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ОглавлениеEL PRÍNCIPE AZUL NO EXISTE Y, ADEMÁS, DESTIÑE
En opinión de muchas mujeres, no existen hombres buenos, de fiar, que sepan amar, comprometidos, esto es, que no huyan ante la menor insinuación de la temida palabra compromiso.
Demasiados cuentos de hadas.
Demasiadas milongas antifeministas.
Demasiados remilgos y cuentos chinos.
A las niñas se les sigue inculcando que son princesas y que deben esperar, aguardar, soñar, o alelar (versión del siglo XXI del anhelar de siglos anteriores) a un príncipe azul que las saque de su despiste emocional y les dé el rango de mujeres triunfadoras en lo sentimental.
Tanto esperar al príncipe azul... cuando en verdad éste no sólo no existe sino que encima destiñe.
Es mentira que la mujer deba poner su destino emocional al ralentí, en espera de un hombre que sólo es posible en un cuento antihadas (porque los verdaderos cuentos de hadas no fomentan flojera de la diadema sino solidez y dignidad de corona regia).
Es falso que toda mujer es princesa hasta que un hombre —eso sí, guapo, alto, joven, exitoso, carismático, etc. etc. etc. de memeces...— llegue a su vida y la haga sentir mujer.
Tantas tonterías han acabado por marearles la diadema. Si bien es cierto que algunas se bastan para mareársela hasta la náusea... Es ver u oler la presencia de un macho de la especie humana y ponerse a babear tonterías. Entornan los ojitos, hacen mohines y despachan sin contemplaciones todas sus neuronas.
En una ocasión, una famosilla de tres al cuarto comentó que ella se hubiese acostado con el fallecido John John Kennedy sin preservativo.
La razón: ante semejante (sic) pedazo de hombre, a ella le hubiese traído todo al pairo.
En dos palabras: In-dignante. O sea, que quita la dignidad.
No existen los príncipes azules, eso es cierto. Asimismo, es cierto que existen hombres buenos que saben amar y comprometerse, que no ningunean ni mienten, ni dejan tirada a una mujer cual colilla.
«¿Dónde están?», te oigo gritar.
En sus vidas, te respondo yo.
Están en sus vidas cotidianas. Eso sí, algunos de ellos no llaman la atención porque ni son guapos, ni altos, ni esbeltos, ni triunfadores al uso del Club del Redil (¡superejecutivos con superdeportivo y supertraje caro!). Algunos son simplemente seres humanos que se esfuerzan por ser felices, mejorar cada día como seres humanos, evolucionar, aprender... No van por ahí de ligue en ligue, ni de pareja en pareja y tiro porque me toca. No todos son altos ejecutivos, ni falta que hace. No todos tienen un montón de amigas (con derecho a roce, eso sí) mientras hallan a la mujer de su vida, a la que desposarán y llenarán de niñitos. Sin embargo, las damiselas de diadema floja los prefieren única y exclusivamente supertriunfadores con la cartera llena de pasta —y no precisamente italiana—.
¿Y qué pasa con los demás?
¡Que les den!
Ellas, las damiselas, por un momento masculino, esto es, una relación amorosa de un ratito —aunque sólo sea eso—, están dispuestas a mirar para otro lado, o no mirar, taparse la nariz y amarrarse los brazos para no tenerle que dar un sopapo en caso de que al caballerete le dé por pasarse de la raya. Que pasarse, se pasará, seguro.
¡Pobres hombres normales!
No hay quien les defienda, ni defina ni agrupe.
Muchos de ellos, después de haber sufrido el acoso y derribo de una diadema floja, han optado por disfrutar de su soltería y serenidad recuperadas y viajar, estudiar, holgazanear, trabajar en sus metas y, sobre todo, disfrutar de su vida humana.
Están «fuera de mercado», esto es, se han largado del mercado de la carne y han puesto a buen recaudo sus dignidades y vidas.
¿Y del amor, qué?
Mejor dejar que la sorpresa del destino actúe que ir de caza de damiselas que lo único que harán será desgarrarles el corazón además de inundarles la mente con imposiciones, alegaciones y peticiones de imposible resolución.
«¡Eres de lo más machista!», te imagino barruntando.
Si lo quieres ver así... No seré yo la que te lleve la contraria.
Ahora bien, te invito a reflexionar acerca de lo siguiente: «¿Crees que todas las mujeres son buenas, honestas, de fiar, saben comprometerse, son maduras emocionalmente...?».
Yo sé que NO todas lo son.
Las reinas, sí.
Lo cierto es que NO todas las mujeres quieren ser reinas, esto es, asumir las riendas emocionales de sus vidas. Muchas, desgraciadamente para ellas y, de paso, para los hombres y las reinas, prefieren ser damiselas de aflojada diadema.
Hace tiempo leí en un libro de Robin Norwood (la autora del clásico Las mujeres que aman demasiado) que ella había descubierto por qué las mujeres se liaban con tipos indeseables cuando lo que, aparentemente, deseaban sus corazones era vincularse con hombres honestos. Lo averiguó en uno de sus seminarios con mujeres. Les presentó dos perfiles de hombre, a saber: uno describía a la perfección ese hombre ideal (Mister Perfecto, le llaman en inglés); el otro describía al canalla con el que, supuestamente, ninguna mujer quería toparse. Las mujeres asistentes al seminario votaron unánimemente el perfil del hombre bueno. Sin discusión. Estaban todas de acuerdo en que ÉSE era el hombre que debían encontrar, el verdadero «príncipe azul»... Ahora bien, éste no tenía carroza ni paje ni perrito que le ladrase...
Me explico.
Robin Norwood (doctora en Psicología) obvió intencionalmente un dato, en realidad obvió dos, a saber: la profesión, y el estatus socioeconómico representado por el coche en posesión.
El canalla era un alto ejecutivo con un Porsche o similar, y residencia de alto standing en un barrio chic y caro.
El bueno era albañil o similar con coche utilitario y domicilio en un barrio normal, proletario, de clase media (la habitual).
¿Quién ganó esta segunda vuelta electoral?
¿Lo adivinas?
«Mmmmm... ¿El canalla?»
¡Bingoooooooo!
Y no sobran las explicaciones.
Robin Norwood les comentó que ésa era la razón, o más bien la explicación de por qué, anhelando sus corazones un hombre bueno, acababan siempre liándose con canallas: en realidad el interior de un hombre les traía al pairo. Lo que de verdad les importaba, y determinaba su elección, era el exterior, esto es, la profesión, el coche... Por tanto, era cierto que el estatus socioeconómico era primordial y primaba más que ninguna otra variable. Ellas, las mujeres, los preferían exitosos aunque fuesen canallas: si es rico y exitoso, se le perdona que sea canalla. Si es menos rico y menos exitoso de lo que ellas desean, se le pasa por el microscopio para buscarle defectos, y si no, se inventan los defectos o los contras, claro.
No todas las mujeres quieren hombres buenos.
A muchas les importa más la apariencia, lo externo, que un buen corazón.
A muchas, los hombres buenos les aburren.
Eso sí, se quejan de que sólo encuentran canallas que les raspan el corazón con un papel de lija.
¡Como si todas ellas fuesen superexitosas, fantásticas, maravillosas, guapísimas y súper en todo!
Ni falta que les hace, porque los falsos cuentos de hadas les han hecho creer que ellas, a lo único que tienen que dedicarse es a ser monas y tontas. El éxito, etcétera, queda para el hombre. Por eso, probablemente están tan desesperadas por «cazar a uno». Seamos ImpInc (Impolíticamente Incorrectos), y digámoslo claro y alto: algunas son arpías de armas tomar, dispuestas a vender su alma al diablo —y no hablemos de la dignidad— por atrapar a un buen ejemplar de Homo Sapiens.
Muchas de ellas piensan que los hombres inteligentes y triunfadores no se casan con mujeres ídem a ellos. Por consiguiente, «si no te quieres quedar soltera, hazte la tonta y ponte tetas y mona», podría ser la consigna. De hecho, así lo es para las mujeres que van de damisela entendedora.
Antes de que me lo digas, te lo diré yo: ellos también son como ellas, canallas, tramposos, mentirosos, aprovechados, interesados y... las prefieren monas, tontas y con tetas de silicona o simplemente tetonas. Pertenecen o forman un club al que no pertenecería si me admitiesen como socia (parafraseando a Groucho Marx). Ellos, los canallas, los Homo Escapatus, Mariposatus, Atrapatus, Florerosatus, Amantisatusatus..., prefieren damiselas de floja diadema.
Por consiguiente, no busques príncipes azules sino hombres metroemocionales.
¿La prueba del algodón?
Si destiñe, no es metroemocional.
No obstante, las mujeres, para poder hacerle la prueba del algodón, antes tendrán que coger las riendas emocionales de su vida, asumir la responsabilidad de lidiar con sus destinos, saber quiénes son y aprender a amarse de verdad a sí mismas. Porque sólo una reina se atreve y es capaz de averiguar si un caballero está o no a la altura de su corona.
Muchas damiselas han contribuido al desprestigio de los hombres: no todos son malos ni canallas.
Los hay buenos y muchos.
No todo «sapo» lo es.
¿Cómo lo sé yo?
Muchas damiselas califican de «sapo, sapete, sapón» a todo hombre que no se adaptó a sus caprichos o se plegó a sus exigencias.
Si las damiselas fueran más sensatas, cuerdas, maduras y dignas... se hubiesen largado de la vida de un hombre que o bien no las amaba como les hubiese gustado o no las quería amar en absoluto. Las personas estamos en nuestro derecho de amar a quien nos dé la real gana, donde, como, cuando y a pesar de todo, ¡faltaría más!
«Cuando un hombre no te ama, lárgate de su vida», debería ser la consigna.
Sin embargo, las damiselas se empecinan en forzar la situación y en obligar al hombre a que las ame, actitud que muestra claramente que ellas, y nadie salvo ellas, son las que NO saben amarse a sí mismas.
Toda persona que se ama a sí misma cuida de ella, se respeta y se hace respetar.
No todos son sapos. Algunos son simplemente hombres que cayeron en las garras de las damiselas de diademas flojas.
Muchos más de los que las damiselas se imaginan y quieren aceptar, son buenas personas, un poco inocentes, eso sí, porque de haber tenido más picardía tal vez no hubiesen caído en la trampa damiseril.
Y ¿qué hay de los canallas?
Ah..., a ésos se les ve venir, o deberíase.
En este libro doy cuenta de unas cuantas tipologías de Homo «sapus-sapetes-sapones». No obstante diré que basta con averiguar la trayectoria amorosa de un hombre para saber si es cretino, canalla, sapo, inmaduro, tontainas, caguetis o algo parecido.
Me explicaré:
— Un hombre que, antes de finalizar una relación amorosa, anda ya a la caza y tirada de tejos a otra mujer, no es metroemocional sino príncipe desteñidor. Cabe resaltar que ésta es una práctica habitual en muchos especímenes canallienses.
— Otra pista: tiene pareja, dice que le va bien, pero va tirando los tejos a todo lo que lleva falda o pantalón femenino.
— Otra pista: habla mal de su madre.
— Otra pista: te llama churri u otros diminutivos, o se permite familiaridades a los cinco minutos, como quien dice, de haberos conocido.
— Otra pista: confiesa estar prendado de ti apenas han transcurrido unos instantes desde que os habéis conocido.
— Otra pista: tiene muchas amigas mientras anda en busca de su mujer ideal a la que convertir en esposa y madre de sus futuros churumbeles.
— Otra pista: todas sus ex son unas memas, locas, empalagosas, pilinguilosas y muchas otras -osas.
— Otra pista: tiene siempre que quedar por encima de ti, esto es, él ha de ser más listo, más exitoso, más fuerte, más de todo que tú.
— Otra pista: te lanza señales de claro e inequívoco interés pero a la hora de la verdad se escaquea, esto es, se comporta como si no le importases ni gustases lo más mínimo. O sea, que es un perfecto caguetis, ¿o tendría que llamarle tiralostejos atontasyalocas...? Lo dicho, les encanta el flirteo porque en verdad no buscan sino eso, flirtear. Lo cual no implica, ni de lejos, compartirse.
Recuérdese que vivimos en una época de individualismo feroz, que viene a ser la forma políticamente correcta de referirnos al miedo a la intimidad que existe. A mi modo de entender, es un síntoma inequívoco de una causa llamada «olvido del alma». Los que han cortado los hilos que les unen con su alma, han modificado su escala de valores y son fácilmente identificables: lo más importante de su vida es su profesión, su coche, su estatus, sus juergas, su cuenta bancaria, la churri que se han ligado, su cuota de poder social, su fama o todo ello y mucho más. Los hombres, y las mujeres, que viven su vida en modo externo desconectado del alma no valoran el interior de la persona, carecen de argumentos aunque tengan muchas opiniones, adoran toda actividad social (incluida el ligoteo) que les permita llenar o distraer el vacío existencial, se burlan de los que no tienen su poder adquisitivo o estatus (baremo basándose en el cual valoran y desvaloran a la gente) socioculturalfamoserilpoderosil. Se da el caso, cada día más extendido, de hombres y de mujeres (valiosos especímenes del Club del Redil) que sólo se juntan, pegan, arriman o lapean (del verbo lapear, o sea, apegarse como una lapa) si él o la churri son famosos, conocidos, ricos, rumbosos o con algo que aprovechar. El resto, los humanos, son despreciados o ignorados, lo cual no deja de ser una suerte. Porque, vamos a ver, ¿quién, en su sano juicio, quiere que le usen cual vulgar Kleenex, trampolín, trofeín, pasarelín, comodín o algún otro usín...?
Si rascamos un poco, esto es, preguntamos, preguntamos, y más preguntamos, además de escuchar, ver y observar si hay congruencia y coherencia entre lo que dicen y lo que hacen los especímenes con que nos topamos, podremos concluir si son humanos u humanoides dignos de ser enviados al reciclaje. La hora de la humanidad ha llegado. Hemos de recuperar la conexión con el alma so pena de pagar con la infelicidad el peaje de entrada al Club del Redil.
Lo dicho, el príncipe azul, además de no existir, destiñe.