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Capítulo 12

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–¿Estás segura? –preguntó Charlie. Alzó inmediatamente la mano–. No estoy de su lado, solo estoy diciendo que necesitas asegurarte antes de poner en marcha ningún plan.

Heidi estaba sentada en una de las mesas del bar Jo’s. Les había pedido a sus amigas que se reunieran con ella a la hora del almuerzo. Necesitaba que la ayudaran a encontrar la manera de derrotar a Rafe.

–¡Estoy segura! –Heidi intentaba aferrarse a su enfado. Era lo único que podía hacer para no ceder a las lágrimas–. He visto la documentación. Ha supervisado todo el rancho, ha contado hasta la última hectárea. No sé cómo ha podido hacerlo sin que le hayamos visto. Aunque, claro, ahora siempre hay trabajadores entrando y saliendo del rancho. Por supuesto, ha tenido la generosidad de dejarle a su madre la casa principal y algo de terreno para los animales. Pero eso es todo. El resto quiere llenarlo de casas baratas.

Agarró el vaso de té frío con las dos manos.

–He sido una estúpida. Me ha utilizado. Durante todo este tiempo, yo pensaba que estaba siendo amable conmigo. Incluso me dio los nombres de tres personas que podían ayudarme a empezar a vender mi queso en Asia. Pensaba que lo hacía porque éramos amigos. Pero no es así. El problema es que se siente culpable. O peor aún, a lo mejor solo estaba intentando distraerme. No somos amigos. Para él, solo soy un obstáculo en medio de su imperio de casas baratas. ¡Quiere acabar con todo! ¡Va a convertir un terreno maravilloso en una urbanización, y no puedo hacer nada para impedirlo!

A pesar de su furia, sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.

–No puedo dejar que nos gane. ¿Adónde iríamos Glen y yo? Tengo cabras, necesito los pastos. Y las cuevas son perfectas para curar los quesos. Además –se le quebró la voz y agarró una servilleta–, es mi hogar. Yo no quiero marcharme de Fool’s Gold.

Charlie y Annabelle le apretaron cariñosamente el brazo.

–No tendrás que marcharte –le prometió Annabelle–. Ya encontraremos una solución. Pero me cuesta creer que esté haciendo todo esto en secreto.

–Espera ganar –dijo Charlie con rotundidad–. ¿Y por qué no va a esperarlo? Con tanto dinero y con sus influencias, él no vive como el resto de nosotros. Estoy segura de que cree que deslumbrará a la jueza con su proyecto.

–Ni siquiera tendrá que hacerlo –respondió Heidi, secándose las lágrimas–. Incluso en el caso de que los representantes estén interesados en mi queso, pasará bastante tiempo hasta que empiece a ganar dinero. No puedo esperar durante semanas, y menos aún durante meses. En el caso de que podamos esperar hasta mediados de verano a que nos llame, tendré suerte si para entonces he conseguido ahorrar diez mil dólares. Y eso es menos de un diez por ciento de lo que Glen le quitó a May. Además, May está completamente instalada en el rancho. Le pidió a Rafe que arreglara la cerca y ahora está ampliando el establo. Hasta ha comprado animales.

Siguieron cayendo las lágrimas.

–No podré devolverle todo ese dinero.

–No tienes por qué hacerte cargo de las reparaciones –le recordó Annabelle–. La jueza no puso esa condición.

–Lo sé, pero me preocupa lo que pueda pensar la jueza si May sigue perdiendo dinero.

–¿Crees que May está al corriente del plan de Rafe? –preguntó Charlie–. ¿También forma ella parte del proyecto?

Heidi se había hecho ya aquella pregunta. Negó lentamente con la cabeza.

–Me cuesta creerlo. Es una mujer auténtica. En el caso de que hubiera estado realmente enfadada por lo que hizo Glen, habría insistido en que se quedara en la cárcel, pero no lo hizo. Además, ella adora el rancho y eso no es compatible con esa urbanización. Todo esto tiene que ser cosa de Rafe.

Eran muchas las cosas que ni siquiera se atrevía a decir. Había empezado a enamorarse de Rafe. Había comenzado a confiar en él. La noche anterior había hecho el amor con Rafe entregándose de todas las formas posibles. Había sido una auténtica estúpida.

–Creo que está intentando distraerme de sus verdaderas intenciones –musitó, esperando que el dolor que sentía en el pecho se debiera más al orgullo herido que a un corazón roto–. Por eso se muestra tan dispuesto a colaborar –tragó saliva cuando comprendió cuál era la verdad–. Todo es cosa del casino. Quiere construir casas para la gente que trabajará allí. Fui yo la que le llevé hasta el casino. Atenea se escapó y él vino conmigo a buscar a las cabras. Entonces lo vio.

–Estoy segura de que podremos solucionarlo –le aseguró Annabelle.

–¿Tienes idea de cómo? –preguntó Charlie–. No quiero parecer negativa, pero desear algo no es lo mismo que conseguirlo.

–Tiene que haber una forma de detenerle –Annabelle posó los codos en la mesa y apoyó la cabeza entre las manos–. ¿Qué puede interponerse en un proyecto de construcción?

–Leyes, regulaciones, calificaciones del suelo –respondió Charlie animada–. Podríamos hablar con la alcaldesa. Tú le caes mejor que Rafe. Seguro que se pone de nuestro lado.

–No la conozco tanto –respondió Heidi–. Además, ¿por qué iba a estar en contra de que se construyan todas esas casas? ¿La alcaldesa no quiere que Fool’s Gold crezca?

–Claro que sí, pero no de esa forma –respondió Annabelle.

–¿Por qué no? Todos esos trabajadores necesitarán una casa en la que vivir. El rancho es perfecto –Heidi parpadeó para alejar las lágrimas–. Ese es precisamente el problema. ¿A quién le van a importar mis cabras y mis sueños comparados con toda esa gente?

–No renuncies –la aconsejó Charlie–. Encontraremos algo. Si no tenemos la ley a nuestro favor, ¿qué tal si recurrimos a los medios de comunicación? Hay muchos grupos que odian el tipo de cosas que Rafe pretende hacer. Podemos ponernos en contacto con ellos.

–Desgraciadamente es un hombre con una gran reputación en la industria –repuso Annabelle sombría–. Construye respetando las leyes, paga unos salarios justos, se ocupa de la tierra que trabaja, y etcétera, etcétera.

–¡Qué mala suerte! Tiene una personalidad repugnante –Charlie se hundió en la silla–. Todo esto apesta.

La impotencia se sumaba a la sensación de traición. Debería haber imaginado que Rafe era demasiado bueno como para ser verdad, se regañó Heidi. Aquel hombre...

–¡Ya lo tengo! –Annabelle golpeó la mesa con las dos manos–. Ya sé lo que podemos hacer.

Heidi se la quedó mirando fijamente.

–¿Qué?

Annabelle sonrió. Los ojos le brillaban de emoción.

–¿Os acordáis del último derrumbe que hubo en los terrenos de construcción del casino? Se derrumbó parte de la montaña y quedó al descubierto todo ese tesoro Máa-zib? Vino la prensa y tuvieron que dejar de construir en esa zona para que los expertos del museo vinieran a investigar el hallazgo.

–No creo que haya ningún tesoro en el rancho –replicó Heidi–. No hay ninguna montaña.

–Pero hay cuevas.

Heidi dudaba.

–Ha habido gente explorando aquellas cuevas durante años. Si hubiera algún tesoro, lo habrían encontrado.

–Quizá sí o quizá no. Y a lo mejor se puede encontrar algo más que oro.

–No sé de qué estás hablando –le dijo Heidi.

Annabelle se inclinó hacia delante y bajó la voz.

–De pinturas rupestres. ¿Y si en la cueva hubiera pinturas rupestres de un valor incalculable?

Jo les llevó en aquel momento las hamburguesas.

–¿Algo más? –preguntó.

–No, gracias –contestó Charlie, y esperó a que se alejara para continuar–. Rafe todavía está en la fase de los planos. Aunque encontraran oro o unas pinturas rupestres en las cuevas, no podrían obligarle a renunciar a algo que ni siquiera ha empezado.

–Completamente de acuerdo –Annabelle tomó una patata frita–. Pero eso le permitirá ganar tiempo a Heidi –se volvió hacia ella–. Has dicho que tenías contactos para empezar a vender jabón y queso en Asia. Si pudieras contar con tres o cuatro meses para consolidar el negocio, ¿podrías reunir una cantidad de dinero importante para pagar a May?

–A lo mejor –respondió May lentamente, sin confiar demasiado en sus propias cuentas–. Por lo menos el suficiente como para demostrarle a la jueza que voy en serio. No sé cómo van a ir las ventas, pero con que funcionen la mitad de bien de lo que espero, creo que sí.

–Ese descubrimiento nos ayudará a ganar tiempo –Charlie asintió–. Con el rancho lleno de expertos investigando, la jueza no querrá dictar sentencia –sonrió–. Sí, ¡esto podría funcionar!

Heidi contuvo la respiración.

–Suena bien, pero no sé si soy capaz de hacerlo. Es mentir. O algo peor. Es un fraude. ¿Qué ocurrirá si la jueza lo averigua? Primero, Glen le roba doscientos cincuenta mil dólares a May y ahora yo me dedico a falsificar pinturas. Va a pensar que somos una familia de delincuentes.

–Lo único que necesitas es tiempo para conseguir el dinero que tienes que devolverle a May –le recordó Annabelle–. No le vas a quitar nada a nadie. Solo pretendes conservar lo que es tuyo. Además, de esa forma vendrán turistas a la ciudad. Será bueno para todos.

Heidi no estaba segura. No terminaba de gustarle la idea, pero no se le ocurría ninguna alternativa. Por lo que ella intuía, a la jueza le gustaría tanto el proyecto de Rafe que la dejaría sin sus tierras. Al fin y al cabo, desde el punto de vista local, una urbanización sería más beneficiosa que sus cabras.

–No quiero perder mi casa –susurró. El cuerpo entero le dolía–. No puedo. Este rancho es lo que he querido durante toda mi vida.

–No lo vas a perder –respondió Charlie–. Nosotras te ayudaremos.

–Yo puedo ponerme a investigar –se ofreció Annabelle– Puedo conseguir ejemplos de otras pinturas Máa-zib. Así estaremos preparadas en el caso de que quieras seguir adelante con esto.

Heidi suspiró.

–Muchas gracias. A las dos. Tengo que pensar en ello. No estoy muy segura. Quiero salvar mi casa, no me queda otra opción. Pero no estoy segura de que esta sea la mejor forma de hacerlo.

–No quiero ser mala ni nada parecido, pero no te quedan otras muchas opciones –señaló Charlie.

–Lo sé. Dadme un par de días para pensar en ello.

Buscaría otra alternativa. Y si no podía encontrarla, utilizaría aquel plan.

–Tú piensa –respondió Annabelle–. Yo me pondré a ello y a lo mejor empiezo incluso a preparar algunos bocetos para las pinturas. Las mujeres de esa tribu eran muy sofisticadas para su tiempo, así que estamos hablando de algo más que de unas pinturas esquemáticas. ¿Qué tal van tus capacidades artísticas?

–Digamos que tengo las básicas. Antes solía dibujar, pero la verdad es que hace años que no lo hago.

Heidi tenía la sensación de que había estado viviendo de esperanzas durante demasiado tiempo. Esperar, desear y soñar. Cuando se había enterado de lo que había hecho Glen, la había aterrado la posibilidad de perderlo todo. Poco a poco, después de conocer a May y a Rafe, había ido bajando la guardia. Ese había sido su error. Rafe era un hombre despiadado. Conseguía todo lo que quería sin dejar que nada se interpusiera en su camino. Ella tendría que ser tan fuerte y decidida como él. Tenía demasiadas cosas que perder.

Heidi regresó al rancho justo después de la comida. Esperaba poder escaparse a su habitación durante un par de horas para estar a solas. Necesitaba pensar en el plan que le habían propuesto sus amigas. Ella siempre había sido una persona honesta y no le parecía bien engañar a toda una ciudad. Pero tenía el presentimiento de que si confiaba en que fuera el sistema el que se hiciera cargo de la situación, sus cabras y ella terminarían en la calle. Al fin y al cabo, May era la parte perjudicada en todo aquello.

Cuando llegó al rancho, vio un enorme camión aparcado fuera de la casa. Pero tanto los letreros como los dibujos dejaban claro que May no había comprado más llamas. ¿Habría muerto definitivamente la cocina? ¿Estaría May reparándola?

Heidi entró en el vestíbulo y encontró a May vigilando a dos hombres que cargaban una cocina de acero inoxidable completamente nueva. Tenía seis quemadores relucientes y un horno suficientemente grande como para asar un pavo de diez quilos.

En cuanto vio a Heidi, May juntó las manos con un gesto de emoción.

–¡Ya estás aquí! Esperaba que se hubieran ido antes de que llegaras. Pero supongo que todavía sigue siendo una sorpresa, ¿verdad?

May la miró con expresión culpable y complacida al mismo tiempo.

–No soportaba tener que volver a cocinar en ese horno y Glen me dijo que el pastel de carne es su comida favorita. Espero que no te importe que haya seguido adelante con mi idea. Supongo que debería haber preguntado.

Heidi estudió atentamente a la madre de Rafe. Vio esperanza y preocupación en sus ojos oscuros, advirtió un ligero temblor en la comisura de sus labios. No, era imposible que May estuviera al tanto de lo que Rafe se proponía. Se negaba a creer lo contrario. Era una persona abierta y generosa. Unas cualidades que su hijo no había heredado de ella.

–La cocina es preciosa. Estoy emocionada –le aseguró Heidi.

–¿De verdad? –May corrió hacia ella y la abrazó–. Pues es un alivio. Tenía miedo de que pudieras enfadarte. Pero cuando veo un electrodoméstico, soy incapaz de controlarme.

Condujo a Heidi a la cocina. Los hombres terminaron de instalarla, May firmó el recibo y los hombres se marcharon.

Acarició entonces los mandos de la cocina con un gesto casi reverencial.

–Piensa en todo lo que podremos cocinar. Lo primero que haré será una tarta de fresas. ¿Has visto las fresas que venden en la granja que hay de camino al pueblo? Son enormes y están deliciosas. Primero tendré que preparar la base para que pueda enfriarse. Miró el reloj de la pared.

–Tengo el tiempo justo.

En ese momento se abrió la puerta de atrás y entró Rafe.

–Mamá, tendrás que dejar de darnos este tipo de sorpresas –avanzó hacia el interior–. Cocina nueva, ¿eh?

–¿No te parece maravillosa?

Heidi se concentró en controlar su respiración. Si se concentraba en inhalar y en expirar, a lo mejor dejaba de ser tan consciente de que Rafe estaba a su lado. O de su tamaño. O de, cómo, a pesar de todo, se descubría a sí misma deseando acariciarle.

Las imágenes de la noche anterior invadieron su cerebro. Los recuerdos sensoriales cosquilleaban en sus dedos, recordándole el tacto de su piel. Podía respirar su esencia, sentir la sensualidad de aquellos besos que habían derrumbado sus defensas.

Sin pretenderlo, le dirigió una mirada fugaz. Rafe le guiñó el ojo y le dirigió una sonrisa de complicidad. Una sonrisa que insinuaba intimidad y conexión. Heidi era incapaz de decidir si tenía ganas de llorar o de gritar. El dolor batallaba con el enfado. Pero antes de que cualquiera de aquellos sentimientos hubiera ganado la partida, llegó otra camioneta enorme a la casa.

–¿Qué otra cosa has pedido? –preguntó Rafe, mientras salía de la cocina.

–Nada –May le siguió–. Solo la cocina. Esta semana no tiene que venir ningún animal.

¿Significaría eso que la semana siguiente sí lo haría? Heidi no se molestó en preguntar. Sinceramente, no quería saberlo.

Salió tras ellos y vio a un hombre rodeando la camioneta de la que acababa de bajar para acercarse al remolque de caballos que arrastraba. Era un remolque de lujo, con aire acondicionado, calefacción y mucha ventilación.

El hombre le resultaba familiar. Era alto, de pelo oscuro y con una complexión muy parecida a la de Rafe. En el tiempo que tardó May en gritar y correr hacia él, Heidi le reconoció por las fotos que había en el cuarto de estar. Shane Stryker había decidido reunirse con su familia en Fool’s Gold. Le deseaba suerte.

–Mamá me dijo que viniera –explicó Shane, una vez ya en el cuarto de estar.

–¿Y desde cuándo le haces caso a mamá? –le preguntó Rafe.

Por supuesto, se alegraba de ver a su hermano. Shane y él siempre se habían llevado bien.

–Ya era hora de que diera un paso adelante –respondió Shane–. Llevo demasiado tiempo trabajando para otros. Quiero empezar a criar una raza propia. Ya estoy trabajando en ello. He comprado un semental nuevo que es perfecto –Shane dio otro sorbo a su cerveza y se encogió de hombros–. Aunque tiene un carácter endiablado. Pero conseguiré dominarlo.

Rafe miró hacia la cocina, donde May cocinaba feliz para su hijo.

–¿Ya te ha dicho mamá que el rancho todavía no es suyo? Teóricamente, la jueza puede dictar sentencia a favor de Heidi.

–Sí, teóricamente –Shane sonrió–. Vamos, Rafe, tú no vas a dejar que eso ocurra.

–Es cierto, pero hasta entonces, no deberías hacer planes.

–Tengo fe en ti, hermanito. Terminarás ganando, como siempre.

Rafe miró hacia el techo, sintiéndose ligeramente incómodo con aquella conversación. Aunque pensaba ganar, no estaba preparado para que Heidi lo supiera. Sobre todo después de la noche anterior.

Le bastaba pensar en lo que había ocurrido para que le entraran ganas de sonreír como un estúpido. Estar con Heidi había sido mucho mejor de lo que había imaginado, y eso que era mucho lo que había imaginado. Al recordarla en su cama, le ardía la sangre. Pero no era algo que le apeteciera experimentar estando en la misma habitación de su hermano, así que desvió la atención hacia los caballos que Shane había descargado.

–¿Has venido conduciendo desde Tennesse con seis caballos de carreras? –le preguntó.

–En los aviones no me venden asientos para ellos, así que no tenía otra opción. Pero están perfectamente. Ahora podrán descansar un tiempo mientras yo vuelvo al este a terminar un trabajo.

–¿Te vas?

–Volveré dentro de unos días.

–¿Y qué va a pasar con los caballos?

Shane bebió otro sorbo de cerveza y sonrió.

–Me extraña que lo preguntes.

–¡De ningún modo! ¡No pienso hacerme cargo de ellos!

–Alguien tendrá que hacerlo –Shane parecía más enfadado que preocupado–. ¿Qué tienes que hacer durante todo el día que no te queda tiempo para cuidar a mis caballos?

–Dirigir un negocio, para empezar.

Aunque la verdad era que no le estaba dedicando mucho tiempo a su empresa. Aunque solo estuviera a unas horas de distancia de San Francisco, tenía la sensación de que vivía a todo un mundo de distancia. Parecía encajar bien en el rancho. O a lo mejor la clave de todo era Heidi. En cualquier caso, no veía nada malo en ello.

–Yo me encargaré de ellos –dijo una voz femenina.

Ambos alzaron la mirada. Rafe vio que Heidi acababa de entrar en el cuarto de estar. Por lo menos no le había oído decir que pensaba quedarse con el rancho. Seguramente eso habría cambiado el tono de su relación.

Shane se levantó.

–Buenas noches, señora.

Heidi se echó a reír.

–Aunque supongo que May estaría encantada con esta muestra de buena educación, si vuelves a llamarme «señora» les daré tus botas favoritas a las cabras. Yo soy Heidi y supongo que tú eres Shane. Encantada de conocerte.

Shane dio un paso adelante y se estrecharon la mano. Durante aquel breve segundo de contacto, Rafe se sintió tenso. La necesidad de reclamar a Heidi como suya, de decirle a su hermano que se apartara, estuvo a punto de superarle. Se reprimió porque tanto él como Heidi habían quedado de acuerdo en que nadie tenía que enterarse de lo que había pasado la noche anterior. Pero no le hizo ninguna gracia la forma en la que le sonrió su hermano.

–Yo también me alegro de conocerte –respondió Shane.

–Y ahora que ya nos hemos presentado, háblame de tus caballos.

–Tengo seis. Todos pura sangres. Con mucho carácter, pero buenos animales. ¿Sabes algo de caballos?

Heidi metió las manos en los bolsillos traseros de los vaqueros, haciendo que su pecho se arquera hacia delante. Rafe se dijo a sí mismo que era un gesto inconsciente. No estaba coqueteando con su hermano, no estaba intentando que se fijara en la feminidad de sus curvas. Aun así, deseó interponerse entre ellos, cambiar el rumbo de la conversación.

–Cuidamos a dos caballos en el rancho. Soy yo la que se encarga de ellos. Si quieres, puedes ir a verlos y llamar a sus propietarios para pedir referencias.

–Si el precio es justo, me interesa –contestó Shane.

–Podríamos ir al establo después de cenar –Heidi sonrió–. Puedes decirme lo que esperas de mí y después podemos negociar.

–Me gusta como suena eso.

–Muy bien, muy bien –incapaz de aguantarse, Rafe se acercó hacia ellos–. Heidi está fuera de tu alcance. Mamá y yo estamos viviendo aquí.

Shane frunció el ceño.

–¿Y eso qué tiene que ver con esto?

Rafe esperaba que Heidi lo comprendiera, que apreciara su deseo de protegerla. Pero en cambio, pareció enfadarse.

–Rafe tiene unas ideas un tanto peculiares sobre cómo deben hacerse las cosas –contestó–. Y sobre qué pertenece a quién.

Rafe tenía la sensación de estar perdiéndose una parte importante de aquella conversación, algo que le parecía imposible. Había estado allí en todo momento. Pero entonces, ¿por qué no sabía a qué se refería Heidi?

Shane le pasó el brazo por los hombros a Heidi.

–Rafe tiene ideas peculiares sobre muchas cosas.

A Rafe no le estaba haciendo ninguna gracia lo que estaba pasando allí, pero antes de que hubiera podido protestar, sonó su teléfono móvil.

Lo sacó del bolsillo, miró la pantalla y gimió.

–Nina –musitó.

–¿Quién es Nina? –preguntó su hermano.

–Su casamentera –le explicó Heidi–. Está en San Francisco. La ha contratado para que le encuentre a la esposa perfecta.

Lo único bueno que salió de aquel tema de conversación potencialmente desastroso fue que Shane dejó caer el brazo y se volvió hacia Rafe.

–¿Has contratado a una persona para que te busque esposa? –Shane se echó a reír mientras formulaba la pregunta. Le palmeó la espalda a su hermano–. ¿Me estás diciendo que a pesar de ser millonario no has sido capaz de conseguir una chica?

Rafe pulsó una tecla para rechazar la llamada.

–Puedo conseguir perfectamente una chica.

–Supongo que eso es verdad –terció Heidi–. La pregunta es: ¿puedes conservarla?

Y sin más, se marchó.

Shane soltó un largo silbido.

–No sé lo que está pasando aquí, pero tengo la sensación de que has metido la pata en algo.

–Eso parece.

No podía culpar a Heidi por estar enfadada. No habían tenido oportunidad de hablar en todo el día y de repente le veía recibiendo llamadas de la persona a la que había contratado para encontrar esposa. No podía culparla por desear ver su cabeza clavada de un palo.

–¿Mamá lo sabe?

Rafe miró a su hermano con el ceño fruncido.

–¿El qué?

–Que Heidi y tú estáis juntos.

–No estamos juntos. No es exactamente así.

–Te estás acostando con ella –no era una pregunta.

–Sí.

–Y has contratado a una persona para que te busque esposa.

–Eso fue antes.

–Nina continúa llamándote, hermanito. Déjame a ver si lo entiendo. Te estás acostando con la mujer a la que quieres quitar el rancho mientras vives con tu madre y estás intentando encontrar esposa –Shane le palmeó la espalda–. Supongo que puedes considerarte afortunado.

–Vete al infierno.

–¿Por qué no me cuentas cómo andan las cosas por allí, Rafe? Tengo la sensación de que lo sabes por experiencia propia.

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