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Algunos elementos sobre el desarrollo del proceso
ОглавлениеLlega la tan esperada apertura. El ujier grita: “¡De pie!”. Eichmann se levanta de su silla, y, por la puerta lateral del estrado, ingresan los miembros del tribunal del distrito de Jerusalén —el juez Landau y sus asesores, Benjamin Halévy e Isaac Raveh—, el procurador Gideon Hausner y sus fiscales adjuntos, Jacob Robinson, Gabriel Bach y Jacob Baror.
Los tres jueces son yeke, como se denomina a los judíos alemanes. Los tres eran cincuentones, habían estudiado Derecho en Alemania y habían emigrado a Palestina antes del inicio de la guerra. Hannah Arendt no repara en elogios hacia esos hombres que provienen del mismo mundo que ella. En una carta a Karl Jaspers, Arendt describe a Landau “de rostro muy blanco e incisivo”32, como “¡un hombre extraordinario!, modesto, inteligente, muy abierto (…). Lo mejor del judaísmo alemán”33, el mismo al que pertenece ella. Arendt señala que, “en ningún momento”, el comportamiento de los jueces es “teatral. Sus movimientos no son para nada estudiados. La atención, sobria pero intensa, que le dedican al proceso es natural, visiblemente tensa cuando escuchan relatos de sufrimiento”34.
Gideon Hausner, para con quien Arendt no tiene palabras demasiado duras, pertenece a la misma generación que los jueces. Había nacido en 1915 en la entonces Lwow, en la región de Galitzia, actualmente Leópolis, Ucrania. Hausner había llegado a Palestina precozmente, en 1927, donde estudió Derecho y Filosofía. En mayo de 1960, al momento de la captura de Eichmann, acababa de ser nombrado procurador general. A pesar de sus múltiples tareas, Hausner decidió encabezar personalmente la acusación contra Eichmann. Su fiscal adjunto, Gabriel Bach, el benjamín del equipo, un abogado de unos treinta años, había estudiado Derecho en Gran Bretaña y acompañó todo el trabajo de la Unidad 06. El otro fiscal, Jacob Baror, procurador de Tel Aviv, tenía cuarenta y cinco años. Dos fiscales más se sumaron al equipo: el procurador general adjunto, Tvi Terlo, y Jacob Robinson, el mayor de todos, que no hizo uso de la palabra durante el proceso. Robinson era la conexión con Núremberg, donde había sido uno de los adjuntos del fiscal norteamericano Jackson. Experto en Derecho Internacional, era consejero de la delegación israelí ante Naciones Unidas. Al “formidable Dr. Robinson” (Arendt) le debemos la primera respuesta con argumentos al libro de Arendt, con un meticuloso relevamiento de cada error que contenía y que la filósofa luego corregiría en la segunda edición de su obra35.
Los intereses de Eichmann son representados por el abogado alemán Servatius, que, en Núremberg, había defendido al organizador de los trabajos forzados, Fritz Sauckel. Todos los observadores concuerdan en que había defendido a su cliente con inteligencia.
Al juez Landau le toca la tarea de desgranar uno a uno los quince cargos de la acusación36. A continuación, como ocurre en tantos procesos, viene una larga batalla procedimental que dura una semana entera. El 17 de abril, el juicio está en condiciones de comenzar, con la pregunta ritual que rige todo proceso bajo derecho anglosajón: “¿Se declara usted culpable o no culpable del primer cargo?”, inquiere Landau, presidente del tribunal. A las quince preguntas, por cada una de las imputaciones, Eichmann responde con la misma fórmula utilizada por algunos de los acusados de Núremberg: “No culpable en el sentido de la acusación”. Es la primera vez que la voz de Eichmann se escucha en la sala.
Gideon Hausner se puso, entonces, de pie para pronunciar un largo alegato de apertura que quedó grabado en la memoria de los israelíes contemporáneos de aquel proceso:
Jueces de Israel, a la hora de pararme frente a ustedes para introducir la acusación, no estoy solo. A mi lado, en estas horas, en esta hora, en este lugar, se levantan seis millones de acusadores. Pero ellos no pueden pararse sobre sus propios pies ni señalar con dedo acusador al hombre sentado en su celda de vidrio, ni pueden gritar “¡Yo acuso!”, pues sus cenizas están amontonadas en las colinas de Auschwitz, dispersas en los campos de Treblinka y los ríos de Polonia, y sus tumbas están diseminadas a lo largo de los caminos de toda Europa. Su sangre clama, pero sus voces no pueden ser oídas. Tomaré entonces la palabra en nombre de ellos y desarrollaré la más inaudita de las acusaciones.
Y así, a lo largo de diez horas, Hausner relata, en once capítulos, la tragedia de los judíos entre 1933 y 1945, en Alemania y en todos los países caídos bajo su dominio. Le atribuye a Eichmann un rol central y lo describe en términos que Hannah Arendt habría podido apreciar: un burócrata asesino, que mataba con una palabra, con una firma, con un llamado telefónico. Para Hausner, en esas primeras instancias del proceso, Eichmann era, por lo tanto, “un criminal de escritorio”, aunque también habría matado con sus propias manos a un niño judío de Budapest, que había querido robar cerezas de su jardín. Solo sobre el final del juicio, cuando Hausner solicita la pena de muerte, el Eichmann que asesinaba dando órdenes desde su escritorio se convierte en “una bestia sedienta de sangre”.
Hausner insiste sobre el silencio del mundo, sobre el hecho de que el exterminio judío no estaba ligado a ningún acto de guerra. Al detallar el rol que había cumplido Eichmann, Hausner pasa revista a la persecución de los judíos en toda Europa y rinde homenaje a los países que habían protegido o intentado proteger a sus judíos, como Dinamarca, los Países Bajos y Suecia. Se detiene, particularmente, en el caso de Hungría. Luego evoca los centros de exterminio, las atrocidades en Chelmno y Belzec, la fábrica de muerte de Auschwitz. Así dejó trazado Hausner su plan para el proceso. A partir de entonces, se sucederían los testigos y las presentaciones de pruebas documentales, según un orden y lógica preestablecidos. Nada parece librado al azar. Y arranca con el cuadro de la vida judía que había sido devorada por la Catástrofe —significado literal de Shoá en hebreo—, descrito al detalle por el gran historiador Salo Baron, titular de la primera cátedra de Historia Judía en Estados Unidos37.
Los primeros testigos son los de antes de la Catástrofe. Están ahí para relatar la persecución desde 1933, fecha del ascenso de Hitler al poder, hasta el desencadenamiento de la guerra en Alemania, en Austria después de su Anschluss —su ‘anexión’—, en Checoslovaquia después de su desarticulación como consecuencia de los Acuerdos de Múnich.
¿Cuál había sido el rol de Eichmann en la primera persecución de los judíos en Alemania, la que comenzó con la llegada de Hitler al poder?
Tras perder su trabajo el Día de Pentecostés de 1933, Eichmann recurre a Ernst Kaltenbrunner, quien le aconseja que vaya a Alemania a enrolarse en la flamante brigada de la SS conformada por austríacos. Y es lo que Eichmann hace. Pasa por varios puestos en la SS, antes de ofrecerse como voluntario en el Sicherheitsdienst (SD), el servicio de inteligencia y seguridad de la SS, dirigido por Reinhard Heydrich. El 1 de octubre de 1934, es nombrado sargento y trabaja en el cuartel general de la SD en Berlín, en el número 102 de la Wilhelmstrasse. El SD era una unidad pequeña, encargada de espiar y vigilar a ciertos círculos, como los francmasones, y de elaborar una política antisemita. Y es cuando está estudiando a los francmasones que Eichmann llama la atención de un personaje que, según él, lo formaría. Edler von Mildenstein era un apasionado de la temática judía y sionista, había viajado por las colonias judías de Palestina y dirigía un pequeño servicio encargado de informar sobre los círculos judíos. El documental israelí The Flat (2011), de Arnon Goldfinger, devela los íntimos lazos que mantenían antes, pero también después de la guerra, sus abuelos maternos judío-alemanes, los Tuchler, que se instalaron en Palestina después de la llegada de Hitler al poder, con los Von Mildenstein. En 1933, ambas parejas realizaron juntas su primera visita a Palestina, ya que una posible “solución al problema judío” en Alemania habría sido expulsar a todos los judíos del país.
Los dominios a cargo de Eichmann incluyen la Organización Sionista Mundial, el neosionismo y la ortodoxia. El agente Eichmann pone gran interés en su trabajo: aprende rudimentos de ídish y de hebreo, lee El Estado judío, de Theodor Herzl, entre otras obras, redacta un manual sobre cuestiones sionistas y expone sobre el tema frente a los comandantes de la SS. En 1936, es nombrado Oberscharführer, el segundo rango más alto entre los suboficiales, y, en 1937, es ascendido al rango de oficial de la SS. Ese mismo año, viaja a Palestina con su superior jerárquico, Herbert Hagen: son autorizados a desembarcar en Haifapor apenas veinticuatro horas.
El trabajo de Eichmann en Berlín entre 1934 y 1938 es una típica labor de inteligencia que lo pone en contacto con los dirigentes de organizaciones judías, sobre todo, sionistas. Había sido muy difícil encontrar testigos de esa primera etapa de Eichmann, que duró hasta el inicio de la guerra. El primero en comparecer fue Benno Cohn, a quien se había pedido que identificara a Eichmann cuando llegó a Israel. Cohn había logrado emigrar a Palestina en marzo de 1939 y pertenecía al primer grupo de testigos, los de antes de la Catástrofe, señalaba el escritor y poeta israelí Haïm Gouri. Aaron Lindenstrauss, otro miembro de la Organización Sionista de Berlín y emigrado a Palestina en 1939, también había tenido contacto directo con Eichmann, al igual que el testigo siguiente, Franz Meyer. Ellos estaban entre los dirigentes sionistas convocados por Eichmann en Viena y dieron testimonio de lo que fueron esos encuentros.
El testimonio del viejo militante sionista Franz Meyer, que sucedió a Fleischmann en el estrado, fue particularmente interesante porque vinculó las actividades de Eichmann en Berlín con las del propio Meyer en Viena. Durante todos esos años, que van del ascenso del nazismo al poder hasta el momento en que Franz Meyer logra emigrar a Palestina, mantuvo contactos con los diferentes funcionarios de la Gestapo que vigilaban a los círculos judíos y asistían a sus reuniones. El propio Meyer fue convocado al palacio de la calle Prinz Eugenstrasse, donde conoció a muchas otras personas cuyos nombres ya había olvidado. Allí conoció a Eichmann, a quien vio en numerosas ocasiones a partir de 1936 y 1937. A juzgar por el testimonio de Meyer, la actitud de Eichmann cambió radicalmente en 1938, después del pogromo conocido como La Noche de los Cristales. De ser un funcionario relativamente correcto Eichmann mutó a un “hombre que daba el aspecto de un señor con poder sobre la vida y la muerte, ¡que nos recibía con una arrogancia, con una vulgaridad! Nos hacía quedar parados. ¡Ni nos dejaba acercarnos a su escritorio!”.
En 1938, Eichmann obtiene un nuevo ascenso: ya es Untersturmführer, subteniente. En marzo, poco después del Anschluss, Eichmann, enviado a Viena, adquiere su “especialización”, ya que, cuando “el Reich de mil años” anexa Austria, también hereda, con horror, a sus judíos. Así que era necesario convertir ese territorio en Judenfrei, ‘libre de judíos’, obligándolos simplemente a irse. Pero el procedimiento de emigración era muy engorroso: cada candidato debía presentar numerosa documentación oficial, referente a todos los aspectos de su vida, desde la salud hasta el pago de impuestos. Para simplificar el proceso, el 26 de agosto de 1938, el Reichskommissar Josef Bürckel, responsable de la reunificación de Austria y el Reich, crea la Oficina Central para la Emigración Judía. La dirección de la oficina estaría a cargo de Heydrich, y el encargado de organizarla sería Eichmann, que, por entonces, estaba bajo las órdenes de Stahlecker, inspector de la Gestapo y de la SD. Las instituciones de la comunidad judía podrían seguir funcionando normalmente siempre y cuando apoyasen la emigración. “Tuve la idea de una cinta transportadora”, explicó orgullosamente Eichmann durante su interrogatorio. “En un extremo se colocaba el primer documento, seguido de todos los siguientes, y en el otro extremo uno recibía el pasaporte, que caía en un canasto”. Una verdadera producción en cadena. El judío que entre en la Oficina de Emigración va perdiendo todo lo que tiene de ventanilla en ventanilla y, al final, recibe un pasaporte. Cosa suya será encontrar un país que lo reciba…
En Viena, Eichmann madura y también es probable que haya cambiado. Da muestras de sus dotes de organizador y profundiza su conocimiento de las organizaciones judías. Su éxito —en seis meses, unos cincuenta mil judíos, una cuarta parte de la colectividad en Austria, abandona el país— lo convierte en el especialista por antonomasia en temas judíos. Y en marzo de 1939, cuando los alemanes entran en Praga, Heydrich, naturalmente, le encomienda a Eichmann que repita allí el exitoso trabajo que hizo en Viena. Después llegará Berlín. Pero los tiempos cambian. Toda solución migratoria se vuelve inviable por el cierre de fronteras de los países que podrían haber acogido a los judíos.
Y se desata la guerra. La invasión de Polonia, su vertiginoso desmantelamiento. Una parte del territorio polaco pasa a ser soviético; la otra es anexada al Reich. Lo que queda es un Gobierno general, que pronto quedará a cargo de un incondicional de Hitler, el jurista Hans Frank. ¿Qué podía hacer el Reich con todos esos judíos que habían quedado en sus manos? En septiembre de 1939, Eichmann está presente en una importante reunión convocada por Heydrich, quien marca la diferencia entre “el objetivo final”, todavía distante, y el objetivo que debían cumplir de inmediato: básicamente, poner a todos los judíos en guetos. Al mismo tiempo, Eichmann y Stahlecker pergeñan una solución territorial: instalar a los judíos en una reserva, al sur de la ciudad polaca de Radom, en la región de Nisko. Hacia allí comienzan a deportar a algunos miles de judíos, sobre todo, desde Viena, Praga y Stettin. Pero a Hans Frank lo enfurecía que la Oficina Central de Seguridad del Reich, la RSHA, dispusiera de “su” territorio, así que el proyecto de Nisko, “un completo fiasco” según Arendt, fue abandonado en la primavera de 1940. Y los judíos que sobrevivieron a las duras condiciones de vida del lugar fueron repatriados.
Así fue como el proyecto de la “reserva” fue relegado por otro, que era iniciativa del ministro de Relaciones Exteriores, pero que a Eichmann lo entusiasmaba tanto que llegó a atribuirse su autoría: transferir a los judíos a Madagascar, después de la firma de un tratado de paz entre Alemania, Inglaterra y Francia. Ese proyecto también fue abandonado.
La renuncia definitiva a la idea de solucionar el problema judío por vía de la emigración —lograr un Reich Judenfrein, ‘limpio de judíos’, por salida voluntaria o forzada de sus habitantes judíos—, en beneficio de la “Solución final” —el exterminio sistemático de los judíos que estaban atrapados dentro de las fronteras de la nueva Europa hitleriana—, habría marcado un punto de inflexión en la carrera del Obersturmbannführer SS (teniente coronel de la SS), rango al que es ascendido Eichmann en noviembre de 1941 y que nunca superará. O, al menos, eso dijo Eichmann durante su juicio: que había dejado de ser un hombre con iniciativas que hacía un trabajo con el que estaba de acuerdo para pasar a ser un simple funcionario, “un pequeño engranaje”, como solía repetir, que obedecía órdenes a su pesar.
Nada menos cierto. En marzo de 1941, Eichmann fue nombrado al frente de la Oficina IV B4 de la RSHA, que se ocupaba de las evacuaciones y los asuntos judíos. En su carácter de jefe de esa oficina, participaba de importantes reuniones, en especial, la Conferencia de Wannsee del 20 de enero de 1942, cuya convocatoria y minuta redactó.
El 28 de abril de 1961, el juicio a Eichmann entra en una nueva fase: ya no se habla de emigración, sino de asesinato. Ese día, “el tribunal escucha el primer murmullo de los muertos sin voz”38 de boca de Ada Lichtman, primer testimonio sobre el exterminio de los judíos en Polonia. Su declaración introdujo una cesura en la estructura y la naturaleza mismas de los testimonios. Los testigos anteriores (exceptuando el muy simbólico caso de Grynzspan) se habían referido a Eichmann, sus historias tenían relación directa con él, y se apoyaban en numerosos documentos probatorios que habían sido incorporados a la causa. Pero con Ada Lichtman la función misma del testimonio cambia: el testigo ya no es requerido para dar prueba de la culpabilidad del acusado. Ella está ahí, como los que la siguen, para contar su historia, para recordar el nombre de los que murieron y la forma en que los asesinaron. “El horror se instaló inexorablemente”, señaló Jean-Marc Théolleyre el 3 de mayo de 1961 en el diario Le Monde. Además de Lichtman, muchos otros dan testimonio del horror. Del horror de los fusilamientos masivos que realizaban los Einzatzgruppen, que sintió Léon Weliczker Wells, convertido en eminente médico en Estados Unidos, a quien le encargaron, junto con otros cuarenta detenidos, el cavado de las fosas, la extracción de los cadáveres, el apilado de las piras, la quema de los cuerpos, el triturado de los huesos, la recuperación de todo objeto de valor que pudiera encontrarse aún entre las cenizas para borrar todos los rastros. Ante ese testimonio, el fiscal Hausner le hace a Weliczker Wells una pregunta, la misma que ya le había hecho a Jacob Gurfein39 y con la que insistirá varias veces a lo largo del proceso hasta rendirse: “¿Por qué no se resistió?”. Y, al igual que los otros, Weliczker Wells respondió:
Al principio, todavía teníamos a alguien que perder, todos teníamos familia y no queríamos causar su perdición. Lo que pasó después, en 1943, es que ya no teníamos apego por la vida, habíamos perdido a nuestras familias y lo único que podíamos esperar era una vida de torturas, y eso era más insoportable que la muerte. Ya no queríamos vivir 40 .
“¿Por qué no se rebelaron?”41, preguntará nuevamente el fiscal a otro testigo, el doctor Bejsky, convertido en juez de paz en Jerusalén y de cuyo testimonio se comentaría en los pasillos que representaba “el punto culminante, que elevaba el proceso a cimas inigualables”42. Imperturbable, en su relato, Bejsky intentó explicarse y explicar por qué no ofreció resistencia:
Para empezar, debo reconocer que hoy, diez años más tarde, yo tampoco puedo describirles ese sentimiento de terror. Hoy ya no siento ese miedo y no creo ser capaz de describir aquel terror escalofriante, que hacía perder todo poder de reacción. Por otra parte, siempre estaba la esperanza de que la guerra algún día terminaría. (…) Además, en caso de escapar, ¿escapar a dónde? Al lado nuestro había también un campo con mil polacos, que también eran ejecutados cada tanto. Ellos tenían a sus familias a pocos cientos de metros de ese campo, y, sin embargo, no recuerdo un solo caso de fuga de uno solo de esos polacos, que sí tenían adónde ir. ¿Dónde íbamos a ir nosotros, los judíos?
… En 1943, todavía no sabíamos la suerte que habían corrido nuestras familias. (…) Lo supimos recién más tarde, así que todavía teníamos la esperanza de que, si seguíamos trabajando, algún día los volveríamos a ver (…).
Pero la razón principal no era esa. No sé si alguien logrará explicar las razones. Por mi parte, ni siquiera frente a este tribunal puedo explicar hoy las condiciones que regían entonces. No puedo afirmar que ustedes no lo comprenderían, pero yo mismo, que lo viví, que lo sentí en mi propio cuerpo, no logro describirlo.
Gideon Hausner —como, probablemente, las autoridades israelíes— buscaron también el testimonio de los judíos de la resistencia, por más que ellos tampoco hubiesen tenido vinculación alguna con el acusado. Por el gueto de Varsovia, son llamados al estrado Zivia Lubetkin y Antek Yitzhak Zuckerman, la mítica pareja fundadora del Kibutz de los Combatientes de los Guetos, la ya mencionada Rachel Auerbach, así como Adolf Abraham Berman y Baruch Duvdevani43. Rivka Kopper y Batscheva Rufeisen44 testimonian sobre Cracovia; Frieda Mazia, sobre el movimiento clandestino de Sosnowiec; finalmente, el Dr. Meir Dvorjetsky y la gran figura de Abba Kovner dan testimonio sobre el gueto de Vilna45.
Es probable que la posición de Hausner fuese ampliamente compartida por las autoridades israelíes. La radio, que había dejado de transmitir en vivo las declaraciones de los testigos, anuncia que retomará las transmisiones. “Esperábamos que aparecieran”, decía Haïm Gouri. “¿Tendríamos tantas ganas de verlos porque nos avergonzaba estar entre los vencidos?”46.
Con la evocación de las primeras masacres en Polonia y la Unión Soviética, y el relato de la Resistencia, la atención se alejó del hombre en su jaula de vidrio. Su responsabilidad solo aparecía a través de los documentos firmados de su puño y letra o de sus subalternos. Cuando se evoca lo ocurrido en Europa Occidental, el juicio vuelve a centrarse en las actividades directas del acusado: la organización del traslado de los judíos de toda la Europa ocupada hacia los centros de exterminio, principalmente, a las grandes cámaras de gas y crematorios construidos bajo la dirección de Höss en el complejo de Auschwitz-Birkenau. El fiscal adjunto Bach anuncia lo que escucharán en los días por venir:
Mostraremos ahora al tribunal el proceso de rastrillaje de Oeste a Este de toda Europa, las redadas de judíos y su deportación a los campos de exterminio del Este. Los mostraremos país por país, etapa por etapa, y demostraremos que el acusado era el responsable directo de la ejecución de ese operativo, que él lo dirigía y comandaba, ya personalmente o a través de los subordinados de su agencia 47 .
Tarea fácil. Los archivos nazis confiscados tras la guerra aún hoy se conservan, y entre ellos, abundaban los documentos con la firma de Eichmann, como puede comprobarse en el Centro de Documentación Judía Contemporánea de París. Y revelan que Eichmann daba muestras de un celo extremo. También abundan los testimonios, como el de Henrietta Samuel por Noruega o el de Hulda Campagnano por Italia48. Lo que contaron fue terrible, por supuesto, pero no era nada comparado con lo que se escuchó sobre lo ocurrido en el Este. Porque, en el Oeste, no hubo campos de la muerte. Y la población de Europa Occidental, en su mayoría, no quería la deportación de los judíos, e incluso, a veces, expresaba activamente su solidaridad para con ellos, como en el caso de la huelga de los obreros holandeses tras el anuncio de la primera deportación de judíos, según recordó Joseph Melkman en su testimonio49. Y también la operación conocida como “Pequeño Dunkerque”, cuando los daneses salvaron a casi la totalidad de la comunidad judía de su país haciéndolos cruzar en barco a Suecia50.
Los franceses también dieron prueba de solidaridad, como lo explicó desde el estrado Georges Wellers, al relatar la llegada al campo de internamiento de Drancy de un pequeño número de no judíos que habían decidido usar la estrella amarilla en señal de solidaridad, cuando su uso se volvió obligatorio, en junio de 194251. Solidaridad de una parte de la población francesa, sin duda. Pero sometimiento de Pierre Laval a las órdenes de Eichmann. El mismo Laval que llegó a sugerir la deportación de los niños detenidos durante la Redada del Velódromo de Invierno del 16 y 17 de julio de 1942. Georges Wellers describe la llegada de esos niños a Drancy. Los adultos y los niños habían permanecido varios días en el Velódromo de Invierno, de donde fueron transferidos hacia los campos de Loiret, Pithiviers y Beaune-la-Rolande. Allí los niños fueron separados de sus padres, y estos últimos fueron deportados directamente, sin pasar por Drancy. Los cuatro mil niños llegaron a Drancy en cuatro trenes de mil cada uno, acompañados por doscientos adultos que no eran sus padres.
En todas partes de Europa Occidental, eran Eichmann y sus enviados quienes se ocupaban de organizar la deportación, fijar la cuota de judíos para despachar hacia el Este y proveer los trenes.
La gira por la Europa de la persecución contra los judíos continúa: a partir de mediados de mayo, el juicio nos lleva por los Balcanes, a Hungría, Yugoslavia, Grecia, Rumania, Eslovaquia. Y, en cada uno de esos lugares, el relato se topa con la presencia de Eichmann y de sus emisarios, y con el mismo tríptico de escenas ya bien conocidas: censo y marcado de los judíos para aislarlos de la población, su consecuente agrupamiento y, finalmente, la deportación.
Al final, tal como lo obligaba la cronología de los hechos, el juicio se abocó a la última deportación masiva de judíos, la de Hungría, el episodio emocionalmente más cargado para los israelíes. El hecho había ocurrido cuando ya se había iniciado la liberación de Europa —después de la caída de Roma del 4 de junio y del desembarco aliado en Normandía del 6 de junio de 1944— y, por lo tanto, dejaba expuesta la pasividad de las fuerzas aliadas en un momento en el que, según algunos, todavía habrían podido salvar a los judíos y también el encarnizamiento de los nazis contra los judíos incluso en momentos en que la guerra para el Reich estaba casi perdida. El episodio también planteaba espinosamente el problema de la actitud de los dirigentes comunitarios judíos. El diario francés Le Monde, por su parte, tituló “El expediente de la ‘colaboración judía’”52.
Todo cambia en marzo de 1944. Temiendo que Hungría se pase al bando de los Aliados, Hitler convoca al regente húngaro Miklós Horthy a Klessheim y le plantea dos opciones: o la ocupación de Hungría por Alemania o la dimisión del Gobierno del primer ministro Kallay, que colaboraba demasiado tibiamente con los nazis, y su reemplazo por un Gobierno aprobado por los alemanes. Horthy elige esta segunda solución. A partir del 19 de marzo de 1944, un gran número de alemanes llega a Hungría para tomar el control del país. Entre ellos, está Adolf Eichmann en persona, a la cabeza de un grupo especial de intervención que gozaba de grandes libertades. Arranca, entonces, la usual política de constitución de consejos judíos, marcado, agrupamiento y deportación en masa.
La deportación de los húngaros fue excepcionalmente rápida y masiva: en siete semanas, fueron deportadas cuatrocientas treinta y siete mil cuatrocientas dos personas, repartidas en ochenta y siete caravanas de trenes. En el centro de la tragedia de los judíos húngaros, está el problema de la negociación que los dirigentes comunitarios entablaron con Eichmann. Y esa negociación había sido el tema central de un caso que dividía y desgarraba a Israel, el “Affaire Kasztner”53, que daría pie al único verdadero incidente que se produjo durante el proceso y que fue captado por las cámaras de Hurwitz.
El juicio entra, entonces, en su etapa final. Las dos primeras semanas de junio son dedicadas a los campos de exterminio, según el orden cronológico de su entrada en funcionamiento: Chelmno, Belzec, Sobibor, Maïdanek, Treblinka, Auschwitz, esos campos donde los nazis gaseaban a los judíos y quemaban sus cadáveres en gigantescos crematorios. Esa evocación marca el punto culminante del proceso, porque, si bien la historia está plagada de masacres, los centros de “puesta en muerte” —según la expresión del historiador norteamericano Raul Hilberg— constituyen una innovación del nazismo.
La audiencia setenta y tres, que cierra esta segunda fase del proceso, se dedicó al testimonio de Shalom Cholawski, un judío que había combatido en los bosques con los partisanos, y al de Aharon Hoter-Yishai, oficial de la Brigada Judía, que había estado en contacto con los sobrevivientes después de la debacle alemana. Y así se cerraba el anillo que iba de los campos a Eretz-Israël, ‘la Tierra de Israel’.
Antes de entregarle la palabra a la defensa, Hausner solicita que se tome en cuenta una parte de la transcripción de las entrevistas grabadas de Eichmann con el periodista nazi holandés Sassen, que el fiscal ha logrado obtener, algunas de cuyas hojas han sido incluso corregidas por la mano del propio acusado. Gracias a Bettina Stangneth, conocemos la historia de esos registros y su derrotero. Allí se produce una última batalla procedimental entre el fiscal Hausner y Servatius, abogado de Eichmann. Finalmente, el tribunal decide aceptar como evidencia solo las páginas que, en sus márgenes, tienen notas y correcciones del puño de Eichmann. El resto de la transcripción es rechazada.
El proceso entró, entonces, en receso durante una semana para dar tiempo a Eichmann y a Servatius de preparar la defensa.
Hasta ese momento, Eichmann no ha tomado la palabra, de acuerdo con las reglas de un proceso inspirado en la legislación anglosajona. Solo había hecho escuchar su voz, salida de un magnetófono muy al principio del juicio, para declararse “no culpable en el sentido de la acusación”, fórmula que había elegido para contestar a los quince cargos en su contra. La que sí estuvo muy presente a lo largo de todo el juicio fue su boca, que, esporádicamente, se crispaba en un rictus nervioso al que los presentes intentaban en vano atribuir algún sentido. La mayoría de las veces, durante los testimonios, el acusado permanece impasible. Escribe mucho, sobre todo, cuando se presentan documentos que llevan su firma. Ha llegado el momento de que Eichmann, como testigo de su propio juicio, responda a todas las acusaciones. Y esa fase del proceso dura desde el 20 de junio (audiencia setenta y cinco) hasta el 24 de julio (audiencia ciento siete).
El 7 de julio, el procurador Gideon Hausner inicia el contrainterrogatorio. La sala de audiencias nuevamente desborda. Es un gran momento, como lo había sido en Núremberg el contrainterrogatorio de Göring a cargo del fiscal Jackson. Haïm Gouri señala que la sala le recordó los primeros días del proceso: periodistas, ministros, diplomáticos. La atmósfera era “solemne y pavorosa”54.
Mientras unos y otros —el periodista, el filósofo, el historiador…— buscaban y seguirían buscando la clave que les permitiera entender la psicología del “genocida”, por retomar un término que se popularizó con el genocidio de los tutsis por los hutus, Eichmann erigió conscientemente una barrera contra todo cuestionamiento que pudiera irrumpir en la esfera de las emociones, los sentimientos o las ideas. Para él, esos temas no concernían a la justicia. Gideon Hausner apeló a toda su autoridad, su energía y su combatividad para hacer que Eichmann reconociera que se sentía culpable. El acusado le hizo frente sin bajar la cabeza. Es durante ese contrainterrogatorio que Eichmann deja ver su personalidad. Según Gouri, “es un hombre fuerte, que lucha sin respiro, que explica, que expone y desarrolla sus puntos de vista: ‘instancias superiores’, ‘destino’, el ‘yo’, para volver infatigablemente al sempiterno ‘cumplimiento de órdenes’”55.
El 8 de agosto, Gideon Hausner empieza su requisitoria, que durará hasta el día 11. El alegato de defensa de Servatius arranca el 14 de agosto. Es la última audiencia, la centésima decimocuarta del proceso.
El 11 de diciembre de 1961, el tribunal se reúne nuevamente para anunciar su veredicto. André Scemama, corresponsal particular del diario Le Monde en Jerusalén, señala que el proceso se retoma “en medio de una indiferencia casi total” y que “tanto la prensa como el público en general apenas se interesan en el mismo”56, porque lo cierto es que el desarrollo del juicio despertó más pasiones que su resultado.
Inmóvil y de pie en su celda de vidrió, Eichmann escuchó las siguientes frases de boca del juez Landau: “Este tribunal lo declara culpable de crímenes contra el pueblo judío, de crímenes contra la humanidad, de crímenes de guerra y de pertenecer a organizaciones criminales”.
El 15 de diciembre de 1961, el tribunal le ordena al acusado ponerse de pie. “Este tribunal condena a Adolf Eichmann, encontrado culpable de sus crímenes contra el pueblo judío, por sus crímenes contra la humanidad y por sus crímenes de guerra, a la pena de muerte”.
Esa sesión fue la más breve del juicio que acababa de terminar: duró apenas dieciséis minutos.
Tras el rechazo de la apelación, solo queda el recurso de un pedido de gracia ante el presidente del Estado hebreo, Ben Zvi. Durante una sesión extraordinaria, el Consejo de Ministros de Israel decide activar al máximo el procedimiento para evitar una campaña mundial a favor del pedido de indulto. El Consejo instruye al ministro de Justicia para que le recomiende al presidente Ben Zvi no conceder el perdón. También le ha solicitado al ministro de Policía, Behor Shittrit, que tome todas las medidas necesarias para que la sentencia pueda ser ejecutada en las cuarenta y ocho horas posteriores a su confirmación.
En efecto, apenas se conoce la condena a muerte de Eichmann, se suscita un debate sobre la pena. Si bien el 90 % de los israelíes eran partidarios de la ejecución, ciertos intelectuales estaban en contra y no eran pocos. Algunos se oponían a la pena de muerte por una cuestión de principios; otros creían que la ejecución de Eichmann iba a redimir de sus crímenes a todos los nazis que seguían vivos, dejándolo como único responsable; finalmente, algunos subrayaban que no había pena adecuada para crímenes de semejante magnitud, ni siquiera la pena capital57. Un reciente documental de Florence Jammot, Une exécution en question (2014), rememora ese debate.
El 31 de mayo, le informan a Adolf Eichmann que el presidente Ben Zvi ha rechazado su pedido de clemencia. Antes de ingresar en la sala de ejecución, volvió a repetir el juramento que todos los miembros del partido nazi pronunciaban cuando se les pedía que abandonaran sus credos: “He vivido creyendo en Dios y muero creyendo en Dios”. A continuación, entró en la sala del cadalso con una calma que impresionó a los representantes de la prensa local y extranjera. Terminados los preparativos, Eichmann exclamó: “¡Viva Alemania! ¡Viva Austria! ¡Viva Argentina! Tres países que amo. Debo obedecer las leyes de la guerra y debo obedecer a mi bandera. Me despido de mi mujer, mi familia y mis amigos”.
Eichmann es colgado en la medianoche del 31 de mayo al 1 de junio en la prisión de Ramleh, en las afueras de Tel Aviv. Sus restos son cremados en un horno especialmente construido cerca de la cárcel y que luego fue desmontado con rapidez. Sus cenizas fueron dispersadas en el Mediterráneo, en mar abierto, más allá de las aguas territoriales de Israel.
Su destino se unió, entonces, al de los condenados a muerte de Núremberg: los nazis no tendrían tumbas para evitar que se convirtieran en lugares de culto.