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Prólogo

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El siglo XXI se revela como una época de grandes retos, pero estos desafíos vienen acompañados igualmente de mucha incertidumbre. ¿Qué podemos ofrecer, por lo tanto, a nuestros hijos y a los jóvenes para prepararlos ante un futuro tan incierto?

Actualmente es tan difícil seguir el ritmo con el que se van sucediendo los cambios que es normal que, al final, nos sintamos como si viviéramos en una “olla exprés”. Desde la era de la Revolución Industrial, la economía ha controlado nuestro concepto del tiempo —regido antiguamente por los ciclos naturales—, como se aprecia en expresiones como “el tiempo es oro” o “comprar el tiempo”.

En esta época postmoderna, la adicción a la velocidad se ve reflejada en la comida basura, internet que viaja a la velocidad de la luz, los mensajes de texto instantáneos, las técnicas de lectura rápida —conocida también como speed-reading— y la cultura de “Conozca los tres pasos para alcanzar la iluminación espiritual”. Para poder enfrentarnos al mundo donde vivimos, tenemos a nuestro alcance medicamentos que nos ayudan a mantener ese ritmo frenético, por un lado, y, por otro, los que nos sirven para recuperar la calma. Además, como psicóloga, educadora y futuróloga, soy bastante consciente de esa tendencia del corto plazo que está invadiendo nuestra cultura. Cuando observo cómo se apresuran los padres a llevar a sus hijos de una actividad extraescolar a la siguiente, sin un segundo que perder, para poder garantizar así que sigan siendo “competitivos”, no dejo de preguntarme: “En realidad, ¿cuánto tiempo de calidad pasan juntos?”. Es preocupante constatar la cantidad de padres que hoy en día afirman que “no tienen tiempo para contar cuentos a sus hijos”. Asimismo, parece ser que los adinerados se han suscrito al mito de la publicidad que anuncia que pueden comprar la felicidad de sus descendientes con el ordenador y el móvil de última generación, y que las imágenes de la pantalla, compuestas previamente, pueden sustituir la imaginación e incluso la respuesta creativa que el niño puede ofrecer al mundo.

Sin embargo, lo que los niños necesitan verdaderamente es que sus padres los sienten en su regazo o a sus pies y les cuenten cuentos. Susan Perrow es consciente de esto y, por esa misma razón, nos desafía en su libro a que nos demos cuenta nosotros mismos.

Los niños nacidos en los últimos diez o quince años en los países más prósperos no han conocido el mundo sin las tecnologías de la comunicación. Incluso en África la televisión ha desplazado a las abuelas que, consecuentemente, han perdido su papel de cuentacuentos, según ha podido observar Susan durante su trabajo de investigación.

Por otra parte, cada vez se hallan más pruebas que demuestran que los niños que están muy expuestos no solo al uso del ordenador, sino también a otras formas de comunicación a través de la pantalla, se desconectan más rápidamente de todo lo que les rodea. Paradójicamente, toda esta “conectividad” dificulta la interacción real con su entorno humano y natural. Se ha podido comprobar que ha ido en aumento el número de niños de educación infantil que tardan más en empezar a hablar; es muy probable que esto se deba a que el contacto directo con las personas —con sus caras, con su voz— ha disminuido considerablemente: una bomba de relojería educativa que puede que explote dentro de diez años.

Hace décadas el filósofo Marshall MacLuhan opinaba que cada avance tecnológico entorpecía una antigua capacidad humana. Así, por ejemplo, el uso creciente del correo electrónico y los mensajes de texto a través del teléfono móvil por parte de los jóvenes trunca dramáticamente la riqueza existente en las amistades que interactúan cara a cara. Por el contrario, cuando un cuentacuentos se sienta a narrar sus cuentos a los niños, les está ofreciendo, al mismo tiempo, los ricos matices de la voz, la entonación, el contacto visual, los gestos, las expresiones faciales, el lenguaje corporal, la respuesta emocional y el calor del alma.

Elise Boulding, futuróloga e investigadora para la paz, ha sugerido que mientras más claridad haya en nuestra visualización sobre el futuro deseado, más probabilidades tendremos de actuar para crearlo. Opina, además, que mientras más se estimule la imaginación de los niños a través de los cuentos y el arte, más posibilidades tendrán de poder desarrollar la capacidad para imaginar qué quieren para sí mismos y el mundo y, por lo tanto, actuar con creatividad para conseguirlo.

Hoy en día existe una gran necesidad de nuevos puntos de vista a todos los niveles —global, regional y local—. Mucha gente considera que los conflictos actuales en el mundo, en el ámbito medioambiental, psicosocial y político, son una prueba del declive de la cultura y, en consecuencia, de la pérdida de la seguridad y el bienestar. Otros, como yo misma, también percibimos señales de un gran avance luminoso.

El segundo libro de Susan Perrow, 101 cuentos sanadores. Más cuentos para ayudar a padres y educadores a gestionar situaciones difíciles y comportamientos desafiantes, es una de esas señales de progreso que nos transmiten la esperanza de que, en realidad, podemos transformar algunos de los problemas que nosotros mismos nos hemos creado. Debido al estilo fragmentado y excesivamente abstracto de la educación que hemos recibido la mayoría de nosotros, lo que “conocemos” está a menudo desconectado de nuestros corazones, anulando nuestro coraje y, por lo tanto, nuestra habilidad para realizar cambios creativos. Susan nos muestra cómo los cuentos pueden solucionar esa carencia gracias a su poder de reconectar lo que nuestra mente sabe con lo que siente nuestro corazón; los cuentos pueden inspirarnos, alentarnos y empoderarnos para emprender aquellas acciones que harán de este mundo un lugar mejor para las generaciones futuras.

Los cuentos pueden ayudar a los niños a abrirse y a conectarse con su corazón; esto implica, en sí mismo, una sanación. Al abordar las dificultades por las que atraviesan mediante un contenido real y verdadero, los cuentos terapéuticos de Susan van incluso más allá: este libro cambiará la vida de los niños y, al mismo tiempo, inspirará a los adultos a crear y contar más cuentos sanadores.

Jennifer M. Gidley, doctora universitaria, miembro de investigación de la Universidad RMIT de Melbourne, Australia, y Presidenta de la Federación Mundial para Estudios sobre el Futuro

101 cuentos sanadores

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