Читать книгу 365 días para cambiar - Sònia Borràs - Страница 15

Оглавление

Te echaré de menos



—Hoy es mi último día en el hospital —me dice Drew, pero estoy tan concentrada en mis propios pensamientos que no le presto atención.

—Me alegro mucho por ti —le digo sin pestañear.

—¿Me has escuchado? —me pregunta—. ¿O estás demasia­do distraída pensando en él? —me dice con una sonrisa traviesa.

—¿Qué? ¡No! —digo por impulso—. No pensaba en tu hermano. Ahora mismo, estaba pensando en… en… —digo titubeante intentando buscar una excusa, pero Drew me in­terrumpe.

—¿Sabías que mientes muy mal? —me responde con una amplia sonrisa.

—Soy pésima cuando me quedo bloqueada —termino contagiándome del buen humor que hay esta mañana. Casi soy capaz por unos momentos de olvidarme de todo, hasta de dejar de pensar que estoy en el hospital y que no puedo andar—. Estarás contento, ¿no?

—¡Por fin vuelves a la tierra! —dice riendo a carcajadas, pero se detiene y pasa a mostrar una expresión de mayor se­riedad—. Es cierto que algunos días han sido insoportables, pero tampoco me puedo quejar, y debo confesar que los mejo­res días… Se encuentran a tu lado.

—Es precioso lo que acabas de decir —aun con la seriedad con la que lo ha dicho, me cuesta creer que lo siento de verdad.

—No lo digo para quedar bien, solo digo lo que siento… —dice y le veo ligeramente avergonzado—. Y desde que llegaste a mi vida me diste un motivo más para ser feliz.

—Nunca lo habría adivinado —digo—. La gente no acos­tumbra a recordarme.

—Eso es lo que piensas, pero seguramente hay quien piensa en ti y le importas, aunque no lo sepas —dice—. No es necesario decirlo para saber que les importas.

—Echaré de menos tu forma de ser, de hablar… —afirmo mientras sé que detrás de estas palabras que reflejan una bonita confianza hay tristeza.

—Te echaré de menos, Elise —dice y me esfuerzo por sonreír, pero no lo consigo—. Echaré de menos verte dormir y despertar cada mañana. Has sido la mejor compañera de habitación que hubiese podido imaginar… —ignoro lo último que ha dicho.

—¿Cómo es posible que te pudieses fijar en ello? —no puedo evitar sentirme un poco avergonzada a la par que asombrada de que se fije en los pequeños detalles, que pocas personas logran ver.

—Cada día —confiesa—. ¿Por qué pensabas que me des­pertaba tan temprano? —pregunta.

—Quizás querías aprovechar el día desde el primer minuto… —digo aun sabiendo la respuesta.

—Quería verte despertar —sus palabras me dejan ligera­mente mareada, ni siquiera en mis mejores sueños alguien me diría algo tan sincero como lo que Drew me acaba de decir con todo el corazón.

—Vaya, veo que hoy eres tú el filosófico —intento bro­mear, pero detrás de todo esto cada vez entreveo más emo­ciones escondidas.

—No te rías, si no quieres oír lo que siento no me escuches —dice y percibo que está molesto.

—Perdóname, no lo he dicho con mala intención —admito, arrepentida.

—No hay nada que perdonar, porque sé que no lo haces con mala intención —dice volviendo a sonreír—. Es por eso que me da igual lo que me digas, mientras me hables.

Después de la conversación no sé qué decir. Me quedo observando su ir y venir en diferentes direcciones mientras recoge la ropa del armario y la dobla para guardarla en la maleta, siempre en el más absoluto silencio.

Una chica parecida a Drew —su hermana—, alta, de tez clara y unos grandes ojos oscuros entra en la habitación y le ayuda a terminar de hacer las maletas.

Cuando su hermana abandona la habitación, Drew me mira fijamente y por un segundo me recuerda muchísimo a Diego. Desecho el pensamiento al instante. Cada uno es dife­rente y no podría en absoluto compararles.

—¿Por qué me has mirado? —me pregunta, y cuando lo dice por impulso desvío la mirada hacia la ventana.

—Se me hace difícil pensar que te vas, he estado muy bien a tu lado, con tus bromas y con todas las conversaciones en las que he podido ser yo misma sin preocuparme por nada —digo—. Has sido un compañero de habitación único, para mí no eres un simple conocido, sé que para siempre serás un gran amigo —veo que mira hacia el suelo, como si quisiera de­cirme algo, pero finalmente opta por callar, y dice—: Es cierto que nos hemos hecho amigos, pero Diego está a tu lado… —a la mención de su nombre, sin saber por qué, me esquiva la mirada.

—Solo durante una hora —me apresuro a decir.

—Entiendo lo que sientes, no es alguien que se enamore con rapidez, pero contigo podría ser diferente. Podrías ser la excepción —cierra el armario y con ello la última maleta. De repente, las ganas de llorar me hacen sentir dividida, no debería llorar, porque lo que me quedo conmigo es algo muy poderoso, sin embargo, las lágrimas se adueñan de mí. Pero intento ser fuerte. Es increíble cómo, sin ser alguien conoci­do de hace mucho tiempo, en pocos días se ha convertido en alguien importante para mí.

No lo puedo evitar y por inercia le abrazo, y es entonces cuando se desvanecen las ganas de llorar. Durante unos se­gundos estamos en el mismo silencio cómodo que nos envol­vió la primera vez que nos vimos; no nos queda mucho más por decir.

—Mientras estés en el hospital vendré a verte algunos fines de semana —supongo que lo dice para romper el silencio.

—Ya sabes dónde encontrarme —sonrío, aunque ahora mismo no tengo ganas.

—Cuando necesites a alguien para hablar, solo tienes que llamarme, ¿entendido? —me dice mientras me apunto su número de móvil en el bloc de notas—. Debo irme —dice mirando por la puerta, y asumo que el tiempo entre los dos se ha consumido.

—Adiós, Drew —le digo mientras siento que me tiembla la voz—. Espero que todo te vaya muy bien.

—Igualmente, adiós, Elise —una última mirada acompaña­da por una sonrisa antes de que abandone la habitación. Cierra la puerta detrás de él y me vuelvo a sentir sola, y la sensación se cierne sobre mí como si fuese una avalancha. Parece mentira cómo las emociones cambian tan rápido. Por la mañana me sentía ligera, y ahora, unas horas más tarde, estoy a punto de llorar, apagada, porque sé que se ha ido, pero no me dejará.

Hay personas que tan rápido como llegan se van, parecen irse con el viento, algunos hasta en uno mismo dejan huellas de su paso. Poder conocer a este increíble chico me ha marca­do para ser consciente de que a veces lo único que te beneficia es hablar con alguien, o simplemente alguien que esté a tu lado, con todas las lágrimas y las sonrisas. Drew en pocos días se ha convertido en un gran amigo. Estoy bastante convenci­da de que no conoceré a otro compañero de habitación con quien logre establecer tanta confianza. Me alegro de pensar que no será la última vez que vea a Drew, sin duda las que son amistades verdaderas nunca terminan. Aun así, al menos por hoy, siento que es inevitable que me invada la tristeza al saber que no tendré a alguien con quien hablar abiertamente acerca de cómo me siento, porque él me ha ayudado con unas pocas pero sinceras palabras.

Hago lo único que sé que me será de ayuda en estos mo­mentos. Escribo cómo me siento y al cabo de un rato me noto más libre, a pesar de que la carga emocional es pesada.

Cuando llega mi madre, queda un rastro de tristeza por mi rostro, pero las lágrimas que lo habían inundado todo se han esfumado. Y ahora solo quedan rastros.

—Se ha ido, ¿verdad? —pregunta mientras mira hacia el resto de la habitación, ahora vacía. No le respondo, me limito a asentir con la cabeza—. Deberías alegrarte de que ha mejo­rado y no estar triste. En apenas unas semanas, tú también volverás a casa, ¿cómo te sientes al respecto?

—Ahora mismo no quiero hablar —respondo cortante—. ¿Cómo está papá? —cambio de tema para no seguir hablando más de Drew.

—Está bien, no te preocupes por él. Ha sido otra recaída, pero parece ser que ya ha pasado.

—Eso espero. Me dolería tanto perderle… —mi voz queda quebrada por el miedo.

—No está pasando por sus mejores momentos, pero no es la primera vez que le ocurre y esta no es diferente —dice intentan­do mostrar una seguridad aparente que no se cree ni ella misma.

—Desde luego, quiero creer que todo irá bien, pero como siempre, existe esa espina de miedo que se te va clavando en el corazón —digo para mis adentros.

—Elise, confía en que todo mejorará, más tarde o más temprano, pero por lo que más quieras, no escuches al miedo, nos vuelve débiles y nos impide actuar —dice—. Sé que hay cierta tensión en el ambiente, pero Marcos es un hombre fuerte. Tan solo ha sido un bache más en su camino, como para ti lo ha sido el accidente.

—Aún sigo sin entender cómo pasó todo, lo veo como algo muy borroso. Como si solo fuera un recuerdo y ahora no su­piera si mi mente me está confundiendo o simplemente me está haciendo una mala pasada —confieso—. Lo único que sé es que en esos instantes solo fui consciente de sobrevivir. No me importaba nada más —recuerdo el confuso momento en el que se produjo el accidente que le daría un vuelco a mi vida para cambiarlo todo. Aún puedo recordar el escalofrío que me recorrió la espalda al arrancar el coche.

—Después del accidente, nadie entiende cómo no entras­te en coma —dice pensativa.

—Debía vivir —es lo único que se me ocurre decir.

—Me hace muy feliz ver ese cambio de actitud en ti, since­ramente, no lo esperaba. A veces se necesita algo que te haga abrir los ojos.

—Ese algo ya ha llegado a mi vida, y no ha sido solo el ac­cidente… —apenas soy consciente de cuándo lo digo, pero me delato yo misma con las palabras.

—Entonces, ¿qué ha sido? —pregunta con curiosidad y veo que sonríe. De inmediato pienso en que hacía tantos días que no la veía sonreír…

Me debato entre decírselo o no, pero se trata de mi madre, así que puedo confiar en ella.

—Es mi fisioterapeuta, Diego —susurro, porque hablar de él me es algo extraño pero a la vez idílico.

—¿Te has enamorado de tu ayuda para andar? —exclama y visto así hace que me sonroje.

—Precisamente, me ayuda.

—Es muy bueno oír eso —responde sinceramente.

—Si lo miro todo de diferente manera, puedo ver cómo sin el accidente no le hubiera conocido, ni a él ni a Drew. Me ha quitado muchas cosas, a veces pienso que demasiadas, pero jamás me podrá quitar la fuerza de seguir adelante —contesto con firmeza.

—¿No te olvidas de la felicidad? —me pregunta reflexiva.

—No soy feliz, mamá, no lo soy y no te puedo engañar —respondo con una mezcla de dudas y esperanza—. Aún no lo soy, pero ten por seguro que lo seré.

—Y ese día entenderás que toda lucha merece la pena —declara, y yo no podría estar más conforme con sus palabras. Me quedo ensimismada mirando por la ventana mientras siento que las últimas palabras han quedado marcadas en mi alma.

365 días para cambiar

Подняться наверх