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Seis

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El segundo al mando, junto con su escudero y Stephen estaban de pie bloqueándole el camino cuando se acercó a la tienda. Si su actitud, con lo brazos cruzados y las piernas separadas, no le detuvo, sus expresiones sombrías sí lo hicieron. Aunque Ernaut parecía nervioso por la confrontación, ni Stephen ni Lucais parecían darle importancia.

—¿Cuál es el problema? —preguntó él—. No la he matado ni la he dejado por muerta, si es lo que sospecháis —explicó. Tal vez Gillian le hubiera dejado inconsciente y hubiera intentado escapar la noche anterior, pero aquella mañana ya era su esposa en todos los sentidos y más valiosa para las batallas que su caballo recién adquirido. Aun así lo miraban con odio mientras él aguardaba una explicación para su comportamiento—. Decidme lo que os pasa o regresad a vuestras tareas —les debía algo de flexibilidad por su pasado compartido y su amistad, pero él estaba al mando allí y no dudaría en ejercer su poder.

Los tres hombres intercambiaron miradas y finalmente Lucais dio un paso al frente. Señaló con la cabeza hacia la tienda y preguntó:

—¿Qué ha ocurrido entre la dama y tú, Brice?

—Las cosas normales que ocurren entre un hombre y su esposa —contestó con los dientes apretados. Empezaba a enfadarse; no tenían ningún derecho ni razón a interrogarlo sobre asuntos tan personales—. ¿Por qué me cuestionáis cuando no tenéis derecho a hacerlo?

Ernaut se puso rojo y por un momento pareció tener menos de los catorce años que tenía. Tartamudeó una vez, luego otra, antes de señalar con la mano hacia la tienda. Brice se volvió para seguir su gesto y vio una pila de paños ensangrentados tirados en el suelo. Sin pensar en las implicaciones, asintió y se explicó.

—No sabía que había derramado tanta sangre.

Los tres se le quedaron mirando con expresión de sorpresa, no de comprensión. Brice comprendió entonces lo que debían de estar pensando, pero no tuvo ocasión de explicarse porque la mujer en cuestión se acercó a ellos. Brice les ordenó que se fueran, pero lo ignoraron.

—Milady —comenzó Ernaut—. El día es cálido. ¿Preferís desayunar aquí fuera en vez de en la tienda?

Viendo la escena, con todos los malentendidos, Brice trató de no carcajearse mientras veía a sus hombres intentar calmar la incomodidad de Gillian. Pronto los sacaría de su error, pero les permitió encargarse de la comodidad de Gillian mientras él llevaba a cabo otras tareas, todas en anticipación al ataque inminente al castillo de Thaxted.

Más tarde, cuando el estómago comenzó a rugirle de hambre, se dio cuenta de que su escudero no había regresado, ni con Gillian ni sin ella. Y tampoco le había llevado la comida.

Caminó hacia el centro del campamento, donde los cocineros se encargaban de la comida, y pronto oyó las carcajadas de su esposa. Siguió el sonido y encontró a Gillian sentada en un taburete, cubierta por varias mantas y rodeada de sus hombres.

O más bien entretenida por sus hombres, pues estaban todos de pie a su alrededor, presentándose y contándole sus orígenes mientras le ofrecían carne y queso. Por primera vez tuvo oportunidad de observarla desde la distancia y de presenciar el modo en que sus ojos se iluminaban cuando sonreía y disfrutaba de los placeres de la comida y de la compañía.

Vio el modo en que sus labios se curvaban mientras hablaba y bromeaba con Ernaut, y su cuerpo respondió una vez más a la idea de saborear su boca y de besarla hasta dejarla jadeante y sin aliento. Y también quiso degollar al joven escudero por llamar su atención.

Se dio cuenta entonces de que Gillian comprendía su lengua bretona, pues se reía por algunos de los comentarios y preguntas de Ansel o de Ernaut, e incluso mascullaba alguna palabra de respuesta. ¡Más sorpresas sobre la mujer con la que ahora estaba casado!

Pero mientras se acercaba fue visto primero por algunos de sus hombres y luego por la dama. Todos se quedaron callados. Stephen, Ansel y Lucais se alinearon tras Gillian, con Ernaut a su lado, se cruzaron de brazos y lo miraron con recelo una vez más. Más que sentirse amenazado por semejante acción, se sintió aliviado.

Si aquel día, o en alguna de las batallas, él caía, al menos ya sabía que la apoyarían y la reconocerían como su viuda. ¿Acaso sabía Gillian que tenía aliados? Brice decidió entonces mantener el vínculo entre ellos, incluso a costa de su reputación como hombre que se preocupaba por las mujeres.

—Si ya todos habéis desayunado, hay muchas cosas que hacer, y deprisa —les dijo. No importaba lo que ocurriese, no dormirían allí esa noche.

El momento de desafío silencioso concluyó cuando sus hombres se alejaron para terminar de cargar sus armas en los carros y de desmantelar el campamento, pero no sin antes ofrecerle a su esposa una reverencia y palabras de cariño.

Lady Gillian se quedó allí de pie, tras ser abandonada por sus protectores, y sin decir palabra buscó un cuenco y lo llenó con la avena cocida que borboteaba en el caldero junto al fuego. Se acercó a él y se lo ofreció.

—No creo que hayáis comido aún, milord —le dijo—. Ernaut ha estado ocupándose de mí cuando debería haberse ocupado de vos.

No levantó la vista para mirarlo, pero al menos había dejado de llorar. Brice había visto las marcas de las lágrimas en sus mejillas mientras se adentraban en el bosque, a pesar los esfuerzos de Gillian por ocultar la cara.

—Muchas gracias, milady —respondió él.

—Un hombre ha de llenar su estómago antes de pelear.

Su tono era sereno, pero creyó detectar algo más; rabia, posiblemente, o tal vez miedo. Brice se preguntó qué le habrían contado sus hombres sobre sus planes de arrebatarle Thaxted a su hermano.

—Así es, milady —dijo mientras se llevaba la cuchara a la boca.

Se lo comió todo y deprisa, costumbre en cualquier hombre que viajaba con un regimiento, pues uno nunca sabía cuándo, dónde o cómo se presentaría la siguiente comida. Aunque el rey y su amigo Giles le habían prestado su apoyo, incluyendo provisiones para un mes si era necesario, Brice no podía quitarse esa costumbre.

Gillian se mantuvo de pie frente a él mientras comía, observando todo lo que hacían sus hombres; recogiendo las tiendas, empaquetando las provisiones, preparando las armas y los caballos sin decir nada. ¿Estaría preocupada por el destino de su hermano? ¿O por el suyo propio?

—Las cosas han sucedido muy deprisa durante el último día y hay muchas cosas de las que tenemos que hablar —le dijo mientras le devolvía el cuenco vacío a uno de los chicos que ayudaban a los cocineros—. Y no tenemos tiempo ni un lugar apropiado en el que hacerlo. Me gustaría dejaros aquí, por vuestra seguridad, pero necesito vuestra presencia para convencer a vuestro hermano de que se rinda.

Gillian se rió entonces, con cierto grado de ironía que a él le pareció inapropiado, hasta que se detuvo de golpe. Luego lo miró fijamente y sin dar señales de cuáles eran sus verdaderos sentimientos.

—Mi hermano no se rendirá porque me tengáis como rehén, milord. De hecho, puede que os sugiera alguna manera de matarme.

Brice no sabía qué le sorprendía más; la información que acababa de compartir con él o la actitud despreocupada sobre el odio que su hermano le tenía.

—¿Por qué habría de actuar de manera tan poco decorosa?

—Como habéis dicho, milord, es mejor hablar de eso en otro momento y lugar —se apartó cuando dos de sus hombres quitaron el caldero del gancho—. Estaría encantada de esperaros en el convento, milord.

Entonces fue Brice quien se rió.

—Sois persistente, milady —dijo inclinando la cabeza—. Pero vuestro lugar está conmigo — lo pensó por un momento y le hizo otra pregunta, una que lo había confundido tras saber de la resistencia de su hermano y de su hostilidad hacia ella—. El testamento de vuestro padre os nombraba heredera del lugar. Si sois la heredera de vuestro padre, y el rey os ha entregado a mí en matrimonio, ¿cómo puede vuestro hermano justificar su lucha? —hasta el más testarudo y estúpido de los hombres vería que Brice tenía más poder y el derecho legal a quedarse con el lugar tras haberse casado con Gillian.

—Dejando de lado la verdad, mi hermano siempre ha creído que mi madre embrujó a mi padre para nombrarme su heredera. Y, dado que mi hermano es el único hijo legítimo nacido de mi padre y de su esposa, muchos están de acuerdo con él en lo referente a Thaxted y luchan por su honor en ese aspecto.

Brice se quedó con la boca abierta, pero enseguida la cerró. Aparentemente el obispo no le había contado todo sobre aquella dama. No se le ocurría nada que decir mientras pensaba en los muchos y posibles problemas para sus planes que dejaba al descubierto aquella revelación.

Vio entonces que Gillian se había quedado mirándolo, probablemente observando y disfrutando de su turbación. Las comisuras de aquella boca adorable amenazaban con romperse en una sonrisa, pero agachó la mirada y luchó por controlarlo. No le cabía duda de que se había guardado esa información a propósito, a la espera de un buen momento para usarla.

Como acababa de hacer.

—¡Ernaut! —gritó con fuerza, lo suficiente para asustar a Gillian, que dio un respingo. Acababa de recuperar la compostura cuando su escudero apareció corriendo.

—Milord —dijo el chico con una reverencia.

—Llévate a la dama a mi tienda y encárgate de que lo tenga todo preparado para nuestra partida —le dijo Brice. Cuando Ernaut comenzó a alejarse con Gillian, lo agarró del brazo y lo acercó a él—. ¿Te has deshecho de esos…? —no terminó la frase.

Ernaut se sonrojó y asintió a modo de respuesta antes de alejarse. Gillian lo siguió, pero no dejó de mirar hacia atrás hasta que desapareció al doblar el camino que conducía a la tienda. Llamó a sus amigos más cercanos y se fue a buscar al padre Henry… y algunas respuestas.

Horas más tarde, armados y a lomos de los caballos de camino a Thaxted, Brice seguía sin estar seguro de cómo se desarrollaría todo. Aunque el sacerdote le había asegurado que tenía más poder que cualquier otro, Brice comprendía más sobre la negativa de Oremund de Thaxted a renunciar a las tierras y al castillo. Con el respaldo del rey, cualquier reclamación pasada o futura podría ser atendida o ignorada, pero el coste de tales batallas sería alto.

Miró hacia atrás y vio a Gillian cabalgando entre sus nuevos protectores. Aunque mantenían la voz baja, los veía hablar mientras avanzaban. Ella no le sonreía a él así. No iniciaba conversaciones entre ellos. No… Suspiró y negó con la cabeza. Volvió a mirar al frente e intentó concentrarse en la inminente batalla.

No tardaron mucho en encontrarse con el resto de su ejército, acampado no lejos de los muros que rodeaban la fortaleza de Thaxted. Entre sus hombres y los que le habían dejado el rey y su amigo Giles, no debería haber ningún problema en hacerse con el lugar.

No pudo evitar advertir la expresión de miedo y de preocupación de Gillian cuando se acercó a ayudarla a bajar del caballo. Él podía comprender esos sentimientos; su esposa se mantendría al margen y vería cómo su marido destruía su hogar y al último miembro de su familia. Al menos habría entendido esos miedos antes de que le hablase de la animosidad entre su hermanastro y ella.

Ahora, sin embargo, al ver el brillo de culpa en sus ojos, le preocupaba qué otros secretos ocultaría y cuándo serían revelados.

E-Pack Placer marzo 2021

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