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Capítulo 7
ОглавлениеRafe oyó a Heidi bajando las escaleras. No necesitó mirar el reloj para saber que todavía era temprano. La pálida luz que se filtraba por las cortinas le decía que la mayoría de la gente estaría durmiendo. Esperó hasta que oyó cerrarse la puerta de atrás, se levantó y se vistió rápidamente.
Habían pasado tres días desde que la había besado. Tres días durante los cuales Heidi había hecho todo lo posible para evitarle y durante los que su madre no paraba de observarle como si fuera consciente de que había algún problema. Rafe no le había comentado nada del beso a May y podía apostar toda su fortuna a que tampoco Heidi le había contado nada a su abuelo. Pero aun así, su madre intuía que había pasado algo. Rafe siempre había intentado evitar hablar de su vida privada con su madre, así que tenía un problema. La única manera que se le ocurría de arreglar la situación era normalizar su relación con Heidi.
Bajó al piso de abajo, cruzó el cuarto de estar y la cocina y salió. Heidi estaba con las cabras. Mientras cruzaba el patio, vio a tres gatos corriendo delante de él. Se deslizaron por la puerta parcialmente abierta del cobertizo. Rafe los siguió.
Heidi estaba ordeñando a Atenea cuando llegó. Los tres gatos la observaban expectantes.
–¿Desde cuándo tienes gatos?
Heidi no desvió la mirada del movimiento rítmico de sus manos. La leche caía con firmeza sobre un reluciente cubo de metal.
–No son míos. Vienen cuando me pongo a ordeñar. No sé cómo se enteran.
Rafe estudió sus movimientos, preguntándose si sería capaz de ordeñar una vaca. No había mucho espacio para ese tipo de actividades en su mundo.
–¿Puedo ayudarte?
Heidi soltó un bufido burlón.
–No creo.
Rafe contó las cabras. Todas parecían estar esperando que llegara su turno. Solo había seis.
–¿No ordeñas a todas?
–Hay dos embarazadas. Cuando están embarazadas no las ordeño.
–¿Con cuánta frecuencia se embarazan?
–Generalmente una vez al año.
Rafe comprendió que eso significaba una considerable reducción de leche.
–Eso interfiere en la producción de queso, supongo.
–Lo sé. Debería aumentar el rebaño, pero solo lo suficiente como para que siga siendo manejable.
Rafe quería preguntarle si había pensado en su conversación, en los consejos que le había dado. A lo mejor él no sabía mucho de cabras, pero sí sabía de negocios y los principios de venta eran universales.
–¿Piensas quedarte algún cabritillo?
–Probablemente no. Me gustaría tener más razas. Conozco a algunos criadores. A lo mejor podemos llegar a un acuerdo.
Terminó con Atenea y la cabra se alejó. Ocupó su lugar la siguiente. Heidi le lavó cuidadosamente las ubres antes de empezar a ordeñar otra vez.
–Si todavía tienes el nombre de ese tipo, estoy dispuesta a venderle el ganado –dijo, concentrándose en su trabajo.
–Le llamaré. Podía venir esta misma semana.
Estupendo.
Heidi trabajaba con eficacia. Ninguno de ellos hablaba. El incidente del beso parecía flotar entre ellos.
Rafe no estaba seguro de por qué lo había hecho. Quería decirse a sí mismo que había sido porque Heidi estaba allí y él no tenía nada mejor que hacer. Pero sabía que no era cierto. Había querido besar a Heidi. Quería saber lo que era sentirla entre sus brazos. Quería acariciarla, saborearla. Y después de haberla besado, quería mucho más.
Esa era precisamente la razón por la que había llamado a Nina para confirmar una cita. Porque Heidi no formaba parte del plan y dudaba muy seriamente que fuera una mujer capaz de acostarse con alguien por el mero placer de hacerlo. Querría más y él había renunciado a buscar ese más mucho tiempo atrás.
–Sobre lo que pasó el otro día... –comenzó a decir.
Heidi redujo la velocidad de sus movimientos, pero rápidamente la recuperó.
–No pretendía que nos pusiera en una situación incómoda.
–Pues es una pena, porque si hubiera sido ese tu objetivo, ahora podrías estar completamente satisfecho.
–Estás enfadada.
–No. Estoy confundida. Háblame de Nina, la mujer que te está buscando pareja. ¿De verdad has contratado a alguien para que te consiga una esposa? ¿Sabes en qué siglo vivimos?
–He contratado a la mejor. No hay nadie mejor que Nina.
Heidi se volvió hacia él.
–¿No eres capaz de encontrar a alguien por ti mismo?
–Lo intenté en una ocasión y no funcionó.
Heidi volvió a concentrarse en el ordeño y terminó con la segunda cabra. La tercera ocupó su lugar.
–Estuve casado en una ocasión. Éramos jóvenes, estábamos enamorados y decidimos casarnos. Yo pensaba que todo iba bien. Hasta que un buen día me dijo que ya no estaba enamorada de mí y me dejó. Pensaba que me sentiría humillado, destrozado. Pero lo único que sentí fue alivio porque no habíamos tenido hijos. Así terminó todo. Yo pensaba que en nuestra relación había algo más, pero la verdad es que no lo hubo.
El amor era una ilusión, una excusa para que la gente se emparejara. Algo que él no necesitaba.
–¿Y por qué quieres volver a casarte?
–Quiero tener hijos. Y soy suficientemente conservador como para pensar que un niño debe tener al menos dos personas que le cuiden.
–Déjame imaginar... Quieres que Nina encuentre a la mujer perfecta. Una mujer formada, probablemente con una carrera profesional, pero a la que no dedique todo su tiempo. Estás dispuesto a permitir que trabaje, pero, en realidad, preferirías que se quedara en casa con los niños. Quieres que sea inteligente, pero no en exceso. Atractiva, aunque no tengas un interés especial en la belleza. Debería ser divertida y capaz de hablar de los acontecimientos actuales. Una mujer casera a la que piensas ser fiel, pero a la que no piensas entregar tu corazón. Lo poco que queda de tu corazón se lo ofrecerás a tus hijos. Te conformarías con tener dos, pero en realidad preferirías que fueran tres. Y un perro.
Rafe permaneció donde estaba, aunque tuvo que hacer un enorme esfuerzo para ello. Se sentía como si Heidi acabara de abrirle y le hubiera dejado al descubierto, de manera que todo el mundo pudiera verlo. Había conseguido reducir sus deseos a una lista ridícula. ¿Cómo era posible que lo hubiera descrito tan bien? Él siempre se había considerado una persona insondable. ¿Habría estado enseñando sus cartas o tendría ella una capacidad especial para leer en el interior de las personas? Ni siquiera su madre había llegado tan lejos.
–Y tú no lo apruebas.
–En realidad, no tengo una opinión –contestó–. Supongo que lo que no entiendo es que estés dispuesto a pasar toda tu vida con una persona de la que no estás enamorado.
–El amor es una ilusión.
–En eso te equivocas. El amor es algo real y peligroso. La gente puede llegar a hacer locuras en nombre del amor. Cosas terribles, incluso. Es un sentimiento suficientemente peligroso como para no jugar con él. Y dime, ¿cuándo vas a quedar con la primera candidata?
–Dentro de un par de días.
Heidi desvió la mirada hacia él.
–¿Va a venir a Fool’s Gold para tener una cita contigo?
Rafe se encogió de hombros.
–He intentado disuadir a Nina, pero ella dice que no habría ningún problema.
–Eso es porque eres todo un partido.
No se estaba riendo, pero Rafe vio el humor en sus ojos. El día que se habían conocido, era él el que tenía el control sobre la situación. De alguna manera, aquello había cambiado. Se sentía como si estuviera caminando sobre unos troncos flotantes y corriera el peligro de resbalar y caer al agua. Era una sensación que le gustaba.
–¿Vamos a conocerla? –quiso saber Heidi.
–No –contestó Rafe.
Y sin más, abandonó el establo y se dirigió a la cocina. Tenía una cerca que terminar de arreglar y una empresa que dirigir. En cuanto a Heidi, al parecer, se había equivocado al pensar que podía haberla ofendido al besarla. Era mucho menos frágil de lo que pensaba. De hecho, estaba demostrando ser una fantástica oponente. Él estaba jugando sus cartas. Al fin y al cabo, estaba en Fool’s Gold por una sola razón: ganar.
Heidi llevó la leche a la cocina. Había visto a Rafe dirigirse al trabajo, así que sabía que estaba a salvo. ¡Gracias a Dios! No estaba segura de que hubiera sido capaz de soportar otro encuentro como el de aquella mañana. Había estado a punto de acabar con ella.
Todo en su relación era injusto. Lo alto, lo atractivo que era Rafe y la forma en la que se le aflojaban las rodillas cada vez que le veía sonreír. Y eso que la había pillado sentada. ¡Qué habría podido pasar si hubiera estado de pie!
Había sido el beso, pensó mientras vertía la leche en los recipientes y los llevaba al refrigerador que tenía en el vestíbulo. También era injusto hasta qué punto la conmovía. Una vez había conocido las posibilidades que le ofrecía, no era capaz de olvidarlas. Y mientras él estaba ocupado buscando a la esposa perfecta, ella languidecía por las noches en la cama, deseando sus besos.
Tenía la sensación de que había dado en el clavo al describir a la mujer que estaba buscando. No había sido difícil elaborar aquella lista. Lo único que había tenido que hacer era imaginar todo aquello que ella no era.
Se dijo a sí misma que no importaba. Que cuando Glen ganara el juicio, May y Rafe tendrían que volver a San Francisco. Recuperaría su rutina, podría olvidarse de aquel episodio y todo iría bien.
Se sirvió una taza de café y se dirigió al cuarto de estar. Apenas había bebido el primer sorbo cuando se detuvo bruscamente al oír una risa. Era una risa suave, íntima. Oyó la voz de Glen, procedía de su dormitorio. Segundos después, May contestaba. También desde el dormitorio de Glen.
¡No, no, no!, pensó, quedándose paralizada donde estaba. No podían estar... Ella se lo había advertido. Había advertido también a May. Y los dos tenían edad más que suficiente como para saber lo que no deberían hacer.
Regresó a la cocina y se sentó en una silla. ¿Qué podía pasar? Si Glen le rompía el corazón a May, podían encontrarse con problemas muy serios. Una May enfadada podría conseguir el favor de la jueza. Heidi iba a tener que volver a hablar muy seriamente con su abuelo y después buscar a alguien que pudiera ayudarla. Aunque eso significara tener que hablar con la persona a la que más estaba deseando evitar.
Heidi tardó veinticuatro horas en encontrar una oportunidad para hablar con Rafe. No había cenado en el rancho la noche anterior. May había comentado que había quedado con unos amigos del pueblo, pero Heidi no terminaba de creérselo.
En cualquier caso, había estado fuera y ella había sido incapaz de obligarse a hablar con él cuando había vuelto a casa. Pero sabía que no podía seguir alargándolo mucho más. Glen era la clase de hombre que sabía cómo seducir a una mujer. Y aunque no era algo en lo que le apeteciera pensar, sabía que proteger a May era primordial.
Oyó llegar a un par de camiones y dio por sentado que era nuevas entregas de materiales para la cerca o el establo. Pero al salir, se encontró con un puñado de hombres a los que no conocía, a sus vacas siendo conducidas a los corrales y a Rafe montado a caballo.
El sol brillaba con fuerza en un cielo limpio de nubes y la temperatura debía de rondar los diez grados. A pesar del frío, sintió un agradable calor al mirar al hombre que estaba montando a Mason.
Llevaba un sombrero vaquero y una cuerda entre las manos. Los pantalones vaqueros se pegaban a sus musculosos muslos. Se distinguía su mandíbula perfectamente cincelada y sus ojos entrecerrados. Heidi se tambaleó ligeramente, embriagada por la fuerza del momento. Uno de los hombres gritó algo que ella no comprendió. Rafe curvó los labios, aquellos labios en los que ella no podía dejar de pensar, en una sonrisa. Y comprendió entonces que tenía más problemas de los que pensaba.
Bajo la mirada atenta de Heidi, Rafe urgió a Mason a avanzar, giró el lazo y lo deslizó en el cuello de una vaca. Mason clavó los cascos en el suelo, obligando a la vaca a detenerse.
Heidi no habría podido decir qué le sorprendió más, si Rafe o el caballo. Para ser un hombre al que le sentaban tan bien el traje y la corbata, Rafe parecía manejarse perfectamente en un rancho. Heidi imaginaba que no había olvidado las lecciones que había aprendido de niño.
Regresó a la casa, donde hizo varias llamadas y contestó algunos correos electrónicos. A pesar del peligro que suponía Rafe para ella, tenía que reconocer que había hecho sugerencias interesantes sobre el negocio. Heidi ya se había puesto en contacto con algunos almacenes de San Francisco y Los Ángeles para llevarles el queso y estaba buscando a alguien que pudiera trabajar como representante, aunque fuera a tiempo parcial. Con el dinero conseguido con la venta del ganado, podría asumir el riesgo y, al mismo tiempo, ahorrar una parte para pagar a May.
Glen entró en su pequeño despacho cerca de la hora del almuerzo.
–Ya han cargado la mayor parte del ganado –señaló.
–Me alegro de oírlo –le miró con dureza–. Creía que teníamos un trato.
Su abuelo, la persona a la que más quería en el mundo, no se molestó siquiera en mostrar la menor inquietud.
–Vamos, Heidi, soy un hombre adulto. No tienes por qué dirigir mi vida amorosa.
–¿No te ha bastado con robarle doscientos cincuenta mil dólares a May? ¿Ahora también quieres romperle el corazón?
–No digas eso. Es una mujer maravillosa. ¡A lo mejor es la mujer de mi vida!
–Nunca ha existido «la mujer de tu vida», Glen. Yo pensaba que te tranquilizarías a medida que fueras cumpliendo años, pero no ha sido así. ¡Te acostaste con tu abogada!
–Eso fue nada más llegar al pueblo. Entonces no era mi abogada –se acercó a ella y le palmeó el hombro–. No te preocupes por mí. Todo saldrá bien.
–¡No estoy preocupada por ti! –respondió exasperada–. Estoy preocupada por May. Y no sabes si las cosas van a salir bien o mal. Si haces sufrir a May, se presentará ante la jueza y lo perderemos todo. ¿No has pensado en ello?
Glen pareció perder su buen humor.
–Heidi, sobre el amor no se manda. Si algo has podido aprender de mí, es que el corazón es imprevisible. Lo que ha ocurrido con May ha sido algo completamente inesperado. Y a lo mejor es precisamente eso lo que he estado necesitando durante todo este tiempo.
–Muy bien, pero por bonitas que sean tus palabras, sé que no estás enamorado. Tú no crees en el amor. Lo has dicho miles de veces. Te gusta divertirte y pasar a otra cosa. May perdió a su marido hace muchos años. No tiene mucha experiencia en hombres. ¡Y estás poniendo en peligro nuestra casa!
–No, eso no es así, te lo prometo. Aprecio a May y no quiero perderla, Heidi. Y no lo haré. Confía en mí. Solo te pido que confíes en mí, jovencita.
Y sin más, se marchó.
Heidi le observó marcharse pensando que le estaba pidiendo demasiado. Le quería, pero no podía confiar en él.
Estuvo trabajando durante un par de horas más, hasta que oyó pasos en el zaguán. Entonces, apagó el ordenador y se dirigió a la cocina. Encontró a Rafe en el fregadero, bebiendo agua. Había dejado el sombrero en una silla al lado de la mesa y se había subido las mangas de la camisa. El sudor le oscurecía la camisa y tenía los pantalones cubiertos de polvo. Parecía salido de un anuncio de algo viril y vagamente sexy.
Terminó de beber y volvió a servirse agua de la jarra que había sacado de la nevera.
–Ya se han ido. Ahora puedes pasear tranquilamente por todo el rancho sin miedo a que te ataquen las vacas.
–Gracias por haberte ocupado de eso.
–De nada –bebió rápidamente el segundo vaso y se volvió hacia ella–. ¿Qué te pasa?
–Estoy preocupada por tu madre.
–¿Por qué?
–Está empezando a involucrarse sentimentalmente con Glen. Y te aseguro que de ahí no puede salir nada bueno.
Rafe se echó a reír.
–Glen tiene más de setenta años. ¿Qué es lo peor que podría pasar?
–No le subestimes por tener la edad que tiene. Glen lleva años encandilando a las mujeres. Le encuentran irresistible. No es un hombre de relaciones largas y eso significa que tu madre podría terminar sufriendo.
La risa de Rafe se convirtió en una sonora carcajada.
Heidi cruzó los brazos.
–No me estás tomando en serio.
–No puedo. ¿Glen y mi madre?
–Tu madre estuvo ayer en el dormitorio de Glen y oí cómo se reían.
–Probablemente le estaba llevando la colada.
–Se estaban acostando.
Rafe cambió inmediatamente de expresión.
–Imposible.
–He hablado con Glen, pero no quiere hacerme caso. Tienes que hablar con tu madre. Glen no es un hombre capaz de sentar cabeza. Si es eso lo que May espera de él, no va a suceder.
–No voy a hablar con mi madre sobre su vida personal.
–¿Prefieres que le rompan el corazón?
–Glen y ella no tienen ninguna relación personal.
–¿Cómo lo sabes?
–Sencillamente, lo sé.
Heidi gimió.
–Así es como funcionas tú, ¿verdad? ¿Si no te gusta algo te limitas a fingir que no existe?
–No sé de qué estás hablando.
–¿Qué me dices de Clay? Es tu hermano, pero nunca hablas de él.
Rafe endureció la mirada.
–Eso no es asunto tuyo.
–Te comportas como si fuera un delincuente. Lo único que hace es anunciar ropa interior. Probablemente hasta gane más dinero que tú. ¿Ese es el problema?
–Podría haber hecho algo importante con su vida.
–Y lo ha hecho.
–No ha hecho nada de lo que pueda sentirse orgulloso.
Heidi le miró con los brazos en jarras.
–Eres un puritano. Te avergüenzas de lo que hace Clay y por eso no hablas de ello.
–No es cierto.
–Tampoco quieres reconocer lo que hace tu madre. ¿Es que tienes algún problema con el sexo?
–No tengo ningún problema con el sexo –gruñó.
–Pues seguro que tienes algún problema con algo.
–Ahora mismo, contigo –dejó la jarra de agua y se volvió hacia ella–. Trabajé como un animal cuando era niño para hacerme cargo de mi familia. Pasaba hambre y trabajaba como un hombre cuando solo tenía diez años. Así que creo que tengo derecho a decidir si mi hermano está desperdiciando su vida o no. Y lo mismo digo de mi hermana.
Aquello la confundió.
–Yo pensaba que tu hermana era bailarina.
–Solo Dios sabe lo que es. Se fue de... –negó con la cabeza–. No voy a hablar de ella.
–Fuiste tú el que la crió.
Heidi pensó en todo lo que sabía sobre Rafe y sobre su pasado. Sobre lo dura que había sido su infancia. Había conseguido ir a la universidad gracias a una beca y había levantado un emporio. ¿Pero cuánto conservaría todavía de aquel niño asustado y hambriento?
–El hecho de que Clay se haya convertido en modelo no quiere decir que no aprecie lo que hiciste por él.
–No intentes meterte dentro de mi cabeza. No lo vas a conseguir.
–Lo único que estoy diciendo es que a lo mejor deberías presionarle menos.
–Y supongo que ese consejo lo das a partir de la experiencia que tienes con tu enorme familia.
Heidi alzó la barbilla.
–Crecí rodeada de familiares. A lo mejor no era una familia tradicional, pero sé perfectamente lo que es vivir con mucha gente en un espacio reducido –alzó las dos manos–. Muy bien. Dejaremos a Clay en paz. Pero, por favor, habla con tu madre.
–No.
–Para ser un hombre que ha estado casado, no sabes mucho de mujeres. No me extraña que necesites contratar a alguien para que te busque pareja. Muy bien. No hables con May, pero después no digas que no te lo advertí.
Heidi empujó el vaso vacío hasta el final de la mesa. Miró a su alrededor esperando a que Jo apareciera. Cuando la camarera arqueó las cejas, Heidi señaló su vaso y asintió.
Sí, muchas gracias, quería otra margarita, y a lo mejor otra más después de aquella.
–Tengo un presupuesto de ciento cinco mil dólares –estaba diciendo Annabelle–. Espero conseguirlo por unos ochenta o noventa y el resto lo emplearé en libros y en muebles.
–¿Una biblioteca ambulante? –preguntó Charlie.
Annabelle asintió.
–Tenemos mucha gente en el pueblo que no puede ir a la biblioteca. En la última recaudación de fondos se terminó el centro de comunicaciones, y eso es genial. Además, si conseguimos un par de ordenadores portátiles y una conexión inalámbrica, podremos conectar a Internet a personas que jamás lo han utilizado.
Charlie esbozó una mueca.
–Cuando te veo tan entusiasmada me resultas irritante. Me confunde.
–Lo sé. Suelo ser mucho más sarcástica, pero tengo verdadero interés en esa biblioteca. He estado pensando en organizar una fiesta para conseguir fondos. Tengo que hablar con Pia.
Pia era responsable de docenas de fieras en Fool’s Gold. Desde su diminuto despacho, era capaz de hacer milagros. Gracias a su extraordinaria capacidad de planificación, los banderines siempre llegaban a tiempo, aparecían los vendedores y se montaban los cuartos de baño portátiles.
–Te ayudaremos. Solo tienes que decirnos lo que quieres que hagamos.
Charlie negó con la cabeza.
–No pienso trabajar de voluntaria.
–¡Claro que sí! –replicó Heidi–. Y sabes que lo harás.
Charlie suspiró.
–De acuerdo, estaré allí.
–Todavía está todo en un estado muy inicial, pero os avisaré en cuanto me ponga en acción.
Jo le sirvió a Heidi su margarita y les prometió que las hamburguesas llegarían pronto. Después se fue a atender a otros clientes. Heidi alargó la mano hacia su vaso y se dio cuenta entonces de que sus amigas la estaban mirando fijamente.
–¿Qué pasa?
–Es el segundo –le advirtió Charlie.
–Lo sé.
–Normalmente no te pides la segunda copa hasta que no llega la comida. A veces ni siquiera pides una segunda copa.
–He tenido un mal día –Heidi se dejó caer contra el respaldo–. Ni siquiera sé por dónde empezar.
Annabelle le palmeó el brazo.
–Empieza por donde quieras. Te entenderemos.
–Glen se está acostando con May. Por lo menos, eso creo. Ayer estaba en su habitación, riéndose, y la risa me pareció muy íntima. Estoy preocupada por ella. No quiero que Glen le rompa el corazón. Es lo que hace siempre. No es hombre de una sola mujer. He intentado hablar con Rafe, pero no me ha hecho caso. Cree que Glen es demasiado viejo para tener relaciones sexuales. ¡Qué hombre tan estúpido! Y durante toda mi vida, Glen me ha estado diciendo que el amor era un sentimiento irreal, y que de existir, solo existía para los incautos. Y ahora me dice que May es la mujer de su vida y que lo que siente por ella es auténtico. Que estaba equivocado y que yo debería olvidar todo lo que me ha dicho hasta ahora sobre el amor.
Se interrumpió para tomar aire.
–Y por increíble que pueda parecer, Rafe ha contratado a una agencia matrimonial y esta noche tiene una cita. Porque si tuvierais oportunidad de conquistar a un hombre como él, ¿os importaría venir hasta Fool’s Gold? Y las vacas ya no están, algo de lo que me alegro, porque necesitaba el dinero, y voy a contratar a un representante de ventas para los quesos, y estoy asustada. En realidad ha sido idea de Rafe, que me está ayudando a quedarme con mi casa a la vez que intenta quitármela –tomó aire–. Están pasando un montón de cosas.
Alargó la mano hacia la margarita y le dio un largo trago.
Annabelle y Charlie intercambiaron una mirada.
–Menuda lista –comentó Annabelle.
–Casi todos son temas relacionados con Rafe. Y está bebiendo más de lo normal –añadió Charlie–. Ya sabes lo que eso significa.
–Problemas –Annabelle sacudió la cabeza–. Grandes problemas.
–Problemas de hombres.
–No hay ningún problema relacionado con ningún hombre –replicó Heidi–. Ninguno. Cero. No me siento atraída por Rafe.
–Pero le has besado –dijo Annabelle suavemente.
–Sí, pero eso fue...
Inmediatamente se llevó la mano a la boca. ¡No pretendía mencionar lo del beso! Dejó caer la mano.
–No es lo que estáis pensando.
–¿Hubo lengua? –quiso saber Charlie.
Preparada para el interrogatorio, Heidi apretó los labios y no dijo una sola palabra.
–Eso es un sí –interpretó Annabelle con un suspiro–. Echo de menos los besos con lengua. O cualquier tipo de beso. Hecho de menos el sexo, los hombres y los orgasmos –volvió a suspirar–. Lo siento, ¿cuál era la pregunta?
–Así que fue un beso con lengua –confirmó Charlie.
Jo les llevó las hamburguesas. Cuando se fue, Heidi agarró una patata frita de su plato.
–Fue algo completamente accidental. E intrascendente por las dos partes. Rafe tiene una casamentera. ¿A quién se le ocurre una cosa así? No sé por qué no puede conseguir una chica por sus propios medios. Es rico y atractivo. Y cuando monta a Mason... ¡Oh! –se volvió hacia Charlie–. ¿Sabías que tu caballo sabe cazar a lazo? Bueno, por lo menos cumple con la parte que le corresponde como caballo.
Charlie tomó su hamburguesa.
–Teniendo en cuenta que fui yo la que compré a Mason, sí, lo sabía. ¿Y qué? ¿Rafe resulta muy sexy a caballo?
–Más de lo que debería estar permitido. Con esos hombros y ese sombrero...
–¡Oh, no! ¡Estás fatal! –Annabelle se la quedó mirando fijamente–. Pensaba que te ibas a acostar con él para conservar el rancho, no que te ibas a enamorar de él.
Heidi le dio un bocado a la hamburguesa y masticó. Tragó, e hizo un gesto de desprecio con la mano.
–No me estoy enamorando de él. No es mi tipo. Es un lugareño, conozco a los hombres como él.
–¿Un lugareño? –repitió Charlie–. Creo que me imagino a qué te refieres, pero tú ya no vives en una feria ambulante. También tú eres ahora una lugareña
–Pero en el fondo, no –Heidi continuó bebiendo su margarita.
El tequila se deslizaba suavemente por su garganta. Y se alegraba de tener el cerebro un poco entumecido. Muy pronto dejaría de pensar en Rafe y en su cita con alguna preciosidad de San Francisco.
–Qué hombre tan estúpido –musitó–. ¿Quién se piensa que es mostrándose tan atractivo montando a caballo? Además, no fui yo la que empecé a besarle. Fue él el que me besó.
–¿Fue un beso increíble? –preguntó Annabelle con nostalgia.
–Sí. Pero eso no quiere decir que quiera acostarse conmigo.
–Y tampoco que tú estés amargada –musitó Charlie.
–Claro que no estoy amargada. Pero ese hombre es un estúpido.
–Eso ya lo has dicho –le recordó Annabelle.
Heidi terminó el resto de la margarita e hizo un gesto para que le sirvieran la tercera copa.
–En realidad no te apetece –le advirtió Charlie–. Ya estás completamente borracha.
–Tú no me mandas –protestó Heidi.
–Ya es demasiado tarde –repuso Annabelle–. No podemos hacer nada.
–Mañana por la mañana te arrepentirás.
A lo mejor Charlie tenía razón, pero, en aquel momento, a Heidi no le importaba.