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INTRODUCCIÓN GENERAL

El género geográfico ocupa en la historia de las letras latinas un lugar descollante dentro de la literatura técnica por varios motivos: primero, porque la Geografía fue objeto de estudio permanente durante todo el desarrollo de esa civilización y por tanto alcanzó un considerable volumen de producción; pero también porque al ser por su propia naturaleza objeto del interés de historiadores, militares, comerciantes y gobernantes, y apoyatura de literatos, el número y calidad de quienes la cultivaron fue elevado, la diversidad de sus enfoques muy rica y su vehículo lingüístico plural, la prosa y el verso. Así, del gran tronco de la Geografía brotaron tantas ramas como variados eran los objetos de atención de sus estudiosos.

En consecuencia, de la aspiración general de describir físicamente el mundo nacieron los tratados de Geografía general que llamamos corografías, consistentes en descripciones de costas y continentes del tipo de la de Agripa. Con la añadidura de comentarios sobre las costumbres de los pueblos se sentaron las bases de la Geografía humana, representada en Roma por la obra de Pomponio Mela. Ésta, por evolución natural, engendró a su vez una Geografía política de pretensiones exhaustivas que sirvió a los intereses del Estado romano, como es el caso de la obra de Plinio. Derivación última de ésta es la Geografía administrativa.

A cada una de esas ramas acompañó en el tiempo ya desde su nacimiento una pretensión cartográfica, que por lamentable ausencia de una concepción abstracta del espacio no desarrolló una visión de conjunto geométrica e isótropa 1 .

Como derivación de la mentalidad cartográfica, —no opuesta a ella sino precisamente como conciencia de la superficie espacial más ligada a la visión inmediata y cotidiana del mundo 2 —, se llega a la confección de planos e itinerarios para uso militar, comercial, pedagógico e incluso catastral que, si bien usados ya en Grecia desde el s. IV a. C., alcanzaron con el Imperio Romano una difusión desconocida hasta entonces.

En su desarrollo, el género cartográfico produjo luego un curioso fenómeno al ir los textos acompañados de mapas, y ello fue que por una explicable falta de confianza en la imagen dibujada 3 , y acaso también por causas pedagógicas, se procedió en sentido inverso a una copiosa descripción del mapa en palabras, como ejemplifica la obra de Julio Honorio y otros.

No obstante el esfuerzo empeñado en la tarea geográfica, es de lamentar que la ambición de sus objetivos estuviera a menudo muy por encima de los medios técnicos de que se disponía, de modo que alguno de los caminos emprendidos resultó intransitable a sus investigaciones, como es el caso de la medición de longitudes. Efectivamente, como acontece en toda la Geografía antigua, la romana encontró su mayor dificultad en la determinación de las posiciones, la medición de las distancias y el cálculo del tiempo. De ello ya había adolecido la Geografía griega, que padeció —no sólo en el terreno geográfico— y transmitió las consecuencias no tanto del divorcio de la ciencia y de la técnica como de la falta de recursos tecnológicos. En qué grado haya transmitido esas consecuencias y cuánta sea la originalidad de la Geografía romana es cosa que aún hoy se discute: de un lado forman quienes contraponen frontalmente la concepción cartográfica griega, que pretenden científica y matemática, a la romana, según ellos de base netamente empírica 4 ; de otro, los que consideran erróneo presentar la cuestión en términos tan contrastados 5 . Para aquéllos son argumentos suficientes las mediciones de latitudes efectuadas con aparatos de invención griega, como la clepsidra, el gnomon y la dioptra, y la creación de sus propias unidades y divisiones de la ecumene, como las zonas astronómicas proyectadas sobre la esfera terrestre, los klímata de Hiparco, y las sfragídes de Eratóstenes. Los otros, en cambio, invalidan en parte el carácter científico de la Geografía griega aduciendo numerosísimos errores de medición, como los cometidos por Ptolomeo, se remiten a los conocimientos teóricos y prácticos evidenciados por técnicos romanos de la categoría de Vitruvio y recuerdan que los geógrafos latinos de los siglos II y I a. C. —caso de Varrón de Reate, Julio César, y Agripa— hicieron mediciones y sirvieron incluso de fuente a geógrafos griegos como Estrabón, que tomó datos del propio César, y Artemidoro.

Pero, a la postre, el establecimiento de una koiné cultural a partir del s. II a. C. unificó la visión del mundo de modo tal que, como afirma Nicolet 6 , en época de Augusto ya puede hablarse de una comunidad de conocimientos geográficos y, por tanto, de una sola Geografía. De tal unidad dan fe las obras de Diodoro, Estrabón, Artemidoro y Plinio.

En tanto que documentos escritos, independientemente de que su naturaleza sea o no literaria, los tratados recogidos en este volumen entrañan un indudable interés filológico, aunque acaso no será éste el que convoque en nuestros días a mayor número de curiosos. Su atractivo se hallará entonces como fuentes de la Geografía posterior o como documentos históricos de las reformas administrativas e, incluso, en su calidad de testimonios del estado de los conocimientos geográficos tras la regresión producida por la gran crisis del s. III d. C. La circunstancia de haber permanecido ocultos a la atención del gran público no debe achacarse, pues, al hecho de que se trate de obras de carácter menor, sino más bien a que han permanecido eclipsadas por el brillo de las de los grandes geógrafos latinos, como Mela, Plinio y Solino.

Traemos por ello a este volumen un conjunto de obras de contenido geográfico encabezadas por el poema De reditu suo del último gran poeta latino, Rutilio Namaciano (s. V d. C.), que añade a su interés literario e histórico el de ser también fuente de información sobre la costa italiana del Tirreno medio y septentrional y la navegación costera. Precisamente fue el carácter de documento geográfico inherente a la obra el que la destinó a ser compilada en la tradición manuscrita y editada desde las primeras versiones impresas en compañía de otros autores y obras tardías de contenido geográfico, como Vibio Secuestre y los Regionarios de Roma y Constantinopla , aquí recogidos. La filología alemana del s. XIX culminó el proceso agrupando tratados que vagaban dispersos, estableciendo un conjunto más ordenado y armónico en el ámbito de la Geografía menor para luego proceder a la edición de los textos con arreglo a las leyes de que se había dotado. A Alexander Riese debemos la compilación, en su edición de 1878, de no menos de diecisiete obras de muy diversa datación —desde el siglo I a. C. hasta el s. V d. C.—, autoría, carácter y fama, pero de indudable unidad y homogeneidad no sólo por los presupuestos que las alumbraron, sino incluso por su valor como fuentes para calibrar la profundidad del saber geográfico romano en sus aplicaciones administrativas, didácticas, cartográficas, militares, etc. 7 .

Todo ello, según vemos, acredita el acierto de Riese como compilador, y precisamente de su obra nos hemos servido para seleccionar los textos agrupados en el presente volumen. No obstante, hemos dejado fuera de nuestra selección los tres últimos tratados de esa obra titulados Liber Generationis, Ex chronographo anni p. Chr. 354 excerptum y Exordium (págs. 160-174), que por su neto carácter cronográfico caían de suyo fuera de nuestro propósito. Asimismo hemos prescindido de la parte geográfica de las Historiae adversus paganos de Orosio (págs. 56-70) por haber aparecido ya en la presente colección 8 la obra completa de ese autor y por hallarse inserta en la parte II de la Cosmografía del Pseudo Ético, que recogemos en este volumen. Igualmente orillamos el texto compilado por Riese bajo el título de Laus Alexandriae (pág. 140), que añade a la parvedad de su extensión —poco más de media docena de líneas— el escaso interés de la información que procura. A cambio hemos añadido, anteponiéndolos al Regionario de Constantinopla (págs. 133-139 de Riese), otros dos regionarios de Roma anteriores a él y modelos suyos que editó Jung 9 en 1897.

Para cuatro de los tratados estudiados nos hemos servido de ediciones más recientes y críticamente más fiables sólo por el hecho de llevar incorporados los progresos habidos en el establecimiento de la tradición textual: así, para los titulados Dimensuratio provinciarum y Divisio orbis terrarum (págs. 9-14 de Riese) hemos acudido a la edición de Schnabel 10 de 1935; para la Expositio totius mundi et gentium (págs. 104-126 de Riese), a la reciente edición de Rougé 11 , en la que se han despejado no pocos problemas estructurales; por último, la moderna edición de Parroni 12 nos ha servido de guía para el estudio de la obra de Vibio Secuestre (págs. 145-159 de Riese).

Se ha respetado el orden de los tratados establecido por el compilador, salvo en lo que concierne al autor precitado, que hemos procedido a agrupar con las obras de carácter más descriptivo o didáctico, desplazando en consecuencia a continuación de él, al final del volumen, los que por su naturaleza caen dentro de la Geografía administrativa 13 .

Acompañamos además los textos con varios mapas que describen diacrónicamente las modificaciones habidas en el sistema provincial romano desde la época inmediatamente anterior a Agripa hasta finales del s. IV , en que se produce la última gran reforma administrativa. Asimismo reproducimos como curiosidad el mapa que Kubitschek dibujó a imitación del que suponía modelo de Julio Honorio 14 .

En lo que concierne a los índices de nombres, dada la diferencia de géneros literarios que confluyen en este volumen y el deseo de mantener la unidad de cada tratado, hemos preferido acompañar cada obra de su propio índice en lugar de ofrecer uno general, cuya consulta resultaría sin duda enojosa por el elevado número de siglas que inevitablemente vendrían a coincidir en cada lema.

Por lo que atañe a topónimos, étnicos y antropónimos griegos y latinos, hemos procurado atenernos a las normas que rigen su transcripción al español de acuerdo con los conocidos estudios de M. Fernández Galiano y A. Pociña 15 . Somos conscientes de haber incurrido en algunas inconsecuencias inducidas —aquéllas que no se deban a descuido— por el deseo de no perder de vista el criterio de que lo que era forma usual en latín debe serlo también en nuestra lengua.


BIBLIOGRAFÍA GENERAL

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1 Niega, desde luego, la existencia de tales conceptos P. JANNI , La mappa e il periplo. Cartografia antica e spazio odologico , Macerata, 1984, págs. 77 s.

2 C. NICOLET , L’inventaire du monde. Géographie et politique aux origines de l’Empire romain , París, 1986, pág. 106.

3 Así lo entiende P. JANNI , para quien el recurso a la imagen cartográfica no era tal en la Antigüedad; véase su obra La mappa e il periplo …, págs. 41 s.

4 Últimamente ha insistido en esta tesis tradicional P. PÉDECH , «Géographes grecs et géographes romains», Caesarodunum 15 bis (1980), 23-35.

5 Defienden los logros romanos en ese campo O. A. W. DILKE , M. S. DILKE , «Perception of the Roman World», Progress in Geography 9 (1976), 41-72, y NICOLET , L’inventaire du monde …, págs. 100, 103 s.

6 L’inventaire du monde …, pág. 100.

7 A. RIESE , Geographi Latini Minores , Hildesheim, 1964 (= Heilbronn, 1878).

8 B. C. G., núms. 53 y 54.

9 J. JUNG , Grundriss der Geographie von Italien und dem Orbis Romanus , Múnich, 1897.

10 P. SCHNABEL , «Die Weltkarte des Agrippa als wissenschaftliches Mittelglied zwischen Hipparch und Ptolemaeus», Philologus 90 (1935), 405-440.

11 J. ROUGÉ , Expositio totius mundi et gentium , Colección Sources Chrétiennes , núm. 124, París, 1966.

12 P. G. PARRONI , Vibii Sequestris de fluminibus fontibus lacubus etc ., Milán-Varese, 1965.

13 Se trata de los Regionarios de Roma y Constantinopla y de la Lista de Verona, Lista de Polemio Silvio y Lista de las Galias .

14 En su art. «Die Erdtafel des Julius Honorius», Wiener Studien 8 (1886), 278-330.

15 Respectivamente, La transcripción castellana de los nombres propios griegos , Madrid, 1961, y «Sobre la transcripción de los nombres propios latinos», Estudios clásicos XXI (1977), 307-329.

El retorno. Geógrafos latinos menores.

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