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EL MISTERIO Y LA MAGIA DE LAS METÁFORAS

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En términos sencillos, una metáfora nos muestra una cosa como si fuera otra y, al hacerlo, amplía nuestra visión del mundo, además de refrescar y reavivar, con frecuencia, nuestra percepción.

A través de las imágenes, la metáfora se dirige directamente a nuestras facultades imaginativas, eludiendo nuestro cerebro racional. Estos desvíos y caminos metafóricos nos permiten explorar las ideas, fuerzas y poderes que yacen detrás o más allá de nuestro pensamiento racional. Al superar las limitaciones de nuestros encasillamientos y de nuestro lenguaje rutinario, con su tosquedad y complicación, la metáfora ofrece, a través de un proceso misterioso y mágico, una forma de conocimiento “superior” o más holístico:

La metáfora se yuxtapone a los conceptos habituales para revelar conceptos más elevados y arquetípicos. Estos conceptos más elevados no se pueden traducir literalmente a la lengua cotidiana porque “carecen de nombre”; no existe ninguna palabra definible ligada a estos “seres del pensamiento” ni tampoco son accesibles al razonamiento abstracto y lógico. Son intuiciones poéticas que se encarnan en el pensamiento y el lenguaje a través de la hábil manipulación de los conceptos con los que estamos más familiarizados4.

La metáfora es muy diferente del símil. Mientras que el símil compara una cosa con otra y resalta su parecido utilizando la palabra “como” (“Tus ojos son como estrellas”), la metáfora logra su mágica transformación convirtiendo una cosa en otra diferente (“Tus ojos son estrellas”). En el símil, el proceso de comparación implica a nuestro cerebro más racional, a nuestros procesos de pensamiento, mientras que la metáfora alcanza las profundidades de nuestra imaginación psíquica y, expresado de manera sencilla, “nos llega al corazón”. De hecho, podemos observarlo en el desarrollo infantil; para un niño pequeño, que vive en su mundo imaginario, un objeto cualquiera como un palo se transforma en una espada, una serpiente, un puente, una varita mágica o casi en cualquier cosa (y a veces se transforma en todas estas cosas siguiendo la secuencia del juego). Por el contrario, cuando va creciendo y empieza a decir que una cosa es como otra cosa, significa que se ha separado de la inmediatez genuina de la unidad metafórica para adoptar un punto de vista más distanciado.

En El Principito el zorro nos enseña un sencillo secreto:

… He aquí mi secreto. Es muy sencillo. Consiste en que no se ve bien sino con el corazón, pues lo esencial es invisible a los ojos5.

La metáfora llega al corazón porque no se ve bien sino con el corazón. Por esta razón, la metáfora ha sido durante mucho tiempo el lenguaje de los místicos, los maestros espirituales, los poetas, los cuentacuentos y otros representantes del arte expresivo.

Si profundizamos, por ejemplo, en la palabra “jardín” como ejemplo de “metáfora”, nos bastará una rápida mirada a los textos espirituales y a la poesía a lo largo de la historia de la humanidad para comprobar que las metáforas de “jardín” son prácticamente infinitas. ¡Sin embargo, se trata únicamente de una imagen entresacada de una fuente de metáforas igualmente ilimitada!

Los líderes espirituales y los místicos utilizan constantemente las metáforas de “jardín” en sus enseñanzas. Sri Ma Anandamayí, una gurú de la India, decía al respecto: “Un vasto jardín se extiende por el universo. Todas las plantas, los seres humanos, los cuerpos de mentes elevadas existen en este jardín, aunque bajo formas diferentes”6. Kahlil Gibran, el famoso poeta libanés, afirma: “La vida sin amor es como un árbol sin flores ni frutos”7. En la Biblia leemos: “O dais por bueno el árbol y por bueno el fruto, o dais por malo el árbol y por malo el fruto, pues por su fruto se conoce el árbol”8.

Asimismo, muchos poetas relacionan el jardín con el amor y la belleza y, dentro de este contexto, la imagen de la rosa se erige a menudo como lo supremo. Cuando yo misma quise manifestar el amor que sentía por mi madre, escribí un poema sobre “La rosa en el jardín de mi vida” que “Con su canción de flores llenaba nuestras vidas […] / Sus flores, dulces y llenas de energía, / solo a los tesoros de Dios pertenecían”. La metáfora de la rosa en el jardín captaba todo lo que quería expresar sobre mi amor hacia mi madre y la belleza de su maternidad consagrada.

Sin embargo, en las metáforas con “jardín” hay algo más que espiritualismo, amor y belleza sublimes. Kipling, en su poema “The Glory of the Garden” (La gloria del jardín) —título del libro en el que está incluido—, no se detiene en las flores y la belleza, sino que muestra el trabajo que se esconde detrás y considera que “las herramientas y el cobertizo […] son el corazón de todo”. Comenta que “esos jardines no se crean sentados a la sombra y cantando ‘¡Oh, qué bonito!” y que “la mitad del trabajo de un buen jardinero se hace de rodillas”.

William Blake sorprende igualmente con su observación en “El jardín del amor”, donde presenta imágenes de usurpación y del paraíso perdido: no de dulces flores, sino de una capilla construida en la hierba donde solía jugar con “… tumbas, / y […] lápidas allí donde debería de haber flores; / y sacerdotes con hábitos negros caminaban en ronda, / y ataban con espinos [sus] alegrías y deseos”.

Los ejemplos anteriores ilustran, en una pincelada fugaz, el papel tan importante y variado que ha desempeñado la metáfora en las formas de expresión del ser humano en la cultura y la comunicación. Las imágenes le hablan directamente a la imaginación, establecen sus conexiones a través de los sentimientos sin recurrir, en absoluto, al razonamiento teórico o abstracto. Al igual que en los textos espirituales y en la poesía, cuando una o varias metáforas aparecen integradas en el cuento, pueden conllevar misterio y magia, a veces sutiles, otras poderosas; a menudo cobran vida y ellas mismas se nutren entre sí de energía en una interacción emocionante y dinámica. Dependiendo del desarrollo del cuento, una misma metáfora puede asumir diferentes papeles; así, por ejemplo, en un contexto determinado, una “laguna” será el obstáculo que tendrá que superar una ballena atrapada, mientras que, en otro, adoptará la función de proporcionar la seguridad y ayuda necesaria para un barco que consigue refugiarse de la tormenta. Naturalmente se refleja aquí la naturaleza de fluidez que subyace a la propia vida y los cambios dinámicos de significado que pueden presentarse según el contexto y la situación.

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