Читать книгу Buscando una esperanza - Valmy Ardila - Страница 19

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Era la 1:30 pm y ya era el momento de entrar al quirófano. Mi padre, por ser médico, entraría conmigo. El plan era sacar al bebé y posteriormente retirar mi vesícula por medio de una laparoscopia.

La anestesióloga preparó la epidural y me pidió que me colocara en posición fetal.

—“Valmy, es importante que no se mueva. De otra forma tendremos que reiniciar el procedimiento”.

Escuchaba atentamente las indicaciones, sin embargo, al primer intento me moví. La anestesióloga trató nuevamente de insertar la aguja entre las dos vértebras, y yo nuevamente me dejé vencer por los nervios.

—“Valmy, voy a hacer un último intento. Si te mueves otra vez no podremos colocar la epidural, y la única opción restante va a ser una anestesia general en la que pondremos en mayor riesgo tu vida y la de tu bebé. Trata de resistir un poco y colabora conmigo para que todo salga bien”.

Saqué fuerzas de donde no las tenía. Finalmente, no me moví y ella pudo colocar la epidural. Al colocarme en la cama del quirófano, todo empezó a nublarse. Las náuseas incrementaban. Sólo alcancé a decirle a mi papá, quien estaba a mi lado: “Papi, me siento muy mal. Me estoy yendo”.

—“¡Valmy escúchame!” – intervino la anestesióloga. “Tienes la mínima en 3, lo que es una presión arterial muy baja. Ya te estamos asistiendo”.

—“¡Corten y saquen al bebé rápido!” – dijo angustiado mi padre.

Todo se hizo contra reloj. Mi presión arterial había bajado mucho y el bebé estaba en mi vientre. A las 4:10 pm habían terminado con la cesárea. Sólo escuché una diminuta vocecita pero mi bebé no había llorado. Esto me empezó a preocupar.

—“Papi, ¿está todo bien? No escuché llorar al bebé”.

—“Tranquila hija,” respondió nerviosamente. “Es un catire hermoso. Los médicos lo están limpiando”.

Mi padre sólo quería tranquilizarme, sin darme explicaciones de lo que estaba sucediendo. Sin embargo, algo me angustiaba. ¿Cuándo lo traerían para que yo lo viera? Siempre les colocan el bebé a sus madres al momento de nacer; pero ese momento no llegó para mí. Nunca estuvo en mis brazos al nacer. José Antonio había sido llevado a terapia intensiva.

Al preguntar por mi bebé, los médicos procedieron a colocarme la anestesia general y seguir con el proceso para retirar la vesícula. Cuando abrí nuevamente mis ojos estaba en una sala de recuperación con una cobija térmica; tenía muchísimo dolor. Mi padre estaba a mi lado. Me había acompañado en todo momento.

—“Papá, ¿Cómo esta José Antonio? ¿Está vivo?”

—“Hija es un rubio hermosísimo. Tiene tus ojos claros. Los cabellos son cobrizos y abundantes. Es idéntico a ti cuando estabas pequeñita”.

Dios me había dado un varón, y con el color de mis ojos, tal como había pedido. Pero mi corazón de madre no dejaba de clamar por la vida de mi pequeño, deseando que todo evolucionara satisfactoriamente.

Buscando una esperanza

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