Читать книгу E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery - Страница 11

Capítulo 5

Оглавление

–De verdad, no tienes por qué hacer esto –protestó Heidi mientras caminaban hacia el corral.

–Sé cómo manejar un caballo.

–Sí, y también llevas un traje que probablemente cuesta cinco mil dólares.

–Olvidas que crecí en este lugar. Además, quiero ver en qué estado se encuentran las tierras de mi madre.

Entró en el corral en el que Mason y Kermit estaban disfrutando del sol. Soltó un silbido penetrante y los dos caballos se volvieron hacia él.

Heidi se dijo que no debía dejarse impresionar. Pero el problema fue que los caballos comenzaron a caminar hacia él como impulsados por una fuerza invisible. Rafe entró en el corral.

–¿Adónde quieres que los lleve?

–Al establo.

Los guio con una facilidad envidiable. Heidi permitió que la precediera, y así pudo contemplar el trasero que Charlie había mencionado. Tuvo que admitir que era bonito. Atlético, más que plano. Sí, era cierto, Rafe era un hombre atractivo, pero también lo era la serpiente coral y su mordedura era mortal.

Una vez en el interior del establo, se pusieron los dos a trabajar. Rafe podía estar trabajando en un rascacielos de San Francisco, pero no había olvidado cómo ensillar un caballo. Después de utilizar un cepillo para limpiarle el lomo a Mason, colocó las almohadillas en su lugar con una facilidad que solo se conseguía con la práctica. Heidi se ocupó de Kermit, el caballo más pequeño, que apenas resopló cuando Heidi le colocó la silla.

A continuación se ocuparon de las bridas. Tanto Mason como Kermit eran caballos tranquilos y las mordieron sin queja alguna.

Por el rabillo del ojo, Heidi vio a Rafe asegurándose de que todo estaba bien atado, pero no demasiado tenso, y de que no quedaba ninguna arruga que pudiera molestar a los animales.

Salieron después al exterior.

En la parte más alejada del rancho, había una plataforma para ayudar a montar. Como Mason y Kermit eran caballos de gran tamaño, Heidi giró en esa dirección, pero Rafe la detuvo.

–Yo te ayudaré.

–No tienes por qué hacerlo.

–Ya lo sé.

Ató las riendas de Mason a un poste y se acercó a ella. Esperó a que Heidi agarrara las riendas con la mano izquierda y se aferrara a la silla. Después entrelazó las manos y se las ofreció para que apoyara el pie.

Heidi posó el pie en ellas. A pesar de que no se estaban tocando de ninguna otra manera, le pareció un gesto extrañamente íntimo. Se dijo a sí misma que, en realidad, Rafe solo estaba siendo educado. Que su madre le había educado muy bien. Pero aun así, estaba nerviosa mientras contaba hasta tres y se alzaba hacia la silla.

Pasó la otra pierna por encima del lomo de Kermit y se sentó.

–Gracias.

–De nada –continuó mirándola–. Pareces un poco susceptible.

–Nos has amenazado a mí y a mi rancho en más de una ocasión. Creo que es prudente mostrarse recelosa.

–Lo único que estoy haciendo es proteger lo que es mío.

–Yo también –¿qué significaba aquello? ¿Tenían algo en común?–. Pero creo que todo esto sería más fácil si consiguiéramos llevarnos bien.

Rafe curvó los labios en una sensual sonrisa.

–No me gustan las cosas fáciles.

–No me sorprende.

Rafe se echó a reír y caminó hasta Mason. Lo montó y se alejaron juntos del establo.

–¿Qué ruta sigues habitualmente? –le preguntó.

Heidi se colocó el sombrero intentando no pensar que, para ser un hombre que conducía un Mercedes, Rafe parecía sentirse muy cómodo a lomos de un caballo.

–Bueno, en realidad hago una ruta circular que cubre casi toda la propiedad.

–Estupendo.

Sí, suponía que porque sería como reclamar lo que consideraba suyo.

–Espero que no empieces a orinar en los árboles para marcar tu territorio.

Rafe soltó una carcajada.

–A lo mejor lo hago cuando empecemos a conocernos un poco mejor.

Estaba bromeando. Desgraciadamente, sus palabras le hicieron volver a recordar lo que habían sugerido sus amigas la noche anterior. Que seducir a Rafe podía ser la respuesta a sus problemas.

Le miró, fijándose en su espalda erguida y en la anchura de sus hombros. ¿Sería la clase de amante generoso que se tomaba su tiempo para que la mujer también disfrutara o sería un hombre egoísta en la cama? Ella había conocido hombres de las dos clases, más de la última que de la primera.

Pero era absurdo hacerse esa clase de preguntas, se recordó. Acostarse con Rafe sería una estupidez.

–¿La cerca está así por todas partes? –preguntó Rafe señalando los postes rotos y desaparecidos.

–Algunas zonas están mejor, pero solo algunas secciones. ¿Cómo estaba cuando vivíais aquí? –preguntó sin poder contenerse.

–Estaba todo en mucho mejor estado. El viejo Castle podía pagar una miseria a sus empleados, pero se preocupaba por el rancho.

Heidi advirtió un poso de amargura en su voz y supo que la causa eran las condiciones que había tenido que soportar su familia. Pero aun así, le costaba conciliar la imagen de aquel niño enfadado y resentido con la del hombre de negocios que tenía sentado a su lado.

–Tenía mucho ganado –comentó Heidi, observando las siluetas oscuras de las vacas que se recortaban en la distancia–. Ahora están por donde quieren y son muy salvajes.

Rafe la miró.

–¿Salvajes?

–Sí, muy fieras.

Rafe se echó a reír otra vez.

–¿Te han atacado alguna vez esas vacas salvajes?

–No, pero procuro no acercarme a ellas. Han causado muchos problemas con las cabras. Estoy convencida de que fueron ellas las que se acercaron una noche y le enseñaron a Atenea a saltarse las cercas.

–Creo que les estás atribuyendo más méritos de los que se merecen.

–No creo –como Rafe parecía estar de buen humor, aunque fuera a su costa, Heidi decidió arriesgarse a hacer una pregunta potencialmente peligrosa–. ¿Qué pretende hacer tu madre con el rancho?

–No tengo ni idea. Podría decir que recuperar su antigua gloria, pero nunca tuvo ninguna. Mi madre tiene una relación sentimental con este lugar. Quiere... Mejorarlo. Está hablando de arreglar las cercas y el establo.

–¿Quiere dedicarse a la cría de caballos?

–No creo.

–Podrías preguntárselo.

–En ese caso, tendría una respuesta y tratándose de mi madre, eso no siempre es una buena idea.

–Si estás aquí es por no haber conocido antes sus intenciones. ¿Por qué firmaste el contrato?

Rafe sacudió la cabeza.

–Hace varios años una de las amigas de mi madre murió de forma inesperada. No tenía todos sus asuntos en orden y eso supuso un desastre para sus hijos. Mi madre decidió entonces que a ella no le iba a pasar lo mismo y quiso asegurarse de que estuviera todo organizado por si ocurría cualquier cosa.

–Me resulta un poco tenebroso. No es una persona tan mayor.

–Lo sé, pero cuando se le mete algo en la cabeza, nada la detiene.

–Eso lo has heredado de ella –Heidi esbozó una mueca, deseando acordarse de pensar antes de hablar.

–¿Estás diciendo que soy cabezota?

–Mucho.

El sol brillaba en lo alto del cielo. La temperatura rondaba los veinte grados y no había nubes en el cielo. A algunos árboles comenzaban a brotarles las hojas, otros tenían las ramas cubiertas de flores rosas y blancas. Heidi oía el canto de los pájaros y, si se olvidaba del ganado salvaje que veía en la distancia, el momento era perfecto.

–Parte de su estrategia para conseguir lo que quiere consiste en involucrarme a mí –le explicó Rafe al cabo de unos minutos–. Tengo que revisar todas las transacciones financieras que hace. Tiene todos los recibos domiciliados, así que de eso no tengo que encargarme, pero cualquier otro cheque o documento tiene que pasar por mis manos.

–Por eso no leíste el documento de compra del rancho.

–Sí, y la culpa es solo mía.

–Glen no es un mal hombre.

–Nadie ha dicho que lo sea.

– Lo has insinuado.

–Le ha robado doscientos cincuenta mil dólares a mi madre.

–Pero por una buena causa, para ayudar a un amigo.

Rafe la miró fijamente. Heidi le devolvió la mirada y suspiró.

–Ya sé que para ti un robo es un robo y que el que esté justificado no impide que sea un delito. Mi abuelo hizo algo que no debía.

–Algo así –admitió Rafe–. Es posible que Glen no sea un hombre malo, pero no piensa mucho en las consecuencias.

Heidi jamás lo admitiría en voz alta, pero Rafe tenía razón en lo que acababa de decir de su abuelo. Glen pasaba por la vida utilizando su encanto para librarse de cualquier problema o situación desagradable.

–Supongo que no servirá de nada que diga que lo siento.

–No.

Continuaron cabalgando en silencio durante varios minutos. Heidi intentaba aferrarse a la indignación o al enfado, pero no podía. Era cierto que Rafe suponía una amenaza para ella y para su casa y que haría cualquier cosa para evitar que se la quitara, pero había una parte de ella que lo comprendía.

Glen había engañado a una mujer inocente y bajo ningún concepto podía mostrarse de acuerdo con ello.

–Se ha ocupado de mí desde que era una niña –le explicó mientras contemplaba aquella hermosa tierra que los rodeaba.

Estaban cabalgando hacia el este, con las montañas frente a ellos. La nieve todavía era visible. A lo largo del verano iría subiendo la cota de nieve, pero nunca desaparecería por completo. Las montañas eran demasiado altas.

–Sí, ya nos lo dijo él, pero eso no va a cambiar mi opinión.

Heidi suspiró.

–Lo que pretendo decir es que no es un mal hombre. Y por eso no estoy enfadada con él. Estoy frustrada, pero básicamente es una buena persona. Mis padres murieron cuando yo tenía tres años. Apenas me acuerdo de ellos. A Glen solo le había visto, así que era prácticamente un desconocido para mí. Pero no se lo pensó dos veces cuando tuvo que hacerse cargo de mí.

–¿A qué se dedicaba?

–Era feriante. Iba trabajando de feria en feria. Venía todos los años aquí, y fue así como yo conocí Fool’s Gold.

–No sé gran cosa sobre cómo es la vida en una feria.

–Es un mundo único, nómada y muy encerrado en sí mismo al mismo tiempo. Siempre estás cambiando de entorno, así que la sensación de hogar la construyes con la gente con la que trabajas.

–¿Cómo estudiabas?

–Siempre había niños en la feria y adultos que se encargaban de enseñarnos diferentes materias. Glen nos enseñaba Matemáticas.

–Eso sí que tenía que ser curioso.

–Era muy buen profesor. Mi amiga Melinda aprobó el examen de admisión y pudo ir a la universidad.

Heidi no había querido estudiar, pero Melinda y ella habían seguido muy unidas incluso entonces. Heidi siempre había pensado que si hubiera ido a la universidad con ella, a lo mejor todo habría sido diferente.

Se dijo a sí misma que no tenía que pensar en ello en aquel momento. Que no podía permitir que nada la distrajera de la conversación que estaba manteniendo con Rafe.

Se volvió hacia él. Rafe cabalgaba como si se pasara la vida sobre una silla de montar.

–No mentías cuando has dicho que habías crecido en un rancho –admitió.

Rafe palmeó el cuello del caballo.

–Sí, y lo estoy recordando todo. A lo mejor no ha sido tan mala idea lo de pasar algún tiempo aquí.

–Siempre puedes marcharte.

Rafe clavó en ella su mirada.

–No pienso hacerlo.

–Pero no puedes culparme por intentarlo.

–Puedo, pero no lo haré –se enderezó en la silla–. Es una pena que los dos estemos buscando lo mismo.

Heidi asintió.

–Un hogar y un lugar al que pertenecer.

–En realidad, yo estaba pensando en esta tierra.

–Es lo mismo, por lo menos para mí. Esto es todo lo que siempre he querido. Un lugar en el que establecerme, una casa para Glen y para mí. Y para las cabras.

–No vas a hacerte rica criando cabras.

–Nunca he necesitado ser rica, por lo menos hasta ahora.

Después del almuerzo, Rafe se dirigió a la ciudad. Mientras él estaba montando con Heidi, su madre había redactado una lista de proyectos de los que le gustaría que su hijo se ocupara durante las siguientes semanas. Cuando Rafe le había hecho notar que tenía un negocio que atender, le había palmeado la cabeza y le había dicho que intentara ocuparse de ambas cosas.

Rafe adoraba a su madre. De verdad. Pero había días, y aquel era uno de ellos, en los que habría preferido alejarse de su familia y no volver a saber nada de ellos nunca más.

Dejó el coche en el aparcamiento de la serrería, pero en vez de entrar directamente en la oficina, fue al centro de la ciudad. Sus músculos protestaban mientras caminaba. Y eso que solo había montado durante una hora. Cuando regresara a San Francisco, tendría que actualizar su programa de ejercicios. Pasar una hora al día en la cinta no le preparaba para la vida del rancho y, por lo que decía su madre, iba a tener que pasar allí una buena temporada.

A pesar de las pocas ganas que tenía de estar en Fool’s Gold, se había descubierto disfrutando al montar de nuevo a caballo. Montar a la luz del sol, supervisando aquellas tierras relativamente indómitas le había resultado agradable. Quizá fuera porque era un placer casi primario, o a lo mejor porque había visto demasiadas películas de vaqueros.

Se metió en un Starbucks y pidió un café y un bizcocho. Al salir, pensó que debería haberle pedido a Heidi que le acompañara. Ella habría...

Se interrumpió en medio de un trago de café y estuvo a punto de atragantarse. ¿Pedirle que le acompañara? ¿Para qué? ¿Acaso pretendía hacerse su amigo? Heidi no era una amiga, era un problema. Por dulce y guapa que fuera con aquellos enormes ojos verdes. El día anterior había estado a punto de tragarse su actuación. Sí, seguramente no sabía lo que pretendía hacer su abuelo, pero aun así, no podía confiar en ella. Ni en sus cabras.

Se comió el bizcocho y tiró el vaso de cartón a la papelera más cercana. No iba a pensar en Heidi. Ni en lo guapa que estaba cuando montaba a caballo, ni en su olor a vainilla y a flores cuando la había ayudado a montar en la silla. Tampoco en las arrugas que surcaban sus ojos cuando sonreía, ni en hasta qué punto había sido consciente de cómo se movía su cuerpo a cada paso del caballo. No, no iba a pensar en ella. Heidi solo era una persona que se había interpuesto en su camino, nada más.

Estaba regresando a la serrería cuando una mujer mayor se dirigió hacia él. Iba elegantemente vestida, con un traje azul marino y un collar de perlas. El pelo, de color blanco, lo llevaba recogido en un moño abultado.

Como le sonrió, Rafe se sintió obligado a pararse.

–Rafe Stryker.

–Buenos días, señora.

–Soy Marsha Tilson.

La combinación de su nombre con la firmeza de su mirada activó su memoria. Rafe frunció el ceño.

–Usted es la mujer que me regaló la bicicleta.

Y también formaba parte del grupo que enviaba regularmente ropa y comida a su madre. Pero cuando era niño, la bicicleta le había parecido mucho más importante.

La anciana ensanchó su sonrisa.

–Sí, me alegro de que lo recuerdes.

–Fue muy amable con nosotros. Gracias.

Le resultó difícil pronunciar aquellas palabras. Incluso después de todo el tiempo pasado, le resultaba difícil evocar un pasado en el que se recordaba pasando hambre y a su madre llorando.

–Eras un niño impresionante –le dijo la alcaldesa–. Estabas completamente decidido a cuidar a tu familia. Y eras muy orgulloso también. Hacías todo lo posible para que tus hermanos no tuvieran que preocuparse de nada.

Rafe se aclaró la garganta. No estaba muy seguro de cómo responder.

–No podía hacer otra cosa.

–Debías de tener nueve o diez años. Eras demasiado joven para cargar con esas responsabilidades. Tengo entendido que ahora eres un exitoso hombre de negocios.

Rafe asintió.

–En Fool’s Gold se necesitan hombres como tú.

–No tengo intención de quedarme. Solo estoy ayudando a mi madre.

Los ojos de la alcaldesa chispearon.

–A lo mejor podemos hacerte cambiar de opinión. Ahora mismo aquí hay un ambiente muy propicio para los negocios. De hecho, estamos a punto de abrir un casino y un hotel justo a las afueras. El Lucky Lady.

Aquello despertó su interés.

–No lo sabía.

–Deberías echar un vistazo a lo que están haciendo. La empresa constructora es Janack Construction.

–Sí, he oído hablar de ella –admitió Rafe.

Janack era una multinacional. Tenían proyectos impresionantes, como puentes flotantes en países en desarrollo y rascacielos en China. Era realmente significativo que estuvieran construyendo algo allí.

–Agradezco la información –le dijo.

–Podrías establecerte aquí, Rafe.

Era poco probable que lo hiciera, pero en vez de contestarle eso directamente, le deseó que disfrutara de un buen día y continuó avanzando hacia la serrería.

Rodeó el edificio, sacó el teléfono móvil y marcó un número de teléfono.

–Jefferson –ladró su amigo Dante.

–¿Tienes un mal día?

–¡Rafe! –Dante se echó a reír–. No, estaba esperando la llamada de otro abogado. Ya sabes que hay que transmitir una imagen de dureza. ¿Cómo va todo? ¿Has conseguido convencer a tu madre de que vuelva a disfrutar de la vida en la gran ciudad?

–Eso es imposible.

–Es una mujer muy decidida.

–Dímelo a mí. Y ya que estamos hablando de esto, cuéntame todo lo que sepas sobre el proyecto del casino y el hotel Lucky Lady.

Esperó mientras Dante buscaba información en el ordenador. Se produjo un segundo de silencio seguido por un largo silbido.

–Impresionante.

Le leyó las cifras, las habitaciones, el número de hectáreas y el coste aproximado del proyecto.

–Janack Construction lo tiene todo bajo control. No podemos intervenir de ninguna manera en el proyecto.

–Tampoco tenemos por qué hacerlo –pensó en la cantidad de tierra sin utilizar de la que disponía el rancho–. A lo mejor mi estancia aquí no es una completa pérdida de tiempo. El hotel y el casino necesitarán empleados. Es imposible que en Fool’s Gold haya alojamiento para todos ellos y allí es donde veo que podemos tener una oportunidad.

–Pondré a alguien con los preliminares –le dijo Dante–. Averiguaré la normativa de la zona, si alguien está pidiendo permisos para construir y ese tipo de cosas... –Dante se interrumpió–. Y esto también podría ayudarte en el juicio.

–¿De qué manera?

–Tu madre quiere que arregles el rancho. Invertir dinero en la casa y en las tierras podría colocarte en una posición de fuerza en el caso. Incluso si al final el juicio te es adverso, podrías apelar. Con un hotel y un casino de por medio, tienes muchas más razones para querer ganar.

Sí, porque aquel proyecto podía significar varios millones de beneficios, pensó Rafe. Y, en cuestiones de dinero, las cosas siempre le habían salido bien.

–Si consigues involucrarte en la comunicad, la jueza te mirará con buenos ojos –añadió Dante.

–No pienso involucrarme en nada.

–Tampoco te vas a morir por ello.

–Es posible –respondió Rafe–. Tenemos que ganar este caso, Dante. No voy a permitir que me gane una mujer que se dedica a criar cabras.

–Una mujer bastante atractiva, por cierto.

–Eso no me afecta.

–A lo mejor a mí me está afectando por los dos.

Rafe se echó a reír.

–No es tu tipo.

A Dante le gustaban las mujeres sofisticadas, arregladas y fáciles. Heidi podía tener muchas cualidades, pero ninguna de ellas encajaba con los intereses de Dante.

–¿La quieres reservar para ti? –preguntó Dante–. ¿Debería estar preocupado?

–¿Crees que me voy a enamorar de la cabrera y eso va a ablandarme?

–Bueno, dicho así... Tendrás un informe sobre el potencial de las tierras de tu madre para el final del día.

–Gracias.

Rafe colgó el teléfono y entró en la serrería. A los pocos segundos se acercó a él un hombre con un delantal y una chapa en la que ponía su nombre, Frank.

–¿Puedo ayudarle en algo? –le preguntó.

–Necesito unos quince kilómetros de cerca para reparar un establo.

Sacó del bolsillo de la camisa la lista con todo lo que iba a necesitar y se la tendió. Desde que se había enterado de la próxima apertura de un casino y un hotel, estaba más interesado en el proyecto de su madre.

–¿Conoce a alguien que pueda estar interesado en trabajar unos cuantos días?

Frank revisó la lista y soltó un largo silbido.

–Esto parece que va en serio. Muy bien, haremos el pedido. En cuanto a lo del trabajo, la mejor manera de conseguir trabajadores es a través de Ethan Hendrix. Es el propietario de la constructora más grande de la ciudad. Y también el de más confianza y experiencia. Construcciones Hendrix. Ahora mismo le daré una tarjeta.

Rafe siguió al hombre, sorteando en su camino a un adolescente con dos tablones al hombro. Le resultó curioso que le hubiera recomendado a Ethan Hendrix. Rafe recordaba tanto el nombre como el niño que era años atrás. Rafe y Ethan habían sido amigos, al igual que Josh Golden. Sabía que este último, antiguo ciclista profesional y ganador del Tour de Francia, se había establecido en Fool’s Gold, pero no sabía que Ethan continuaba allí.

Frank le condujo al patio de la serrería y le mostró las diferentes opciones que había para la cerca. Rafe tomó una decisión y eligió después la madera para el establo. Frank le enseñó después el material que tenían para el tejado y le aseguró que disponía de la cantidad que Rafe necesitaba. Justo cuando estaban dando por terminada la conversación, entraron dos enormes camiones, obligándolos a separarse.

–Esos tipos están trabajando para algo grande –comentó Rafe cuando estuvieron de nuevo en el interior del aserradero. Unos camiones tan grandes solo podían significar eso–. ¿Son trabajadores del casino y del hotel?

–¿Ya le ha llegado la noticia?

–Sí.

Frank sonrió.

–Hemos tenido mucha suerte. El constructor es de los que cree que hay que potenciar el negocio local. También han contratado a mucha gente del pueblo. ¿Está buscando trabajo?

Rafe negó con la cabeza.

–No, es simple curiosidad.

Pagó la madera y algunas cosas más y acordaron que se la llevarían al cabo de un par de días. Cuando regresó al coche, sacó el teléfono móvil y revisó rápidamente el correo electrónico. Tenía un mensaje de Nina Blanchard. Lo leyó y marcó su número.

Contestaron al instante.

–Rafe –ronroneó Nina.

En realidad, «ronronear» no era la palabra que mejor se ajustaba a sus circunstancias, pero no tenía otra manera de describir aquel tono de voz.

–Nina.

–Me está costando mucho hablar contigo. Supongo que eres consciente de que no es la característica que más aprecio en mis clientes. Lo único que me dice constantemente tu secretaria es que estás fuera de San Francisco.

–Y es verdad. Estoy en Fool’s Gold, ¿has estado alguna vez por aquí?

–Sí, he estado varias veces. Tienen unas fiestas muy divertidas.

–Sí, eso me han dicho. Estoy aquí por un asunto familiar y no estoy seguro de cuándo regresaré a San Francisco. Creo que tendremos que retrasar nuestros planes hasta entonces.

–No seas tonto, si tú no puedes venir a verlas, irán ellas a verte a ti.

Rafe miró alrededor del aserradero.

–No creo que sea una buena idea.

–¿Por qué no? Estarás en territorio neutral. Si no quieren hacer el viaje hasta allí, es que no merecen la pena, ¿verdad? Me has contratado para que te encuentre a la esposa perfecta y voy a tomarme esa tarea muy seriamente.

–Estupendo. Si alguna de las candidatas está dispuesta a venir hasta aquí, yo estaré dispuesto a conocerla.

–Gracias. Ahora, déjame localizarte a algunas.

–De acuerdo.

Rafe colgó el teléfono siendo consciente de que debería sentir más entusiasmo ante la idea de casarse. Pero la verdad era que si no fuera porque quería tener hijos, no se molestaría en mantener una relación permanente con nadie. Pero no era capaz de romper con la imagen de la familia tradicional, con un padre y una madre, cuando había hijos de por medio. Él había sido testigo directo de lo mucho que había tenido que luchar su madre tras la muerte de su padre.

Pero tenía la sensación de que su idea de perfección y la de Nina no eran muy parecidas. Él había hecho todo lo posible para explicarle que no estaba buscando el amor. Lo había intentado en una ocasión y le había estallado en pleno rostro. Quería encontrar a alguien de quien pudiera ser amigo, una mujer con la que disfrutara en la cama y con la que pudiera imaginarse criando a sus hijos. Nada más. El amor era un mito, él ya tenía demasiados años como para seguir creyendo en los cuentos de hadas.

Heidi soltó a Atenea en el corral y se quitó los guantes. Tres gatos gordos y descarados la miraban expectantes.

–¿Y vosotros de dónde salís? –les preguntó mientras vertía leche en una cazuela vieja y la dejaba en el suelo.

El primer gato había aparecido un mes después de que llegaran las cabras. Heidi estaba ordeñando y pensando en sus asuntos cuando la había sobresaltado un exigente maullido. Había cometido la imprudencia de darle a probar al gato la leche de cabra. Desde entonces, el gato aparecía todos los días a la hora de ordeñar. Al cabo de un tiempo, se le había unido un gato atigrado y otro de color gris con el rostro achatado.

Los gatos esperaron a que dejara el plato en el suelo para empezar a lamer la leche.

Tenían la piel perfecta y era obvio que estaban bien alimentados. Debían de vivir cerca de allí, ¿pero dónde? ¿Y cómo sabían exactamente la hora a la que ordeñaba? Heidi ordeñaba solamente una vez al día. Los gatos llegaban minutos antes y esperaban pacientemente hasta que terminaba.

Suponía que podría dejar de darles leche. Al fin y al cabo, ella no era una persona muy aficionada a los gatos. Pero había algo en su forma de mirarla que la empujaba a ello. La miraban fijamente, como si con aquellas miradas felinas fueran capaces de controlar sus acciones.

Todavía estaba riéndose del control mental que parecían tener aquellos gatos sobre ella mientras llevaba la leche recién ordeñada hacia la casa. Estaba cruzando el patio cuando vio que había un monovolumen y un Mercedes en el jardín. Reconoció los dos coches. Rafe y May acababan de bajarse de ellos.

Habían pasado dos días desde que había ido a montar con Rafe y se había descubierto sintiéndose extrañamente atraída por la única persona que estaba completamente fuera de su alcance. La química, pensó mientras entraba en la casa, podía jugarle a una malas pasadas.

–Buenos días –los saludó mientras colocaba los cubos metálicos en el mostrador.

May se sentó a la mesa con Glen y dejó una caja de pastas entre ellos. Rafe se apoyó contra el mostrador. Mientras que su madre era todo sonrisas, Rafe conservaba su expresión inescrutable.

–¡Has estado ordeñando! Me encantaría verte ordeñando algún día –dijo May–. ¿Crees que podría aprender a hacerlo?

–¡Claro! No es tan difícil. Lo más importante es tenerlo todo limpio y en condiciones higiénicas. Y habiendo cabras de por medio, eso es todo un desafío.

–¿Vendes la leche cruda? –preguntó Rafe, como si le repugnara la idea.

–Todos los días.

–Así mucha otra gente puede disfrutar de leche ecológica –dijo May con una sonrisa cargada de entusiasmo–. ¡Oh, Rafe, todo esto va a ser muy divertido?

¿Divertido aquello? Aquello era un infierno.

Rafe se volvió hacia Heidi.

–Mi madre ha decidido que preferiría quedarse aquí a estar en un hotel. Si todo el mundo está de acuerdo, por supuesto.

Lo último lo añadió únicamente por educación. A Heidi no le pasó desapercibido. La voluntad de May por solucionar las cosas era la única razón por la que Glen no estaba en la cárcel. Hasta que la jueza no tomara una decisión, era preferible intentar ser amable. Pero si May iba a vivir allí...

Heidi se quedó boquiabierta. Rafe arqueó una ceja y asintió de forma casi imperceptible.

–Sí, yo vendré con ella.

No pensaba marcharse de allí hasta que no se hubiera solucionado aquel caso y un hombre cabal jamás dejaría que su madre viviera sola en aquel rancho.

Aquello no podía estar sucediendo. ¿Los dos en la casa? May no iba a representar ningún problema, pero Rafe...

A Heidi le hubiera gustado decir que la casa no era suficientemente grande, pero tenía seis dormitorios y un baño en cada piso. Y si May y Rafe habían vivido allí, seguramente lo sabrían.

–No hemos tenido posibilidad de arreglar nada –comenzó a decir con voz débil–. Los cuartos de baño están muy viejos y las camas no son muy cómodas.

–Todo nos parecerá perfecto –le aseguró May.

Heidi miró a su abuelo, pero Glen estaba ocupado removiendo el café. Heidi tenía la sensación de que habían planteado aquella propuesta mientras ella estaba fuera con las cabras y que Glen había aceptado sin protestar.

–Espero que no te importe, pero Rafe y yo nos hemos tomado la libertad de echar un vistazo a las habitaciones –continuó diciendo May–. Yo me quedaré en el piso de abajo.

Heidi fulminó a su abuelo con la mirada. Glen también dormía en el piso de abajo. Era evidente que estaría encantado con aquel arreglo, pero si pensaba que acostarse con May era una buena idea, estaba completamente equivocado. Heidi iba a tener que encontrar la manera de hacerle entrar en razón.

–Así que ahora seremos compañeros de casa –musitó Rafe–. Perfecto.

Heidi se volvió hacia él y le entraron ganas de dar una patada en el suelo al ver la diversión que reflejaban sus ojos castaños. Sí, claro, para él todo era muy divertido.

–En el piso de arriba solo hay un cuarto de baño –le recordó.

–Podemos compartirlo.

–Muy bien. Por supuesto, podéis quedaros aquí.

Tendría que arreglar cuanto antes aquella situación. Tenía que encontrar la manera de devolverle el dinero que le debía y continuar con su vida. De esa forma, en cuestión de un par de años, todo aquello que estaba viviendo se habría convertido en una anécdota divertida para compartir con las amigas.

–Podéis sacar el equipaje del coche –propuso Glen, y se levantó.

Heidi le dejó salir sin decir una sola palabra. Ya tendría tiempo de acorralarle más adelante y recordarle los motivos por los que tenía que comportarse con May como un auténtico caballero. La seducción no estaba permitida.

Se acercó a la despensa y sacó varias botellas de leche esterilizada. Rafe se acercó a ella, agarró cuatro y la siguió a la cocina.

–Quiero dormir en el piso de arriba –le dijo.

–No me sorprende lo más mínimo. ¿Y no querrás también echarle un vistazo al cajón en el que guardo la ropa interior mientras estás allí?

–No, pero si quieres, estoy dispuesto a hacerlo.

Heidi optó por ignorarle. Después de abrir la primera botella, levantó el cubo y comenzó a echar la leche.

–Ahora mismo estás durmiendo en el que era mi dormitorio.

El hecho de que la única consecuencia de una declaración como aquella fuera una ligera oscilación de la leche que estaba vertiendo, fue una demostración de la considerable fuerza de Heidi.

–¿Quieres recuperarlo?

–No hace falta. Yo dormiré en la habitación de al lado –se dirigió hacia la puerta de atrás y se detuvo–. Espero que no ronques.

Glen se las arregló para evitar a su nieta, pero Heidi consiguió verse a solas con él poco antes de la cena. Para ello tuvo que esperarle fuera del cuarto de baño mientras él se duchaba y afeitaba. Le oía tararear viejas canciones desde la puerta. Aquellas canciones le hicieron recordar su infancia. Cuando tenía miedo a las tormentas, Glen la abrazaba y le cantaba canciones que habían sido famosas antes de que Heidi naciera.

Eran recuerdos muy agradables, pero no iba a permitir que la ablandaran. Tenía un serio problema y quería evitar que Glen empeorara las cosas.

Glen abrió la puerta del cuarto de baño y se detuvo al verla.

–¡Heidi! –exclamó con falsa alegría–. ¿Qué quieres?

Heidi le agarró del brazo y le hizo subir al dormitorio. Cuando estuvieron a salvo en el interior, cerró la puerta tras él y puso los brazos en jarras.

–¡Mantente alejado de May!

Glen abrió los ojos como platos con expresión de exagerada inocencia.

–No sé de qué estás hablando.

–Sí, claro que lo sabes, Glen. He visto cómo la mirabas. Te he visto coqueteando con ella. Te gusta, y me parece genial, pero esta vez, la respuesta es no.

Glen irguió la espalda.

–Eres mi nieta. No tienes ningún derecho a decirme lo que me estás diciendo.

–Tengo todo el derecho del mundo –le advirtió–. Si le haces daño a May, lo perderemos todo.

–¡Jamás le haría daño a May!

Heidi suspiró.

–Sí, claro que puedes hacerle daño. Sabes cómo eres, Glen. Para ti, conseguir a una mujer nunca ha representado ningún problema. El problema lo tienes a la hora de conservarla. Te alejas de ellas en cuanto sabes que están enamoradas. Si le haces eso a May, te quitará el rancho.

Su abuelo asintió lentamente.

–Tienes razón. Tendré mucho cuidado.

Heidi le estudió con atención. No sabía si le estaba diciendo lo que quería oír o si hablaba en serio.

–¿Me lo prometes?

Glen le dio un beso en la mejilla.

–Siento haberte metido en todo este lío, Heidi. No quiero hacer nada que pueda empeorar la situación.

E-Pack HQN Susan Mallery 2

Подняться наверх