Читать книгу 365 días para cambiar - Sònia Borràs - Страница 9

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Ojos grises



—Y bien, ¿qué me dices de tus aficiones? —me pregunta Drew, sé que me está hablando, pero esta mañana me siento distraída pensando en que ayer el médico me comunicó que empezaría rehabilitación. Llevo tantos días sin moverme que ahora me encuentro inquieta, pero lo único que deseo es, a ser posible, no sentir dolor—.Esta mañana estás en otro planeta, ¿verdad, Elise? —habla de nuevo y me hace volver a la reali­dad. En cuanto le miro me fijo en que está riendo nada más observar la expresión que tengo.

—Perdona, pero es que tengo tanto en lo que pensar… —me excuso a la vez que fijo mi atención en él.

—No pienses tanto, Elise, porque ya hay demasiados momentos para reflexionar. Creí que aquellos momentos de pensar ya los habías dejado atrás.

—Hace algunos días que he pasado a no pensar más en lo mismo, pero hoy empezaré rehabilitación y no sé cómo me irá —digo—. Por cierto, ¿qué me habías preguntado cuando no te escuchaba?

—Sobre tus aficiones: ¿qué es lo que te gusta hacer en tu tiempo libre?

—Aparte de tocar el piano, no hay mucho más que decir. Me gusta escribir y también leer. Es algo que últimamente me distrae. Y, ¿qué hay de ti? Porque me haces muchas pregun­tas, pero yo también quiero saber cuáles son tus pasatiempos.

—Me gusta componer canciones y también cantar, pero mis canciones no son de esas románticas que dictan que todo es de color rosa en un mundo ideal, bonito y ficticio y que, por cierto, tengo entendido que os gustan a la mayoría de chicas —dice con una sonrisa—. No compongo las canciones para gustar a la gente, sino para ser yo feliz.

—Por si no te habías dado cuenta, Drew, no soy una chica remilgada. Ya hace días que he dejado de pensar en un mundo ideal, porque he visto que la realidad está muy alejada de lo que queremos imaginar. Ya nada me parece de color rosa y mi mundo se ha teñido de colores que se asemejan más a la realidad. Ya no me dejo guiar por mentiras sobre un mundo perfecto que no se encontrará en ningún lugar.

—Ya me parecía que eras un tanto especial… —dice con una amplia sonrisa—. Y sobre lo que opinas del mundo, es cierto, una cosa es lo que queremos ver y otra muy diferente es la realidad.

El tiempo va pasando junto con la conversación y no me doy cuenta de que ha pasado un rato hasta que un chico joven entra en la habitación, diciendo que es mi fisioterapeuta y que hoy comienza la primera sesión. Me despido de mi amigo, que tiene una sonrisa en los labios al ver al fisioterapeuta, y subo a la silla de ruedas. El chico desconocido me conduce por pasillos que aún no he tenido tiempo de recorrer.

Se llama Diego, y me parece alguien atractivo, tiene vein­titrés años y posee unos ojos grises con un aire misterioso que jamás había visto. Es alguien simpático, así lo he podido constatar a medida que íbamos hablando, tiene una aparien­cia seria y parece ser alguien con quien pocas veces hablarías. Conmigo se ha mostrado agradable y hasta me ha sonreído un par de veces, pero supongo que cuando tratan con los pa­cientes deben mostrarse así.

—Hemos llegado —La silla de ruedas se detiene de golpe con un frenazo.— Al ser el primer día los ejercicios serán ligeros. Te enseñaré lo que durante el año de rehabilitación deberás hacer en los días de entrenamiento. Estos serán de hora y media durante el primer mes, y después será durante dos horas o más, conforme a los progresos que vayas llevando a cabo —mientras habla voy mirando alrededor del gimnasio, observo las máquinas de metal que la gente está usando y me pregunto qué será lo que deberé hacer.

—Tienes un año para cambiar, 365 días que pueden serte de mucha utilidad si los aprovechas bien. La rehabilitación solo será en el hospital durante este año. Si mejoras, irás a otros gimnasios, pero serán privados. Mientras, debes saber que antes de que trabajes la movilidad de las piernas deberás ganar fuerza en los brazos, porque estos serán tus puntos de apoyo más importantes desde ahora si quieres incorporarte de nuevo algún día. Hasta ahora, ¿lo has entendido? —asiento y me parece que me falta aire, no puedo parar de mirar hacia esos ojos grises que me recuerdan a un cielo nublado justo antes de que se desate una fuerte tormenta—. Además de esta rehabilitación, cuando vuelvas a casa deberás seguir entre­nando. No me sirve de excusa que estés cansada con los estu­dios, piensa que está en juego tu salud y que, por tanto, media hora de estiramientos como mínimo te será de ayuda. Debes ser fuerte si quieres conseguir poder volver a andar. Quizás mis palabras sean demasiado duras, pero para nada eres una chica frágil, de modo que me lo puedo permitir, porque sé que lo darás todo por conseguir tus metas. Piensa que tienes el futuro a la vuelta de la esquina y de tu esfuerzo depende que lo consigas. Para empezar, hoy te enseñaré algunos ejercicios para los brazos. A pesar del fuerte impacto que sufriste, no parece que tus brazos se vieran afectados, lo cual es positivo, pero ahora debes potenciar la fuerza que tenían. Si quieres levantarte de la silla, los deberás usar —dicho esto, le acompa­ño y entro en el gimnasio. Me enseña muchos estiramientos y yo voy memorizándolos todos. Durante unos minutos los llevo a la práctica, y como es el primer día acabo la sesión sin notar los brazos. Durante toda la hora, Diego está a mi lado para indicarme qué debo hacer, me ayuda y aunque sea un entrenamiento pesado, finalmente llega a su fin.

—Bien, tu primer entrenamiento ha acabado. Esto es todo por hoy. Lo has hecho bien, ahora solo te queda demostrar cuánto lucharás por conseguir tus objetivos. Y recuerda: 365 días para dar un giro a la situación. Tienes todo este margen de tiempo para esforzarte y aprender en el camino, tómatelo como un nuevo reto, no te queda más que aceptarlo. Hasta mañana. Es probable que tengas agujetas, pero después de un tiempo te acostumbrarás —me sonríe y me voy. Hago el camino de vuelta hacia mi habitación sin dejar de pensar en esos ojos grises que tienen un aura ciertamente enigmática. Debo reconocer que no se parece en absoluto a algunos de los chicos que he conoci­do hasta ahora, y algo en ello me atrae irremediablemente.

Al llegar a la habitación veo que Drew está escribiendo en una libreta, y al verme la deja sobre la mesilla de noche.

—No es por ser cotilla, pero, ¿cómo te ha ido con el chico? —arquea las cejas en una pose inquisitiva que me hace reír al momento. Él también ríe mientras lo dice.

—Simplemente me ha enseñado muchos estiramientos para los brazos —digo encogiéndome de hombros.

—No me refería precisamente a cómo te ha ido en reha­bilitación, sino más bien en cómo lo has pasado en su com­pañía. —Es entonces cuando, sin poderlo evitar, me sonrojo y se da cuenta, pero aun así respondo intentando que no me tiemble la voz.

—Es alguien agradable, ha sido simpático conmigo… —quiero dejar de hablar de ello, pero no sé cómo esquivar el tema.

—¿Solo eso? —insiste con un deje de curiosidad.

—Sí, pero… No puedo dejar de pensar en sus ojos grises como la niebla. —«¿De verdad he dicho eso?». Me reprendo a mí misma por el pensamiento que debería de haberme guar­dado únicamente para mí, y solo cuando me doy cuenta de que Drew lo ha escuchado me ruborizo otra vez.

—Ya lo suponía, de hecho, he notado que te gustaba desde que has entrado por la puerta con una sonrisa que pocas veces había visto.

—¿Quién ha dicho que me gustara? —salto a la defen­siva—. Es un chico que durante un tiempo me ayudará en rehabilitación. No es nada más, además, le conozco apenas desde hace unas horas… —titubeo y me siento nerviosa en los momentos un poco incómodos en que no sé qué más decir.

—No puedes negarte ante la evidencia, Elise —sigue riendo y si no fuera porque le conozco me gustaría enterrar­me hasta el fondo de la tierra. Menudos momentos más bo­chornosos.

—Aún es demasiado temprano para decir nada —senten­cio tras unos segundos de silencio.

—Está bien. Entonces, dentro de unos días ya me dirás qué piensas —alcanza la libreta para seguir escribiendo y parece que la conversación ha llegado a su fin, y en cierto modo puedo respirar tranquila y agradezco dejar de hablar.

Es entonces cuando yo también decido hacer algo con lo que ocupar la mañana y le hago una videollamada a Clara, que ha estado muy preocupada por mí durante estos días y al menos me sirve para distraer la atención durante algunos minutos de esos ojos grises…

365 días para cambiar

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