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b) Männer, männer... Hombres, hombres...

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Éste era el título de una brillante película alemana de 1980, o sea, del siglo pasado.

«El ansia de ser deseado suele ser el camino del éxito»

Son palabras del escritor Mark Simpson, al que se le atribuye la creación del término metrosexual.

Mark opina en una entrevista publicada en el diario Las Provincias (10 de abril de 2004) que, en nuestra sociedad, el anhelo de ser deseado suele ser el camino del éxito. Ésa es la razón de que a David Beckham le paguen más de lo que merecería por su talento futbolístico, es decir, su caché hunde sus raíces en su condición de ser un hombre metrosexual.

Asimismo, cuenta que esta aparente «liberación masculina» no es sino un caso de esclavitud bien vestida. Y es que los hombres viven angustiados, como cualquier producto del marketing y la publicidad.

(Sic): «En cierto modo, los hombres metrosexuales son la consecuencia del posfeminismo castrador. Narcisistas, exhibicionistas y consumidores compulsivos, han hecho suyos los rasgos atribuidos al sexo opuesto.»

Como la rivalidad es brutal, el objetivo se centra en superar el atractivo de los contrincantes más que en acaparar la atención del sexo contrario. Por esa razón no escatiman esfuerzos ni gastos, recurriendo incluso a la cirugía estética si es necesario. Los metrosexuales son sucesores del dandy por sus formas pero no por su contenido: mientras los dandies (dandy) afirman con su elegancia la pertenencia a una determinada clase social o estilo de vida, los metrosexuales no saben existir de otro modo.

En realidad, esta tendencia sólo es progresista en su superficie, tratándose únicamente de un mero cambio a nivel de maquillaje, ya que en las capas más profundas las cosas no varían: si se ahonda se descubren los valores machistas de siempre. La tendencia metrosexual para el hombre del siglo XXI no supone, por el momento, un avance en la lucha por la dignidad y paridad de ambos sexos, según palabras de Antonio García (presidente de la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género, que tiene su sede en Málaga, España).

Mis comentarios

Dicha tendencia, que basa sus variables de cambio en el proceloso mar de la imagen externa, puede llegar a provocar cambios profundos, radicales y significativos en la sociedad. Al fin y al cabo, mientras que el inventor del término es un escritor, los aireadores son miembros de la comunidad publicitaria. La agencia RSCG se ha encargado de difundir, desde su sede de Nueva York (EE UU), los resultados de un estudio sociológico al respecto. Según dichas conclusiones, en el siglo XXI nos encontramos con hombres dispuestos a explotar sin miedo su lado femenino al igual que en el siglo XX las mujeres lucharon por lograr la igualdad. Al parecer, el varón del siglo XXI se preocupa por su imagen externa tal y como lo hace la mujer.

Fantástico.

También a ellos les han vendido la moto

Tanta lucha feminista, tanto intentar convencer al ser humano de volver la vista hacia su interior, tanto tratar de reconducir la escala de valores... Y como toda solución a la humanización del ser humano, hasta al hombre se le ha convencido de que ser mujer se reduce a pintarse los morros, estirarse las pestañas, ponerse lencería sexy de encaje y blonda, hacerse una liposucción que deje en buen lugar el culo y eleve la estima a su digno sitio, rellenarse los labios de una imbesable silicona, dibujarse pómulos eslavos (son esos altos y propios de la raza eslava) que disimulen una tristeza caída, de imaginación evadida no con los años sino con los sueños perdidos.

¿De verdad las mujeres sólo somos exterior y puro exterior?

¡No!

No. Y no.

La feminidad, el ser mujer, el potenciar la parte ánima de la psique no se reduce ni puede basarse jamás en lo externo. Una mujer no es más mujer por tener una talla 92 de sostén. Una mujer no es más sexy porque tenga los labios gruesos. Una mujer no es más exitosa o válida porque vista una talla 38 o tenga un pompis redondito y atlético. Una mujer no es más atractiva porque tenga unos labios gruesos (los naturales suelen ser carnosos y bellos, no así los artificiales, que parecen producto de un puñetazo propinado con mala leche...).

No.

Pero esta sociedad consumista, capitalista y esclavista está empeñada en confundirnos el sentido a propios y extraños, haciéndonos creer y reforzando dicha creencia con ahínco, que en el consumo de ciertos productos y en la posesión de otros radica nuestra felicidad, satisfacción humana y éxito.

Pero un deseo que liga su potencial de satisfacción a elementos externos de evaluación de grado altamente subjetivo, está abocado al fracaso. Sí, fracasará estrepitosamente en el logro de su ansiado éxito, en sentirse deseado, pues como el champán, su efecto dura lo que las burbujas en la boca, esto es, décimas de segundos... Y, para prolongar dicho efecto, sólo queda la adicción permanente a los suministros externos de dicho éxito o de su virtualidad.

La única manera de satisfacer el ansia de ser deseado es abrazar el camino del desarrollo personal

Éste no tiene nada que ver con el exterior, ni con el culto al cuerpo en detrimento del espíritu. Ya lo dijeron los sabios: «Mens sana in corpore sano». Un alma sana, una mente en estado de equilibrio dinámico, una felicidad trabajada y macerada al amparo de la madurez psicológica se refleja en un cuerpo sano, esto es, bello y saludable. Aunque la belleza de este cuerpo no se ajuste a los cánones de las pasarelas ni del código mercadotécnico de la publicidad. Un cuerpo sano no es un cuerpo Danone. Un cuerpo sano es uno donde su habitante, el alma, se siente a gusto con sus más y sus menos como ser humano, y basa el equilibrio de su psique en la relación dinámica con su alma y su espíritu.

Mientras seamos esclavos alienados y seguidores ciegos de las modas que impone la publicidad (voz de su amo el capitalismo), nos centraremos en ajustarnos al modelo de esclavitud reinante y nos sentiremos frustrados toda vez que (recuérdese: la mayoría de las veces fracasaremos) nuestros intentos de alcanzar la perfección ficticia se muestren inútiles y no logremos sino generar más y más desasosiego anímico.

Reconozco que vivimos en un mundo donde las variables que conforman nuestra psique son más de las que logramos manejar a nivel consciente. Es más, algunas de ellas actúan tan sigilosamente que apenas son perceptibles, si es que lo llegan a ser, por estar invisible y disimuladamente (forman parte del paisaje) almacenadas dentro de nuestro modelo del mundo. Me estoy refiriendo a la religión.

«Cito al antropólogo Marvin Harris (sic): “Todas las culturas poseen un repertorio de técnicas para obtener ayuda de sus dioses. ¿Qué menos que pedirles la resurrección y la vida eterna?”

Asimismo, el filósofo Gonzalo Puente Ojea sostiene que el hombre, desde hace miles de años, subjetivó acontecimientos naturales, como los huracanes u otros cataclismos naturales, e intentó exorcizarlos con rituales mágicos inventados: unos de protección frente a esas fuerzas incontrolables; otros, de súplica. De igual modo, las imágenes —como las que se pasean por las calles en Semana Santa— tienen sus precedentes en las pinturas rupestres, donde ya se representaba la magia de la imitación: si pinto una escena de caza exitosa, ocurrirá en la realidad. Esa ritualidad asegura el contacto con lo sagrado...

Asimismo, el antropólogo Tylor opina que los rituales religiosos son actos sociales en los que se pierde la individualidad y sirven para mantener un orden social determinado.»

Artículo «Sacrificarse por los dioses»,

publicado el 9 de abril de 2004 en el diario El Mundo

Opino como Tylor, y hago mías sus palabras, por lo que, parafraseándole, diré: «Los rituales publicitarios y consumistas de belleza y culto al cuerpo son actos sociales en los que se pierde la individualidad y sirven para mantener a la especie humana dentro del huevo, al tiempo que se mantiene ese orden social determinado, que no es otro que el del tontismo consumista que aliena las mentes y neutraliza la intervención salvadora del alma».

Asimismo, las palabras de Ojea cuando dice que «si pinto una escena de caza exitosa, ocurrirá en la realidad...», si me consigo un cuerpo Danone, unos labios como los de la modelo fulanita, un color de ojos como los de la actriz menganita, uso la misma ropa interior que la cantante sotanita... (lo mismo para los hombres pero sustituyendo los nombres femeninos por los de hombres famosos en el fútbol, etc.) lograré reproducir su éxito, esto es, seré deseada o deseado, y tendré a todo el mundo a mis pies, lo que equivale a algo así como: «todo el Olimpo a mi disposición».

Pero dicha aspiración se torna vana. La premisa se muestra vacía de realidad y de sentido, y no pudiendo sostenerse sobre su base, lo sensato sería deponer las armas de la estética externa y regresar al cálido hogar del alma...

Pues... ¡no!

Se lanzan más aún de cabeza al consumismo, en vez de recurrir al yoga o a la meditación trascendental o al coaching personal..., anhelando ser un perfecto hombre metrosexual del siglo XXI o una perfecta Barbie-tonta-de-labios-y-tetas-cerebro-silicona-siliconarum.

Es rematadamente fácil convencer al ser humano, en general, y más cuando se le aborda en clave grupal, esto es, como miembro de un club. Se trata de una premisa bien conocida en el mundo de las agencias publicitarias (variable que conozco muy bien, pues provengo profesionalmente de dicho sector). Yo misma, sin ir más lejos, diseñé estrategias para convencer al consumidor o usuario de que le convenía comprar tal o cual producto o llevar tal o cual marca (era sumamente fácil «comerles el coco», perdón por la confesión sin rubor ni remordimiento alguno), en los despachos de marketing de las empresas, y en los manuales sociológicos referidos al consumo.

Fascinante ver cómo se pueden mover los hilos del cambio, de las tendencias, de las modas...

Fascinante observar cómo los creadores de opinión funcionan en orquestada maniobra maquiavélica al servicio del poder fáctico e invisible de la llamada eufemísticamente «sociedad de consumo».

Fascinante constatar cómo lo que ha descrito Gregg Easterbrook (periodista de Washington asociado de la Brookings Institution) en su libro La paradoja del progreso se muestra sin rubor en el vecino de despacho, sin ir más lejos, o en la colega, o en el presidente de la asociación de vecinos: los guionistas de Hollywood marcan el paso, ponen el listón, y deciden cuál es el oscuro objeto de deseo de la temporada. Y, ¡olé!, a sacarle humo a la tarjeta de crédito. A desear ser más que el vecino de la serie televisiva.

Cito textualmente a G. Easterbrook:

«La hipocondría social es la enfermedad de la nación más exitosa del planeta. Según la mayoría de los indicadores, la vida ha mejorado más allá de los sueños e, inclusive, las más recientes generaciones. Y, sin embargo, muchos americanos, indiferentes a la abundante información y las experiencias personales, insisten en que el progreso es una simple quimera.»

Easterbrook dice que la actual «discontinuidad entre la prosperidad y la felicidad» es tal que la «avalancha de buenas noticias nacionales» asusta a la gente, molesta a la prensa y no aumenta en nada la medida de la felicidad.

Las explicaciones de Easterbrook incluyen:

• «La tiranía del cuadro pequeño.» La preferencia de las malas noticias produce una concentración en los problemas menores que quedan cuando se consigue una mejoría en las grandes. Malas noticias inventadas sirven para estimular las campañas de recaudación de «los grupos de intereses en los desastres». También hipertrofia la autoimportancia de las elites, que pierden estatus cuando la sociedad está funcionando bien. Las elites de los medios de comunicación tienen un interés en la «ansiedad ampliada de los titulares».

• «La evolución nos ha condicionado a creer lo peor.» En la selección natural darwiniana, el pesimismo, la sospecha y el descontento pueden ser rasgos de supervivencia. Quizá nuestros relajados y optimistas progenitores fueron devorados por tigres de colmillos de sable. Sólo prosperaron los genes proclives a la ansiedad.

• «La ansiedad inducida por los catálogos» y «la venganza de las tarjetas de crédito» ocasionan que la abundancia material acreciente la infelicidad. Mientras uno puede pedir y cargar más crédito, más conscientes somos de lo que poseemos. La «moderna tiranía de la opción» provoca en los consumidores una perpetua intranquilidad y una lamentación eterna...

• El último síndrome es «la tiranía de lo innecesario», que lleva al «síndrome del décimo martillo». Tenemos tantas cosas innecesarias amontonadas que, en ese caos, no podemos encontrar ninguno de los nueve martillos. Así que compramos el décimo. Y la pila se hace más grande.

• El cultivo —e incluso celebración— que los intelectuales, los abogados litigantes, los políticos y la prensa hacen de las víctimas es tanto causa como efecto en la actual cultura de la queja.

Easterbrook está escandalizado por la corrupción corporativa y por la pobreza en medio de tanta abundancia. Y hace muchas reflexiones sensatas acerca de cómo corregir el desequilibrio que siente mucha gente entre su abundancia material y la escasez de significado que encuentra en sus vidas. Lo esencial de su consejo es que debemos tomar una actitud más espiritual y ganar un significado haciendo el bien mientras disfrutamos de nuestra prosperidad material. Si tenemos más abundancia espiritual, seremos seres más sólidos, mejores humanos y estaremos más satisfechos a niveles más profundos.

Tanta frustración vital.

Tanta desolación existencial.

Tanto despiste espiritual.

Tanto vacío de corazón.

Tanto desamor relacional.

Hace que seamos presa fácil de todo aquello que nos distraiga de semejante fiasco. Por consiguiente, seguimos hincándole el diente a los elementos externos de éxito, tales como el coche, la pareja, la casa y el barrio donde está ubicada, y ¡cómo no!, el cuerpo en el que depositamos las posaderas de nuestra delicada y etérea alma.

Ya, ya me he dado cuenta..., soy consciente de que apunté que la pareja que uno tiene es un elemento externo definidor del éxito.

Cierto.

Dependiendo de la pareja que tengamos, así será nuestro éxito

Pongamos por caso que soy hombre, rondo los 45, dirijo empresa propia, tengo un divorcio en mi haber, poseo un coche de gama alta o lujo, chalé en la costa, yate o similar, y un gran disponible financiero en el banco. Lo propio será que me busque una esposa que luzca mi éxito. He aquí el perfil de la combinación ganadora: mujer (por supuesto); entre 30 y 40 años muy bien llevados, esto es, sin arrugas, sin flacidez, esbelta y en forma; elegante, con clase y educada; inteligente y de conversación interesante y brillante (recuérdese: ha de acompañarme a cenas de negocios y demás menesteres sociales en los que ha de dejarme a la altura de la Luna, no de las cloacas); con posición social y económica (he de poder presumir de ella); y si es famosa por algo y/o tiene posición —es una chica correcta—, mucho mejor. ¡Ah!, lo olvidaba, ha de seguirme a donde yo le diga, no ha de pretender tener más neuronas que yo, ni enmendarme la plana delante de otros, no importando si son propios o extraños; ha de mostrarse sumisamente cariñosa, y estar siempre de buen humor, chic, elegante y dispuesta a seguirme al fin del mundo, y que no se le ocurra envejecer porque en ese supuesto la cambiaré.

Obviamente, no existe este perfil de mujer.

¿Cierto?

No.

Existir existe, pero... la cuestión no es si existe o deja de existir.

La cuestión es si una mujer maravillosamente inteligente y bella está dispuesta a apartar de sí su corona para servir de comparsa a un señor en sus menesteres. Confieso que conozco a mujeres que lo hicieron, pero la mayoría volvió a buscar su corona para no quitársela nunca más. Ese tipo de mujeres reconquistó la dignidad de su realeza para no volver a perderla, intercambiarla, negociarla a la baja o encerrarla en el desván, a cambio del amor de un hombre. Ya he hablado largo y tendido sobre ello en mi anterior libro, La reina que dio calabazas al caballero de la armadura oxidada. Por consiguiente, una mujer de ese calibre sólo vuelve a considerar la opción de casarse o emparejarse con un hombre de su nivel, alguien de su estirpe, noble y libre que la ame precisamente por su singularidad y genuinidad, por ese rasgo que la hace diferente a esas otras mujeres que no usan su corona para reinar su vida. Un igual en todos los sentidos, alguien con quien compartir el reinado, esto es, una corregencia. Por eso hay tantas mujeres inteligentes, bellas de alma y de espíritu libre que siguen solteras después de haberse divorciado. Les trae al pairo lo que diga la sociedad. Por consiguiente, no se casan de nuevo a menos que hallen a su alma gemela, esto es, un rey para una reina.

Ya lo ha vaticinado la BBC en su programa: para el año 2020 (sólo faltan 16 años), las mujeres pasaremos de ellos, y a ellos sólo les quedará la opción de fundar un club para hombres cabreados.

En ese mundo, la tortilla se habrá dado la vuelta (¿o la dio ya en 2004?) y será una mujer la que podrá firmar el siguiente anuncio: «Busco compañero acompañante de viaje vital y sublimes puestas de sol, con buen aspecto físico, joven de espíritu, cuerpo amable y elegante porte, en forma, ágil de mente y con ideas propias, conversación amena y brillante que no pedante, servicial, atento, mimoso, condescendiente, viajemos juntos cuando el trabajo de uno de los dos lo requiera y así ambos lo deseemos, respete mi espacio o “vuelta al hogar del alma” cuando yo lo necesite, limpio y aseado, que cuide de la casa como yo, cuente cuentos a los niños y me haga el desayuno. ¡Ah!, lo olvidaba, que se haga cargo de su psique, esto es, haga yoga u otra actividad que le reporte beneficios en esa línea, y tenga un coach para mantener en forma su alma y su corazón humano. Un hombre interdependiente, con el anima y el animus en su sitio. De romántico sentir e independiente pensar. Que me haga sentir la mujer más reina del universo universal. Un hombre que me sepa amar hasta el fondo de su alma y aún más allá de los sueños y de la muerte existencial. Un hombre suficientemente inteligente y sabio, seguro de sí mismo, conocedor y valedor de sus talentos y capacidades como para no sólo no asustarse de una mujer como yo sino, sobre todo y ante todo, sentirse el ser más afortunado del mundo por tener el amor de una reina como yo. En definitiva, alguien que me haga pensar que el propósito de mi existencia no se redujo sólo al cumplimiento de mi misión vital, pues conocerle a él se tornó tan importante como aquélla. Un igual de alma, un ser multisensorial en cuerpo de hombre».

¿Existen hombres así?

Vamos a descubrirlo.

El dating, o sea, el ligar en tiempos de liberación femenina

En este libro doy un paseo por los especímenes de hombres que he conocido directa o indirectamente, y he hecho una clasificación basándome en un rasgo predominante de su personalidad externa, esto es, sus comportamientos en el terreno de la conquista de una mujer. Dicen que ellos son cazadores, mientras que ellas son nutricias y eje del hogar. Por consiguiente, ellos han diseñado las normas y reglas del dating (citas románticas) e inician, por supuesto, la danza de la conquista. Sin embargo, según muchas psicólogas expertas en relaciones de pareja, muchos hombres no se atienen a esas normas caducas del medioevo-citas-romanticonas, esto es, no piensan que sea patrimonio exclusivo del hombre el dar los primeros pasos o tomar la iniciativa. Por eso los hombres con este perfil de pensamiento y patrones de creencias a veces no se acercan a una mujer si ésta no les muestra que siente interés por ellos, es decir, les sucede lo que a muchas mujeres: sólo se les aviva el interés por el otro cuando éste es bidireccional: él también muestra interés por ella. Por consiguiente, los hombres y mujeres de estilo proactivo e igualitario habrán de encontrarse, ya que ambos necesitan a un igual con quien bailar la danza del romance. Si una mujer proactiva se encuentra con un hombre a la antigua usanza (de los que cazan), a buen seguro que saldrá huyendo, ya que una proactiva con un cazador forman una pareja muy extraña, además de incompatible. Asimismo, cuando un hombre proactivo se tope con una mujer amazona cazadora le sucederá lo mismo: saldrá huyendo, no podrá soportar semejante acoso y derribo.

¿Hay quién se aclare?

¿Hay forma de hallar el alma gemela en medio de tanto barullo y senda invisible?

¿Hay alguien suficientemente valiente y persistente como para perseverar a pesar de la confusión reinante?

¿Cómo hacer para no encerrarse en bosques oscuros y no ser presa de la desesperación?

¿Cómo comportarse, qué mensaje emitir, transmitir y retransmitir para tratar de contactar, al menos contactar, con los de nuestro perfil de alma?

Con el ánimo de depurar y organizar mi propia biblioteca de praxis y teoría del dating, me lancé a escribir este libro, eso sí, haciendo gala del humor que me permite salvar situaciones vitales conflictivas y duras de roer. Porque las cosas, no por ser tomadas con humor, o sea, a la ligera angelical, son menos serias, comprometidas, juiciosas y sabias. Todo lo contrario. Suelo recordar que los ángeles vuelan porque se toman a sí mismos a la ligera. Además, las cosas aprendidas con humor son mejor aprehendidas, asimiladas y elevadas.

Mi clasificación tipológica de Homos, por consiguiente, pretende ser práctica, amena, útil, divertida, inspiradora, mágica, didáctica y humana, y ¡cómo no!, contributiva.

Mis comentarios y clasificaciones peculiares pretenden inspirar pero no sentar cátedra. Son fruto de mi visión y praxis empírica del mundo. Ésta última contrastada con otros seres humanos que han compartido miedos, sinsabores, éxitos, logros, extravíos, pérdidas, ganancias, ideas, creencias, anhelos, sueños y alma conmigo a lo largo de mi vida profesional y humana. Me enorgullezco de haber aterrizado (léase, nacido) en esta época de tantos cambios sociales. Por consiguiente, está en mi ánimo el contribuir a que las relaciones humanas se suavicen y se conviertan en puentes que acerquen cada vez más, en lugar de crear abismos que separen y aíslen. Me siento comprometida a encontrar vías de entendimiento útiles para ambos bandos, de modo que se creen sinergias de cooperación y acercamiento de posiciones. Eso sí, todo entendimiento con el otro pasa por el entendimiento del ser más cercano que uno tiene: uno mismo. Es imposible crear puentes de unión, de amor y de sana interrelación con otro semejante si uno no es capaz de acercarse ni un milímetro al ser más importante (debería serlo) de su vida. La sociedad es bombardeada todos los días con miles de mensajes que no hacen sino reforzar la idea errónea pero normal (como diría Clarissa Pinkola Estés: «Se ha normalizado lo anormal») de lo que son las relaciones entre un hombre y una mujer.

¿Por qué digo erróneas?

En las relaciones sentimentales sólo se refleja el aspecto o experiencia disfuncional de éstas

Reforzándose una y otra vez el estilo que, precisamente, jamás deberían tener las relaciones. Reiterándose, asimismo, las variables que sustentan las relaciones erróneas.

Quizá por ello las relaciones sentimentales, o románticas, entre hombres y mujeres son tan difíciles: porque se sigue el mapa equivocado, y así es imposible llegar a donde queremos llegar. Las películas, las series, las canciones de amor, los libros románticos, los programas de televisión..., se empeñan en hacer creer a la gente que el amor de verdad es el que te deja destrozada la vida cuando él o ella se alejan de ti. Se empeñan en inyectarnos en el inconsciente esa mentira socialmente normalizada que nos refuerza la idea de que el amor es igual a celos, sufrimiento, mentiras, deseo permanente, frenesí inagotable y un falso «fueron felices y comieron perdices» sin tener que elaborar, trabajar y cuidar, en definitiva, alimentar y procurar la supervivencia de la relación.

Las relaciones son como un río, nunca sabes qué vas a encontrar más adelante: un remanso, una catarata, un rápido, una cueva o qué. Asimismo, las personas evolucionamos, nuestra alma tiene sus planes y, con los años, algunas relaciones dejan de tener sentido, hemos de dejarlas e irnos hacia la persona con la que nuestra alma ha pactado encontrarse para cumplir una nueva misión o etapa.

Cuando dos personas se encuentran en su camino vital, han de ayudarse a conocerse. Han de ayudarse a reconocerse en su alma, en sus comportamientos, esto es, ponerse al día. Han de guiarse mutuamente, pues son como dos universos que se encuentran y han de ayudarse en la exploración mutua. Tendrán que acercar posiciones, conversar, hacerse confidencias, sincerarse, abrirse, exponerse, ser vulnerables, apoyarse, «negociar» aspectos menos románticos pero sí prácticos de la relación. Ahora bien, si una relación no fluye desde el principio, es mejor dejarla. Fluir no significa no tener que afrontar «zonas oscuras», «descubrir zonas inhóspitas»... Fluir tiene que ver con no tener que darse explicaciones, con no tener que ceder, tergiversar, mentir ni esconder nada de uno. Fluir es sentir que la confianza arropa la relación, la guía y la vertebra. Cuando dos seres se relacionan a nivel de alma, la relación es fluida, el tiempo transcurre en un suspiro y, desde el primer momento, ambos «sienten» que se conocen, que es como reencontrarse con alguien querido a quien hace tiempo que no se ha visto. Una relación a nivel de alma sabe que es real, por lo que no hay que seducir sino amar.

Amar a alguien que es alma gemela es garantizarse una relación que fluye, esto es, basada en la confianza. Aunque bien es cierto que muchas personas acaban por bajar el listón, pues se hartan de esperar a su alma gemela. A veces, el alma gemela pasa de largo porque nosotros le enviamos mensajes equívocos: disimulamos quiénes somos de verdad por temor a «no conseguir pareja nunca jamás».

Nunca, nunca, nunca hay que fingir ser quien uno no es ni esconder quien uno es

La autenticidad y aferrarnos a nuestro sueño nos salvará del desastre. Más vale estar con uno mismo en armonía y haciéndole sitio a la sorpresa del destino, que enredado en una mala relación o relación a medias (consecuencia de haber bajado el listón o haberse conformado con el factor «bajo riesgo»), ya que ello nos impedirá reconocer al alma gemela.

No renuncies a tus sueños, no te conformes con «opciones menos malas».

Recuerdo que hace años yo soñaba con irme a Madrid a trabajar en una agencia de publicidad multinacional. No sabía el nombre de la empresa, pero tenía muy claro el perfil de la misma y el tipo de jefe que deseaba para mi nueva etapa profesional. Si hubiese renunciado a mi sueño, si hubiese admitido que no era posible que me hiciesen una oferta en una agencia así, nunca lo hubiese logrado, sencillamente porque me hubiese conformado con cualquiera de las ofertas que me hicieron: algunas provenían de agencias cuyo perfil era parecido a la «agencia de mis sueños», pero, dado que yo sentía que «no era», decidí aferrarme a mi sueño. Mientras lo alcanzaba, preferí seguir trabajando en la agencia en la que estaba. De haber aceptado alguna de las ofertas que tuve, seguro que nunca me hubiesen llamado de la agencia de mis sueños.

Probablemente.

Asimismo, me encanta contar que el día en que me iba a Madrid a la entrevista, se me sentó al lado el arquitecto (él mismo me dijo que era «una señal del destino») que había diseñado el edificio Windsor —ahí estaban entonces las oficinas de esa agencia de publicidad—. Logré mi sueño, lo alcancé. Por ello, toda vez que persigo un sueño, me recuerdo que debo perseverar, ser valiente y aferrarme a mi sueño. Nunca he de soltarme, pues siempre acabo por hacer realidad mis sueños, soy así de cabezota. Además, también es cierto que consulto a mi corazón, y le pregunto cómo se siente. Asimismo, filtro la situación por mi intuición y tengo en cuenta las sutiles señales que mi inconsciente me ofrece a modo de extra. Pondré un ejemplo: siempre que tengo una reunión de trabajo para recoger un briefing (información esencial para elaborar el proyecto), me fijo en qué señales me envío subliminal y sutilmente, a modo de sincronicidades, como hubiese dicho Jung. Por ello, siempre que me pierdo, no consigo orientarme, o todo lo contrario, llego sin contratiempos, veo todas las indicaciones, no hay atascos, no se me rompe un tacón, no me tuerzo un pie, encuentro sitio para aparcar, me sonríe la recepcionista, me guía un policía motorizado hasta el lugar, y así... Tomo nota. Funciona. Toda vez que me orienté, me encontré con alguien que me indicó el camino... me dieron el proyecto. Por el contrario, cuando me extravié, no supe orientarme, me torcí un tobillo, etc., no llegué a un acuerdo. Tengo una especie de percepción precognitiva, una especie de «avanzadilla» que me cuenta cómo están las cosas al otro lado. Cuando no he hecho caso a los «toques de aviso», me ha ido fatal. En cambio, cuando los he tenido en cuenta, me he ahorrado muchos sinsabores y he logrado muchos éxitos.

Creo firmemente que dos almas pueden establecer contacto antes de conocerse físicamente

Por consiguiente, abro los canales, esto es, dejo que mi inconsciente tome el mando y me dejo guiar y aconsejar por las señales. Si me encuentro mal, hago caso. Si me encuentro bien, hago caso. Sienta lo que sienta, le doy crédito, me lo tomo en serio. Cuando uno practica el reconocer las sutiles señales de la sincronicidad, se acostumbra a detectar hasta la más mínima señal. Ahora bien, lo más beneficioso del practicar lo que en PNL se conoce como activ dreaming es ahorrarnos un montón de citas a ciegas, despistes emocionales y reuniones insidiosas.

Pero como a la intuición le va muy bien la razón como complemento, nada como tener información documentada para que doña análisis pueda suministrar alimento al equipo formado por intuición y razón.

Que la imaginación te acompañe, y disfrutes del contenido de este libro.

El último sapo que besé

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