Читать книгу E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery - Страница 15
Capítulo 9
ОглавлениеRafe cruzó el tejado del establo. Desde aquella altura podía contemplar la mayor parte del rancho. Las cabras estaban en el norte de la propiedad, pastando los primeros brotes de la primavera. Sin duda alguna eran todo lo felices que podían ser unas cabras.
Ya habían terminado la cerca. No quería ni pensar en la cantidad de postes que habían tenido que reemplazar, ni en los miles de metros de alambre que habían sido colocados en su lugar. Para él, era un trabajo excesivo para beneficiar únicamente a ocho cabras, pero su madre había insistido en que lo hiciera.
–¡Rafe!
Se volvió y uno de los tipos con los que trabajaba le lanzó una botella de agua. Su madre las llenaba todas las noches y las metía en el congelador. A media mañana estaban todavía frías, pero se habían derretido lo suficiente como para poder beber. Desenroscó el tapón y bebió un sorbo.
Se suponía que él ocupaba la mayor parte de sus días con reuniones. Era insuperable consiguiendo cuanto se proponía y dando instrucciones a otros. Dante solía bromear diciendo que si Rafe terminara una reunión teniendo alguna tarea que hacer, lo consideraría un fracaso.
Pero últimamente se pasaba el día sudando. Cazando ganado a lazo, construyendo cercas y, en aquel momento, reparando un establo.
Ya no se molestaba en ducharse y afeitarse por la mañana. Se levantaba, se ponía los vaqueros y las botas y salía a trabajar hasta que le dolían los músculos.
Había retrocedido en el tiempo, había vuelto a vivir junto a su madre en un lugar al que se había jurado no volver. Pero todo era diferente. Ya no le importaba el trabajo físico. Disfrutaba siendo capaz de sacar adelante el trabajo, colocando un poste o parte del establo y sabiendo que todo estaba mejorando gracias a él.
En vez de salir a restaurantes acompañado de mujeres atractivas, se descubría a sí mismo en el viejo comedor del rancho, frente a Heidi, con Glen y su madre a la mesa. Pero la conversación fluía con facilidad. Glen tenía cientos de historias que contar sobre su vida como feriante. Heidi también tenía su buena dosis de anécdotas y Rafe disfrutaba escuchándolas. También disfrutaba del sonido de la risa de Heidi, y de la anticipación que sentía cuando le sonreía.
Algunos días, cuando terminaba de trabajar e iba a ducharse, pensaba en llevarla con él. La imaginaba desnuda bajo la ducha, imaginaba su boca sobre la de Heidi y sus manos recorriendo su cuerpo entero. Se recreaba pensando en el jabón, en la piel húmeda y en todas las cosas que podían hacerse el uno al otro. Pero rápidamente se recordaba que Heidi no era la mujer que estaba buscando y que involucrarse con ella sería una estupidez que no se podía permitir.
Aun así, un hombre tenía derecho a soñar.
Terminó la botella y la tiró al contenedor que tenían debajo. Los trabajos de reparación del tejado avanzaban con firmeza. Imaginaba que al día siguiente podrían haber acabado. Por supuesto, para entonces su madre ya tendría otra lista de proyectos. Un par de días atrás, a la hora del almuerzo, había pedido una cocina nueva.
Rafe quería recordarle que todavía no estaban seguros de que fueran a recuperar el rancho, pero sabía que sería una pérdida de tiempo.
Apenas acababa de levantar un martillo cuando vio un enorme transporte de ganado entrando en el rancho. Rafe observó cómo reducía el vehículo la marcha hasta detenerse. No había pasado mucho tiempo con Heidi durante el último par de días, desde la noche en la que había vuelto bebida a casa. Imaginaba que le estaba evitando. Aun así, estaba seguro de que si fueran a llegar cabras nuevas, se habría enterado.
Se acercó hasta el borde del tejado y bajó con mucho cuidado la escalera de madera.
Su madre salió corriendo del interior de la casa.
–¡Ya están aquí!
Con los vaqueros y la camiseta parecía mucho más joven. Unió las manos y, prácticamente, bailaba de emoción. A Rafe se le cayó el corazón a los pies.
–Mamá, ¿qué has hecho?
–Ahora mismo lo vas a ver.
Se acercó al vehículo. El ayudante del conductor bajó, rodeó el remolque, abrió la puerta y bajó una rampa. Rafe oía ruido en el interior del remolque, pero no conseguía identificarlo.
Seguramente su madre no habría pedido más cabras sin hablar antes con Heidi, y dudaba de que hubiera comprado un caballo sin consultarlo con Shane.
May firmó el albarán de entrega y se reunió con Rafe. Justo en ese momento salió Heidi de la casa.
–¿Qué está pasando aquí? –preguntó.
–Tendremos que esperar para verlo –contestó Rafe.
–Es una sorpresa –May abrazó a su hijo–. ¡Estoy emocionada!
–¿De verdad? No me había dado cuenta.
Entraron los dos hombres en el camión. El ayudante fue el primero en bajar tirando de una...
–¿Una llama? –preguntó Rafe con la mirada fija en aquel animal blancuzco.
–¿No te parece preciosa? Bueno, creo que es macho. No estoy segura. Siempre me ha parecido poco respetuoso mirarlo. Pero sí, es una llama. Tres, de hecho.
Rafe miró a Heidi, que parecía tan sorprendida como él.
–¿Quieres criarlas por el pelo? –preguntó Heidi–. ¿No tienen alguna relación con los camellos?
–Son animales de rebaño –le explicó May–. Y me parecen preciosas. Las vi en eBay y no pude resistir la tentación. Además, protegerán a las cabras. Leí un artículo en el que decía que algunos granjeros utilizan las llamas para proteger el ganado. Sobre todo a las cabras que están preñadas. Estamos muy cerca de las montañas. Puede haber coyotes o lobos. Y no nos gustaría que les ocurriera nada a ninguna de las niñas.
–Por supuesto que no –musitó Rafe.
¿Llamas? ¿Qué iba a hacer su madre con ellas si al final la jueza no dictaba sentencia a su favor? El piso que tenía en San Francisco no era particularmente adecuado para una llama.
Heidi contuvo la respiración.
–De acuerdo, ¿dónde las vas a colocar?
–Estaba pensando en esa zona del rancho –May señaló hacia el oeste–. Hay mucha luz, árboles y una colina para escalar.
Y también agua, pensó Rafe, recordando que su madre había insistido en llevar una tubería hasta allí.
May se acercó a la llama.
–Hola, cariño. Seguro que aquí serás muy feliz –miró a Heidi–. Son un poco mayores, así que he pensado que les vendría bien un hogar.
May se alejó con el ayudante y le enseñó dónde tenía que colocar el animal. El conductor apareció en aquel momento con una llama de color marrón, algo más pequeña, y siguió a su compañero.
–¿Llamas viejas? –musitó Heidi, acercándose a Rafe–. Admiro su filosofía.
–Por supuesto. Las ha comprado para proteger a tus cabras, ¿cómo no te iba a gustar?
–Estás un poco nervioso, ¿verdad?
–Alguien tiene que intentar controlarla.
–Es tu madre.
–Alguien que no sea yo.
Miró con nostalgia hacia el oeste. En alguna parte, en San Francisco, estaba teniendo lugar una reunión a la que debería estar asistiendo.
En cuanto las tres llamas estuvieron en su lugar, bajaron tres ovejas, más viejas todavía. Las llevaron hasta una zona cercada, muy cerca de las llamas.
–¿Alguna cosa más? –preguntó Rafe, sin atreverse a mirar en el interior del remolque.
–Ya está todo –respondió el conductor, y le tendió los recibos.
May los aceptó feliz y miró hacia sus animales.
–He estado investigando cómo tengo que cuidarlos. Glen me será de gran ayuda.
–¿Había muchos animales en la feria? –quiso saber Rafe, mientras se preguntaba hasta dónde podían llegar antes de que empezaran a mejorar las cosas.
–La verdad es que no –contestó Heidi–. Un par de cabras y algunos perros. No era un circo. Vas a necesitar un veterinario. El mío es Cameron McKenzie. Te daré el teléfono.
Un veterinario. Por supuesto, porque unos animales tan viejos iban a necesitar muchos cuidados.
–¿No podías empezar con gatos, como otras mujeres de tu edad? –le preguntó a su madre.
Su madre le golpeó el brazo.
–¡No me trates como si estuviera perdiendo la cabeza! He estado pensando mucho en ello y quiero tener estos animales en el rancho. Es algo que me hace feliz.
Rafe no sabía qué contestar a eso. Por supuesto, ni quería ni podía decirle que no fuera feliz.
May caminó hasta la cerca para poder ver a sus nuevas criaturas. Rafe se frotó la frente.
–Admiro muchísimo a tu madre –admitió Heidi–. Es una mujer llena de vida.
–Y de otras muchas cosas.
Heidi sonrió.
–La quieres y harías cualquier cosa por ella.
–Es mi debilidad. ¿Por qué no puedo ser uno de esos tipos que odian a sus madres? Mi vida sería mucho más fácil.
–Nunca has huido de tus responsabilidades. Excepto por lo que se refiere a Clay. Lo encuentro muy interesante.
Heidi ni siquiera sabía por qué se le había ocurrido mencionar a Clay.
–Acaban de entrar tres ovejas y tres llamas en mi vida. ¿No podemos evitar hablar de mi hermano al menos por unos días? A no ser que quieras que hablemos de tu borrachera.
Heidi apretó los labios.
–No, no quiero que hablemos de eso.
–¿Lo ves? La discreción puede ser tu aliada –le pasó el brazo por los hombros y la condujo hacia el establo–. Vamos, cabrera. Solo Dios sabe qué más cosas puede comprar mi madre por eBay. Vamos, ven a pasarme los tornillos mientras yo arreglo el establo.
–¡Oh, eso ya es prácticamente una cita! ¿Y después podré ponerme tu cazadora mientras vamos a tomarnos un batido?
–Por supuesto –le dirigió una mirada fugaz–. Seguro que cuando ibas al instituto eras una monada.
–¡Y sigo siéndolo ahora!
Rafe se echó a reír.
–Pasas demasiado tiempo con mi madre. Se te está contagiando su actitud.
–Estoy aprendiendo de una maestra. Así que creo que vas a tener muchos problemas.
Rafe tenía el presentimiento de que no se equivocaba.
Heidi sacó con mucho cuidado los jabones de forma octogonal de los moldes. Las flores secas que había colocado con infinito cuidado en el molde estaban perfectamente pegadas en el centro, bajo una fina capa de jabón.
Aunque la receta básica continuaba siendo la misma, estaba experimentando, intentando hacer las pastillas de jabón más atractivas. Había estado investigando por Internet y revisando diferentes revistas dedicadas a pequeños productores como ella. Rafe tenía razón, había todo un mundo para los productos ecológicos y artesanales.
Colocó los jabones en la estantería. Los dejaría secar durante un par de semanas antes de envolverlos en el papel que había comprado. Una de las amigas que había conocido a través de Internet la había puesto en contacto con un estudiante de artes gráficas que le había diseñado un precioso logotipo a cambio de poder utilizar el diseño como parte de un proyecto para la universidad. Heidi había recibido las primeras pegatinas esa misma semana.
Tomó una pastilla de jabón de las que había hecho dos semanas atrás, la envolvió y selló el papel con una pegatina.
–¿Qué tal va?
Heidi se volvió sobresaltada, sintiéndose al mismo tiempo culpable y desafiante.
Rafe permanecía en el marco de la puerta del dormitorio que Heidi utilizaba como despacho. Estaba en la parte de atrás de la casa, al lado del recibidor, de modo que tenía fácil acceso a todo lo que necesitaba. Además, estaba lejos del dormitorio de Glen, lo que significaba que no tendría que oír ningún ruido extraño por la noche.
–Estoy bien. ¿Vienes a controlarme?
No había terminado de decirlo y ya estaba deseando haberse mordido la lengua.
Rafe arqueó las cejas. Alargó la mano hasta el borde de la puerta, estirándose de tal manera que la camiseta se le levantó por encima de la cintura del pantalón, aunque no lo suficiente como para revelar nada interesante. Eran casi las siete de la tarde. Rafe se había duchado después de un largo día de trabajo y habían cenado ya. May y Glen estaban viendo la televisión y la última vez que Heidi había visto a Rafe, este estaba en el porche, revisando su correo electrónico. En aquel momento dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo y entró en el dormitorio.
–Estás haciendo jabón.
–¿Y?
–Me estás mirando como si fueras una niña a la que han pillado fumando en la tapia del colegio. A no ser que estés traficando con secretos militares, ¿por qué estás tan nerviosa?
–No estoy nerviosa –suspiró. Nunca se le había dado bien mentir–. Seguí tu consejo y estoy buscando otros mercados. He encontrado un par de grupos a través de Internet y he recibido mucha información. He enviado muestras de jabón a un par de tiendas y a un par de representantes y estoy empezando a recibir mis primeros pedidos.
Rafe avanzó hasta la silla que tenía Heidi a su lado y se sentó.
–Eso es bueno.
–Desde mi punto de vista, sí.
Heidi fue testigo del momento en el que Rafe comprendió lo que le quería decir. Si su negocio tenía éxito, podría devolver el dinero y recuperar el rancho.
–Me alegro de que las cosas te vayan bien –le aseguró Rafe.
–¿Porque no crees que pueda ganar suficiente dinero a tiempo?
Rafe la sorprendió acariciándole la mejilla.
–Todo esto era mucho más fácil antes de conocerte.
–Estoy completamente de acuerdo contigo, pero sigo necesitando ganar.
–Yo también –dejó caer la mano–. Háblame de tu imperio del jabón.
–Todavía no es un imperio, pero tengo pedidos y la promesa de recibir varios más. Estoy dándome a conocer a través de Internet. Pronto necesitaré una web. Annabelle dice que conoce a alguien en Fool’s Gold que puede hacérmela –probablemente había llegado el momento de cambiar de tema–. ¿Ya están instalados los animales para la noche?
–Por lo menos lo estaban la última vez que he ido a verlos. Llamas y ovejas. ¿En qué estaría pensando mi madre?
Heidi no estaba segura, pero la admiraba porque era capaz de hacer exactamente lo que quería.
Rafe se reclinó en su asiento.
–Tendremos que pedirle a Lars que les revise las pezuñas la próxima vez que venga.
–No había pensado en ello. ¿Las ovejas y las llamas también necesitan ese tipo de cuidados?
–Lars lo sabrá.
–¿Por qué lo dices en ese tono?
Rafe sonrió lentamente.
–No le hizo mucha gracia tener que tratar conmigo. Yo diría que le tienes loco.
–¡Oh, por favor! –volvió a concentrarse en envolver los jabones–. Si apenas le conozco.
–Pues le has causado una gran impresión.
–Ya que hablamos de ese tipo de cosas, ¿qué tal fue la cita con la chica que te había buscado tu casamentera?
Rafe se encogió de hombros.
–Bien.
–¡Ooh! Cuánta emoción. Estoy deseando saber cuándo habéis vuelto a quedar.
–Fue solo una cita.
–Volviste pronto a casa.
–Me sorprende que lo recuerdes.
La verdad era que apenas recordaba nada sobre aquella noche, pero sí que Rafe la había metido en casa y que ella no había llegado muy tarde. Tenía imágenes borrosas y recordaba también algo de un beso, pero no quería ahondar en ello.
–¿No era la mujer de tu vida?
–No.
–Pero vino hasta aquí para verte. Supongo que eso tiene que significar algo.
–No quiero ser demasiado cínico, ¿pero tienes idea de lo mucho que valgo?
–La verdad es que no –pensó en lo que su abogada le había contado–. ¿Mucho?
Rafe volvió a esbozar aquella sonrisa lenta y sensual, haciendo que Heidi jugueteara nerviosa con el jabón.
–Sí, ese es un número tan bueno como cualquier otro.
–¿Quieres decir que venía por tu dinero y no por tu personal encanto?
–Es una posibilidad.
Y, probablemente, bastante realista.
–Deberías decirle a la persona que te está buscando esposa que rebaje la cantidad de tu fortuna. De esa manera a lo mejor encuentras a alguien que te quiera por lo que eres.
–No estoy buscando amor. Busco una pareja.
–Qué romántico.
–Ya intenté el camino del romanticismo y las cosas no me fueron bien.
Heidi tenía la sensación de que si Rafe y su exesposa se habían separado sin que hubiera sufrimiento de por medio era porque ninguno de ellos había estado realmente enamorado. Su experiencia en el terreno sentimental era completamente distinta. Sabía que el amor podía atraparle a uno y no dejarle marchar. Pensó en Melinda y en otras personas más famosas que habían muerto por amor.
–¿Adónde la llevaste? –le preguntó.
–¿A quién?
–A tu cita.
–Al restaurante del hotel.
Heidi suspiró.
–Ese es tu problema. Necesitas hacer algo especial.
–¿Un paseo a caballo a la luz de la luna?
–No, si no le adviertes antes de que venga vestida para ello. Fool’s Gold es una ciudad magnífica. Hay muchos restaurantes pequeños con un ambiente mucho más agradable que el del hotel. O llévala al Gold Rush Ski. Por lo menos podrías subir hasta el final de la montaña. Es muy romántico.
–Pero hace frío.
Heidi elevó los ojos al cielo.
–Puedes pasarle el brazo por los hombros para que entre en calor. Vaya, no me extraña que tengas que usar a una casamentera. Al parecer, lo de las citas no se te da muy bien.
–Se me da perfectamente. El problema no soy yo, es el hecho de haber vuelto aquí. De haber vuelto al pasado.
–¿Demasiados recuerdos?
–Sí.
Heidi pensó en lo que May le había contado sobre Rafe, en lo difíciles que habían sido las cosas para él años atrás.
–Ya no eres ningún niño. Tienes edad para ocuparte de tu familia.
Rafe respiró hondo y tomó uno de los papeles para envolver el jabón.
–Cada vez que había fiestas nos traían cestas llenas de comidas. Y no de las sobras que alguien encontraba en su despensa, sino de verdadera comida. Pavo, jamón, asados. Ya preparados. Tartas, bizcochos. Películas de vídeo para nosotros y libros para mi madre.
–Qué maravilla.
–No lo era. Yo siempre sabía cuándo nos lo iban a traer. Abría la puerta y veía la compasión en sus ojos.
Mientras hablaba, Heidi sabía que no era el Rafe que ella conocía, sino un chico de diez u once años que no podía mantener a aquellos a los que amaba. Un niño al que le habían asignado la difícil tarea de ocuparse de toda su familia.
–Tú no tenías por qué ocuparte de todos –musitó.
–Alguien tenía que hacerlo.
–Tu madre lo hacía.
–La situación la superaba. Había demasiado trabajo y no recibía ninguna ayuda.
–Hiciste lo que pudiste.
–No era suficiente.
Heidi comprendía por qué estaba tan preocupado por May. En aquel entonces, no había sido capaz de protegerla. La situación en la que en aquel momento se encontraba le permitía proteger a cuantos quería. Pero aquella atención tenía un precio. Cuando uno de sus hermanos no estaba a la altura que esperaba, no era capaz de perdonarle.
–Háblame de tu hermana.
Rafe se la quedó mirando fijamente.
–¿Qué quieres saber?
–¿Cómo es?
–Más pequeña que yo. Yo tenía nueve años cuando ella nació.
–Yo pensaba que tu padre había muerto cuando tenías ocho años.
–Y así es.
–¡Ah!
A Heidi no le cuadraban las cuentas.
–Fue unos meses después. Mi madre tuvo que enfrentarse a un momento muy difícil –dejó una pastilla de jabón sobre la mesa–. Shane trajo a un hombre a casa. Un vaquero que venía al rodeo. Supongo que mi madre pasó la noche con él. Yo me marché antes de que se levantaran y nunca volví a verle. Unos meses después mi madre nos dijo que iba a tener un bebé. Al poco tiempo nació Evangeline.
–No debió de ser nada fácil.
–Mi madre es una mujer fuerte.
–Me refiero a tu hermana. Saber que no eres del todo parte de la familia, ser el recuerdo constante de lo que hizo tu madre.
–No es así. Para ninguno de mis hermanos –vaciló un instante–. No sé. A lo mejor tienes razón. Evie nunca viene a vernos. Clay y Shane aparecen todos los meses para ver a mi madre, pero Evie no.
Heidi imaginó que Rafe tenía mucho más claro el problema de lo que se permitía reconocer. Pero admitirlo significaba tener que enfrentarse a él. Y siempre y cuando no lo considerara una situación problemática, podía ignorarla.
–¿Dónde está ahora tu hermana?
–Es bailarina. Estuvo estudiando en la escuela de baile de Juilliard. Es una mujer con mucho talento.
Heidi esperó, pero Rafe no dijo nada más.
–¿Y cómo es?
–No paso mucho tiempo con ella. Cuando era niña, se pasaba la vida bailando.
–¿Siempre fue una especie de extraña?
Rafe se levantó.
–¿Eso es como lo de los lugareños? Para ser alguien tan amante de la idea de comunidad, parece que te gusta colocar a todo el mundo en un grupo. O contra él.
–Eso no es justo.
–A lo mejor no, pero es acertado. Evangeline es mi hermana, la quiero. Es cierto que no conozco todos los detalles de su vida, pero si alguna vez necesitara algo, yo estaría a su lado para dárselo. Todos nosotros lo haríamos. Somos una familia.
Salió a grandes zancadas de la habitación. Heidi le observó marcharse preguntándose si Evangeline estaría de acuerdo. May había decorado el cuarto de estar con fotografías de sus hijos, pero solo había puesto una de Evangeline. Tenía la sensación de que Rafe no había hablado con su hermana desde hacía meses. A lo mejor más. Suponía que todas las familias guardaban algún secreto incluso entre sus miembros. La cuestión estaba en quererse a pesar de los secretos o, quizá, precisamente por ellos.
May alisó el papel que tenía sobre la mesa de la cocina.
–¿Qué te parece? –preguntó con cierta ansiedad.
Heidi analizó el dibujo. Vio el boceto del establo tal y como estaba en aquel momento y el que mostraba cómo sería si May duplicaba su tamaño. Había montones de cubículos para los caballos, zonas para almacenar el forraje, puertas anchas y un pajar para el heno.
–Es maravilloso.
Y muy caro, lo que sumaría más dinero a su cuenta en el caso de que ganara el caso.
–Sí, imaginaba que dirías eso –contestó May–. He hablado con Shane y le he contado lo del rancho. Espero que esté dispuesto a venir.
–¿Shane? –Heidi sacó una silla y se sentó–. ¿Aquí?
No se creía capaz de sobrevivir a otro Stryker. Ya tenía suficientes problemas con Rafe.
–Te gustará Shane. Es mucho más sociable que Rafe. Estoy segura de que eso tiene que ver con el hecho de no ser el mayor.
Heidi repasó el dibujo con el dedo y comprendió que no iba a decir que no. Lo último que necesitaba era que May se enfadara con ella. Pero si no tenía cuidado, los Stryker invadirían todo su mundo. En el caso de que eso ocurriera, no habría ningún ganador.