Читать книгу 365 días para cambiar - Sònia Borràs - Страница 18

Оглавление

Atrapada por mis sentimientos



Su hermano se ha ido, y él también. Es el primer pensa­miento que cruza por mi mente al despertar. Total, ¿por qué debo despertar? Lo único que desearía es dormir para siem­pre porque mi vida va cambiando, pero a mí me cuesta mucho adaptarme a los cambios que llegan y tan rápido como llegan crean lagunas de sentimientos y emociones que se arremoli­nan en mí. «Todo lo malo pasará», me repito día tras día como si fuese un mantra. Pero mientras, me siento enjaulada. Atra­pada por mis propios pensamientos, atrapada por la situa­ción. Soy como un pájaro con las alas rotas, que está atrapado en su propia jaula y no puede escapar.

Voy al lavabo y sé que hoy no debería mirarme en el espejo si no quiero desanimarme aún más de lo que ya estoy, pero no lo puedo evitar. Mis ojos están rojos e hinchados de llorar y perdieron todo su brillo y su color vivo, mi piel está más pálida, como si estuviera enferma, y unas profundas ojeras recubren mis ojos. Me siento apagada, pero todo esto debe acabar, y sé que algún día acabará.

Cuando se abre la puerta espero ver a mi madre, como la mayoría de mañanas, pero veo a mi padre, y me alegro tanto que voy todo lo deprisa que puedo con la silla de ruedas hasta donde está para abrazarle. Mi padre se alegra al verme, pero cuando me ve tan apagada su sonrisa decae y se transforma en un gesto de preocupación.

—¿Cómo estás, cariño? —pregunta a pesar de que sobran las palabras.

—No voy pasando mis mejores días, pero no tengo dolor —«Al menos no es físico», quiero añadir, pero a último mo­mento decido que no es el momento de expresar que me en­cuentro mal puesto que él ya tiene suficientes motivos por los que preocuparse.

—Y tú, papá, ¿cómo te encuentras? He estado muy preo­cupada —«Tenía miedo de perderte», piensa una parte de mí, pero me niego a decirlo en voz alta.

—Fue una recaída, solo eso. Ya estoy bien —sonríe, pero sé que no está bien. Sus ojos no lo reflejan. Se pueden saber muchas cosas por la expresión de los ojos de las personas, lo sé desde pequeña.

La cara es el reflejo del alma, pero los ojos te dicen su estado.

—Mamá me contó lo que te había pasado, no sabes cuánto sentí el no poder estar ahí —digo apenada.

—No se puede hacer nada, Elise, pero ya pasó. Ha queda­do en otro susto —dice en un tono que, aunque pretende ser tranquilizador, no me parece despreocupado del todo.

—Eso espero. —Pero sé que no le creo, en los últimos meses ha tenido más de tres ataques, y hay algo que no va bien aunque los médicos digan que sí. Sé que no está bien, lo puedo sentir.

Me abraza, le he extrañado mucho, he temido por su vida, espero que no me vuelva a asustar más. Pero ambos sabemos que no será la última vez que pase. No quiero decir todo lo que pienso, pero una lágrima se escapa, y antes de que la pueda borrar mi padre la ve.

—¿Qué sucede? ¿No te encuentras bien? —pregunta alarmado.

Una vez más... ¿Por qué de repente me he vuelto tan sen­timental? Nunca he sido de lágrima fácil, y con lo que he llo­rado durante estos días podría formar charcos en el suelo de la habitación.

—No es eso, es que... temí porque me abandonaras, vi que no podría estar a tu lado y lo pasé muy mal. Sentí que se esta­ban haciendo muchas pesadillas realidad, todas de repente, y no podía escapar de ellas, lo cual supongo que es peor —digo entre pausas, en las que tengo que ahogar los sollozos para poder hablar.

—Hija, no te voy a dejar, haré todo lo que pueda —sonríe—. Pero si por desgracia algún día te dejo... Quiero que sepas que pienso que eres la chica más luchadora de la familia, y aunque me vaya debes seguir adelante. Pero por siempre sabrás que te quiero. —Me abraza, y yo, como puedo, contengo las lágri­mas.

—No me digas eso —digo con temor en mi voz.

—Elise, no te puedo mentir, ambos sabemos que no está nada alejado de la realidad, puede pasar hoy o mañana o quizás pueden pasar meses o años, pero existe la posibilidad. Llegará el día en el que nuevas pesadillas se hagan realidad, pero mientras, lucha por tus sueños, lucha por tu vida. No te preocupes por mí. Estaré bien, intentaré vivir lo mejor que pueda, y no quiero que sufras por mí, cariño, ya tienes de­masiado de lo que estar preocupada. —Mira hacia la silla de ruedas.— Solo debes pensar en que mejorarás, porque eso será una realidad, algún día. Y por lo visto estás mejor.

Me seca las lágrimas que han caído por mis mejillas.

—No quiero verte llorar, ¿entendido? —me reprime un poco por mi sentimentalismo—. ¿Qué es eso de llorar cuando deberías esforzarte por seguir adelante? Solo seguir adelante, y no mirar más allá.

—Estoy muy sensible últimamente, y ya sabes que nunca lo he sido, no sé qué le ponen a la medicación, pero estos días solo tengo ganas de llorar —digo en un esfuerzo por bromear sobre mi estado y aligerar la carga que tienen mis palabras.

—¿Qué esperabas? ¿Que todo fuera de color de rosa? —dice seriamente, y veo al hombre que tantos momentos ha estado a mi lado desde que era pequeña y me animaba cuando lo necesitaba pero que también sabía regañarme cuando era necesario. Él me ha hecho ser quien soy hoy en día, y tengo mucho que agradecerle.

—No... Supongo que no. De hecho, ya sabía que nada sería así —encojo los hombros y parpadeo con fuerza para desha­cerme de las lágrimas.

Me abraza de nuevo, y ninguno de los dos dice nada en ese momento, aún tengo miedo de perderle, pero quiero creer lo que me dice, quiero guardar un poco de inocencia y pensar que la vida volverá a ser la de antes, saber que los días de feli­cidad llegan, aunque sé que la realidad no se parece para nada a la de hace un tiempo, si es que tiempo atrás podía hablar de felicidad.

Llega mi madre con un café en la mano y se nos queda mirando. No esperaba que ambos estuviéramos llorando a lá­grima viva enfrente de todas las situaciones que en el camino la vida se encarga de poner.

—Ayer me dijeron que estabas decaída, ¿qué te ocurre estos días? —me pregunta con suavidad.

—Siento que no puedo hacer nada por cambiar la situa­ción, todo sigue siendo igual, no puedo moverme, y ya estoy empezando a perder la esperanza —confieso mientras dejo caer el brazo sobre el reposabrazos de la silla de ruedas.

—Pues pierdes de vista tus objetivos muy deprisa, no me esperaba eso de ti, Elise. Creía que lucharías hasta último mo­mento, que jamás te rendirías. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? —empieza en un tono severo, como diciéndome que no se esperaba eso de mí, pero termina en un tono compren­sivo, más acorde con el que necesito ahora.

—Mi vida actual me ha hecho verlo todo desde otros ho­rizontes. Todo lo que estoy pasando no me parece que lo esté llevando bien, y tampoco sé si me puedo hacer cargo de todo ello —digo entre sollozos apagados, pero reúno fuerzas para hablar de nuevo—. Al principio me sentía fuerte, capaz de todo, tenía metas por cumplir, pero a medida que pasan los días he ido perdiendo motivos por los que seguir adelante, cuando la realidad cada vez es más fuerte y lucha contra mí. No quiero quedarme ni un día más en esta silla de ruedas y menos aún quiero estar aquí para siempre, porque sé que no podré volver a andar. —Ahora miro hacia la silla de ruedas con rabia, y más tarde me fijo que hablo como una persona que ha perdido todo rastro de esperanza y eso me hace pensar hasta qué punto he llegado si he perdido algo tan crucial como es la ilusión.

—Estás pasando por unos días oscuros, y yo te puedo aconsejar, pero a veces siento que no te pueda servir de nada... Necesitas algo que te haga volver a en encontrar la luz cuando solo crees ver sombras. En estos momentos, ¿dónde están tus amigos? Si de verdad lo son, deben estar a tu lado.

—Papá, no pueden ser mi paño de lágrimas, es algo que tengo que solucionar por mis propios medios.

—Desde luego que debes seguir adelante tú sola porque no deja de ser tu vida, pero la compañía de unos buenos amigos a veces es la mejor medicina a pesar de que suene muy típico. ¿No crees que el estar acompañada por tus amigos haría que te sintieras... un poco mejor?

—Ya han hecho mucho por mí, vinieron algunos días a visi­tarme... La mayoría de días Clara me llama para saber cómo estoy, pero hasta que no lo vives no entiendes la situación que está atra­vesando la persona que se encuentra en la cama del hospital.

—Nadie mejor que tú para saber por lo que estás pasando estos días. Pero pienso que lo mejor es que estos días estén a tu lado. En los buenos también, por supuesto, pero es ahora cuando necesitas sentirlos cerca de ti.

Me giro hacia la ventana, creo que la conversación está llegando a su fin, y siento que no tengo demasiadas ganas de seguir hablando.

—¿Y cómo te va la rehabilitación? Hace días que no me hablas de ello —pregunta para cambiar de tema, y no sé qué asunto es el menos indicado. No me muestro molesta por la pregunta, ya que mi padre no lo ha dicho con mala intención, así que intento actuar como tantas veces he hecho y utilizo una palabra clave: disimular. Hacer como si nada pasara cuando en el fondo sé que no es así.

—Voy bien, dicen que he progresado mucho en las últimas semanas, supongo que mejoro rápido, o lo más rápido que podría hacer —intento sonreír, pero no lo consigo, no estoy de humor, tampoco tengo fuerzas para sonreír ni siquiera para mostrarme enfadada, solo estoy cansada, solo necesito dormir y vivir en otro mundo que aún no se ha inventado.

—Siento que la visita haya sido tan corta, entro a trabajar a las doce, pero he decidido aprovechar para ir a verte aunque solo fuera para saludarte —dice a modo de disculpa mientras se despide de mí.

—Ahora que estás aquí, me siento más tranquila al saber que estás bien —le digo con franqueza.

—Estaré bien, cariño, pero ahora debes ser egoísta y preocuparte por tu propia recuperación. Aún debes hacer frente a muchos problemas, de ti depende que no sean tacha­dos como tal.

Tras su partida me encuentro nuevamente sola con mis sentimientos, enjaulada a mis emociones. Presa de unas cuer­das invisibles que me oprimen y me acorralan a mis emociones.

Hoy va a ser mi primer día en rehabilitación con el susti­tuto de Diego. A pesar de que nadie podrá llenar el vacío que siento por no tenerle al lado intentaré seguir con la rehabilita­ción como hasta ahora lo había hecho. Me queda pensar que, gracias a él, he dado lo mejor de mí en situaciones en las que solo quería abandonarlo todo.

Antes de irme de la habitación he sacado el bloc de mis progresos, para ver qué me impulsó a seguir luchando. A veces hace falta volver atrás para pensar en cuál fue la moti­vación para conseguir algo y ahora me doy cuenta de que no fue Diego mi motivo, sino que fue poder andar mi verdadera razón de seguir adelante. Esa fue mi meta desde el comien­zo, mi impulso a conseguirlo fue Diego, pero ahora tengo que seguir con esa meta sin él. Ahora que él ya no está en rehabi­litación las cosas van a ser diferentes. Consiguió que me es­forzara a pesar del dolor que soportaron mis brazos, a veces una sola mirada suya me dio la fuerza que por aquel entonces no tenía. La parte difícil de mis problemas es saber de dónde sacar la fuerza cuando no la encuentro.

Llego al gimnasio, y mi primera reacción respecto de la persona que tengo delante de mí es huir, girar la silla de ruedas en la dirección contraria e irme de rehabilitación, pero no puedo, me quedo inmovilizada. Ya me ha visto.

365 días para cambiar

Подняться наверх