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OBLIGACIÓN SOKA

Había perdido la noción del tiempo. No sabía cuántas horas llevábamos de viaje, pero la noche se había hecho día, y el día ya se estaba haciendo noche. Solamente habíamos hecho varias y cortas paradas para que los caballos descansaran y se recompusieran. Nosotros también habíamos aprovechado para hacer lo mismo, aunque en incómodos silencios.

Después de otra jornada montando, Sephis decidió que había llegado el momento de otra parada.

—¿Te parece bien si hacemos noche aquí? —me preguntó tras estudiar los alrededores.

—Sí, claro. Si a ti te parece bien, a mí también —acepté.

Realmente estaba exhausta.

Sephis se quedó observándome, y no sé por qué, suspiró. Se bajó del caballo y se acercó para ayudarme. Apoyé las manos sobre sus hombros y me incliné hacia él. La casualidad quiso que mi desmonte fuera torpe y me cayera prácticamente encima de su pecho. Sephis me sujetó por la cintura con fuerza y me salvó de la caída, pero nuestros rostros se quedaron muy cerca.

Por un momento dejé de respirar, como tantas otras veces, cuando Sephis me besaba…

Pero ahora él ya no era mío, ya no estábamos juntos, Sephis ya no me besaba, ya jamás me besaría. Carraspeando para recomponerse, mi ahora exnovio se despegó de mí y me dejó en el suelo con delicadeza. Ruborizada, me giré hacia el caballo para acariciarle, disimulando el enorme nudo que ahogaba mi garganta.

Sephis también se sentía apurado, esta situación era violenta para los dos. Tras rascarse la nuca y volver a carraspear, logró retomar la compostura del todo.

—Sacaré uno de los conejos para cenar —dijo.

—De acuerdo —asentí, virándome en su dirección. Me acerqué a él cuando sacó uno de la alforja que cargaba su caballo—. Dame, lo prepararé al fuego.

Prácticamente se lo arrebaté de las manos. Sephis se quedó mirando cómo me arrodillaba y comenzaba a desollar al pobre animalito. Parecía hipnotizado con mi forma de trabajar, siempre metódica, tal y como me habían enseñado.

Al fin, despertó.

—Haré… haré una hoguera —se ofreció.

Reunió varias ramas y enseguida hizo una pequeña pira. El olor a madera quemada restalló junto con las chispas que revolotearon por el aire.

—El fuego también nos protegerá de los animales salvajes —afirmó.

—¿Animales salvajes? —me asusté.

Mi mente había estado ocupada en otras cosas y no había caído en eso.

—Tranquila, no se acercarán a las llamas. Las temen.

Tragué saliva.

—Vale —acepté, no obstante.

El conejo no tardó en hacerse en el fuerte fuego, así que nos pusimos a comer enseguida. Estábamos hambrientos. Se instaló un silencio, provocado por el apetito, que se prolongó hasta que nuestros estómagos pudieron llenarse un poco. El primero en romper el mutismo fue Sephis.

—Está… está muy bueno —me alabó, gratamente sorprendido.

Enrojecí.

—Gracias, aunque no he hecho nada. Unas hierbas de aquí y allá, recetas antiguas de mi madre y mi abuela —le desvelé.

—Pues está estupendo, jamás he comido nada igual —me concedió.

—Gracias. —Sonreí con timidez.

Se hizo otro incómodo silencio.

—¿Qué tienes planeado para entrar en el poblado tika? —me preguntó para romperlo, mientras dejaba un hueso en el terreno.

—A decir verdad, no lo sé —reconocí, notando cómo se prendían mis mejillas con vergüenza.

—Lo suponía —suspiró—. Bueno, ¿cómo vas a planear nada, si ni siquiera sabes dónde queda?

—¿Tú lo sabes? —inquirí, contemplándole con una súplica a la esperanza.

—Más o menos, pero por habladurías —exhaló. Luego, sus ojos se escaparon hacia mi rostro y permanecieron en él unos segundos, pensativos y analíticos, provocando que me ruborizara de nuevo—. ¿Sabes? Todavía me parece increíble que estés aquí —concluyó su pensamiento en voz alta.

—¿Por qué lo dices? —no comprendía a qué se refería.

—Porque has sido muy valiente, Soka. Es… —Cabeceó, como espabilándose de esa sorpresa—. Realmente es increíble que tú hagas esto. Jamás pensé que te atrevieras a hacer algo así.

Tengo que admitir que me sentí muy halagada, pero yo no opinaba igual. Yo no era osada, ni decidida, ni tenía agallas para enfrentarme a las cosas. Para empezar, no había querido enfrentarme a mis padres, por eso había venido furtivamente. Sí, no tenía valor suficiente para encararme con los rostros de mis pobres padres. Por un momento mi corazón se flageló. Mañana se levantarían y no me hallarían en casa; leerían mi nota y… Gracias a la diosa Sol yo no vería sus semblantes, eso me destrozaría el alma. Pero se quedaría aún más destrozada si no hiciera nada por mi hermana.

—Nala necesita mi ayuda —argüí.

—Nala sabe cuidarse muy bien sola —rebatió Sephis, aunque con su típica dulzura.

—Lo sé, pero todavía es una chiquilla —debatí, inquieta.

—Solo es un año menor que tú —me recordó, alzando las cejas.

—Pero es una inmadura, una inconsciente.

—No, desde luego no es como tú —en eso coincidió.

—No sabe nada de la vida, vive en un constante sueño, en una fantasía, desconoce los peligros reales a los que tiene que enfrentarse —espiré, preocupada.

—Bueno, sí, es una cabeza loca, pero yo no lo veo tan malo. —Para mi sorpresa, a Sephis se le escapó una corta risa—. Quizá todos debiéramos aprender un poco de Nala.

Oír eso me indignó de una forma que jamás había sentido.

—Quizá por eso te gusta ella —se me escapó, pronunciando con una rabia inusitada en mí.

Sephis se quedó atónito al escuchar mis palabras. Incluso yo misma me asombré. Escondí el rostro, sintiendo cómo se iba enrojeciendo. También noté cómo Sephis me observaba durante el enrarecido mutismo que siguió.

—Lo siento, no debí decir eso —murmuré.

—No, dímelo —me pidió sin ningún reproche ni enfado en la voz.

Sesgué la cara hacia él, sin comprender.

—Es la primera vez que dices algo que sientes de verdad —me aclaró.

—No entiendo.

—Soka, esa es la razón por la que besé a Nala —me explicó.

—¿Cómo?

Tomó aire y prefirió llevar su rostro al frente para contemplar el fuego. Quizá así se le hacía más fácil hablar.

—Tú nunca dices lo que sientes —murmuró—. No sé lo que sientes por mí, ni siquiera sé si sientes algo de verdad o simplemente estás o estabas conmigo por mera imposición. Si te soy sincero, a veces no sé por qué estábamos juntos.

Sentí cómo mi corazón era estrujado. Pero Sephis tenía razón. Yo tampoco tenía claros mis propios sentimientos. Me habían dicho tantas veces qué tenía que hacer, cómo debía sentir… que ahora ni yo misma sabía diferenciar lo que ocurría dentro de mí.

Amparado por mi turbado silencio, Sephis continuó hablando.

—Cuando Nala me pidió que la besara pensé: «¿por qué no probar?». Estoy harto de hacer siempre lo que los demás esperan que haga, nunca he hecho lo contrario. ¿No lo ves, Soka? A ti te pasa exactamente igual. Todos esperan que seamos la pareja perfecta, que seamos perfectos. Pero no lo somos. Lo que hice no fue por Nala; si me lo hubiera pedido otra chica no lo hubiera hecho, pero no porque ella me guste. Lo hice por lo que ella representa para la tribu, y lo que eso le hace sentir a ella misma. Nala es algo prohibido para cualquiera, ningún chico se atreve a acercarse a ella. Aunque seamos muy distintos, no pude evitar sentirme identificado con tu hermana. Son situaciones inversas, pero el sentimiento de frustración y encarcelamiento es el mismo.

—¿Te sientes…? ¿Te sentías encarcelado conmigo? —musité con un hilo de voz.

Los ojos de Sephis, tristes, se izaron para contemplar un infinito perdido entre la oscuridad del follaje.

—No es por ti, Soka, es por lo que nos vemos obligados a hacer. ¿Tú no te sentías encarcelada? —Me miró, esperando una respuesta que nunca llegó—. No, claro que no —respondió él mismo, regresando la vista al frente—. Tú siempre haces lo que debes hacer, estás programada para ello y te has acomodado ahí, te gusta complacer a los demás, sea quien sea. Pero yo no puedo hacer lo mismo, esa es la razón por la que besé a Nala. Lo he intentado, pero yo no soy como tú. No puedo seguir fingiendo que soy feliz cuando no lo soy.

Sephis no era feliz conmigo… Esta vez tuve que esforzarme al máximo para que mis lágrimas no se fugaran por mis mejillas. Pero, una vez más, Sephis estaba en lo cierto. Yo había estado prometida con él porque mis padres y los suyos así lo habían acordado, al igual que él. Y daba lo mismo que a mí me gustara Sephis o no, si me hubieran prometido con otro, lo habría aceptado.

Me tragué el lazo que oprimía mi garganta.

—Supongo… que tienes razón —le otorgué, agachando la cabeza.

Los ojos de Sephis oscilaron hacia mí con algo de enfado.

—¿Es que no vas a reprocharme nada? —resopló.

—No tengo nada que reprocharte.

—Estamos… Estábamos prometidos y besé a tu hermana. ¿No tienes nada que decirme? —insistió.

—No. —Le sonreí con indulgencia.

La boca de Sephis soltó una repentina risa amarga.

—Sí, definitivamente eres demasiado buena. —Me miró con un sentimiento extraño. Parecía decepcionado, pero, aun así, me sonrió con dulzura—. Eres increíble, Soka. Tu prometido se besó con tu hermana y ni siquiera eso te impide ir a buscarla. Eres la persona más bondadosa que conozco.

Volví a sentirme muy halagada por su comentario, pero no se me escapó ese tinte crítico que se le fugó a él.

—¿Te sorprende que quiera a mi hermana?

—No, por supuesto que no, es tu hermana, es normal que la quieras. Pero…

—No importa lo que pase entre nosotras, Nala es y siempre será mi hermana, sangre de mi sangre —afirmé, cortando lo que fuera a decirme—. Y ahora está lejos, con el terrorífico Jedram. No quiero ni pensar lo que ese… monstruo degenerado puede estar haciéndole en estos momentos. —El nudo que atravesó mi laringe al pensarlo fue tan fuerte, que sentí que me la quebraba en dos.

Sephis se puso más serio.

—No te preocupes, pienso sacarla de allí —aseguró, clavándome una mirada convencida.

Mi corazón sufrió un agudo pinchazo y sentí cómo se desangraba. Me había dicho que el beso no había sido por Nala, sin embargo, ¿podía ser que sí le gustara? ¿O que le hubiera empezado a gustar después de ese beso?

Intenté que eso no me afectara, como hacía siempre, pero esta última conversación con Sephis me había dejado muy desconcertada y confusa. Aun con todo, Nala seguía siendo mi prioridad absoluta.

—¿Lo harás? —musité, casi suplicándoselo con la mirada.

Las pupilas de Sephis se fijaron a las mías con vehemencia y honorabilidad.

—Sí —juró.

Sol y Luna

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