Читать книгу E-Pack Placer marzo 2021 - Varias Autoras - Страница 17
Nueve
ОглавлениеGillian se despertó de golpe. Por un momento no supo dónde estaba, pero entonces su cuerpo, dolorido en lugares que no conocía hasta hacía poco, se lo recordó.
Estaba en la cama con su marido.
Un caballero bretón que ansiaba quitarle Thaxted a su hermano.
Un caballero bastardo al que ella le había sido asignada por su rey.
Un hombre que le había dado tanto placer que casi le costaba respirar y pensar.
Casi. Pues, pensando en los mismos acontecimientos que habían tenido lugar entre ellos, jamás podría haber imaginado tantas maneras de dar y de recibir placer. Aunque la primera vez había sido bastante uniforme, las demás veces no. En una ocasión incluso la había penetrado desde atrás, acariciándole los pechos, y ese lugar entre sus piernas mientras se movía dentro de ella.
Y la última vez. Cerró los ojos y recordó que la última vez había sido tan poderosa, rápida y profunda que creyó estar a punto de desmayarse al final. Luego se habían quedado dormidos, exhaustos.
Podía oír los sonidos del campamento, preparándose para la batalla. Gillian se volvió para mirarlo, preguntándose cómo la saludaría o cómo le hablaría o cómo la miraría después de la intimidad que habían compartido, pero encontró un hueco vacío a su lado en el camastro.
Se incorporó y miró a su alrededor. Su ropa yacía al pie de la cama, pero la de Brice había desaparecido. Escuchó por un instante y se puso la ropa antes de que alguien pudiera encontrarla desnuda. En pocos minutos se colocó el velo y la capa y abrió la solapa de la tienda.
Pero descubrió que el campamento estaba casi vacío.
¿Se habría quedado dormida durante la batalla? ¡Era imposible! Obviamente Brice la creía segura en su tienda y se había marchado sin despertarla, pero una batalla sería demasiado ruidosa. Al darse cuenta de que él esperaba que estuviese con el padre Henry, se fue a buscarlo. Sabía que el sacerdote estaba ubicado hacia el extremo este del campamento y, con la ayuda de varios sirvientes y mujeres, se dirigió hacia allí inmediatamente.
Aunque nunca antes había estado tan cerca de una batalla, Gillian no podía creer que pudiera ser tan tranquila. Entonces se dio cuenta de que el silencio mortal se extendía hacia los muros de Thaxted. Se protegió los ojos del sol con la mano, miró a través del campamento y vio fila tras fila de soldados armados alineados alrededor de la fortaleza. Sin darse cuenta, caminó en esa dirección hasta que el sacerdote la detuvo.
—Lady Gillian, venid conmigo —dijo tomándola del brazo—. No es seguro estar aquí.
—¿Entonces ha comenzado, padre? —preguntó ella.
—No, milady. Vuestro hermano y lord Brice están hablando.
—¿Sobre mí? ¿Sobre mis tierras?
Antes de que el sacerdote contestara, Gillian se dio cuenta de su error; las tierras ya no le pertenecían, ni tenía derecho alguno. Eso le pertenecía al hombre con quien se había casado. Esos normandos tenían una opinión diferente sobre la posición y los derechos de las mujeres; diferente a la de Inglaterra, Gales o Escocia, e incluso a la de los nórdicos, que habían gobernado algunas zonas hasta hacía poco. Para un normando, todo le pertenecía al hombre.
Pero por conveniencia cumplirían el testamento de su padre al otorgarle a ella las tierras para luego darle el control y los poderes a su marido.
—Hablan de paz y de una solución amistosa a esta confrontación en vez de una que acabe con la vida de muchos hombres, milady —el padre Henry había pasado muchos años negociando con enemigos; era evidente por su tono conciliador y su elección de las palabras.
—¿Y yo no juego ningún papel en las negociaciones? —preguntó ella.
Podía imaginarse las mentiras que su hermano le contaría a su marido. Y peor, las acusaciones que haría contra ella y contra su madre. Oremund diría o haría cualquier cosa con tal de recuperar el control de Thaxted, y cualquier cosa necesaria para encontrar el lugar donde su padre había escondido su fortuna. Aunque, sin duda, jamás mencionaría su existencia ante su marido bretón.
—Desde luego, milady —dijo una voz tras ella. Gillian se dio la vuelta y vio a Brice y a dos de sus capitanes allí de pie.
Aquél no era el hombre que había susurrado palabras cariñosas con aquella voz profunda mientras acariciaba su cuerpo en los lugares más íntimos. Aquél no era el mismo que había empujado su cuerpo y su alma al placer. Aquél no era un hombre… era… el guerrero del rey.
Gillian lo había visto con la cota de malla y la armadura, con el casco y la espada. Lo había visto al mando de sus hombres en el camino, escondida entre la maleza. Se estremeció mientras se acercaba, tentada de acercarse más al sacerdote.
—Vuestro hermano desea hablar con vos y asegurarse de que estáis a salvo. Ha estado buscándoos durante días y da gracias a Dios de que no hayáis sufrido daño alguno durante vuestro estúpido viaje —dijo con voz seca y mirada oscura.
Los otros dos hombres no se movieron ni hablaron, y Gillian estuvo segura de que la arrastrarían para entregarla a su hermano. De pronto la seguridad en sí misma se vio tambaleada y temió decirle algo sobre las verdaderas intenciones de su hermano. Teniendo en cuenta sus ideas sobre la posible duplicidad de Brice, el silencio podría ser la mejor opción.
Aunque nunca su manera de proceder.
—¿Y vos lo creéis, milord? —se cruzó de brazos con actitud desafiante, pero Brice tenía que entender que Oremund mentía—. ¿Preferís su palabra por encima de la mía?
Brice observó cómo sus ojos se llenaban de rabia. Por mucho que se hubiera lanzado a la pasión que habían compartido, ahora estaba dispuesta a defenderse ante cualquiera. Pero en aquel momento crucial, no lo permitiría.
Aunque Brice sabía que su hermano era un mentiroso que vendería a su madre al diablo para conseguir lo que quería, cualquier señal de que estaba siendo manejado por Gillian minaría su posición en aquel momento. Un hombre que acatara las órdenes de su esposa, a la que conocía desde hacía un día, sería visto como débil, y no podía permitir eso.
—Al fin y al cabo es un hombre, milady — dijo sin responder a su pregunta, aunque sin negarla. Ella se puso roja y Brice pensó que iba a explotar, pero en vez de eso entornó los ojos un instante y lo miró. Sin darle opción a hacer más preguntas, le hizo gestos para que siguiera a sus hombres.
El padre Henry se movió como para ponerse entre Gillian y él. Brice había visto al anciano hacer lo mismo en Taerford, mediando entre el señor y su dama en varias ocasiones. Pero en aquel momento no podía tener un buen resultado para sus planes.
—No tenéis razón para preocuparos por la seguridad de la dama, padre —dijo—. Es mi esposa —la mujer en cuestión se volvió hacia él.
—¿Entonces defenderéis mis derechos contra el intento de mi hermano por quitármelos?
Brice contuvo la necesidad de reírse. No importaba que admirase casi todo lo que descubría de ella, pues no podía mostrar aprobación.
—Queréis decir mis derechos, lady Gillian, ¿verdad? —estiró el brazo y le tomó la mano—. Ahora que puedo controlar todo lo que habéis aportado a este matrimonio.
Brice pensó que su esposa se quedaría allí clavada, pero capituló y caminó junto a él. Al menos estaría a su lado y podría protegerla de cualquier cosa que ocurriera. Pensó en todas las cosas que había sucedido aquel día.
Al regresar a la tienda y descubrir que se había ido, había estado a punto de gritar su nombre. Había tenido que ausentarse un momento por una reunión antes del amanecer, pero esperaba regresar antes de que ella se despertara. En vez de eso, se encontró con una cama vacía y una mujer desaparecida. Lo primero que pensó fue que había vuelto a escapar. Luego examinó esa probabilidad con su parte racional.
Al recordar que le había dicho al sacerdote que lo ayudaría durante el día, Brice supo dónde había ido y su irritación por haberlo preocupado aunque sólo fuera un momento se había notado en su saludo. Ahora quería tranquilizarla, pero no se atrevía. Gillian era una mujer inteligente y lo comprendería cuando tuviera ocasión de explicárselo.
Sin duda lo haría.
Ya casi habían llegado al campo abierto donde se encontraban sus hombres cuando ella se soltó y comenzó a andar sola.
Tal vez no lo comprendiera.
Como le había dicho la noche anterior, había muchas cosas que resolver entre ellos cuando acabara el día. No era el momento.
Atravesaron las filas de tiendas y pronto se aproximaron a las filas de hombres que esperaban a luchar. Gillian pareció perder el paso firme y volvió a sorprenderlo al darle la mano.
—¿No hay otro camino? —preguntó.
—Tu hermano dijo que te entregaría la fortaleza cuando supiera que estás a salvo y que esto ha sido idea tuya.
Gillian se detuvo tan en seco que él dio tres pasos antes de darse cuenta. Se dio la vuelta y la vio allí de pie, con expresión incrédula.
—Gillian, no hay tiempo para esto. La vida de mis hombres está en juego.
—Es un mentiroso —se cruzó de brazos y volvió a desafiarlo. Es un maldito mentiroso degenerado y no merece tu confianza.
Sospechando lo que sospechaba y sabiendo tan poco, Brice no podía revelar lo que había descubierto sobre su hermano y sus planes.
—¿Y en ti sí se puede confiar? Dime por qué. ¿Fue cuando te escondiste? ¿O cuando mentiste sobre tu identidad? O tal vez debería confiar en ti porque me dejaste inconsciente antes de huir. ¿En cuál de esos momentos entre nosotros debería basarme para hacer ese juicio sobre ti?
Ella se sonrojó y apartó la mirada.
—Vamos —añadió él—. Te espera tu hermano.
Gillian no dijo nada más mientras la conducía hacia el campo abierto que los separaba de su hogar y de los soldados de su hermano. Su hermano y dos de sus hombres estaban sentados a lomos de sus caballos, observándolos en silencio. La bandera de tregua junto a él era la única razón por la que Brice no lo había hecho ya pedazos.
Sus hombres esperaban una trampa de algún tipo y estaban visiblemente alerta. Lucais, Stephen y los demás al cargo de los diversos batallones observaban con cuidado, atentos a cualquier señal o algo fuera de lo normal. Todo estaba planeado para que, al finalizar el día, él fuese lord de Thaxted en todos los sentidos.
—Oh, querida Gillian —dijo Oremund—. ¡Estás a salvo! —se bajó del caballo y le abrió los brazos—. Ven y deja que te salude como un hermano debería saludar a su querida hermana.
Brice observó que la sonrisa de Oremund no parecía sincera y que Gillian no se apartaba de su lado.
—La dama se queda aquí hasta que zanjemos el asunto, Oremund.
El único rasgo en común que pudo ver entre los hermanos era el color del pelo, así que Gillian debía de parecerse a su madre más que al padre que tenían en común.
—Os he dado mi palabra, lord Brice. ¿No confiáis en mí?
Frunció el ceño y esperó su respuesta. Brice sentía la tensión de Gillian. La miró para intentar adivinar lo que estaba pensando. Ella no dijo nada y se quedó mirando a su hermano.
—Tu difunto rey también le dio su palabra a mi rey, Oremund.
No era una negación ni un insulto directo, pero lo suficiente para asegurarse de no ser tomado por tonto. El hijo de Eoforwic asintió comprensivo.
—Hermana, lord Ruedan desea saber si has entrado en este matrimonio por voluntad propia o si has sido obligada —dijo Oremund.
Brice agarró la empuñadura de su espada. A juzgar por la expresión recelosa de Oremund, sabía que estaba a punto de obtener una respuesta al insulto, pero le había jurado a Oremund que no interferiría con las respuestas de Gillian.
—Yo… —comenzó ella, pero Oremund la ignoró.
—Pasara lo que pasara, sea cual sea la pésima decisión que te hayas sentido obligada a tomar, lord Brice me ha dado su palabra de libertarte de ella.
Brice advirtió su sorpresa y asintió, aunque no tenía intención alguna de dejarla ir. Que pensaran lo que quisieran; ella era suya. Pero darle aquella opción a renegar de sus promesas era como abrir una ventana a sus pensamientos, y eso le sería útil en los días venideros. Ella se quedó mirándolo mientras su hermano continuaba, pero Brice no sacó ninguna impresión de sus ojos, vacíos de toda emoción.
—¿Y bien, Gillian, quieres librarte de tu situación? —preguntó Oremund.
Sus hombres se movieron inquietos tras ellos. Pocos comprenderían las razones de sus actos, pero ninguno lo cuestionaría. Al menos en aquel momento; aunque, a juzgar por la mirada de varios de sus capitanes, habría preguntas más tarde.
—No.
Su respuesta fue sorprendente y simple, y no la que su hermano esperaba, aunque nunca la había comprendido. Gillian no estaba segura de que lord Brice la comprendiera tampoco, pero él no había hecho nada aún que la hiciera sentir tan aterrorizada como con su hermano. Y aunque le hubiera gustado ser libre del control de los hombres, sabía que las cosas en el mundo no funcionaban así y nunca sucedería. Dado que había visto su honor, y aunque provocaba lo peor en él, Gillian decidió compartir realmente su destino con él.
—Piensa cuidadosamente en tus palabras, hermana —le advirtió Oremund—. El destino de tu gente, de tu familia, está en juego aquí.
Otra amenaza disfrazada de preocupación. Muchas de sus gentes habían sido saqueadas por Oremund, o vendidas mientras el ejército de Guillermo el Conquistador y los estragos de un invierno duro se abrían paso por el país. El pueblo y la fortaleza que en su día fueron prósperos se marchitaban ahora bajo el duro mando de Oremund. Y con su madre muerta años atrás y su tío capaz de defenderse solo, no se preocupaba por ellos. Perdida en sus pensamientos, Gillian se dio cuenta de que estaban esperando su respuesta.
—¿Lady Gillian, qué contestáis a la pregunta de vuestro hermano?
¿Realmente lord Brice pensaba liberarla? ¿Habría malinterpretado ella todo lo que había dicho y todo lo que sabía de él? No había tiempo de considerar todas las implicaciones de su decisión, pero ella ya había tomado la suya, por razones tanto prácticas como irracionales.
—No —repitió ella—. Oremund, mantengo los votos que hice.
Gillian no sabía lo nerviosa que estaba hasta que Brice se colocó tras ella y le puso las manos en los hombros.
—Bien hecho —le susurró al oído—. Bien hecho.
¿Había dudado de ella? ¿Había planeado aquello para justificar su decisión de atacar Thaxted? ¿Realmente creía que podría haberse entregado con tanto abandono la noche anterior y alejarse de él por la mañana? Gillian sentía mucho más de lo que pudiera pensar. Algo mucho más grande que sus propias metas estaba en juego.
Gillian sentía que algo en su interior confiaba en su marido y aceptaba la certeza de que estaba más segura con él que a merced de su hermano. ¿Pero sus palabras mostraban realmente su aprobación a su declaración?
Oremund perdió entonces el control y todos vieron al hombre con el que normalmente trataba ella; peligroso, perverso, egoísta y violento. Por suerte había hombres con espadas grandes entre ellos.
—¡Maldita perra traidora! —gritó con la cara retorcida por la ira. Dio dos pasos hacia ella, pero un muro de guerreros armados se colocó entre ellos—. Pagarás por tu traición.
Gillian sabía que se había echado hacia atrás y sentía el pecho de lord Brice pegado a su espalda. Por primera vez se sintió a salvo frente a la ira de su hermano. Pero lo más importante era que sabía que aquél no era el final, pues su costumbre era atacar verbalmente primero y después usar otros métodos para aplicar castigos. Cuando quedó claro que no se acercaría a ella, se dirigió hacia su caballo, se montó y se alejó al galope hacia la fortaleza.
Aquél no era el final.
Gillian se dio la vuelta para advertir a Brice. Él no sabía lo peligroso que podía ser Oremund cuando se enfurecía. Su marido la soltó, ella se volvió y vio la mirada de complacencia bajo su casco.
—¡Esto no ha acabado, milord! —exclamó en voz baja para que sólo él pudiera oírla—. No renunciará a Thaxted sin luchar. Sólo ha sido…
—Un ardid, milady. Sí, no esperaba que se rindiera —respondió lord Brice—. Ernaut, llévate a lady Gillian con el padre Henry y quédate allí —le ordenó a su escudero antes de subirse a su caballo.
—Milord —dijeron Ernaut y ella al mismo tiempo.
Pero Brice ya estaba pensando en la batalla y les había dado una orden que esperaba que obedecieran sin objeciones. Cuando los hombres comenzaron a ocupar sus posiciones tras ella, se dio cuenta de que podía detener la batalla. O al menos reducir el número de muertos. Gillian corrió hacia él y se estiró para tocarle la pierna y llamar su atención.
—Milord —dijo por encima del tumulto de hombres preparándose para luchar—. Milord, debo hablar con vos.
Él frunció el ceño y le hizo un gesto con la cabeza para que se alejara. Pero Gillian no lo hizo, pues sabía que, si le hablaba del pasadizo bajo la fortaleza, podría entrar y tomar el lugar. Cuando Brice se dio cuenta de que no se iba, se inclinó hacia ella.
—Hay otro camino…
Recibió el golpe antes de poder terminar la frase, y la fuerza del impacto en el hombro la tiró al suelo. De pronto sintió un dolor intenso y la cabeza comenzó a darle vueltas. El estómago se le agarrotó mientras el dolor alcanzaba un nivel que jamás había experimentado.
El caos se apoderó del lugar y ella sólo oía los gritos cada vez más altos mientras se alejaba. Todo a su alrededor se mezcló; la luz del sol, el viento que se movía entre los árboles, Brice ordenándoles que prendieran fuego a las flechas para quemar la fortaleza.
¡Dios, no! Tenía que detenerlo. Gillian vio cómo se acercaba y daba órdenes a cada paso que daba, hasta que se sintió demasiado mareada para seguir mirándolo. La tomó en brazos como si no pesara nada y comenzó a llevársela de allí.
—Milord —dijo ella, más débil a cada aliento.
—Calla, Gillian —susurró él contra su frente—. El padre Henry se ocupará de ti.
—¡Brice, para!
Él se detuvo y a Gillian se le nubló la vista. Tenía la ropa empapada en sangre y ya no sentía el brazo. Intentó ver su rostro, pero no podía.
—Brice, puedo mostrarte una entrada. No hace falta quemarlo —le dijo—. Te lo ruego. Hay inocentes ahí dentro que perecerán con el resto.
Aunque no se lo dijo, ella continuó hablando, obligándose a pronunciar las palabras mientras la oscuridad la llamaba.
—Cuarenta pasos desde el muro norte… un grupo de árboles… Al pie del de en medio… — sacudió la cabeza para despejarla, pero la niebla no se iba—… cuando lo atravieses llegarás a la parte de atrás de la casa del herrero —estiró el brazo hacia él—, pero no lo sintió—. Prométeme que les permitirás vivir.
Ni siquiera llegó a oír su respuesta, pero el grito de Brice resonó en su cabeza y lo sintió mientras caía contra su pecho. Luego el día se volvió negro y todo acabó.