Читать книгу El momento Eichmann - Sylvie Lindeperg - Страница 15
El topos del acusado
Оглавление¿Esas crónicas periodísticas le aportan al caso una luz diferente de la del enfoque jurídico, histórico o documental? Así es, por la forma en la que el criminal es percibido desde el anuncio de su captura. Paris Presse titula “La bestia está encadenada” (25 de mayo de 1960); The Guardian y Libération hablan de un “criminal sanguinario”, “el más abominable” de todos (24 y 25 de mayo de 1960). Por su parte, en L’Express, Jean Cau critica esa idea de monstruosidad: para él, Eichmann sería la expresión de la racionalidad de un sistema (2 de junio de 1960). En Reforme, Pierre Boissier ve en Eichmann no una anomalía, sino la manifestación de un sistema legal y político, en perfecta adecuación con el orden social, que mataba a los judíos como moscas y con total tranquilidad de conciencia (2 de junio de 1960). The Guardian resalta la tierna apariencia de Eichmann, que le permitió fugarse y pasar desapercibido en la posguerra (8 de junio de 1960). Días antes del inicio del proceso, el tono es el mismo: La Gazette de Lausanne habla de un meticuloso funcionario del exterminio (6 de abril de 1961); Le Monde lo describe como un pequeño burgués, buen esposo y padre de familia, un “técnico de la Solución final” (8 de abril de 1961), y, en L’Express, Badinter habla de un ingeniero infatigable que obedecía y ejecutaba órdenes dentro de una visión jerárquica (6 de abril de 1961).
Con el inicio del juicio, el 11 de abril de 1961, la temática del “ingeniero de la muerte (…) fabricado por un régimen” (Maurice Bitter, Combat, 11 de abril) es implantada explícitamente sobre aquella descripción física de un “hombrecito enclenque y deslucido” (The New York Times, 11 de abril), que es la percepción dominante, por más que Madeleine Jacob vea en sus ojos el fulgor de las cámaras de gas (Libération, 13 de abril). Ni un Nerón, ni un Nabucodonosor, ni un superhombre: Eichmann se revela como “un monigote colosal” (Témoignage Chrétien, 21 de julio), que se diferencia “de los grandes villanos de la historia o la leyenda” para encarnar “a un nuevo asesino: el burócrata asesino”, que no ejerce la violencia directamente por mano propia (Journal de Genève, 14 de abril; Le Figaro, 19 de abril). Ese nuevo tipo de asesino se caracteriza por su mediocridad, su normalidad y sus virtudes sociales: hombres “muy comunes, burgueses normales, metódicos, con todas las virtudes comúnmente elogiadas en nuestra sociedad: devoción al trabajo, regularidad, puntualidad, obediencia” (Journal de Genève, 14 de abril). En su edición del 11 de abril, Stuttgarter Zeitung invita a los alemanes a reflexionar sobre las circunstancias que hicieron que seres normales se convirtieran en asesinos, y Eichmann es el prototipo “del hombre corriente, del burócrata de pocas luces, (…), una persona sin existencia propia que siempre estuvo al servicio de la autoridad” (reproducido por Chronique étrangère el 20 de mayo).
¿Qué significa esa normalidad? Al comparar a la República Federal de Alemania con la República Democrática Alemana (RDA), L’Humanité la relaciona con la primera, simbolizada por la presencia de Hans Globke en el gabinete del canciller Adenauer (16 de diciembre de 1961). En un sentido más amplio, esa normalidad sería una expresión de la modernidad, en la que Eichmann es el paradigma del hombre sin atributos, anónimo, intercambiable. Edmond Beaujon se preguntaba si el juicio a un hombre, a un régimen político, no era el juicio al alma moderna en sus aspectos más temibles, a la fragmentación, la abstracción, la esquizofrenia propias de ese hombre que llamaban normal (Journal de Genève, 14 de abril de 1961). Según Beaujon, Eichmann es el hombre de la burocracia del que ya había teorizado Max Weber en Economía y sociedad, vale decir, de un funcionamiento deshumanizado “que logra eliminar por completo el amor y el odio de toda actuación oficial, mientras que todo lo puramente personal, irracional y emocional escapa a ese cálculo”. Es el triunfo de una racionalidad calculadora y abstracta, exacta y previsora: “Eichmann era un excelente contable, y poco importa que lo que contabilizaba fuesen muertos desde el momento en que realmente se hace abstracción de la cosa contabilizada, o sea la vida humana. Solo se cuenta bien en la abstracción”.
El burócrata es, por lo tanto, “un ser heterónomo por excelencia, a quien se le ha retirado su autonomía desde la infancia, y cuyo criterio de valor moral depende de su sumisión al grupo”. El burócrata simboliza “la inexistencia personal y la compartimentación del pensamiento. ¿Por qué las virtudes de ese funcionario perfecto conducen al crimen? Porque son virtudes confinadas, que carecen de la capacidad de ingresar en un campo de visión que les permitiría comunicarse con el conjunto de las cosas”. Hasta Madeleine Jacob, que, con una escritura más emotiva, expresa su disgusto por “la bestia malhechora”, considera que “la marca distintiva de ese personaje congelado dentro de su caja y obtuso de mente es la imbecilidad” (Libération, 19 de abril de 1961).
Normalidad, insignificancia, encierro en una racionalidad calculadora y deshumanizante, expresión de un sistema o de la modernidad, en la que nos volvemos criminales en virtud del conformismo, la falta de autonomía, de pensamiento propio y de aislamiento del mundo: ahí están todos los rasgos principales de la banalidad del mal según la entiende Hannah Arendt. Lejos de ser iconoclastas, esos tópicos eran lugares comunes antes del juicio. Como Arendt, los periodistas eran tributarios de una visión del nazismo como sistema vertical y jerárquico, y de una visión estrecha del burócrata de escritorio, que poco tenía que ver con el burócrata pionero y creador de normas que puso en evidencia Raul Hilberg. Y, cuando François Herbillot describe la anarquía del sistema nazi debido a la competencia interna entre los servicios (La Gazette de Lausanne, 10 de abril de 1961), ya no recalca que las cualidades necesarias para sobrevivir en un régimen como ese eran incompatibles con el perfil de un alto funcionario de ferrocarriles que atribuye a Eichmann. Ese clima de época reinante también ayuda a entender la elección de los tópicos de defensa de Eichmann y de Servatius, su abogado.