Читать книгу 365 días para cambiar - Sònia Borràs - Страница 10

Оглавление

El calendario



—¿Se puede saber qué estás haciendo? —me pregunta Drew extrañado al verme colgando un calendario en la pared en mi lado de la habitación, cerca de la ventana.

—Estoy poniendo un calendario, ¿no lo ves? —respondo un poco molesta porque siempre está pendiente de todo lo que hago, pero a decir verdad solo me incomoda un poco.

—Lo siento, solo quería saber por qué lo colgabas.

—Ayer, Diego, el fisioterapeuta, me dio una idea al decir­me que tenía un año para cambiar. Cada día que pase marcaré con una cruz el día y en mi bloc de notas anotaré los progresos que haya hecho a lo largo del día. Tenía razón cuando dijo que tendría que aprender del camino.

—Pienso que es una buena manera de ver tus avances y ser consciente de ellos. Es una buena idea —sonríe, pero hoy su sonrisa no está formada por la misma luminosidad que tiene cada día.

—¿Qué te sucede? Pareces triste… —sé que no está bien, lo puedo notar en sus ojos. Me mira y vacila unos segundos antes de hablar. Cuando se atreve a hablar, mira hacia el suelo y no puedo descifrar qué es lo que en el fondo siente.

—Los médicos me han dicho que mañana será el día en el que me harán una prueba con la cual podrán determinar si la operación ha ido según lo esperado.

—Y tú, ¿cómo te encuentras? —le pregunto.

—Por ahora me siento bien, tampoco es que haya tenido más dolores durante todo este tiempo, así que supongo que es un indicador de que por el momento todo va correctamente.

—Pues claro que todo irá bien, pronto te irás a casa y no podrás cotillear sobre mí, que por lo que he visto resulta ser uno de tus pasatiempos favoritos —digo medio bromeando, pero a la vez con un atisbo de seriedad, con la esperanza de que se anime un poco y vuelva a sonreír.

—Siempre nos quedará el móvil —ríe y me alegro de que se encuentre más animado—. ¿Y cómo vas con los brazos? ¿Te duelen?

—Apenas los siento, puede ser que me esforzase, pero nunca me arrepentiré por haber querido ir más allá y esfor­zarme con todas mis fuerzas, porque sé que, en un tiempo, todo lo que ahora me duele merecerá la pena, y será entonces cuando todo el dolor que llevo a mis espaldas se convertirá en una lucha ganada.

—Esa es la actitud que debes enfrentar, Elise —dice—. ¿Sabes? Cada vez estoy más seguro de que cuando me vaya te echaré de menos. Es verdad que tan solo hace unos días que nos conocemos, pero me gusta estar a tu lado, porque de alguna forma nos ayudamos el uno al otro cuando lo necesi­tamos —dice con tristeza.

—Yo también te echaré de menos, siento que he tenido la libertad de hablar contigo de muchas cosas personales que me preocupaban y me has ayudado, de verdad —le respondo con total sinceridad.

Después, sonrío y me dirijo al gimnasio. Es mi segundo día y otra vez daré lo mejor de mí.Cuando llego, compruebo el reloj que está en la pared y veo que por primera vez he llegado puntual. Al entrar en el gimnasio, Diego me espera y miro alrededor sin ver a mucha gente, porque es temprano, así que prácticamente puedo decir que tengo todo el gimna­sio para mí sola.

—¿Cómo estás? —me pregunta al llegar.

—Estoy bien. Me duelen un poco los brazos, pero ya sabía que pasaría —involuntariamente sonrío.

—¿Preparada para más estiramientos que ayer?

—No lo sé, pero al menos lo intentaré —confieso a la vez que pienso que acabaré aún más cansada, pero ahora nada de eso me importa, solo tengo una cosa en mente y es alcanzar mis objetivos sin mirar nada más.

Lo primero que hago es recordar los estiramientos que me enseñó ayer, bajo su atenta mirada. Me corrige durante algu­nos ejercicios y sigo adelante con los nuevos estiramientos. Teniendo en cuenta que mi propósito es ganar más muscu­latura, pronto me doy cuenta de que debo hacer más fuerza y por tanto los estiramientos se vuelven más cansados y pesa­dos además de complicados, pero estar al lado de Diego, sin saber por qué, me alegra un poco y consigo olvidar el esfuerzo que debo llevar a cabo con los estiramientos.

Diego es una compañía silenciosa, desde que lo vi supe que sería alguien con poca tendencia a hablar, y hoy he podido comprobar que si no soy yo quien le pregunta algo él no dice nada, pero aun así puedo decir que me gusta que me esté acompañando en lo que se podría llamar como una nueva experiencia.

—Ayer me diste una idea al decir que tenía un año para cambiar —empiezo a decir—. He colgado un calendario en la habitación, para ir marcando los días que pasan en mi recu­peración y cada día que pase apuntaré mis progresos —anun­cio y veo que sonríe.

—Elise, las personas fuertes aprovechan los obstácu­los para seguir luchando y aprender durante el camino. Me parece una muy buena idea que tú también lo hagas.

—Es verdad que empezar de nuevo es difícil. He comen­zado otra vida, en la que tengo que cambiar muchos hábitos, pero conseguiré salir a flote.

—Al principio todo cuesta lo suyo, pero sé que eres más que capaz de conseguir lo que te propongas. Llegarán días os­curos en los que no aceptarás nada y todo te parecerá injusto e inútil, pero no debes rendirte. Ya lo dicen: quien algo quiere, algo le cuesta. Y si quieres volver a andar, te costará esfuerzo y sobre todo mucha dedicación.

—En mi vida había hecho rehabilitación, sobra decir que jamás me imaginé usando una silla de ruedas, y mírame ahora. De golpe todo ha cambiado y es solo el comienzo… —digo sintiéndome confusa ante el torrente de emociones que siento. Poder hablar con él o con cualquier persona que pueda comprender un poco mi situación me hace sentir amparada en medio de este cúmulo de vivencias.

—Son imprevistos, cosas que no esperabas que llegasen a tu vida, pero un día te despiertas y ves que ha ocurrido. Quizás lo aceptes con el tiempo o te rebeles contra el mundo y la vida que se ha puesto por delante. Pero poco a poco vas viendo qué es lo mejor.

—Me sirve de mucha ayuda hablar contigo —le digo y al instante pienso que con mis palabras me he precipitado.

—A mí también me gusta hablar con una chica que en los últimos días está aprendiendo lo que es ser fuerte. Necesitas que alguien te guíe por este nuevo camino y te ayuden, y si quieres que te ayude yo, no te preocupes, porque ahí estaré —sus palabras sinceras es justamente lo que necesito en estos instantes y no puedo hacer más que agradecérselo de corazón.

Durante el resto de la hora no hablamos más, pero lo que me ha dicho ha quedado grabado en mí. Desde ahora puedo decir que se está convirtiendo en alguien especial para mí, podría etiquetarlo de amor, podría. Pero… aún no estoy segura de que esto que siento sea el principio del amor. Lo único que sé es que ya solo por el hecho de verle entrenaré todas las horas necesarias y más, si con ello puedo hablar con este chico tan maravilloso. Quizás no todo sea tan oscuro como de buenas a primeras lo percibí. He hecho un amigo con el que puedo hablar con total confianza, aunque hace unos días ni siquiera conocía su existencia y en estos momentos estoy en el gimnasio, enfrente a la que se me presenta como una nueva vida.

Al regresar a la habitación no veo a Drew, pero, en cambio, me encuentro con mis abuelos, que están hablando con mi madre. Cada vez que pueden vienen a visitarme y solo por el hecho de preocuparse por mí ya se lo agradezco. Durante los primeros días estaban destrozados, ahora igual que el resto de personas que me rodean ven que lentamente voy superan­do lo que me ha dañado.

Les saludo y sé que están felices de verme fuera de la habitación.

—¿De dónde vienes, querida? —me dice la abuela afectuo­samente mientras se acerca y me abraza.

—Vuelvo de entrenar, cada día desde antes de las diez hasta las once y media voy al gimnasio del hospital —respon­do sin demasiada efusividad, puesto que el cansancio hace mella en mí y me cuesta disimularlo.

—¿Tan pronto después del accidente? —pregunta extra­ñada pero a la vez contenta.

—Los médicos dicen que he mejorado… —al menos un poco, pienso—. Creen que estoy preparada para empezar con el entrenamiento.

—Es genial, Elise. Y, ¿cómo te sientes respecto a todo esto? Si no quieres hablar, te entendemos —esta vez quien habla es mi abuelo.

—De ánimos estoy mejor. He entendido que para seguir adelante tengo que dejar cosas atrás y darlo todo de mí. Y bien, digamos que haré todo lo posible con tal de llegar a mis metas. Además, ahora ya tengo más presente que se han aca­bado para mí los días en los que estaba deprimida llorando en la cama.

—Te has recuperado muy deprisa, precisamente nadie diría que hace tan solo unas semanas sufriste un terrible ac­cidente de coche que por poco no te cuesta la vida —dice mi abuela—. ¿Y cómo llevarás los estudios, a partir de ahora?

Y de repente, chocando contra mi breve momento de re­flexión, vuelvo a pensar en la vida que dejé inacabada, la que estaba relacionada directamente con los estudios y el futuro. No lo había pensado ni una sola vez desde que había entrado en el hospital, básicamente porque no era lo que más me importa­ba, al menos teniendo en cuenta cómo me siento, y la verdad que aún es pronto para pensar en qué sucederá más adelante si, para empezar, a veces no entiendo ni el presente que me rodea.

Al principio, no sé qué decir, porque no tengo ninguna respuesta certera, pero mi madre se avanza y se apresura a responder por mí:

—Aún no sabemos cómo irá, el curso ya está terminado, de manera que cuando empiece el próximo año quizás pueda empezar más tarde, cuando salga del hospital. O en el caso de recuperarse antes de empezar, podría recuperar la rutina. Aunque por el momento es muy pronto para hablar y decidir.

Creo que tiene razón, aún quedan días para empezar de nuevo, ahora solo debo preocuparme por el presente que de por sí solo ya es bastante preocupante e incierto. Lo último que me conviene es pensar en algo que aún no ha llegado.

365 días para cambiar

Подняться наверх