Читать книгу Sol y Luna - Tamara Gutierrez Pardo - Страница 10
ОглавлениеLOS TIKA
Mi trasero ya no tenía músculo que no le doliera. Aunque solíamos hacerlo para cazar, los wakey no estábamos acostumbrados a montar a caballo tantas horas, tantos días. Me recoloqué, a ver si así me aliviaba un poco, pero lo único que conseguí fue otro molesto y doloroso tirón.
Estaba exhausta. No habíamos parado sino para que descansaran los caballos, momentos en los que esos animados enviados, que no habían abierto la boca en todo el viaje, me habían dado de comer a mí también. Unos trozos de carne seca y agua habían constituido mi dieta durante estas semanas. Las noches las habíamos pasado galopando, y terminaba tan agotada que hasta me quedaba dormida sentada tras la espalda del jinete.
Pero el día de la llegada al fin tuvo lugar.
Ni siquiera supe que el incómodo y largo viaje había finiquitado. Nadie nunca había visto a la tribu tika, así que, ilusa de mí, esperaba hallar un poblado con sus casas colgantes a lo lejos en cualquier momento. Sin embargo, el paisaje continuaba siendo salvaje e inhabitado. La selva hacía días que había pasado a ser un desierto; y el desierto había pasado a ser un frondoso bosque. Los caballos se abrieron paso entre esa espesa floresta tan rara para mí, hasta que salieron a un amplio claro.
Ya llevaba varios minutos escuchando el estrepitoso y sonoro ruido de las aguas, en la lejanía, pero no pude evitar asombrarme al descubrir la espectacular cascada que se precipitaba en el lago. El líquido, cristalino y puro, fresco y reluciente, caía en picado desde lo alto de la montaña. Una gigantesca melena blanca, con sus rizos espumosos, se erigía imponente e impresionante. Jamás había visto cosa semejante.
Creía que íbamos a circunvalar el lago, pero cuál fue mi sorpresa cuando vi que nos metíamos en él. La sorpresa pasó a ser mayor, descomunal, al ver que las aguas se abrían a nuestro paso, sin que nos tocara ni una sola gota. ¿Qué… era esto? Con los ojos aún abiertos de par en par, vi que nos dirigíamos a la cascada… Esta vez sí nos mojamos. Una neblina grisácea, tejida con millones de punzantes gotas y chorros, nos engulló debido a la potencia con la que el agua de la catarata se insertaba en el lago. Mi vista huyó hacia arriba, viendo cómo esa melena colosal se iba a desplomar sobre nosotros, peligrosa y amenazante… Prácticamente no podía ver, tuve que cubrirme la cara con el brazo, pero, una vez más, me quedé en estado catatónico. Tan pronto como alcanzamos la parte final, la cascada se abrió en dos, como si fuera una cortina, y pudimos traspasarla sin problemas.
Exhalé sonoramente, volviendo la cara hacia atrás para ratificar que no había sido un sueño. Solamente pude ver que la cortina se recolocaba en su sitio.
Nos adentramos en una cueva oscura donde el sonido de la cascada volvió a recobrar su protagonismo. Sus notas se fueron apagando conforme avanzábamos, y terminaron siendo sustituidas por la monotonía de algún acuífero.
Vi una luz al fondo de la caverna y las paredes se fueron haciendo más visibles. Eran de un gris blanquecino, marmóreas. Varios dibujos de la luna en sus diferentes fases nos acompañaron en ese final de trayecto. El primer enviado sacó un cuerno y lo hizo sonar para anunciar nuestra llegada. Una, dos, tres veces. Y, entonces, la tribu tika se abrió ante mí.
Jadeé de la impresión, cuando salimos de ese túnel.
La caverna pasó a ser un espacio amplísimo, donde el cielo se dejaba ver muy en lo alto. Un clamor general estalló en mis oídos, así como la panorámica que se abrió ante mis perplejas pupilas. Las abruptas y extensas paredes de la propia gruta, y unas caprichosas estructuras pétreas que se distribuían de un modo informal, aunque ordenado en la parte central, todo en mármol, se alzaban majestuosamente, por todas partes, altas y fuertes. Ni un tornado podría mover eso. Un sinfín de pequeñas cuevas asomaban en esos paramentos y estructuras, y la tenue luz que se escapaba de ellas enseguida me indicó que eran hogares.
Los gritos y vítores de la gente congregada tomaron toda mi atención. Una extraña pero alegre música invadió la caverna cuando varios tika empezaron a hacer sonar unos instrumentos que jamás había visto. Se trataba de una especie de flauta con una bolsa grande que iban hinchando conforme tocaban, y varios tubos más que no tenía ni idea de para qué servían; nosotros también usábamos flautas, pero estas eran muy diferentes. Sonaban raras, aunque su música era armónica, bonita y realmente hipnotizante.
Su estética también era muy distinta a la nuestra. El cuero y las pieles, en las que entraban varias tonalidades, eran las telas predominantes en ese atuendo que constaba de camisa, con mallas y cinturones, pantalón y botas. Incluso las mujeres llevaban pantalones debajo de sus vestidos. Los hombres, al igual que las hembras, llevaban el pelo largo, y lucían espesas barbas. Unas más cortas, otras más prolongadas… Sus cabellos, sueltos o amarrados de diversas maneras, iban desde el castaño oscuro, pasando por el castaño claro o dorado, hasta llegar a un pelirrojo apagado. Sí, había pelirrojos, pero ni siquiera aquí existía alguien con el intenso color de mi pelo.
El jinete que me había llevado a mí durante todo el viaje retiró su capucha hacia atrás y la gente aumentó su clamor. Para mi estupor, comprobé que era un hombre de carne y hueso. Las extrañas flautas intensificaron su sonido, ceremonioso, pero él no se inmutó lo más mínimo. Su cabello negro se ataba en la parte superior de la cabeza, dejando suelta una melena que se perdía por dentro de la capa con suaves ondas. Lo poco que giró su semblante para observar el bullicio me permitió ver que también lucía una corta y arreglada barba.
El otro enviado hizo lo mismo que el primero y se descubrió ante todos, aunque no recibió el mismo furor. Su pelo era dorado, semejante a su más que tupida y larga barba, y lo llevaba amarrado en una coleta baja.
Me percaté de que el populacho me observaba a mí con curiosidad y cierto asombro. Seguramente ya sabía que yo era la elegida para casarse con el sádico y cruel de su jefe. El terrorífico Jedram… Me estremecí para mal al recordarlo, al evocar las terribles historias que se contaban de él, al imaginarme su monstruoso semblante sobre mí, su escalofriante maldad… Rechiné los dientes con una mezcla de angustia y rabia. A las mujeres de mi tribu se nos educaba para ser sumisas y dóciles, para servir a nuestros maridos… Pero por más que lo intentaba, yo no era así, ni siquiera lo hubiera sido con Sephis. Y pensar en que tenía que esforzarme en ser ese tipo de mujer con alguien como Jedram… Tragué saliva para aplacar ese estúpido nudo que se quiso instalar en mi garganta. No, no podía, no quería hacer esto, sin embargo… Mi tribu moriría si yo no accedía.
Avanzamos sin dificultad, pues la gente se iba apartando en tanto el caballo andaba. Cuando llegamos a una plataforma despejada de forma circular, nos detuvimos. Las piedras, jugando con tonalidades rojizas, habían sido colocadas para formar el dibujo de un sol y una luna. Pero no fue lo que más captó mi atención. Un enorme y milenario árbol de hojas rojizas y marrones, de una especie desconocida para mí, se erigía justo en el centro de esa plataforma, en esa cueva. Era como ver vida dentro de la muerte. Los rayos del sol que entraban por el boquete de la caverna se concentraban en él, iluminándole de una manera especial, sagrada y mágica. El jinete que me llevaba se apeó sin dificultad alguna, pero yo sospechaba que mis piernas y mi espalda no lo iban a tener tan fácil.
El enviado moreno anduvo hacia el grupo de mujeres que esperaban en la plataforma.
—Preparadla. La ceremonia será esta misma noche —ordenó, dirigiéndose a una de ellas.
¿Ya? ¿Esta… noche? No, no estaba… preparada.
—Necesito descansar —protesté.
Pero el enviado continuó su andadura, sin siquiera mirar atrás, dejándome con una exhalación nerviosa en la boca. El otro jinete siguió sus pasos después de que sus ojos azules me echaran un vistazo, y todo el mundo reanudó lo que hubiera estado haciendo, volviendo a su rutina como si nada.
Una de las mujeres se acercó a mí. A pesar de ser una mujer de avanzada edad, acató la orden del enviado moreno sin rechistar. Esos dos debían de ser importantes aquí.
—Ven, te daremos un buen baño —me dijo con un tono amable, tendiéndome su mano.
Sus ojos azules estaban tan blanquecinos como su cabello y envueltos por un montón de patas de gallo, debido al irreparable paso del tiempo, sin embargo, eran dulces y tiernos.
Aun así, le respondí con rabia y rebeldía.
—No pienso darme ningún baño. No pienso adecentarme para Jedram. Si quiere casarse conmigo, que sea así.
Al contrario de lo que me esperaba, la vieja rio entre dientes.
—Jedram se casaría contigo así igualmente —aseguró. Tensé la mandíbula—. Lo digo por tu bienestar. Querrás asearte después de tantos días de viaje, ¿verdad?
—Eres amable conmigo solo porque me voy a casar con vuestro jefe, pero a mí no me engañas. No voy a ponerme guapa para ese… monstruo.
Una de las mujeres, una chica de mi edad de cabello y ojos marrones, se aproximó como una exhalación.
—Deja, Mommy. La chica wakey es demasiado terca y orgullosa como para que malgastes tus buenas intenciones —escupió, cabreada, mirándome de arriba abajo.
—¿A quién me recordará? —se preguntó la vieja, poniendo los ojos en blanco.
—Venga, a bañarse ahora mismo —me exigió la chica, agarrándome del antebrazo para tirar de mí con brusquedad.
—¡No me toques! —la increpé, tratando de zafarme.
¡¿Pero qué se creía esta zorra?!
—Has dado tu palabra, ahora tienes que casarte con él —me restregó.
Era verdad, y sabía que tenía que cumplir mi palabra, o mi pueblo moriría, pero…
Por más que traté de impedirlo la tika logró hacerme bajar del equino de muy malas formas, arrastrándome. Me caí en el suelo ante las miradas de todos los presentes, que en vez de escandalizarse o sorprenderse, se rieron. Eso me molestó, pero ver cómo esa zorra explotaba en una hosca risotada me ofendió en el alma.
Maldición…
Me levanté como una flecha envenenada, apretando la dentadura con rabia, y sin pensármelo dos veces me abalancé hacia la chica. La agarré de los pelos mientras las dos caíamos sobre el pavimento de piedra. Para mi sorpresa, las mujeres empezaron a jalear nuestra pelea, haciendo un corrillo que pronto se agrandó con más público. Rodamos varios metros en los que mi oponente quedó debajo de mí. Tuve un momento de duda, no sabía si golpearla o no, sin embargo, ella sí aprovechó la circunstancia y me empujó hacia atrás. Mi espalda chocó sobre la dura superficie de nuevo y ella se levantó.
—¿Es esto lo único que sabéis hacer las chicas wakey? —se burló. Las otras mujeres, excepto la vieja, que la miró con enfado, se rieron otra vez.
Por desgracia, sí. Pero, por suerte, yo no era como las demás chicas wakey.
A esa zorra le cambió la cara cuando vio mi mirada agresiva y decidida. No le concedí más. Volví a ponerme en pie, soltando un gruñido furioso, y me arrojé a por ella como una pedrada certera y bien lanzada.
Hombres y mujeres jalearon una vez más cuando ambas dimos varias vueltas en el suelo. Forcejeamos y conseguí ganar yo, quedándome sobre ella de nuevo. Sin embargo, esta vez estaba decidida a hundirle el puño en la cara para borrarle esa estúpida sonrisa de antes. Alcé el brazo ante el asombro de la chica tika…
Pero alguien lo interceptó, agarrándolo con fuerza.
—¡Basta! —gritó la vieja, más que cabreada.
La observé con ira por sujetarme, pero también con cierta sorpresa que impidió que intentara zafarme. Mi rival se unió a mi paralización. No sabía que la vieja pudiera tener tanto carácter.
—Oh, Mommy, deja que nos divirtamos un poco más —se quejó un hombre.
Fruncí el ceño. ¿Divertirse?
—He dicho que basta —repitió ella con la severidad y el respeto que imponen los años de una persona mayor. Tiró de mí y me obligó a levantarme, dejando a mi presa libre—. ¿Quieres que se la presentemos a Jedram en su boda con un ojo morado?
—No soy tan tonta como para ponerle un ojo morado —respondió la chica con un resoplido, incorporándose.
Oscilé la vista hacia ella, arrugando las cejas aún más. Claro que no, porque iba ganando yo.
—No, no… —contestó el hombre, rascándose la nuca.
—Pues, venga, volved a lo que tengáis que hacer, que es bastante —mandó esa vieja llamada Mommy, sin soltarme—. Tiene que estar todo listo para esta noche.
Esta noche… Me estremecí para mal de nuevo y todo el subidón por la pelea se me bajó de repente.
—De acuerdo, de acuerdo —aceptó el hombre, acatando la orden junto con el resto de la gente.
—Tú también tienes que hacer, Khata —le recordó la vieja a la chica con la que me había peleado.
Esta se puso en pie de un salto y pasó a mi lado.
—Ahora entiendo por qué Jedram se fijó en ti —dijo, otra vez mirándome de arriba abajo, aunque en esta ocasión sin acritud.
Su frase me dejó algo desconcertada, y eso se notó en mi rostro. ¿Que Jedram se había fijado en mí? ¿Cuándo?
—¡Venga, venga! —azuzó la vieja con un aspaviento de su mano suelta.
La tal Khata se alejó moviendo el culo con orgullo. ¡Vaya cómo se las gastaban las mujeres tika! No se parecían en nada a las wakey.
La vieja suspiró y por fin me soltó.
—Y tú ven a darte ese baño —me exigió, echando a caminar para que la siguiera.
No me quedó más remedio. Aquí todo el mundo parecía tenerla respeto, así que, de mala gana, la seguí.
Dejamos atrás el árbol y nos adentramos en la estructura rocosa que se ubicaba frente a él, la misma por la que habían entrado los dos enviados que me habían traído hasta aquí. El interior, lleno de grutas en bruto y sin pulir, continuaba siendo de ese mármol grisáceo, pero todo estaba bañado por unas llamas ámbar que le daba un aspecto cálido y hogareño.
La vieja se internó por uno de los pasillos.
—¿Estás asustada? —me preguntó.
Guardé silencio, pues no sabía qué responder a eso, y la anciana se giró para contemplarme, sin dejar de caminar. La comisura de su boca se elevó ligeramente al ver mi expresión indefinida y avergonzada, como si supiera más que yo, y acto seguido volvió a darse la vuelta, regalándome un pequeño respiro.
—El primer coito de una mujer siempre es temido, sobre todo si el casamiento es con un hombre al que no se conoce. Sí, la primera vez duele, pero luego te acostumbrarás —afirmó—. Después, llegará un día en que ya no sientas temor ni dolor, puede que incluso te guste. Tarde o temprano, todas hemos de pasar por lo mismo.
—No es la noche de bodas lo que más me preocupa —solté, molesta.
¡Por supuesto que me preocupaba! Pero no por el hecho en sí. El cuerpo solo era eso: un cuerpo. Ya sabía que dolía, mi madre se había encargado de dejármelo claro muchas veces. Estaba preparada para una primera vez, más que preparada, incluso dispuesta. Lo que jamás me hubiera imaginado es que mi primer coito iba a ser con el terrible Jedram… Eso cambiaba las cosas. Ni en mis peores pesadillas. Era esa «primera vez» con alguien como él, pero también el tener que convivir con ese monstruo, tener que ser su esposa, tener que dormir con él, verme obligada a acceder a sus peticiones, tener que darle descendencia… Y ni siquiera sabía cómo era, cuál era su aspecto, si era mayor o un viejo…
Una sensación de asco me dominó de repente. Sí, esto era una pesadilla. ¿Cómo había llegado hasta aquí? Era incapaz de asimilarlo…
La anciana se detuvo para observarme.
—¿No temes tu noche de bodas?
Alcé el mentón, intentando transmitirme a mí misma esa fuerza.
—Jedram puede hacerme su esposa, puede tomar mi cuerpo, pero yo jamás seré suya. El cuerpo es carne y hueso. El alma fluye libre.
La tal Mommy mantuvo la mirada en mí un instante y sonrió con la boca cerrada.
—Eres valiente —me alabó.
No, era tonta, que no es lo mismo.
Mommy reanudó sus pasos. La imité.
—¿Cómo es él? —quise saber.
Necesitaba estar preparada antes de enfrentarme a ese encuentro con Jedram. La anciana tardó algo en contestar; por supuesto no hizo falta que le dijera por quién preguntaba.
—¿Qué sabes de él? —inquirió ella.
—Que es sanguinario, sádico y cruel.
—Lo es —me ratificó sin más.
Genial. Tengo que reconocer que mi temor se expandió como un enjambre de abejas furioso, así que preferí guardar silencio y no hacer más preguntas. No sabía si era mejor saber o seguir en la ignorancia.
Fui conducida hacia unos angostos peldaños, tallados en la misma piedra malamente, que llevaban a una estancia en la planta superior. Allí varias mujeres me despojaron de mis sucias ropas, me bañaron en un enorme barreño con un agua más fría de lo que a mí me hubiera gustado, bajo la supervisión constante de la vieja. Lavaron y peinaron mi cabello, me ungieron el cuerpo con un aceite aromatizado y me pusieron un vestido blanco. Por último, adornaron mi cabeza con una corona de flores níveas y pulcras.
Volvimos a deshacer el camino hecho previamente, hasta que llegamos a la entrada de la edificación.
Esa Mommy se puso junto a mí.
—Tu futuro marido te espera bajo el árbol de la vida —me anunció.
Mi futuro marido…
El árbol de la vida…
No pude ni pararme a pensar en lo que quería decir ninguna de esas dos cosas.
Cuando las pesadas puertas se abrieron, tomé aire profundamente, tratando de mantener a raya mi temblequeo y mi angustia.