no ser del agrado del otro/a. En general, la gente no es buena ni mala... Simplemente, es o no es de nuestro estilo, es decir, tiene un estilo compatible o incompatible con el nuestro.

Es como buscar un par de zapatos... Primero tenemos que decidir qué tipo de zapatos, el traje y la ocasión para los que se requieren. Luego, decidir el importe que se puede, o se quiere, gastar. Y a buscar los zapatos. Si bien una vez se esté en el terreno de operaciones, esto es, en la zapatería, habrá que probárselos... ¿En qué cabeza cabe el pensar que uno se lleve unos zapatos de 300 euros, por ejemplo, sin habérselos probado? Siempre se han de probar. No obstante, eso que es tan de sentido común en cuanto a los zapatos, si nos remitimos a las relaciones románticas es como si, siguiendo con el símil de los zapatos, la gente se los comprase sin probárselos. Y muchas veces sin ni siquiera haber abierto la caja.

¡Qué barbaridad!

Procedemos a ciegas, a tontas y a locas.

¡Así nos va!

Eso fue lo que le sucedió al coacheado de Ángela: no se probó los zapatos antes de comprárselos. Una vez en casa, cuando se los probó, tampoco se otorgó el derecho a ir a la tienda y devolverlos... No ejerció su obligación de cuidar de sí mismo. En lugar de devolverlos, se los puso cada día y con ellos se fue a caminar unas cuantas horas por el monte, con la esperanza de que se diesen con el uso y el paso del tiempo... Traducido al roman paladino quiere decir que se empeñó en hacer que la relación funcionase, no importando el daño que le estaba causando, a pesar de las «vertiginosas subidas y bajadas» de la montaña rusa de la relación en la que se había subido. Se empecinó en hacer que la relación funcionase, como si se tratase de alcanzar una meta profesional. Si bien es más que eso: a los hombres en general les da por rescatar damiselas adoptando el estilo «meta a alcanzar». Mientras que ellas, cuando deciden rescatar a un hombre, lo hacen desde el «mejorarle, educarle, cuidarle».

Esto es, ellos profesionalizan y ellas maternizan.

Este hombre acudió a Ángela buscando ayuda para curar su malherido corazón. Para él fue todo un descubrimiento el averiguar que no se amaba a sí mismo, y que precisamente por eso se había pasado media vida mendigando amor. Obviamente, todas sus relaciones comenzaban igual, es decir, eran «amor a primera vista» aderezado de «subida hormonal», razón por la cual se lanzaba de cabeza a la relación sin haber explorado primero el territorio con cuidado, en busca de posibles minas.

Porque siempre suele haber minas.

Casi siempre, por no decir siempre.

Algunas están muy disimuladas, esto es, cuesta encontrarlas porque están escondidas detrás de disfraces varios, a saber: «rasgos de carácter», personalidades de supervivencia..., acusaciones o responsabilización de la situación a otros (ya se sabe: el victimismo viste mucho).

Te preguntarás: «¿Cómo puedo saber si yo tengo minas o no?».

No hay nada como comenzar por explorar el territorio de uno para coger la costumbre de explorar territorios ajenos cuando sea necesario. O sea, hay que comenzar por uno mismo. Uno no se puede lanzar a una relación con otra persona si, previamente, no ha desarrollado una relación fantástica con uno mismo. Y, para desarrollar esa relación maravillosa, primero hay que adentrarse en las propias mazmorras y despejar minas. Concretamente, organizar el interior de uno, esto es, asumir responsabilidades y depurar culpabilidades. Por regla general, la gente, cuando sale de una relación, suele culpar al otro del final de la misma, acusarle y, cómo no, odiarle por haber propiciado el final en sí mismo. Pero eso no es así. Simplemente, el otro o la otra, lo único que no son es «nuestro estilo de zapatos». Por consiguiente, no es razón suficiente para condenar a nadie... Nadie ni nada puede ser condenado en nombre de nuestra frustración. Haríamos mejor en asumir nuestra responsabilidad, que no culpabilidad, y desde ahí aceptar que el otro o la otra simplemente no se correspondían con nuestro modelo de «zapatos».

Así de simple.

Así de fácil.

No obstante, hay que ver cómo lo complicamos.

Nos han enseñado a culpabilizar... Uno de los riesgos de vivir sólo con derechos es que uno tiende a culpabilizar. Son las obligaciones lo que nos hace asumir que contribuimos, por acción u omisión, a las situaciones de nuestras vidas.

Nos guste o no, así es.

Cierto.

Y no es menos cierto que, en las relaciones amorosas, tendemos a usar al otro como cubo de nuestras frustraciones.

Si en vez de alucinar, esto es, proyectar en el otro nuestras ilusiones y «fantasías animadas de ayer y hoy», nos dedicásemos a explorar el territorio y ver qué hay, y si lo que hay nos gusta...

Pero eso se hace desde la responsabilidad...

Si optásemos por vivir nuestra vida desde la combinación ganadora y asertiva que conforman derechos y obligaciones, nos iría mejor. Mejor en el sentido de que asumiríamos la responsabilidad tanto en lo relativo a mostrar quiénes somos como en el averiguar quién es la otra parte, y si se asemeja o no a lo que buscamos.

Desde la responsabilidad no hay lugar para la frustración en el resultado de la relación-exploración o exploración de la relación. Porque la frustración se genera cuando, sin darle opción ni tiempo al otro para mostrarse, le investimos de nuestro modelo de fantasía. Ningún modelo ajeno puede ajustarnos bien. Para que un traje se ajuste al cuerpo, previamente tienen que habernos tomado las medidas, metafóricamente hablando... Él o ella harían bien en tomarle las medidas al otro...

La fase de exploración.

¿Hay alguien que explore?

¿Cómo podemos ser tan exitosos y profesionales en nuestro trabajo y tan mentecatos en el terreno amoroso?

Sencillamente, nuestros niveles de estima y valoración dejan mucho que desear. Las experiencias van conformando nuestro mapa de la realidad. Por lo que el cómo las vivamos es de suma importancia. Y ahí es donde todos pinchamos: nadie nos enseña a vivenciar las situaciones de forma productiva, asertiva y reforzadora de nuestro yo. Más bien todo lo contrario.

Cuando comenzamos a relacionarnos con otros de nuestra edad, pero del sexo opuesto, por ejemplo, todos experimentamos rechazo en ese ensayo-error, esto es, nos dan muchas calabazas. Ahora bien, que nos den calabazas no tiene nada de malo. Lo que tiene de malo es que se nos haga creer que nos dan calabazas a nosotros, esto es, que se trata de un rechazo personal, lo cual no es así. Simplemente, asistimos a resultados de los ensayos-errores de cada uno de los implicados, entre ellos nosotros mismos. Se trata simplemente de resultados.

Resultado es la consecuencia del ensayo-error.

Obviamente, no se trata de nada personal...

Usando la metáfora de los zapatos: sería como ir de compras, probarse zapatos e ir descartándolos todos hasta que se diese con el par de zapatos que te guste... Si es que ese día hay un par de zapatos que te guste. Porque, a lo mejor, no es ese día cuando uno los encuentra...

¡Cuán fácil resulta hablar de todo esto utilizando el símil de los zapatos!

Implica menos, obviamente. Llevarse o no el par de zapatos que uno se ha probado no conlleva trauma alguno para el par de zapatos... Éstos no se sienten rechazados ni se lo toman de forma personal. Pero no sucede así con nosotros, los humanos, que tendemos a personalizarlo todo...

Todo, todo.

En exceso.

Haríamos mejor en desdramatizar y despersonalizar, y tomarnos las cosas como resultados y no como rechazos. Otro ser humano que haya estado explorando la posibilidad de una relación conmigo no me rechaza si al final decide que el resultado de la exploración le lleva a concluir que no «soy lo que busca»...

Pero nos empecinamos en tomárnoslo todo tan a la tremenda, porque nos han inculcado que «se nos rechaza a nosotros», esto es, «se atenta contra nuestra dignidad» toda vez que alguien ejerce el derecho a decir «no», a seleccionar, a explorar, a probar... Hay mucho miedo.

Mucha inseguridad a nivel emocional.

Nos sentimos muy triunfadores en lo profesional... Ahí sólo arriesgamos la mente... Pero el alma queda fuera, a salvo. Sí, y en las relaciones, sin embargo, es el alma la que entra en juego. En las relaciones nos descubrimos, y a eso, a ese descubrirnos, a ese quitarnos la máscara... no estamos acostumbrados.

Aunque igual no se trata de que el otro nos descubra...

A lo mejor somos nosotros los que tenemos que descubrirnos a nosotros mismos, esto es, afrontar el tener que ver y sentir quién somos de verdad...

Eso duele... ¡Y mucho! No nos han enseñado ni animado a hacerlo. Más bien todo lo contrario. Nos han conminado a ignorar el Yo verdadero que vive en nosotros, el Yo que de verdad somos. Vivimos con «yoes» falsos y con ellos nos relacionamos entre nosotros...

Así no hay quien se entienda.

Obviamente se relacionan máscaras con máscaras y eso es tremendamente perturbador.

Desolador.

Creador de una imposibilidad de contexto relacional.

Vaya sociedad de mentirosos, tramposos, miedicas, farsantes... estamos hechos.

No obstante, no somos malas personas. En todos estos comportamientos hay una intención positiva...

Eso sí, el camino del infierno está pavimentado de buenas intenciones.

El último sapo que besé

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