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Diez

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Brice sintió que se desmayaba y, en cierto modo, fue mejor que tenerla despierta. La flecha la había alcanzado en la zona del hombro, y probablemente no fuera grave, pero demostraba lo perverso que era su hermano.

¡Disparar a su propia hermana por la espalda!

Oremund había caído más bajo que cualquier hombre que conocía; primero al abusar de Gillian y después al castigarla por su resistencia. Era evidente que Oremund podría haberla matado hacía tiempo a no ser que ella fuera de algún valor para él. El sentimiento por los parientes cercanos no significaba nada para él, pero el dinero y el poder sí, de lo contrario la hija bastarda habría seguido a su madre y a su padre a la muerte. Eso significaba que Gillian tenía algo que Oremund deseaba. Algo con lo que había escapado de Thaxted. Y, dado que había llegado a él sin nada salvo la ropa, debía de ser información lo que poseía.

La mantuvo pegada a él y caminó deprisa hacia el campamento, donde ya había llegado la noticia de su herida. Dos de los hombres que se encargaban de las heridas lo dirigieron a un catre donde la tumbó sobre su costado sano. El padre Henry corrió hacia ellos y se arrodilló a su lado.

—¿Cómo ha ocurrido? —preguntó.

—Creo que fue su plan desde el principio. Intimidarla. Castigarla —había notado las cicatrices en sus piernas, en sus caderas y en sus nalgas cuando habían hecho el amor. Brice sabía que cicatrices así eran el resultado de palizas frecuentes. ¿Qué habría tenido que soportar bajo el control de Oremund? No era de extrañar que intentara escapar cada vez que podía.

Tras dejar a Gillian al cuidado de los otros, Brice regresó al frente de su ejército. Ella le había ofrecido una manera que le permitiría no quemar la fortaleza. Aunque no le importaba si Oremund vivía o moría, los demás que allí vivían serían los que acabarían ocupándose de sus terrenos. Sería mejor tenerlos vivos.

Sus hombres no parecieron contentos cuando reveló su cambio de planes. Una vez que la excitación de una batalla inminente comenzaba a calentar la sangre de un hombre, era difícil renunciar a ella sin más. La sentía en sus propias venas, pero sospechaba que parte de lo que sentía era rabia por la herida de Gillian. No debería haberle permitido acercarse tanto a Oremund. Debería haber ignorado todas las fanfarronadas y haberse ceñido a su plan; entonces ella no habría estado allí para recibir el flechazo. Su fallo podía haberle costado la vida, y aún podía, si no se curaba bien.

Lucais y Ansel protestaron, pero vio cómo Stephen y Richier, guerreros experimentados, asentían con la cabeza. Todos se ofrecieron a formar parte del pequeño grupo enviado por el túnel o pasadizo hacia la fortaleza. Se marcharon para prepararse y él se encargó de preparar la distracción que tendría lugar para llamar la atención en el muro delantero.

Brice decidió que dejar pasar un tiempo antes del ataque sería una buena estrategia; sus hombres conocían el plan, pero aquéllos que estaban en el interior probablemente esperasen un ataque inmediato como respuesta. Era posible que la plegaria de Gillian les hubiera salvado la vida a muchos, pues entrar en una batalla movido por la rabia era peligroso. La guerra era algo a lo que era mejor enfrentarse con la cabeza fría y determinación.

Y eso hicieron, más tarde aquel día, con una eficiencia aprendida gracias a luchar juntos muchas veces en muchos lugares contra diversos enemigos. Brice había entrenado y luchado con los hombres que había seleccionado como sus capitanes en Bretaña, en Normandía y ahora en Inglaterra; y les confiaría su vida.

Lo único que lamentaba era la falta de dos de sus mejores amigos. La última misiva de Giles, escrita de su puño y letra, prometía su presencia tan pronto como lady Fayth diese a luz. Las noticias de Soren eran prometedoras e inquietantes a la vez; seguía recuperándose de las heridas recibidas en Hastings, pero era un hombre distinto al que conociera. El «hermoso bastardo», nombre por el que se le conocía debido a su aspecto, un nombre y una apariencia que le daban acceso a las camas de muchas mujeres deseables, había desaparecido. Al parecer las heridas de la batalla se habían cobrado el precio sobre su apariencia y sobre su alma.

Los hombres de Brice actuaron como era de esperar; con habilidad, eficiencia y éxito, pues en dos horas la fortaleza era suya. Lo único malo fue que Oremund y su secuaz Ruedan escaparon. Corrieron hacia el bosque que conocían mejor que él, pero Brice supo que aquél no sería su último encuentro. Abrumados por la superioridad numérica y por la huida de su señor, los soldados de Thaxted se rindieron.

Por la noche, la fortaleza había sido registrada de arriba abajo. Cualquier cosa de valor estaba asegurada y todos los almacenes serían registrados para que Brice supiera lo que tenía y lo que necesitaba para empezar a reconstruir Thaxted. Se atendió a los heridos y se enterró a los muertos. Cuando terminaron de hacer todo lo necesario y los guardias se coloraron alrededor del perímetro en torno a los caminos que conducían a Thaxted, Brice se permitió por fin pensar en Gillian.

Había sido informado sobre su estado a lo largo del día, así que sabía que le habían quitado la flecha, que había perdido una gran cantidad de sangre y que seguía inconsciente. Había sido trasladada a su tienda y se encontraba bajo el cuidado de una de las mujeres del campamento. Él había escuchado atentamente y luego había dejado de lado la información para concentrarse en la batalla.

Ahora, sin embargo, fue a buscarla para llevársela con él a la fortaleza, donde pudiera estar cómoda y atendida. Ya habían preparado su habitación y encendido un fuego allí para que estuviera caliente.

Ernaut estaba de pie a la entrada de la tienda y lo saludó con expresión ligeramente rebelde. El chico no estaba contento por ser relegado ahí durante la batalla. Su disconformidad era algo que Brice comprendía, pues su escudero se consideraba preparado para luchar y quería tener la oportunidad de conseguir el estatus de adulto que le conferiría una batalla.

—¿La dama? —preguntó Brice.

—Sigue dormida, milord —respondió Ernaut.

—Me gustaría que siguieras protegiéndola, Ernaut. Como ves, ni siquiera se puede confiar en su familia. Pero sé que en ti sí se puede —la cara del chico se iluminó entonces con orgullo—. Sé que no la defraudarás.

—Sí, milord —convino Ernaut.

Brice entró en la tienda y encontró a Gillian en el camastro, cubierta de mantas. La mujer que cuidaba de ella se puso en pie y saludó.

—¿Sigue dormida? —preguntó él mientras se arrodillaba a su lado.

—Sí, milord. No se ha despertado desde que fue…

Brice se inclinó hacia ella, le apartó el pelo de la cara y contempló lo pálida que estaba. Al apartar las mantas vio que le habían cortado el vestido y que tenía el hombro cubierto con vendas manchadas de sangre.

—¿Se la puede trasladar? —preguntó—. El aire huele a tormenta y preferiría tenerla en la fortaleza.

La mujer asintió.

—Siempre que el traslado sea suave, no debería empeorar la hemorragia. Y, como decís, milord, amenaza tormenta. Dejad que la prepare para el traslado.

Brice se apartó y le dejó más espacio a la mujer. Llamó a Ernaut y le ordenó que empaquetaran sus pertenencias y las trasladaran a la fortaleza. Cuando Gillian estuvo convenientemente vestida y arropada por su capa, se arrodilló a su lado y deslizó los brazos por debajo. La levantó, permitió que la mujer le ajustara la capa y se llevó a Gillian de la tienda.

—¿Vuestro nombre, señora? —le preguntó a la mujer que había atendido a Gillian.

—Me llamo Leoma, milord —respondió ella mientras caminaba junto a él por el campamento.

—¿Y tu marido?

—Mi marido es Daniel.

Un buen hombre. Brice lo había conocido en Bretaña. Había servido a las órdenes del mismo capitán que Brice y luego le había ofrecido sus servicios a Giles. Y Giles le había permitido servir a Brice en aquella batalla.

—¿Quieres venir y cuidar de la dama en la fortaleza? Necesitará ayuda mientras se recupera.

—Sí, milord.

Brice no volvió a hablar hasta que entró en los aposentos de Gillian y la dejó sobre la cama.

—Me encargaré de que Daniel sepa que estás aquí. Quédate con ella hasta que yo regrese.

Si no consideró sus actos en ese momento, ni siquiera más tarde, fue porque estaba seguro de mostrar la cantidad de preocupación necesaria por la mujer que ahora era su esposa; ni mucha, ni poca. Se encargaría de su seguridad como era su responsabilidad. Brice había oído historias sobre la dama y había imaginado cómo sería, pero nada era comparable a la realidad.

Había interpretado su huida de Thaxted como una desobediencia caprichosa cuando ésa no era la cuestión. Había creído que era una cabeza hueca que actuaba por impulsos, pero comenzaba a descubrir que su conducta era meditada y calculada. Y lo peor era que había pensado que Gillian no se sentía responsable de su gente, cuando en realidad luchaba por ellos aunque su propia vida corriera peligro.

Así que, tras regresar a la habitación y dejar que Leoma volviera con su marido, Brice no hizo más que pensar. Había demasiadas conexiones aún ocultas. Demasiados peligros por los que preocuparse. Demasiados enemigos que combatir. A pesar de que su cuerpo deseaba dormir, su cabeza seguía llena de preguntas. Pero toda pregunta tenía que ver con la mujer que yacía inconsciente en la cama.

Y cuando la fiebre la atacó en mitad de la noche, Brice rezó por tener oportunidad de conocerla mejor, aunque sin darse cuenta de que se preocupaba por ella más de lo que creía que debería.

Gillian luchó por no gritar.

Su hermano disfrutaba sabiendo que sus castigos dolían y la asustaban, así que ella había aprendido a perseverar en silencio. Ahora la mandíbula le dolía de apretarla, de guardarse dentro los sonidos de angustia.

¿Acaso le había prendido fuego? La piel le ardía y el calor recorría todo su cuerpo. Quería pedir agua, algo que calmase la sequedad y el ardor, pero no se atrevió. Cualquier debilidad que mostrara sería utilizada en su contra más tarde. Cuando el calor se hizo insoportable, gritó. Por mucho que quisiera resistir, el dolor era más fuerte que su control.

Intentó abrir los ojos para poder ver qué castigo le había infligido, pero no pudo. Entonces sintió un paño frío sobre la cara, que se deslizaba por sus mejillas y luego por su cuello. Oyó también unos susurros suaves y pensó que tal vez lograra sobrevivir después de todo.

Pero entonces, tan pronto como había llegado, el bálsamo desapareció y regresó el castigo de nuevo. En algún punto el dolor la superó y ella gritó, incapaz de contenerse.

Estaba tan cansada del miedo. Tan cansada del dolor y del tormento. Tan cansada de… todo.

Gillian abandonó la batalla y se dejó caer.

Cuando recuperó la consciencia, oyó a alguien moviéndose en la oscuridad junto a ella. El fuego había desaparecido, y aún sentía dolor. Pero parecía centrado en su brazo y en su hombro izquierdos. Incluso sin el tormento del calor, Gillian no podía moverse; era como si hubiera perdido toda la fuerza.

Abrió los ojos finalmente y miró a su alrededor. ¡Estaba en su cama, en su habitación de Thaxted! ¿Habría soñado el tormento y las duras pruebas de los últimos días? Intentó levantar la cabeza, pero no pudo.

—¿Estáis despierta, milady?

Gillian reconoció aquella voz profunda. Cuando él se acercó, pudo ver a un Brice muy diferente al que había conocido. Aquél tenía barba incipiente, ojeras y parecía como si no hubiese dormido en días. Trató de responder, pero las palabras se le agolparon en la garganta y la hicieron toser.

—Toma —susurró él. Le colocó una mano bajo la cabeza y se la levantó—. Bebe un poco antes de hablar.

Era cerveza aguada, que sabía maravillosamente y alivió su garganta seca. Dio varios tragos y habría bebido más, pero Brice le apartó la jarra de la boca y ella no tuvo fuerza para seguirla.

—Tranquila… tranquila. Habrá más después.

—¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo he llegado a estar en mi propia cama? ¿Mi hermano?

—Tu hermano huyó durante el ataque. Después de dispararte por la espalda… después de que nosotros entráramos por el túnel. Cuando ya habías dejado de sangrar te traje aquí para que estuvieras más cómoda.

—¿Cuánto hace, milord? ¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?

—Éste es el cuarto día desde la batalla — contestó él con claro cansancio en la voz—. Empezaste a tener fiebre esa misma noche y hasta hoy has estado ardiendo. Hasta esta misma mañana.

Gillian intentó incorporarse, pero no lo logró. Incluso el intento de mover el brazo le provocaba un dolor insufrible. Volvió a recostarse e intentó no moverse más.

—¿Y vos habéis estado aquí desde entonces?

—Casi todas las noches —contestó él—. Leoma ha sido tu compañera más constante.

—¿Leoma? —el nombre no le resultaba familiar. Cuando murió su vieja doncella, Oremund no le había permitido volver a tener a alguien que se ganara su lealtad. Enviaba a ayudarla a cualquier mujer que ocupase su cama en aquel momento. Leoma no era un nombre que hubiese oído antes.

—Está casada con uno de mis hombres, pero es de Taerford. Te curó la herida y ha cuidado de ti mientras yo me encargaba de mis obligaciones.

Brice se acercó al brasero y regresó con una jarra. La ayudó a incorporarse y se la llevó a los labios.

—Es caldo de ternera para que te dé fuerzas —dijo—. Leoma dijo que debías bebértelo cuando te despertaras.

Gillian dio varios tragos y sintió cómo el caldo le llenaba el estómago con su sabor y su calor.

—¿Y dónde habéis dormido vos? —le preguntó a Brice.

—Aquí —señaló a la silla.

Gillian reconoció la mentira nada más oírla; su apariencia revelaba la verdad. No había dormido desde el día de la batalla.

—¿Qué hora es, milord?

Brice se acercó a la ventana y retiró la cortina. Los rayos iluminaron la estancia y Gillian oyó la lluvia cayendo fuera.

—Es ya de noche —contestó él—. Aunque es difícil de saber con el modo en que ha estado azotando la tormenta estos últimos tres días.

Gillian estaba convencida de que no la abandonaría, así que se lo ordenó.

—Debéis descansar, milord, o no estaréis en condiciones de defender la fortaleza cuando Oremund regrese.

Él se quedó mirándola sorprendido.

—Se ha ido, Gillian. No se le ha visto en kilómetros a la redonda. Mis hombres lo han rastreado.

—Se ha ido por ahora. Regresará cuando tengo suficientes hombres para expulsaros de aquí. No lo dudéis, milord. No va en con su carácter renunciar a algo que desea.

Entonces, al igual que se había despertado, su cuerpo comenzó a caer hacia el sueño. Le resultaba difícil mantener los ojos abiertos y elaborar argumentos lógicos. Pero más duro era no revelar la verdadera razón de la obsesión que Oremund tenía con ella.

—Deja que te ayude —dijo él antes de que pudiera pedirle ayuda—. No estás bien y necesitarás más tiempo para recuperarte.

Lord Brice la ayudó a volver a tumbarse sin que tuviera que utilizar el brazo herido. Con su ayuda no le dolía tanto. Cuando él se dispuso a apartarse, Gillian le agarró la mano.

—Por favor, milord —susurró—. Descansad un poco —la mano se deslizó de la suya y ella se recostó en las almohadas—. Por favor.

No supo si siguió su consejo o no, pero Brice no estaba cuando se despertó aquella noche. Había una vela encendida que dejaba ver que la estancia estaba vacía, con Ernaut montando guardia junto a la puerta abierta.

Lo próximo que supo fue que ya era por la mañana y que Leoma estaba sentada en la silla remendando. La luz del sol iluminó la habitación cuando Leoma descorrió las cortinas y Gillian se sintió preparada para estar sentada más tiempo y para comer y beber más.

Pocos días más tarde pudo por fin salir de la cama con un poco de ayuda y ponerse el vestido por encima de las vendas. Aunque su marido siempre la visitaba, nunca se quedaba más de unos pocos minutos y jamás hablaba de asuntos de importancia. A medida que iba recuperando las fuerzas, la cabeza de Gillian se había llenado de preguntas para él, pero no se quedaba lo suficiente para hacérselas. Cualquier intento de llamar su atención fracasaba. Cada vez que ella intentaba marcharse, tanto Leoma como Ernaut se lo impedían.

Y lo peor era que nadie le daba detalles sobre la batalla y el número de muertos. Nadie le decía quién había se quedado atrás y quién había seguido a su hermano en su huida. Y nadie le contaba qué planes estaría haciendo lord Brice para defenderse cuando Oremund regresara.

Finalmente, tras una semana, y cuando se sintió preparada para abandonar la habitación, Gillian aprovechó la ausencia de Leoma para utilizar la otra salida de la fortaleza que no conocía nadie. Si nadie quería hablarle sobre Thaxted y sobre su gente, lo averiguaría por sí misma.

E-Pack Placer marzo 2021

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