Читать книгу Sol y Luna - Tamara Gutierrez Pardo - Страница 18
ОглавлениеEL PLAN SOKA
Todo el tiempo invertido durante las dos semanas de viaje se echó a perder repentinamente por el regreso a la tribu. Habíamos seguido a esas extrañas luces casi sin descanso, por lo que estaba más que agotada. Las paradas que habíamos hecho habían sido breves, y cuando queríamos dormir lo hacíamos por períodos cortos para no perder el rastro, muchas veces me quedaba dormida encima del caballo. Nuestras reservas de comida también se habían visto afectadas, y apenas teníamos nada en las alforjas. Sin embargo, nuestra nueva misión hacía que me obligara a mantener las fuerzas.
Los animales que huían aterrorizados nos alertaron en las lindes de nuestro territorio. Exhalé con horror, pues las únicas veces que tenían lugar estas espantadas era en las ofrendas a Jedram. Las luces se internaron en el poblado y, en un instante, se oyeron gritos y chillidos espeluznantes.
—¡Sephis! —espiré con pavor, avisándole.
—¡Vamos! —exclamó él, espoleando a su caballo para que acelerase.
Galopamos con urgencia, hasta que alcanzamos los últimos árboles que circunvalaban el poblado. Fue entonces cuando Sephis se percató de algo y frenó en seco, haciéndome un gesto con la mano a fin de que yo hiciera lo mismo. Posó los pies en tierra y se acercó para espiar. Los gritos ya habían cesado, y ahora no se escuchaba ni un murmullo, lo cual me asustó. Pero Sephis se giró hacia mí, sorprendido por lo que veía, y me indicó que también me aproximara. Así lo hice.
Picua, el jefe de la tribu, se hallaba en el centro de ese círculo que se había formado en torno a las luces. Estaba aterrorizado, al igual que el resto de la tribu. Mis padres también se encontraban allí, con la misma expresión.
Mamá… Papá… Mis ojos se preñaron de lágrimas.
—¿Dónde está? Hemos venido a buscarla —pronunció una de las luces, para estupor y sorpresa de todos, incluidos Sephis y yo. Su voz era extraña, fantasmagórica.
Solo una persona se atrevió a hablar. El más anciano de todos. El más sabio.
—¿Qui-quién? —preguntó Picua.
—¡La joven! —voceó otra de las luces con una voz tan grave que retumbó con fiereza. Después, se dirigió a mis padres—. ¡Su hija!
—¡No, Soka no! —Lloró mi madre, a un suspiro de derrumbarse.
Mi corazón se encogió y a punto estuve de echar a correr hacia ella, pero Sephis me sostuvo al sujetarme por los brazos.
—Soka ya no está aquí. Se ha ido lejos —dijo mi padre, fingiendo entereza.
Papá… Me dolió que hablara como si ya no fuera a regresar jamás, como si hubiera perdido a sus dos hijas. «No, papá, este es mi hogar, mi dulce y querido hogar, y en cuanto recupere a Nala, volveré junto a ella». ¡Cómo me hubiera gustado salir a decírselo! Pero no podía…
—¡No esa joven! —le corrigió la misma luz de antes—. ¡La joven del pelo rojo!
Mi paralización fue el reflejo de toda la tribu.
—¿Nala…? —La voz de mi padre apenas fue audible.
—Ya ha sido entregada en sacrificio —respondió Picua, confuso.
—¿Entregada? —inquirió la primera luz, extrañada.
—Sí, ya se la entregamos a vuestro rey. Se la llevó para tomarla como esposa —contestó Picua, más desconcertado todavía.
Mis padres, muy apenados, se abrazaron.
—¿A nuestro rey?
—Sí, a Jedram.
Las luces se agitaron en un primer momento, y se reunieron después, dibujando un pequeño círculo. Se mantuvieron así varios minutos. Luego, regresaron ante Picua.
—¿Cuándo fue eso? —interrogó la luz.
—Hace treinta lunas —contó Picua.
—¡¿Treinta lunas?! —se sorprendió otra de las luces.
—¡¿Qué ha sido de mi hija?! —exigió saber mi madre entre lágrimas.
Una de las luces se giró hacia ella con furia.
—¡Su hija ha sido entregada al hombre equivocado! —bramó.
Mamá abrió los ojos, aturdida y confundida por todo esto. Sephis y yo también lo estábamos.
—Los enviados nos dijeron que venían de parte de Jedram —afirmó Picua, temeroso por las consecuencias.
—¡Por supuesto que era Jedram! —aseguró la primera luz—. ¡Pero ese no es nuestro rey! ¡La ofrenda no era para él!
Mi tribu se atrevió a proferir un murmullo de sorpresa.
—¡Ha incumplido el tratado! —escupió otra luz, hablando con las demás.
—¡Ya habrá contraído matrimonio con ella! —se percató la de al lado.
Las luminiscencias se movieron otra vez con nerviosismo, parecían alarmadas y enfadadas. Volvieron a juntarse durante un rato más largo. Todos en mi tribu se observaron entre sí, confusos. Mis padres estaban en shock.
Sephis me dio un pequeño codazo para que despertase. Luego, seguí sus indicaciones y ambos nos desplazamos con mucho sigilo para poder escuchar la conversación.
—No podemos hacer eso, ya sabéis lo que pasa si se ha casado con la joven. Ella ya es suya —estaba diciendo una de las luces cuando nos acercamos.
Me estremecí para mal al oír eso. Nala pertenecía a ese monstruo…
—Ha sido muy listo.
—No, si él renuncia a ella —sugirió otra luz.
—No renunciará —aseguró la anterior.
—Renunciará si le obligamos a ello.
—¿Y cómo?
—Llevándonosla de allí. El pago para liberarla será su renuncia a ella.
—¿Sugieres un secuestro? —La luz de al lado se sorprendió notablemente—. Jedram nos masacrará solo con insinuarlo.
Volví a encogerme. Jedram era tan terrorífico, que incluso estas extrañas luces le temían.
—Moriremos de todos modos, si no lo intentamos —rebatió la primera luz, tensa.
—Hay muchas formas de morir, y una muerte a manos de Jedram es mucho más terrorífica que cualquiera que podamos imaginar —discutió la otra.
—Sin duda Vlakir no es tan sanguinario, pero te aseguro que si le fallamos en esto su mano no temblará a la hora de darnos una muerte lenta y dolorosa —refutó la luminiscencia más sobria.
Todas, incluida la luz más discrepante, se rindieron a esa afirmación con un silencio lleno de temor.
—Esa joven no debería ser de Jedram, no le pertenece a él —prosiguió la misma luz—. Esa joven corresponde a Vlakir por derecho, los astros así lo quisieron, así lo quiere él. Ella debe ser su sacrificio, esa es nuestra misión. Y más nos vale cumplirla, si no queremos ser nosotros los difuntos. No podemos regresar sin ella, Vlakir no nos lo perdonará.
Mi rostro sufrió una súbita y gélida palidez. ¿Nala era otra vez el sacrificio? ¿El sacrificio de quién? ¿No lo había sido ya? No comprendía nada…
—¿Cuál es tu plan? —preguntó otra de las luces, asumiendo que no había otra alternativa.
—Adentrarnos furtivamente en el territorio de Jedram y hacernos con la joven.
—¡¿En sus tierras?! ¡Es un suicidio! —exhaló esa luz disconforme.
—¡Jedram se percatará de nuestra presencia en el acto! —agregó otra con una voz femenina—. ¡Somos luces en las tinieblas!
—¡No nos queda otra opción! —bramó la otra luminiscencia con esa garganta sobrenatural. El poblado escuchó su grito y se quedó aún más paralizado. Se hizo otro mutismo entre las propias luces que se alargó varios segundos—. No podemos llevárnosla sin más y entregársela a Vlakir, ahora es la esposa de Jedram, y eso lo cambia todo. Pero si la secuestramos y él renuncia a ella, si conseguimos que renuncie a ella, ese matrimonio quedará anulado. Después, se la entregaremos a Vlakir.
Mis rodillas se aflojaron y Sephis tuvo que sujetarme.
—¿Y cómo haremos para lograr que Jedram renuncie a la joven? Sabe que ella va a ser el sacrificio de Vlakir; lo que pierde es mucho mayor que lo que gana, no renunciará —dudó una de las luminiscencias, aunque con reservas ante esa otra luz.
A pesar de que carecían de rostro pude percibir un aura maléfica en la luz dominante que sonreía con malas pretensiones.
—Si ella se lo pide, si ella se lo suplica, si ella quiere entregarse, no le quedará más remedio que hacerlo —afirmó—. Y nosotros nos encargaremos de que se lo suplique.
Sephis y yo nos miramos, temiéndonos lo peor. El resto de luces parecieron tener el mismo discernimiento y se giraron para observar a la tribu. Apenas tuve tiempo de respirar cuando se abalanzaron sobre mujeres, hombres y niños. Mis padres también fueron atrapados por esas voraces luminiscencias.
¡No!
Di un paso para entregarme. Quizá si me cambiaba por la tribu… Pero Sephis me detuvo. Al mirar sus ojos comprendí qué intentaba decirme. No conseguiríamos nada si yo me entregaba. Al revés, conseguiríamos menos que si partíamos de nuevo hacia la tribu tika.
Si avisábamos a Nala, quizá pudiéramos planear algo.
Sephis tiró de mí y comenzamos a alejarnos de allí, dejando atrás los gritos y el terror. Dejando atrás a mis padres… A los suyos…
—Mamá… —musité con lágrimas en los ojos, sin dejar de mirar esa zona que ya se ocultaba entre los árboles.
—Estarán bien —aseguró Sephis con confianza. Sesgué mi compungido semblante hacia él. Se le veía tan seguro…—. Los necesitan vivos, no les harán nada hasta que tengan a Nala.
Espiré, nerviosa. Por mis padres, por Nala…
—¿Qué vamos a hacer? —pregunté, perdida—. ¿Qué podemos hacer nosotros?
Llegamos ante los caballos y Sephis soltó mi brazo para montar.
—Todo lo que esté en nuestra mano —aseveró, clavándome una mirada resolutiva.