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La Cita

Animada por la decisión tomada, decidí llamar a un centro médico para obtener mayor información sobre los especialistas tratantes en materia de fertilización. La llamada fue hecha a la central de la clínica y al explicar mi caso, la joven que me atendió dice:

—“Está llamando al laboratorio. Pero, le puedo ayudar”.

—“¿De qué manera me puede ayudar? ¿Conoce algún médico especialista que me pueda recomendar?”

—“No puede decir que yo le recomendé, pues estas cosas son un poco delicadas. Hay un doctor llamado Alexis. Es el más reconocido dentro de la unidad de fertilización, pues hay muy buenas estadísticas de sus procedimientos de fertilización asistida”.

—“¿Podría transferir la llamada a su oficina, por favor?”

—“¡Claro que sí! Y que Dios le bendiga”.

Con una sonrisa en mi rostro, esperé pacientemente hasta que me atendiera una secretaria. ¡Pronto lograríamos el sueño que teníamos como familia!

—“Buenos días, unidad de fertilización”.

—“Buenos días, estoy llamando para pedir una cita con el Dr. Alexis”.

—“El Dr. Alexis atiende los días martes, miércoles, jueves y viernes a partir de las 2:00 pm”.

—“¿Podría ser para este martes?

—“Sí, confirmada su cita. Se atiende por orden de llegada a partir de las 2:00 pm”.

Expresé mi gratitud y finalizando esta llamada, me comuniqué con mi padre, quien es médico gineco–obstetra y con quien tengo una confianza absoluta.

—“Papi, me he comunicado con el área de fertilización en el centro de especialidades médicas y me han dado cita con el Dr. Alexis.

—“¿Alexis? ¡No puede ser! Él era como un hermano para mí. Hicimos juntos el internado de medicina e incluso compartimos la misma habitación”.

—“¡Papá esta es una grata casualidad! Quisiera que me acompañes a la cita, papi. Es el próximo martes a partir de las 2:00 pm”.

—“¡Cuenta conmigo!”

Al caer la tarde, mi esposo había regresado del trabajo. Le conté todo lo acontecido y estábamos muy contentos. Nos sentíamos dichosos de tener una esperanza para alcanzar nuestro sueño. Ahora sólo nos tocaba esperar el día de la cita. Quedaban tan sólo tres días.

Llegó el día acordado, y fuimos mi esposo, mi padre, y yo. Cuando la secretaria nos indica que es nuestro turno, mi padre y el Dr. Alexis se reconocieron uno al otro de forma inmediata. Los abrazos y saludos amistosos siguieron a un grato reencuentro después de muchos años, a los que siguieron recuerdos de cuando estudiaron juntos, vivencias y experiencias inolvidables. Posteriormente, el doctor pregunta qué nos lleva a la consulta.

—“Doctor, deseamos planificar familia”.

Le mostramos los exámenes de la condición de mi esposo, junto con exámenes míos para su evaluación. Él planteó los distintos métodos a los que podíamos recurrir. Nos indicó la posibilidad de una fertilización in vitro o inseminación artificial con un mínimo de tres intentos. Ambos procedimientos se harían con la muestra de semen de mi esposo una vez procesada, con una selección de espermatozoides sanos y aptos para acercarnos al mayor éxito posible de dichos procedimientos. Él también nos explicó que con la fertilización in vitro podría haber más posibilidades. Sin embargo, ya nosotros habíamos pasado por ese procedimiento con otro especialista y nos había quedado un mal sabor por la forma en que fue abordado y lo invasivo del procedimiento.

En ese momento pensaba: “Si Dios nos va a regalar lo que tanto deseamos, lo hará independientemente del método que escojamos. Lo haremos con la inseminación artificial. Pero económicamente, sólo podemos cubrir hasta dos intentos”.

Transcurrieron dos meses, entre exámenes y varias consultas médicas, cuando el médico me prescribió unas inyecciones diarias de hormonas que ayudarían en el proceso de ovulación, para que fuese lo más perfecta posible, preparándome para la llegada de los espermatozoides de mi esposo. De esta manera, mi cuerpo podría recibirlos y retenerlos en mi vientre.

Colocarme esas inyecciones cada mañana era muy desagradable. Nunca me han gustado las inyecciones y he sido bastante miedosa. Pero no había otra alternativa que colaborar en este proceso. Mi esposo me inyectaba y esto lo hizo por tres semanas.

En estos momentos pensaba “¿Cómo sucede el milagro de la vida?” ¡Qué paradoja! Mientras hay mujeres que tienen abortos (por diferentes motivos) existimos otras que añoramos, anhelamos tener un pedacito de nosotros en nuestros brazos. Y aunque siempre fui una mujer de fe, en estos momentos era lo único a lo que podía aferrarme. Estaba segura que Dios estaba de nuestro lado.

Por muchos años he sido devota a San Antonio de Padua. Mucho le pedía para que intercediera ante el Señor y nos permitiera quedar embarazados. Comencé una novena, y mi petición y clamor ascendían con la certeza que serían escuchados.

Las citas médicas comenzaron a hacerse más frecuentes. Mi esposo debía tomarse una muestra de su semen y entregarla para que ellos pudieran hacer una selección de los espermatozoides aptos para el procedimiento. Semanalmente, yo era monitoreada con ecografías trans–vaginales donde se visualizaba la condición de mis óvulos y mi matriz. Todo parecía estar marchando bien.

Buscando una esperanza

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