Читать книгу Saber acompañar - Teresa Torralva - Страница 63

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El proceso de evaluación lo vivimos de una manera particular, porque mi hijo, Tomás, asiste a diferentes terapias desde que nació. Cada vez que empezamos una nueva terapia, cada encuentro con un nuevo profesional, es una experiencia fuerte. Más allá de que ya lo hemos transitado y vivido junto a él desde su nacimiento, siempre afloran las emociones.

Hacer una evaluación implica un esfuerzo grande por parte de él y también de nosotros como familia, porque hay un profesional que nos está conociendo; entonces el vínculo con esa persona es sumamente importante. En nuestro caso, hemos transitado por diferentes etapas. Al principio, la esperanza o lo que esperábamos de las evaluaciones estaba relacionado con la sobrevida. A medida que Tomás fue creciendo y demostrándonos que podíamos pedirle más, asistíamos a cada evaluación con más esperanza, más expectativas y con diferentes sabores y sinsabores.

Durante el proceso de evaluación, una como madre va tomando diferentes herramientas para relacionarse de manera más apropiada con su hijo. El primer sentimiento que aparece es la incertidumbre, la necesidad de conocer qué tiene para decirte el profesional de tu hijo, qué nueva herramienta le puede brindar, qué posibilidad de una mejor calidad de vida nos puede ofrecer. Después de ese primer momento, aparece de manera inevitable la angustia frente a los resultados. En nuestro caso nunca tuvimos una evaluación que nos dé totalmente bien, siempre surgían cosas para trabajar. Y seguido de la angustia, viene siempre el sentimiento de la esperanza, de que eso que te están proponiendo como tratamiento puede mejorar su calidad de vida y brindarle más posibilidades y más herramientas para el futuro. Y en definitiva es eso lo que uno como padre intenta: dejarle más herramientas para que pueda desenvolverse mejor en el futuro.

—Carolina, madre.


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