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Una evolución del Eichmann judicial

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¿Esas visiones evolucionaron a lo largo del juicio? El Eichmann burócrata se revela y se desvela en su interés por los expedientes y procedimientos judiciales. Según Kessel, para Eichmann, los documentos son como un elixir; para James Coquet, frente a los archivos, “el acusado siente el despertar de su temperamento de funcionario (…). Ya no piensa en sus víctimas, sino en los números y el valor que representan”; “la fastidiosa lectura continúa, y el único que parece interesado es Eichmann, que se sumerge en el expediente para extraer el documento en cuestión… Todo ese papeleo lo regocija enormemente, porque le recuerda sus épocas de esplendor” (Le Figaro, 19 de abril de 1961). Para James Morris (The Guardian, 14 de abril), ese comportamiento, más que una predisposición psicológica, revela una intención apologética: Eichmann se comporta “como un hombre que cree realmente que puede ser absuelto” y que espera que una presentación minuciosa y perfecta permita que se entienda su punto de vista. Según Telford Taylor, sigue Morris, Eichmann adoptaba la actitud de los acusados de Núremberg, que se indignaban por el error en la fecha de su visita a Buchenwald o por no haber realizado esa visita.

La imagen del acusado se complejiza a medida que son develados sus distintos avatares. Porque hay muchos Eichmann diferentes: el fanfarrón de las grabaciones de Sassen, el empleado de escritorio y el “nazi en busca de sí mismo” del interrogatorio de Less. Mientras que Poliakov cuestionaba la adecuación de esos Eichmann con aquel de los tiempos de guerra, Jean-Marc Théolleyre los entiende como rituales y expectativas judiciales, como roles de composición69. El interrogatorio de Less “ha aportado un poco de humanidad”, pero fue “lo que esperábamos: una confesión en la cual Eichmann intenta mostrar que, al fin y al cabo, fue un hombre” (Le Monde, 13 de mayo de 1961). Eichmann “tal como se muestra o se fabrica en sus declaraciones” es “un mediocre que pone de relieve su mediocridad”, que juega a ser una Fedra de rodillas claudicantes ante un horror que describe “con morbosa complacencia”, cuya pequeña filosofía a medias darwiniana, a medias kantiana, le permite creer que no es peor que cualquier otro (Le Monde, 22 y 25 de abril). Théolleyre, así como otros periodistas, describen también a un Eichmann que escapa y se sustrae: “Los extractos de esa confesión dejan la impresión de un hombre horrorizado y horroroso, pero que no logra descubrirse. ¿Cómo habríamos de descubrirlo nosotros?” (Le Monde, 21 de abril).

En cuanto al interrogatorio de su abogado y al contrainterrogatorio del fiscal, ambos revelan un Eichmann mucho menos mediocre. Poliakov, Kessel para France Soir, Scemama, que ha reemplazado a Théolleyre como corresponsal permanente de Le Monde en Israel, así como Max Lazega para Témoignage Chrétien, todos ellos subrayan la “desenvoltura de Eichmann”, un hombre “muy seguro que despliega una actividad febril y demuestra un conocimiento pasmoso de los centenares de documentos de la acusación (…). El gesto preciso, la palabra fácil (…) presentaron, finalmente, una actitud y una defensa bien estructuradas” (Le Monde, 22 de junio; Témoignage Chrétien, 21 de julio de 1961). El acusado contaba con “una memoria por momentos prodigiosa y por momentos extraordinariamente deficiente”, ya se tratase de recordar cuestiones administrativas o los alambres de púa de los campos (Le Monde, 24 de julio). Jacob señala, además, con ironía, que las falencias de la memoria de Eichmann se habían agravado tras la llegada de Servatius a Jerusalén, falencias que se convirtieron a partir de entonces en leitmotiv de la defensa (Libération, 17 de abril).

Las opiniones difieren, por el contrario, en cuanto al alcance de esa defensa y a la competencia que le opone a la acusación del fiscal Hausner. Ese Eichmann que responde a todo sorprende a Poliakov y a Kessel por su talento dialéctico y mordacidad, irrita a Scemama por su insoportable locuacidad y su terquedad en su sistema de defensa “que excede todos los límites del ridículo” (Le Monde, 16-17 de julio de 1961), y sigue siendo visto por Madeleine Jacob como un imbécil pretencioso que se burla del tribunal con la eterna excusa de la obediencia debida (Libération, 27 de junio), mientras que deja a Lazega en la duda: ¿Se habría convencido verdaderamente Eichmann del carácter sagrado de su deber? (Témoignage Chrétien, 21 de julio). Con sus variantes, en todos los periodistas, predomina la ironía y la irritación frente a la inexpugnable tranquilidad de Eichmann, que separa doctamente la responsabilidad moral de la responsabilidad legal y se compara con Poncio Pilato (Le Monde, 28 de junio y 16-17 de julio).

Los cronistas toman una creciente distancia de “su línea de defensa prevista desde el inicio”, en la que, en una serie de retrocesos sucesivos, “termina por ser pulverizado en las entrañas de esa máquina” (Témoignage Chrétien, 14 de julio; Le Monde, 20 de julio). Ese encogimiento se proponía “poner a los jueces frente a un dilema: admitir la culpabilidad de los jefes del régimen nazi, muertos o inhallables, y, por lo tanto, la inocencia del acusado (…), o bien acusar a toda la estructura jerárquica del Reich, así como a la multitud de personas que sabían lo que pasaba” (Témoignage Chrétien, 14 de julio). Y si algunos seguían viendo a Eichmann como un pequeño burócrata obediente, otros objetaban que su lugar de elección en las altas esferas nazis revelaba su poder de decisión (Témoignage Chrétien, 21 de julio), que las órdenes eran imprecisas y que Eichmann era dueño de su aplicación, que el hombrecito sensible que pretendía ser jamás habría podido ascender de tal manera en la jerarquía nazi y que, por lo tanto, la excusa de la obediencia debida se convertía en un falso problema (editorial de Le Monde del 16 de diciembre). Esas “impresiones” de oficinista de la muerte “no constituyen una explicación, y el misterio Eichmann perdura”, ya sea porque el personaje seguía y sigue escapándose, ya sea porque nos preguntamos qué pudo generarlo: ¿la modernidad?, ¿el antisemitismo?, ¿la ebriedad del poder absoluto? (Témoignage Chrétien, 21 de julio). En cuanto a la acusación contra la sociedad contemporánea, donde el individuo es aplastado por un Estado todopoderoso, es vista como un argumento de Servatius y no como una explicación (Le Monde, 16 de agosto de 1961). Al momento de su ejecución, Eichmann ya no es visto como un conformista insignificante, sino como un hombre de una calma “sobrenatural”, capaz de hacer frente al reverendo Hull, y fiel a su juramento nazi (Le Monde, 2 de junio de 1962).

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