Читать книгу Sol y Luna - Tamara Gutierrez Pardo - Страница 17
ОглавлениеFRUSTRADA NALA
Los metales restallaron con fuerza, emitiendo un eco sucinto que se evaporó pronto por entre las copas de los árboles. El lobo negro no perdía detalle. Khata me lanzó otro ataque que se estrelló de nuevo contra la hoja de mi espada, aunque lo hizo con tanta fuerza que me echó para atrás. Por poco me caigo, pero con un salto conseguí guardar el equilibrio.
—Bien, chica loca, lo admito, tu mejoría es increíble —me alabó Khata.
—Gracias a mis reflejos —presumí con una sonrisita.
—Gracias a mí —me corrigió ella con otra.
—Ja —exclamé.
Me quedé a la espera de otro de sus embates.
—No seguiremos. Por hoy ya hemos tenido bastante —dijo, guardando su espada.
—¿Qué te pasa? ¿Acaso me tienes miedo? —me burlé con otra sonrisilla.
Khata me dedicó una mueca exageradamente fingida.
—No me hagas reír —ironizó—. Pronto anochecerá, debemos volver —puso como excusa.
—Ya —dudé entre dientes.
Ajena a mi murmuración, Khata comenzó a caminar. Me guardé la espada, a disgusto, y la seguí para iniciar el camino al poblado. El lobo negro, como de costumbre, no tardó en ir tras mis pasos.
Miré al animal de reojo. Caminaba con gesto indiferente, pero atento a todos mis movimientos. Su largo pelaje de invierno parecía muy sedoso y suave, aunque yo jamás le había tocado. Me mordí el labio, sopesando esa opción. Tenía tantas ganas de poder acariciar a ese lobo…
—Olvídalo, chica loca, no se dejará —dijo Khata de repente sin siquiera girarse hacia mí, adivinando mis pensamientos.
La observé con una sorpresa que rápidamente se transformó en disconformidad.
—Algún día lo hará —afirmé, segura.
—No lo harááá —insistió con aire cansado.
Sí, de acuerdo, ya habíamos tenido esta discusión antes.
Abrí la boca para rebatírselo, pero la inesperada escapada del lobo hizo que mi contestación se quedara en suspense. Corría hacia otra dirección, como si hubiera visto algo.
—¿Adónde vas? —le regañé, esperando a que regresara.
Pero no lo hizo.
—Seguramente ha olido…
No dejé que Khata terminara la frase. Como ese lobo se perdiera me daba la sensación de que mi cuello iba a correr peligro otra vez.
—Maldita sea —mascullé, echando a correr para perseguirle.
Khata se detuvo.
—Yo… yo me quedo aquí —manifestó a mis espaldas.
—Como quieras —farfullé, malhumorada.
¿Sería cobardica? Y luego decía que había estado en batallas… Me daba igual, yo no le tenía miedo a nada.
Corrí por el bosque, continuando la estela del lobo. Lo visualicé a unos pocos metros de mí, hasta que traspasó unos árboles. Por encima de sus copas vagaban varias nubes de vapor que ascendían lenta y relajadamente. Cuando atravesé esa arboleda robusta y espesa por poco me caigo, de la impresión.
Me quedé petrificada, completamente absorta… Jedram estaba desnudo, secándose después de un baño en ese lago cuyas aguas calientes humeaban con calmada relajación. Solo le vi de espaldas, pero no pude apartar la vista de él, de ese cuerpo sublime. Sin duda tenía que ser el hijo de un dios. Su larga cabellera mojada se desparramaba por su ancha y fuerte espalda, y las goteantes puntas no tenían que esforzarse en tocar ese trasero terso y perfecto que tan al alcance tenían. Jedram ya había visto al lobo, quien se acercó a él con la alegría de un cánido que ve a su Alfa, y le acarició el lomo. Mientras el animal gozaba de su cariño, Jedram sesgó medio cuerpo hacia mí y me clavó una de sus intensas y misteriosas miradas violáceas. Me miraba con tanta intensidad, que todo en mí palpitó. La electricidad recorrió todo mi organismo, desde la cabeza a los pies, provocando la aceleración de mi corazón.
Pero algo me distrajo. Unas risitas morbosas y tontas se escaparon de la linde de los árboles. Giré la cabeza en esa dirección de inmediato. Estaba tan embelesada con la imagen que mis retinas aún retenían, que me sorprendió descubrir a un pequeño grupo de mujeres espiándole a unos pocos metros de mí, tras unos setos. Enseguida me di cuenta de cómo le observaban. Jedram era muy atractivo, tenía que reconocerlo, y eso no escapaba a los ojos de las demás féminas.
Descaradas…
Mi mandíbula se cerró abruptamente al sentir un fuego extraño quemándome la boca del estómago. Ni qué decir tiene que no era por Jedram; aparte de que no había prácticamente ninguna clase de relación entre nosotros excepto miradas mudas, mi corazón le pertenecía única y exclusivamente a mi Sephis, pero esto era algo que pisoteaba mi honor. Jedram, a ojos de todos, era mi marido, y esas mujeres, esas rameras descaradas, estaban observándole sin ningún tipo de tapujo hacia mí, como si yo no importara lo más mínimo. Para ellas yo no significaba nada, no me tenían ningún respeto. Todavía no me tenían por la esposa de su rey.
Rechiné los dientes. Esto era cuestión de honor. Si quería que esta gente tozuda me tuviera en cuenta debía hacerme respetar. Y ahora ya empezaba a comprender su juego.
Me quité el cinturón de la vaina y dejé que cayera al suelo junto con la espada que guardaba. Para cuando me quité las botas y los pantalones las risitas estúpidas ya habían cesado. No solo esas mujeres me observaban. Jedram permaneció en silencio, sin quitarme ojo de encima, pero mi acción pareció agradarle. Sus pupilas me repasaron entera al ver cómo me despojaba de la parte superior de mi indumentaria, y pude percibir el deseo que eso despertó en él. Me desnudé ante mi marido y les eché una mirada altiva a esas zorras morbosas. Por primera vez, vi el labio de Jedram despuntarse hacia arriba, divertido. El mío se izó más cuando me solté el pelo, presumiendo delante de las mironas.
Corrí hacia el agua con gracia, imitando a la mismísima Soka. Estaba bastante caliente, aunque disimulé esa sensación zambulléndome del todo. Emergí cual ninfa y les dediqué otra miradita —esta altanera a la par que amenazante— a las mujeres espías de maridos ajenos. Se quedaron tan perplejas y pálidas que abandonaron su puesto como una exhalación.
¡Ja! Me entraron unas ganas tremendas de reírme a carcajadas, sin embargo, una vez más todo eso se cortó de cuajo cuando mi vista regresó con Jedram.
Permanecía de pie, observándome en la orilla, todavía desnudo. Fue inevitable, por más que lo intenté no pude eludir sus encantos. Seguía siendo el terrorífico Jedram, pero era demasiado fuerte y viril como para que mis ojos acataran la orden de alejamiento que les había enviado la parte racional de mi cerebro. Aunque era virgen, ya había visto a más de un chico desnudo cuando en verano se bañaban en el río que cruzaba mi tribu. Lo hacían sin reservas, fingiendo que nos querían avergonzar, pero realmente lo hacían para presumir y pavonearse delante de las solteras disponibles. Pobres ilusos. Desde luego no tenían nada que ver con esto. Esto era…
Por los dioses, no tenía palabras para describirlo.
Mi respiración me abandonó completamente cuando Jedram me traspasó con una de sus miradas mágicas y penetrantes. Era tan intensa, tan vehemente, que parecía estar tocándome, casi podía sentir sus manos sobre mi piel. No pude evitarlo, fue superior a mí. Me estremecí vivamente. El líquido caliente comenzó a burbujear a mi alrededor, y aumentó conforme su mirada se intensificaba. Las burbujas nacieron en mis pies y se tornaron de un color negro; podía verlas a través del agua cristalina. Me asombré, pero, una vez más no me atemoricé; al contrario, eso no hizo sino seducirme más. Las burbujas oscuras cobraron vida y ascendieron por mis pantorrillas. Hasta que se concentraron entre mis piernas. Todavía sorprendida, gratamente sorprendida, fui incapaz de reprimir un gemido sordo por el repentino placer que ese cosquilleo produjo en mi bajo vientre. Las burbujas continuaron su camino hacia la superficie, rozando mis senos a su paso, rozando el placer de nuevo… Desaparecieron al contacto con el aire, disipándose con un humo oscuro.
Jedram seguía frente a mí, devorándome con una de sus brujas miradas de color violeta. Era… completamente irresistible.
¿Qué me estaba ocurriendo? ¿Por qué me sentía así de… embrujada? No tenía respuesta, pero de repente me vi embargada por la urgente necesidad de que ese imponente hombre se metiera en el agua conmigo. Sí, lo admito, era lo suficientemente vanidosa y orgullosa como para querer seducirle, como para querer que un hombre como él se rindiera a mis pies. Era Jedram, lo sé, estaba loca, trastornada del todo, pero él nunca me había dado miedo, y ahora menos que nunca. Era el poderoso y terrorífico Jedram. Y era mi marido. Si yo quería, si me lo proponía, podía ser mío. Deseé que lo fuera, con todas mis fuerzas. Deseé que sus masculinas manos tocaran todo mi cuerpo, deseé sentir el suyo, su piel, deseé tenerle dentro de mí… Por primera vez deseé que me tomara, que me hiciera suya de una maldita vez.
Miré a Jedram con pupilas seductoras y me eché hacia atrás en el agua para provocarle, incitándole a sumergirse conmigo. Pero las placenteras burbujas cesaron. Me erguí de inmediato, confusa por eso.
La orilla carecía de su presencia. Jedram ya no estaba.
Me giré a un lado y a otro, buscándole con un chasco tremendo. El chasco fue total al ratificar que se había ido. Otra vez. Como el día de mi primer beso.
Le di un puñetazo al agua, no sabía si enfadada o más bien desconcertada. ¿Por qué me sentía tan frustrada? El lobo negro me observaba con curiosidad, sentado en el margen de ese pequeño lago termal. Ladeó la cabeza y emitió un pequeño gemido.
—No me mires así —protesté, saliendo del agua.
El animal volvió a murmurar en su lenguaje.
Cogí mis ropas y me vestí con rapidez, ignorando el que aún estuviera mojada. No, esto no iba a quedar así. Ya estaba harta de silencios, de falta de explicaciones. Jedram tendría que dar la cara y dejar de esconderse. Emprendí la búsqueda de Jedram con pasos enrabietados. Pero el lobo iba detrás de mí, y al fijarme en él la impotencia y la rabia se adueñaron de mí. Si ese lobo venía conmigo quería decir que Jedram ya se había ido lejos.
Bufé. ¿Por qué Jedram había hecho eso? ¿Acaso no le gustaba, no le atraía? ¿Entonces por qué se había casado conmigo? Esto no tenía sentido, ¡era absurdo! ¿Qué pintaba yo aquí? No era tan tonta e ilusa como para esperar un matrimonio feliz, sabía de sobra que eso jamás sería posible junto a Jedram, y tampoco esperaba ser tratada como una reina, pero ¿no tenía derecho al menos a saber lo que se esperaba de mí? ¿No tenía derecho a ser tratada como una mujer, como una esposa, y no como una presa encarcelada? Porque así era como me sentía, como una presa. Rechiné los dientes. Si no le gustaba, si no me quería como esposa, tendría que dejarme ir. O la que se iba a marchar por cuenta propia era yo. Más tarde o más temprano lo haría. Mis ganas de largarme de aquí, de huir sin importarme las consecuencias, cada vez eran mayores.
Le di un manotazo a una de las ramas que se interpuso en mi camino.
—¿Qué te ha pasado? —La inoportuna voz de Khata irrumpió de repente cuando me topé con ella.
Oh, genial.
—¿Has visto a Jedram por aquí? —inquirí.
Khata comenzó a seguirme.
—No. —Me observó con la confusión bañando su semblante—. ¿Qué ha pasado?
—Tú lo sabías, ¿verdad? —le increpé sin dejar de caminar, ofuscada—. Sabías que Jedram se da baños ahí, por eso no viniste.
—Bueno, suele… bañarse ahí a menudo, todos lo saben —parpadeó.
Todos, menos yo.
—Sí, ya me he dado cuenta de que todo el mundo parece estar al corriente, sobre todo algunas furcias a las que les gusta mirar lo ajeno —mascullé con las muelas apretadas.
—Bueno, es que Jedram es un hombre muy, muy guapo. —Y remató su estúpida frase con una mueca llena de satisfacción.
Me detuve de forma brusca para encararme con ella, haciendo que casi chocara conmigo.
—¿Tú también le has espiado? —quise saber.
Sus cejas se alzaron.
—¿Estás celosa? —preguntó con voz divertida e insinuante.
La furia me dominó por un instante.
—¿Celosa? —Aunque estaba enfadada solté una risa que en realidad estaba colmada de rabia—. ¿Cómo voy a estar celosa por alguien a quien casi no conozco? ¿Que casi no me habla? ¡¿Que no me toca?!
Khata se quedó tan tiesa como uno de los árboles que nos rodeaba.
—¿Que Jedram no te toca?
Maldición. ¿Por qué mi boca había tenido que soltar eso? A veces estaba mejor calladita.
—¿No te toca? ¿Por eso vienes tan enfadada? —insistió esa pesada, observándome con verdadero estupor.
—¡No, no me ha tocado nunca, ¿contenta?! —prácticamente tuve que escupirlo.
—¿Ni siquiera en la noche de bodas?
—No —reconocí de mala gana, sesgando la cara.
De repente, antes de que Khata pudiera responderme, vi cómo una niebla negra se acercaba en lontananza. Me quedé sin respiración súbitamente. No podía creerlo, parecía… la niebla negra de Jedram, y se acercaba vertiginosamente.
—¿Qué…?
Khata me agarró del brazo al percatarse.
—¡Tenemos que irnos! —gritó, tirando de mí.
Mientras Khata y yo echábamos a correr, el lobo se puso a aullar como un loco, yendo tras nosotras con pasos más lentos.
Me giré hacia el animal, preocupada e inquieta.
—¡Vamos, no te quedes ahí! —le azucé.
—¡Déjale y corre! —me apremió Khata a mí.
Intentó sujetarme otra vez, pero una fuerza extraña le arreó un golpe, lanzándola en dirección opuesta.
—¡Khata! —chillé, dirigiéndome hacia ella.
No pude avanzar más. Me estrellé contra una pared invisible con tanta fuerza, que me caí hacia atrás.
—¡No! ¡Nala! —gritó Khata en esta ocasión, incorporándose.
Me levanté y, con ansiedad, palpé con mis manos ese muro que no se veía, pero no encontraba ninguna salida. Estaba encerrada.
—¡Detrás de ti! —me avisó Khata.
Me di la vuelta vertiginosamente, exhalando el poco aire que me quedaba. La niebla se había transformado en un tornado negro que se arremolinaba ya muy próximo. El lobo también se había quedado conmigo. Dejó de aullar y se agazapó delante de mí, mostrando sus poderosos colmillos y gruñendo a esa peligrosa amenaza para defenderme.
Mis ojos se abrieron con horror al ver que, del tornado, surgían dos largos brazos cuyas manos se abalanzaban a por mí como garras descuartizadoras. Sin embargo, no me dejé amilanar. Desenvainé mi espada, dispuesta a luchar por mi vida como fuera.
De repente, una sombra trepidante apareció de la nada, enganchándome por la cintura. La espada se me cayó al suelo. Mi corazón dio un vuelco cuando vi que el lobo se apresuraba a venir y comprobé que se trataba de Jedram. Este dio un salto alto y ágil y solo con eso se sentó en su caballo zaino, conmigo colgando. Un simple balanceo de mi cuerpo sirvió para que Jedram me sentara delante de él con diligencia y soltura. El equino echó a galopar enseguida, y a pesar de tratarse de depredador y presa, no le importó que el cánido negro le pisara los talones. Se notaba que estaba acostumbrado a su presencia.
Giré medio cuerpo hacia atrás, alertada.
—¡Khata! ¡Tenemos que ir a por ella! —avisé.
—No va a por Khata —aseguró Jedram con su voz grave.
Le miré con escepticismo.
—¿Y cómo lo sabes?
Jedram desvió sus ojos violetas del camino para clavarme una de sus miradas fijas y penetrantes.
—Lo sé —aseveró.
Aparté la vista de él ipso facto, sobre todo cuando el cosquilleo del nerviosismo invadió cada recoveco de mi cuerpo. No me había dado cuenta de lo pegados que estábamos. Sus fuertes brazos me envolvían desde atrás para coger las riendas, para sujetarme, y podía sentir su torso, ahora cubierto, rozando mi columna vertebral.
—Estará bien, sabe cuidarse sola —añadió.
De pronto, me acordé de otra cosa.
—¡Mi espada! —exhalé, tocando la vaina vacía.
Se me había caído al suelo.
—Te proporcionaré otra.
Me di la vuelta impulsivamente.
—Pero a mí me gusta esa —declaré sin pensar.
Los ojos de Jedram volvieron a sumergirse en los míos, ahora algo sorprendidos. Su silencio me sirvió para volverme hacia delante y obligarme a cerrar el pico de una maldita vez.
Quería hablar con él para aclarar lo ocurrido en el lago termal, para preguntarle qué diablos hacía yo aquí, pero la verdad es que ahora mismo me había quedado en blanco.
Ambos mantuvimos el mutismo durante el regreso a casa. Atravesamos el bosque como una exhalación, recorrimos las cuevas de la montaña y llegamos al poblado tika en unos pocos minutos. Todos se nos quedaron mirando mientras trotábamos hacia la plazoleta del árbol de la vida.
Jedram, aminorando la marcha, se dirigió a Asron sin apearse del equino.
—Ve en busca de Khata, se ha quedado en el bosque —le ordenó.
—¿Qué ha pasado? —interrogó su segundo al mando, ya alerta.
El terrible Jedram se puso aún más tenso.
—La niebla negra.