Читать книгу Buscando una esperanza - Valmy Ardila - Страница 13
ОглавлениеUna Prueba en el Camino
Cada evaluación médica llevaba consigo gran expectativa, pero avanzamos hasta completar el primer trimestre de embarazo. Comencé a ganar peso rápidamente. Tenía mucha hambre, ansiedad, sueño, y al cabo de tres meses había engordado casi 5 kilos demás. Mi doctor me alertaba sobre el estado de mi salud, pues un peso excesivo no traería nada bueno. Fue un embarazo de muchas náuseas, y allí comenzaron las especulaciones de familiares y amigos:
—“Debe ser varón, porque el bebé varón causa muchas náuseas”.
—“Quizá el bebé tiene mucho cabello, eso causa acidez”.
Era muy gracioso escuchar todos los dichos de abuelitas y que de alguna manera hacían volar mi mente cada segundo que pasaba.
El crecimiento y evolución de mi bebé era normal: su peso, el tamaño de su cabecita, su columna, su pequeño corazón y el resto de sus órganos. Hasta ahora estábamos satisfechos al saber que todo iba marchando a favor de nuestro pequeño. Sin embargo, la acidez estomacal, los vómitos y náuseas eran constantes. Cuando mi esposo llegaba del trabajo, no quería decirle cómo me sentía, pero era inevitable que no lo notara.
Ya habían pasado 5 meses de embarazo. Me sentía agobiada por los malestares que aún persistían, a pesar de mis esfuerzos por cuidar mi alimentación. Trataba de comer lo más sano posible y evitaba todo tipo de medicamentos, pues no deseaba que nada afectara al bebé.
Mis padres, al ver cómo me encontraba, me invitaron a pasar dos semanas de vacaciones con ellos. Mi esposo no podría acompañarnos por motivos de trabajo, pero pensamos que sería una buena oportunidad para cambiar de ambiente y descansar un poco. Consultamos con nuestro médico tratante y no tuvo ninguna contraindicación. Así que llena de ánimo, emprendí este viaje en compañía de mi hija y mis padres; un viaje que nos llevaría a disfrutar de la brisa suave y serena del mar.
En líneas generales no me vi afectada por el trayecto. Disfrutábamos de la playa y del descanso que tanto deseábamos. Transcurrió una semana, y mi acidez estomacal parecía querer acompañarme a todas partes. Una noche mientras cenábamos, fui al baño a vomitar y comenzó un dolor intenso en el estómago, el cual inmovilizaba el lado lateral derecho de mi cuerpo.
Mis padres angustiados, llamaron a una ambulancia de inmediato. Pero pasaba el tiempo, y la ambulancia no llegaba. Eran las 10:00 pm. Decidimos llamar a un amigo quien nos fue a buscar. El dolor era tan intenso que no podía caminar. Al llegar a un centro de salud cercano, la enfermera de turno me indicó que no había habitaciones disponibles. Le explicamos el caso de mi embarazo, y de forma desinteresada llamó al médico de guardia. Fui trasladada a un cubículo de asistencia con una camilla. El médico me preguntó: “¿Qué te duele?”, a lo que señalé el punto exacto en la parte de arriba del estómago donde sentía el dolor. También expliqué que el dolor se extendía hacia la región lateral derecha de mi espalda.
—“¿Qué comiste?” – me preguntó
Expliqué lo que había cenado. Le pedí que me hiciera una ecografía para saber el estado de mi bebé. Mis padres intervinieron para hablar con él, pero sólo hizo caso omiso a todo lo que ellos le dijeron. Sin mucho afán, ordenó a la enfermera:
—“Esto es una acidez crónica. Vamos a colocarle un protector gástrico endovenoso y un medicamento adicional para que pase el dolor. Todas las mujeres embarazadas sufren de acidez. Una vez que pase el medicamento vía endovenosa puede irse.” Al retirarse sólo dijo: “Debo irme, tengo que comprar una pizza”.
Mi esposo, lejos de nosotros y alarmado por lo que me pasaba, se preguntaba si debía viajar, o si debía esperar los resultados médicos. Cada quince minutos llamaba para averiguar mi estado y el del bebé.
La enfermera, siguiendo las indicaciones dadas, tomó una vía en mi brazo y comenzó a pasar los medicamentos. Paulatinamente sentí alivio y el dolor empezó a cesar. Pero me preocupaba el estado de mi bebé. Me preguntaba cómo este doctor no me había examinado o chequeado el estado de mi hijo. En ese momento pensé lo distinto que era ser tratado por un médico con vocación, y otro para quien uno es sólo otro paciente más. El haber crecido con padres médicos, a quienes he visto dedicar su vida al servicio de otros hacía este contraste aún más latente. Al pasar el dolor, cancelamos y partimos al hotel.
Mis padres y mi hija descansaban. Mientras trataba de unirme a ellos en el descanso, pensaba “¿Sería esto realmente una acidez?”. Había sido un dolor punzante. Estaba muy nerviosa por el estado de mi bebé . “¿Estará todo bien?” “¿Habrá una esperanza de que este milagro continúe?”, me preguntaba mientras trataba de conciliar el sueño. El movimiento leve de mi hijo me dio un poco de seguridad. Todo estaría bien.
Los días restantes de nuestras vacaciones fueron más tranquilos. El dolor había cesado y hacía esfuerzos mayores para mantener una alimentación lo más sana posible. Eliminé los dulces, alimentos altos en grasas, reduje cantidades de carnes rojas . Me dije a mí misma, “si es algún problema estomacal, debo cuidarme.” Y así lo hice.
El viaje de regreso fue sin contratiempos. Mi esposo y yo estábamos felices de vernos y él se sentía más seguro de tenernos en casa.