Читать книгу Sol y Luna - Tamara Gutierrez Pardo - Страница 12
ОглавлениеA POR NALA SOKA
Habían pasado varios días desde que Jedram se había llevado a Nala. La tribu había seguido haciendo vida normal, incluso mis padres parecían haberse resignado tristemente, pero yo no podía hacerlo. Era mi hermana pequeña, esa ovejita descarriada de lana roja que siempre correteaba a su aire gritándole al mundo su libertad, y no podía quitarme de la cabeza lo que ese ser malvado y cruel podía hacerle. Nala siempre había sido fuerte, pero la mayoría de las veces fingía serlo más de lo que era en realidad. Y ahora estaba encerrada en alguna parte, sola con ese monstruo.
Me incorporé en el lecho de un movimiento rápido, llevándome la mano al nacimiento de mi pelo. Estaba tan inquieta, que no había conseguido pegar ojo todas estas noches. Mis padres estaban muy preocupados por mí, algo a lo que no estaba acostumbrada. Ellos tampoco lo estaban. Debido a Nala, apenas podía comer bocado, me pasaba las noches en vela, estaba distraída, se me caían las cosas…
Suspiré, descorazonada. Ojalá pudiera hacer algo. Ojalá fuera como Nala. Ella era decidida, osada, valiente, rebelde… Pero yo…
Yo…
Apreté los labios y me levanté.
No sabía muy bien lo que estaba haciendo, aunque sí fui capaz de vestirme y de prepararme un atillo a hurtadillas de mis padres. Les escribí una nota donde traté de explicarles mis intenciones, prometiéndoles que, si lograba volver, lo haría con Nala sana y salva. Después guardé algo de comida, procurando hacer el mínimo ruido posible, y me encaminé hacia la puerta. Sin embargo, mis pies se detuvieron frente a la pequeña alcoba de mis padres.
No pude evitar que la pena asaltara mi corazón. Me quedé mirándoles con lágrimas en los ojos mientras dormían, sintiendo que esta quizá fuera la última vez que les viera…
Pero tenía que recuperar a Nala.
—Lo siento —musité con la voz entrecortada.
Me sequé las lágrimas y me marché de casa sin darme opción a pensarlo más.
Corrí por el poblado y alcancé los primeros árboles de la selva. Me interné con inquietud, aún perdida y desconcertada por lo que estaba haciendo, si bien recorrí varios metros sin imprevistos.
Hasta que me choqué con alguien.
Tras el susto inicial, abrí los ojos como platos. Era Sephis… Mi corazón dio un vuelco y se puso a latir atolondradamente. Él se puso en guardia como acto reflejo, creyendo que era un noqui. Al verme, dio un respingo por la sorpresa.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté, sorprendida y apurada.
—Voy de camino al puesto de vigilancia, me toca el relevo. —Sephis sacudió la cabeza, encaminando la conversación—. No, ¿qué es lo que estás haciendo tú aquí?
—Voy… Voy… Nada —atajé nerviosamente, haciéndome a un lado.
Eché a andar de nuevo, pero él empezó a caminar detrás de mí.
—¿Nada? ¿Adónde vas a estas horas? ¿Sabes lo peligroso que es?
—Eso ya no es de tu incumbencia.
Sephis se interpuso delante de mí y me vi obligada a parar.
—Por supuesto que lo es —rebatió, molesto.
—Ya no estamos prometidos, no tienes por qué cuidar de mí —le contesté gentilmente.
Mi respuesta y mi actitud parecieron exasperarle, porque soltó un resollado por la nariz.
—No cuido de ti por eso, lo sabes.
Rehuí de sus ojos negros.
—Bueno, pues ya no tienes por qué hacerlo —volví a contestarle con amabilidad.
—Claro que sí.
Mi corazón se aceleró.
—Te repito que ya no estamos juntos —murmuré sin alzar la vista.
—Si ya no estamos juntos, ¿por qué tus padres y todo el mundo siguen creyendo que lo estamos? —inquirió, perspicaz.
Esta vez tuve que levantar las pupilas para observarle.
—Porque no quiero romperles el corazón —le recordé, casi con una súplica para que no contara nada—. Todavía tienen lo de Nala muy reciente.
Sephis miró a un lado y soltó otro suspiro.
—No estoy diciendo que tengas que decírselo, solo… me parece raro, eso es todo. —Y sus ojos regresaron a los míos para analizarme.
Los aparté de nuevo.
Mi exnovio suspiró por enésima vez.
—Bueno, ¿por lo menos puedes decirme adónde vas? —me preguntó.
No pude evitar izar la vista hacia él con ese rostro entre arrepentido y decidido que me delataba. Sephis enseguida comprendió mi expresión.
—No me digas que… —Al ver cómo escondía mi semblante, y al fijarse en el atillo que escondían mis manos, su boca se quedó colgando—. Estás loca —desaprobó, observándome con los ojos muy abiertos.
Mis pupilas se encontraron con las suyas, otra vez con ruego.
—No puedo abandonarla —defendí.
La crítica inicial de Sephis pronto fue sustituida por un parpadeo sorprendido.
—¿Vas a ir a buscar a Nala? ¿Tú?
—Sí —le ratifiqué, aunque con timidez.
Se quedó un momento en silencio, contemplándome atónito.
—Eso es… una locura. Una locura que lo es todavía más viniendo de ti. —Para mi sorpresa, las palabras de Sephis no parecieron una crítica. Es más, hasta juraría ver asomar una pequeña sonrisa por sus labios.
—Es mi hermana pequeña, no puedo dejar que Jedram le haga daño.
La expresión de Sephis volvió a cambiar. Se puso tan serio, que me dio un apuro terrible.
—Pero ella es la razón de que tú y yo hayamos roto. ¿No te importa eso?
Sus palabras, y la forma tan directa con la que lo dijo, me dolieron. Pero, aun así, Nala seguía siendo mi hermana.
—No importa lo que ella haga, es sangre de mi sangre, yo la quiero y la querré siempre —afirmé.
—Eres demasiado bondadosa —me achacó con otro suspiro, echando el rostro a su vera. Luego, lo sesgó hacia mí otra vez—. Sabes que Nala nunca iría a buscarte a ti, si hubiera sido al revés.
—Sí lo habría hecho —rebatí con la calma del convencimiento—. Bajo esa capa dura se esconde un buen corazón. Nala me quiere, lo sé.
Otro resollado inquieto y disconforme se fugó de la boca de Sephis, quien volvió a mirar a un lado. Pero, entonces, su rostro se puso tenso de repente.
—¿Qué ocurre? —intenté saber, virando la cara hacia ese sitio.
—No te muevas —cuchicheó, sacando su lanza de la espalda muy despacio, sin dejar de observar la maleza.
Unos brillantes y hambrientos ojos rojos comenzaron a relumbrar en la oscuridad de la selva. Silenciosamente, sigilosamente, la bestia salió de las sombras, dando los pasos lentos y certeros de quien está al acecho. Una enorme bestia, de pelambrera moteada, joroba prominente y seis patas, hizo retumbar su garganta para invitarnos a huir. Era un noqui. Mi pulso se aceleró tanto, que creí que mi esternón no iba a poder soportarlo.
Sephis cruzó la pierna izquierda delante de la derecha con mucho cuidado, hasta que se colocó delante de mí, apuntando al noqui con la lanza. Mi respiración se aceleró aún más al ver que se ponía en peligro para protegerme.
¿Por qué lo hacía, si a quien realmente amaba era a Nala?
El animal rugió con ferocidad y pegó un salto para lanzarse a por nosotros.
—¡Corre! —gritó Sephis, empujándome a la vez que él mismo iniciaba la huída.
Si no llega a ser por su empujón, no hubiera conseguido moverme del sitio. Tuve que deshacerme del atillo para poder ir más deprisa. Movimos nuestras piernas lo más rápido que pudimos, aunque a mí me costaba más que a él. Sephis me cogió de la mano y me ayudó a seguir su ritmo.
Estaba oscuro, y las grandes hojas chocaban contra nosotros, dándonos latigazos continuamente. Mis pulmones ya no daban a más, de lo que les costaba canalizar mis vertiginosas inhalaciones. Miré atrás y vi al noqui casi sobre nosotros.
Grité.
Pero otro tirón de Sephis me libró de la zarpa. Me estampé contra su cuerpo, en ese escondite donde se había metido precipitadamente. Sephis me aprisionó de espaldas a él y me tapó la boca con la mano para que no se me oyera. Al igual que el mío, su pecho se movía arriba y abajo con dificultad por la carrera, aunque permaneció muy quieto y silente.
Contuve el remolino de sensaciones que quiso dominarme.
Al igual que estas, el noqui pasó de largo, dejando un rastro de aire y polvo. Permanecimos inmóviles durante unos segundos, hasta que noté que el brazo entorno a mi cintura aflojaba su amarre. Sephis también despejó mi boca.
—El noqui no tardará en rastrearnos, y yo no puedo combatirlo solo. Tenemos que irnos —dijo con nerviosismo, separándose del tronco donde su columna se había apoyado.
Me esquivó y vi cómo comenzaba a alejarse.
—Yo no voy a volver —manifesté.
Se giró hacia mí, parándose. Sus ojos negros escudriñaron mi rostro y luego llegaron a una conclusión.
—¿De verdad estás decidida a ir a por Nala? —inquirió.
—Sí.
—Jedram no te la va a devolver, Soka —me advirtió.
—No sé cómo lo haré, todavía no tengo un plan, pero la ayudaré a escapar. Escaparemos de allí juntas. —Intenté que sonara convincente, pero mi cara apocada y asustada me traicionó.
—Por la diosa Sol, eso es imposible, lo sabes —discutió, visiblemente nervioso. Al ver mis ojos tomó aire y trató de tranquilizarse—. ¿Y qué pasa con tus padres? ¿Sabes lo que esto supondrá para ellos? —me recordó.
Tragué saliva para ahogar el durísimo nudo que se agarró a mi garganta.
—Lo sé. Por eso tengo que hacerlo así, no tengo valor para decírselo a la cara —murmuré, cabizbaja—. Además, no me dejarían ir.
Sephis, mordiéndose el labio, viró el semblante a un lado y suspiró por la nariz. Cuando su rostro regresó a mí estaba lleno de una nueva y extraña determinación.
—Está bien, vamos —dijo, echando a caminar.
—¿Adónde vas? —arrugué las cejas sin comprender.
—A buscar a Nala contigo.
El dolor fue tan punzante, que hasta mi corazón se encogió. Sephis iba a ir a por ella sin dudarlo. Entonces era cierto, Sephis realmente estaba enamorado de mi hermana…
Las lágrimas se pelearon por salir, pero las contuve. Me habían enseñado a no mostrar fragilidad, sino resignación y sumisión. Me hubiera gustado decirle que no fuera, que no hacía falta que viniera conmigo, pero él también quería ir a buscarla. Y si esa era la elección de Sephis tenía que aceptarla, me gustara o no, me doliera o no, me destrozara o no.
Di un paso titubeante, y tras ese, otro un poco más decidido. Hasta que empecé a ir tras él. Sin embargo, me di cuenta de que íbamos en dirección contraria.
—Un momento, ¿adónde vamos? —pregunté—. Es por el otro lado.
—Ir hasta el poblado de los tika nos llevará un par de meses si vamos andando, puede que incluso más —me explicó—. Nadie sabe dónde se encuentra a ciencia cierta, y eso nos robará más tiempo. Un tiempo que puede que sea muy valioso. Debemos ir a por caballos. Eso agilizará las cosas y puede que el viaje se reduzca a semanas.
Semanas… Eso seguía siendo demasiado tiempo, en mi opinión. Un sufrimiento más largo para Nala.
Pero no nos quedaba alternativa. Tenía que rescatar a Nala como fuera.
Así que continué yendo tras Sephis.