Читать книгу Sol y Luna - Tamara Gutierrez Pardo - Страница 13
ОглавлениеLA TRAICIÓN NALA
Mommy había venido a buscarme esa mañana. Jedram le había ordenado que me enseñara bien el poblado, así como las costumbres, leyes y creencias que imperaban por aquí. Él se había ido y me había dejado sola, como los dos días anteriores.
Esas extrañas edificaciones, esculpidas en la misma roca, todavía llamaban mi atención. Por los diversos huecos podía divisarse a la gente haciendo sus rutinas diarias. En uno de esos hogares, apareció una pareja. Se hacían carantoñas y se reían con mimo. Sonreí en una primera instancia, pero eso se evaporó rápido cuando a mi imaginativa mente vino la escena de Sephis y Soka. Ellos podrían haber sido como esa pareja recién casada, hubieran estado en su hogar, juntos y felices.
Rechiné los dientes con rabia, aunque eso también se esfumó con un soplido del viento. Me acordé de Sephis, de mi Sephis, pero acordarse de él implicaba recordar también a Soka. El beso del otro día no tardó en asomarse para menear sus brazos de aviso, y de pronto sentí una inusitada y absurda lástima por mi hermana. Era estúpido, lo sé, sin embargo, ahora que me había casado con Jedram y que ya nada tenía remedio, que ya no había marcha atrás y que mi vida se había precipitado al vacío, me sentí mal por ella. No es que me importase, pero Soka seguía siendo mi hermana, sangre de mi sangre, y había hecho que lo pasara mal inútilmente. Porque todo había sido inútil.
Soka, doña Perfecta. Conocía muy bien a mi hermana. Soka permitiría que le clavaran cien mil flechas en el pecho antes que dejar que sus verdaderos sentimientos salieran a la luz. ¡Pero si cuando tenía frío decía que no lo tenía para no molestar! Eso era algo que no soportaba de ella, porque yo era justo lo contrario. A mí me hervía la sangre por nada, y ella era fría y sólida como el hielo.
Mientras caminábamos por el poblado, Mommy observó mi rostro enfrascado.
—El matrimonio es algo complicado, sobre todo cuando es concertado u obligado —me dijo con dulzura.
Ella no estaba al tanto de mis verdaderos pensamientos, por supuesto.
—Ah, ya… Supongo.
—Jedram tiene obligaciones que cumplir, además de las adquiridas en el matrimonio.
Y menos mal.
—Sí, claro, lo entiendo —respondí con indiferencia, mirando lo que acontecía a mi lado.
Los tika que caminaban o se movían por el poblado se giraban al verme con una combinación de curiosidad y expectación.
—Pero algún día, quizá más pronto de lo que crees, pondrá su semilla en ti y te dará un hijo —añadió Mommy.
Según lo escuché, me paré abruptamente.
¿Qué…? ¿Un hijo? El espanto de dominó. No, yo no quería críos todavía, y menos con ese… ser diabólico.
Me puse tan pálida que Mommy lo notó.
—¿Qué te ocurre, chiquilla?
No, no quería llevar su semilla dentro, darle un heredero tan terrorífico y despiadado como él… Mis ganas de huir se revolvieron con la furia de un tornado. Ahora más que nunca tenía que salir de aquí.
Pero debía ser lista.
Observé a Mommy, tratando de recuperar el color, aparentando la mayor normalidad posible. Miré en rededor con presteza, buscando una excusa para lograrlo. Y la hallé en el suelo.
—Una piedra —contesté nerviosamente, agachándome para cogerla. Por su mirada, Mommy debió creer que estaba loca—. Siempre guardo las que me gustan. —Y solté una patética risita aún más inquieta.
La vieja tomó aire, reponiéndose del desconcierto, y prosiguió la marcha. Me quedé un paso por detrás, estudiando todas las vías de escape mientras ella me iba explicando.
Hasta que vi una pequeña gruta a unos pocos metros.
Me aseguré de que nadie me veía.
—Esa es la herrería —me iba contando Mommy—. Kog es el herrero más diestro que jamás hayas conocido. Los filos de sus espadas son famosos más allá de nuestras fronteras, bien conocidos por nuestros enemigos. Son capaces de cortar hasta el mismísimo fuego, pueden sajar un bloque de hielo de un solo golpe, pueden…
Abandoné a la voz de Mommy cuando me interné por la ancha grieta.
Corrí como alma que se lleva el diablo por ese pasillo oscuro. No sabía adónde daba, ni si tenía salida, pero esta puede que fuera mi única oportunidad. Si fallaba… No, no podía permitirme dudar. Apreté los labios y la carrera, infundiéndome fuerza y coraje. Mi respiración hacía eco en los húmedos paramentos, a mil por hora.
Pero el eco de otros jadeos se escuchó de repente.
El lobo negro me rebasó, posicionándose delante de mí. Giró medio cuerpo para mirarme. Había tanta oscuridad que apenas distinguía sus refulgentes ojos verdes, aunque sí vislumbré su gesto divertido. Se detuvo y esperó a que le adelantara para continuar persiguiéndome. Estaba jugando, y eso me dio la suficiente confianza como para no tenerle miedo.
Me detuve, muy nerviosa, y me giré hacia él. En cuanto hice esto, él también se paró.
—Vete —le ordené.
Ni se movió. Siguió con su mirada divertida, agazapándose para jugar. Me descubrí la piedra en la mano y, sin dudarlo, se la tiré.
—Vete —le repetí, más alto.
El animal la esquivó sin problemas y permaneció junto a mí, observándome.
—Oh, genial —mascullé.
Bueno, si ese estúpido lobo quería ir detrás de mí era su problema. Suspiré con resignación, me di la vuelta y proseguí con mi huida. Por supuesto, el cánido no se dio por aludido y me siguió.
No llevaba ni cinco metros, cuando escuché otras pisadas a muy poca distancia. Las almohadillas de las patas del lobo no hacían ningún ruido contra la piedra que pisábamos, por lo que enseguida me di cuenta de que se trataba de pasos humanos.
¿Sería Jedram? ¿Se habría dado cuenta de mi ausencia, alertado por Mommy?
Asustada —no lo voy a negar—, intenté acelerar mi carrera. Pero no conocía esos pasadizos. Ahora ya no sabía qué hacer, si buscar la salida o buscar la manera de volver para que Jedram no me pillara…
El lobo me rebasó de nuevo con facilidad y corrió adelantado. Cada poco miraba hacia atrás para comprobar si iba tras él, y entonces supe qué era lo que pretendía. Uno de mis jadeos se escapó con sorpresa. El lobo estaba… guiándome.
No lo dudé. Tampoco tenía opción. Esos pasos continuaban acechando a pocos metros, además, también se oían voces y gritos, así que seguí a ese animal como si fuera la única luz en la oscuridad.
La luminiscencia real apareció al doblar una esquina. El agujero de salida se hacía más y más grande conforme los dos galopábamos, aunque a mí me daba la sensación de que mis piernas lo hacían a cámara lenta. Solo saboreé las caricias de la esperanza cuando alcanzamos el final del pasadizo.
El lobo se detuvo al salir, si bien lo hizo de una forma más suave que yo. No me dio tiempo a sentir el chasco al ver que habíamos regresado al poblado. Tres hombres aparecieron por otro agujero a los pocos segundos. Entonces comprendí que las pisadas que habíamos oído pertenecían a ese trío, solo que ellos se habían desviado en algún momento y habían salido por otro sitio. O quizá el lobo había logrado darles esquinazo.
No parecían haberse percatado de nuestra presencia en esas grutas, para mi alivio. Dos de los hombres tenían agarrados al tercero, como si lo hubieran apresado. Mi agitado aliento se evaporó con una mezcla de rabia y frustración. No me estaban persiguiendo a mí, al parecer.
—¿Dónde te habías metido?
La voz de Mommy me sobresaltó.
—Yo… eh…
El lobo tiró la piedra frente a mí, sacando su larga y rosácea lengua. La había cogido…
—Ese lobo me había robado la piedra —me inventé con otra risita estúpidamente nerviosa.
Mommy me miró como si estuviera loca. Sí, lo estaba, para qué lo iba a negar. Mira que volver… Aun así, se agachó para recogerla. Pero el lobo negro se agazapó y la gruñó con agresividad. La vieja se apartó con un respingo. Suspiré y yo misma me acerqué para recoger la piedra. El lobo permitió que lo hiciera, totalmente relajado y tranquilo, mientras Mommy volvía a observarme con ojos asombrados, como si no fuera normal que el lobo fuera dócil conmigo.
¿Qué tenía de raro?
—¡Soltadme! ¡Yo no he hecho nada! —gritó el hombre apresado, llamando la atención de todos.
Uno de los chicos que lo llevaban era el rubio que había sido enviado junto con aquel moreno para ir a buscarme el día de la ofrenda.
—Es Asron, el segundo al mando de Jedram —me desveló la vieja, aunque con sorpresa y curiosidad a la vez—. Traen a Plare, ¿qué ocurrirá?
—¡Avisad a Jedram! —solicitó el tal Asron mientras él y su compañero forcejeaban con el hombre.
Varios más corrieron para atender su petición.
—¡No! ¡Nooooo! ¡No he hecho nada! ¡Soy inocente! —chilló el preso con mucha más ansiedad que antes, luchando para zafarse.
Sus súplicas no fueron atendidas.
Mi corazón se aceleró cuando, entre el tumulto de gente, Jedram se abrió paso con facilidad. Todo el mundo allí presente se apartó para dejarle sitio, mostrándole ese gran respeto. Sus ojos morados se encontraron con los míos en primer lugar, propinándome todo un latigazo de sensaciones por dentro, y después fueron destinados hacia Asron, quien esperaba junto a su compañero y el apresado. El lobo negro, fiel a su dueño, corrió a su lado y gruñó entorno al hombre con amenaza.
—¿Qué pasa? —quiso saber Jedram, deteniéndose frente a ellos.
Le echó un vistazo duro al hombre, el cual tembló visiblemente solo con eso.
—Le encontramos merodeando por las grutas. Es un traidor, un espía que sirve a Vlakir —escupió su segundo al mando, empujando al preso en dirección a Jedram.
¿Vlakir? No tenía ni idea de quién era, pero al oír su nombre me dio un extraño escalofrío. A Jedram tampoco le gustaba ese nombre, pues hizo crujir sus dientes al escucharlo.
—¡No, no soy ningún espía, lo juro! —chilló el hombre, implorando ante Jedram con unas temblorosas manos.
—¿Entonces qué hacías llevando esto? —rebatió Asron, insertando la muñeca entre el ropaje de su pecho.
—¡No! —trató de evitar Plare.
No le sirvió de nada. Asron sacó un papel arrugado y sucio, elevándolo para que el preso no alcanzara. Se lo pasó a Jedram, quien lo cogió y lo abrió con una sobriedad y seguridad que daba más miedo que si hubiera gritado.
—Es un mapa del poblado. Viene todo detallado, incluso dónde ocultamos las armas —delató Asron, rechinando la dentadura.
Los murmullos indignados de la gente irrumpieron con fuerza.
Jedram alzó la vista y se la clavó al hombre.
—¿Se lo ibas a entregar a Vlakir, Plare? —su pregunta ácida ya era una sentencia en firme—. ¿Por qué lo has hecho?
El aludido solo pudo hacer negaciones con la cabeza en tanto le observaba con horror.
—Por esto —respondió el acompañante de Asron, tirando un pequeño saco de monedas al suelo.
El preso gimió y lloró al verlo. Le habían pillado.
—¿Sabes lo que les pasa a los traidores?
Según lo soltó Jedram, las pupilas del hombre se izaron con imploración.
—¡No, por favor! ¡Por favor! —le suplicó entre sollozos, dejándose caer de rodillas—. ¡Perdóname si te he ofendido! ¡Me equivoqué, no lo volveré a hacer más! ¡LO JURO POR MI VIDA!
Pero el terrible Jedram fue implacable.
No le importaron los lloros, ni los ruegos desesperados. Con un movimiento supersónico, le metió los dedos en los ojos y se los sacó entre los desgarradores gritos de dolor del hombre. Mi pulso no podía ir más deprisa de lo que me impactó. Era… terrorífico, más duro de lo que pudiera imaginar. Jedram dejó caer los globos oculares al suelo mientras el preso se retorcía con agonía. Sin embargo, no contento con eso, sacó su espada con otro súbito aspaviento y le cortó la cabeza sin mutarse lo más mínimo. El cuerpo se cayó desmadejado acto seguido, sin vida.
Me quedé paralizada, blanca como la cal, al ver cómo esa bola de pelo ensangrentado rodaba por la superficie hasta que se detenía para mirarme. Sus cuencas vacías rivalizaban con la espeluznante expresión del rostro, que parecía seguir en un estado de shock y terror.
Cuando alcé la mirada, aún petrificada, Jedram tenía los ojos puestos en mí, fijos, penetrantes.
Eso es lo que le ocurría a los traidores.