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Once

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Gillian descubrió pronto que no estaba tan recuperada como creyó en un principio; le llevó un buen rato bajar las escaleras de piedra de la pared. Con el hombro lesionado y el brazo en cabestrillo, bajar las escaleras resultaba difícil como poco. Luego, cuando finalmente llegó al pie, necesitó tiempo para tomar aire antes de intentar abrir la puerta camuflada instalada para mantener oculta la entrada. Se asomó a la caseta del herrero y entró tras comprobar que estaba vacía.

Haefen, el herrero, no estaba trabajando allí. Era uno de los pocos hombres con los que se sentía a salvo, pues su mujer era su tía y era demasiado valioso en tiempo de guerra como para que Oremund lo desterrara. Él era la razón por la que su padre había construido el túnel secreto desde su habitación hasta allí. Haefen era grande y fuerte, y podría protegerlas a su madre y a ella si fuera necesario. Aunque el fuego estaba encendido, no había rastro de él.

¿Acaso los hombres de lord Brice lo habrían matado al entrar por el túnel? Salió de entre las sombras y lo buscó. Era el único pariente cercano que tenía, aparte de Oremund, y temía que, al tratar de salvar vidas, hubiera puesto en peligro la suya. Gillian se acercó al lateral abierto de la cabaña y miró si estaba en el patio.

Aunque no había rastro de Haefen, el patio estaba lleno de actividad. Hombres que llevaban piedras para reconstruir el muro. Hombres que cortaban los árboles caídos para convertirlos en leños, y otros que claramente seguían las órdenes de los hombres de lord Brice. No vio ni a Haefen ni a lord Brice. Ninguna de las personas de Thaxted parecía amenazada o en peligro y todos trabajaban junto con los invasores normandos y bretones.

Gillian consiguió llegar sin ser vista hasta el lugar en el que guardaban los caballos. Una amplia porción del patio había sido vallada y allí fue donde finalmente encontró a Haefen trabajando. Atravesó la verja y lo llamó. Parecía estar bien, y Gillian sintió las lágrimas en los ojos por la alegría de encontrarlo con vida.

—Chica —dijo él mientras la abrazaba. Mientras la mecía, Gillian quiso gritar de dolor, pero el consuelo de sus brazos era demasiado agradable en aquel momento.

—Tío —susurró—. Me alegro de encontrarte vivo. Temía… temía que hubieras muerto — pero no se sentía lo suficientemente fuerte para admitir que habían sido sus palabras las que habían revelado la entrada secreta a la fortaleza. Haefen la soltó y ella le dio la mano.

—No —dijo él—. Me enteré de los planes de tu hermano. Vi los soldados de lord Brice y supe que conquistaría Thaxted. Tu hermano dijo que habías muerto. Nos dijo que él era el único que podía protegernos contra estos normandos. Debería haber sabido que eres demasiado testaruda para morir.

A Gillian se le escaparon las lágrimas y se las secó con la mano.

—¿Qué ha pasado con los demás? ¿Cuántos hombres ha perdido Thaxted?

—No muchos. Casi todos los muertos eran soldados de Oremund. Oremund mató a unos pocos que intentaron escapar cuando desapareciste. Casi todos los demás están aquí, en alguna parte, esperando a ver quién acaba siendo señor de la fortaleza.

Gillian asintió, sabiendo que ambos comprendían que aquello no había acabado aún. Antes de poder hacer otra pregunta, su tío la interrumpió.

—¿Confías en este normando?

—No estoy segura —contestó—. ¿Por qué?

—Porque viene hacia aquí y parece que quiera matarte —respondió su tío—. Últimamente pareces provocar esa reacción en mucha gente.

Su comentario reflejaba la verdad. En efecto parecía irritar a muchas personas, pero sobre todo a aquéllas que intentaban controlarla. Miró por encima del hombro de Haefen y escuchó las palabras malsonantes de Brice. Gillian no temía que pudiera hacerle daño, pero aún no lo había visto reaccionar a aquéllos que lo desafiaban. Su tío podía ser el que corriese peligro, y trató de interponerse antes de que su marido llegara hasta ellos.

Mientras la observaba desde la torre del guardia, a Brice le quedó claro que tendría que atarla a la cama, como habían hecho sus hombres en la tienda de campaña, si pretendía que se quedara donde la había dejado. Mientras corría hacia ella, miró a su alrededor por el patio y no vio a Ernaut ni a Leoma; los dos que se suponía que tenían que estar con ella siempre que él no pudiera. Bajó corriendo los peldaños de la torre y ya estaba a medio camino cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo. De modo que aminoró la velocidad. Lucais, a quien había dejado con la palabra en la boca, lo siguió de cerca y a ellos se les unieron más hombres, antes de llegar al lugar que habían asignado temporalmente para los caballos.

Las carcajadas de Lucais cada vez que Brice maldecía no calmaron su rabia, sobre todo al ver al fornido herrero abrazar a Gillian. Y al ver que su esposa parecía cómoda entre sus brazos. Entre los brazos de otro hombre. En público. Brice debió de sacar entonces la espada, pero apenas fue consciente hasta que la tuvo en la mano. El herrero reconoció el peligro, pues se colocó ante Gillian como para protegerla.

Y su esposa, al mismo tiempo, se colocó ante él al verlo aproximarse y oír sus blasfemias. A pesar de no poder casi mantenerse en pie, a pesar de la herida que aún no se había curado, a pesar de la espada amenazante, se mantuvo firme. Brice se detuvo a pocos metros de ella y bajó la espada.

—¿Acaso nunca os quedáis donde se os dice, milady? —le preguntó, aunque no deseaba una respuesta. Cuando ella empezó a ofrecerle una, la miró con odio.

Aunque le alegraba ver que tenía mejor aspecto, aún no estaba lo suficientemente fuerte para andar por el patio. Sola.

Abrazando a hombres.

—Su difunto padre a veces se quejaba de lo mismo, milord —respondió el herrero.

—¿Quién sois vos?

—Milord —dijo ella—. Éste es mi tío, Haefen.

Brice entornó la mirada y observó al hombre al que sólo conocía como herrero de Thaxted.

—Creí que no os quedaba familia, milady.

—Yo me casé con su tía, milord —contestó el herrero—. No estamos emparentados por sangre.

—¿Y qué hacéis con él, milady, cuando deberíais estar en la cama?

—Sólo quería asegurarme de que estuviese vivo —contestó Gillian con voz débil y rostro cada vez más pálido.

—Regresad a vuestra habitación y lo discutiremos más tarde —ordenó él.

—No puedo, milord.

Sus palabras no representaban un desafío a sus órdenes, sino una explicación; una que Brice comprendió un segundo antes de que Gillian se pusiera blanca y se desmayara. No cayó al suelo gracias a que su tío la tenía agarrada por la cintura. Brice enfundó la espada y la tomó en brazos con cuidado de no lastimarle el hombro.

—Hablad conmigo en la torre —le ordenó a Haefen mientras se alejaba.

Le llevó sólo unos minutos llevarla de vuelta a su habitación y meterla en la cama. Ernaut se sobresaltó al verlos acercarse, probablemente creyendo que la dama estaría en la habitación. Brice vio cómo el joven se daba cuenta del fracaso de su cometido. No podía excusarlo, pero tampoco castigarlo por algo que él tampoco había logrado hacer.

—Milord —comenzó Ernaut mientras le abría la puerta. Luego esperó a que depositara a Gillian en la cama.

—Solucionaremos esto más tarde, Ernaut. ¿Dónde está Leoma?

La mujer en cuestión apareció después de que Brice tapara a Gillian con una manta y enviara a Ernaut al pasillo. Llevaba una bandeja con comida, probablemente la misión que le habría encomendado su esposa al planear su huida.

—La he encontrado en el patio. Dado que no le han salido alas y dado que sé que Ernaut no ha abandonado su puesto, tiene que haber otra salida oculta en sus aposentos. Encárgate de ella, Leoma. No creo que tenga fuerza para volver a escaparse, pero no quiero que se ponga en peligro al intentarlo.

Con la sospecha de que existían más entradas secretas bajo los muros o a través de ellos, Brice y sus hombres habían registrado la fortaleza habitación por habitación. Incluyendo el dormitorio de Gillian. Pero no habían encontrado nada. Regresó al piso principal y encontró al herrero esperándolo, custodiado por Lucais. Brice le indicó que lo siguiera y lo condujo a una mesa con bancos donde normalmente se reunía con sus capitanes.

Pidió que les llevaran cerveza y vio cómo la sirvienta se demoraba.

Negó con la cabeza, a punto de perder los nervios por el comportamiento de los sirvientes, tanto en la fortaleza como fuera. Recibían cualquier orden con desdén y tardaban en llevarla a cabo. Las miradas estaban vacías o llenas de malicia, y nadie intentaba disimularlo. Incluso había visto a varios de sus hombres responder a tales muestras de desprecio, pero no estaba en su naturaleza hacer eso.

O no lo estaba antes.

Le sirvió la cerveza al herrero, que permanecía de pie, y luego envió a Lucais de vuelta a sus tareas.

Sabía que Oremund había dejado espías allí, sirvientes leales a él, encargados de informar de todo lo que fuera posible. Brice tenía que encontrarlos y darles razones para que fueran fieles a él.

Y comenzaría su búsqueda con Haefen.

—¿Eres un hombre libre o un siervo, Haefen? —le preguntó, haciéndole gestos para que se sentara.

—Soy libre, como el molinero, el velero y el cervecero —contestó el herrero, y declinó la invitación a sentarse.

—¿Cuánto tiempo llevas en Thaxted?

—Nací y me crié aquí, milord. Como casi todos —contestó, aunque Brice advirtió la pausa en su respuesta. De modo que hizo la pregunta evidente.

—¿Y lord Oremund? ¿Cuánto tiempo llevaba él aquí?

—Vino justo después de que su padre muriera en Stamford Bridge, el septiembre pasado.

—¿Tan poco hace? —preguntó Brice. Oremund se comportaba como si hubiera vivido allí desde niño—. ¿Dónde vivía antes?

—Lord Eoforwic le dio el control de una de sus fincas más grandes al joven lord Oremund hace unos años.

—¿Y por qué Oremund no obedeció la llamada a las armas de su rey y luchó en Hastings?

—No creo ser el hombre apropiado para responder a esas preguntas, milord —protestó Haefen.

—Pero eres un hombre libre, Haefen. Puedes ir y venir, y negociar tus pagos y tus condiciones. Es mucho mejor preguntarte a ti que a un siervo atado a su señor. De hecho, la mayoría de los siervos no conocerían el mundo más allá de las puertas de la fortaleza. Un hombre libre, en cambio, tiene una visión más amplia de las cosas.

Por un momento Brice creyó que el herrero se marcharía sin responder, pero finalmente lo hizo.

—Se convino que lord Oremund y Ruedan se quedarían atrás y protegerían al ejército del rey Harold por la espalda.

Aquello no tenía sentido, pues el duque Guillermo supo antes de Hastings que Harold había diezmado los ejércitos de Tostig y de Harald Hardrada. Los únicos ejércitos tras él habrían sido el de Mercia y el del norte.

Y su presencia en la batalla de Hastings habría resultado perjudicial para Guillermo. ¿Acaso Harold se había visto amenazado por su cuñado? ¿Se habrían sumado viejas rivalidades a los enemigos a los que se había enfrentado Harold Godwinson en sus últimos días de poder en Inglaterra?

Brice pensaba que el hijo de Harold, Edmund, aún se escondía entre sus seguidores, y a pesar del hecho de que su joven rey Edgar Atheling y los condes del norte estaban en Normandía con Guillermo, aún había suficientes lores sajones poderosos y sin derecho a voto que podrían causar problemas. Sobre todo si se materializaba un líder fuerte.

Respiró profundamente. Ya le había advertido a su amigo Giles que no era buena idea perdonarle la vida a Edmund meses atrás, y tenía la sensación de que los resultados de aquella clemencia estaban directamente relacionados con los problemas a los que ahora se enfrentaba. Era irónico que su destino estuviera aún ligado a Giles a pesar de los kilómetros que los separaban.

Pensó entonces en la mujer que descansaba en sus aposentos. Había todavía demasiadas preguntas sin respuesta.

—¿Qué quiere Oremund con Gillian? —le preguntó al herrero.

—Lo mismo que cualquier noble desea con una mujer soltera de su familia; utilizarla para hacer contactos con otras familias.

Ese Haefen sabía demasiado. Brice tenía la sensación de que nada de lo que hiciera lograría que aquel hombre traicionara a su sobrina. Al ver cómo el herrero se cruzaba de brazos, Brice se preguntó cuál de los dos era el profesor y cual el alumno cuando se trataba de testarudez.

—¿Tu esposa está aquí en Thaxted?

Por primera vez desde que viera a Gillian con ese hombre, Brice presenció cierta debilidad en él.

—Ella murió, milord —respondió Haefen.

El plan último se esfumó de su mente, aún era difuso, pero los hilos de la telaraña comenzaban a quedarle claros. Lo único evidente era que Haefen seguía en Thaxted por varias razones, pero la primera y más importante era proteger a Gillian. De él o de Oremund, no lo sabía aún. Brice se terminó la cerveza y se puso en pie.

—Puedes ver a tu sobrina si quieres. Estoy seguro de que tiene mucho que contarte. Pero dale tiempo para dormir y regresa antes de la cena.

—Muchas gracias —contestó Haefen con una inclinación de cabeza por primera vez.

—Y mañana trae aquí a los demás hombres libres para que podamos discutir sobre las necesidades de Thaxted y de su gente. Me gustaría tener las cosas claras mientras llevamos a cabo la reconstrucción.

—Sí, milord —otra inclinación.

Haefen se marchó; Brice le indicó a Lucais que lo acompañara de vuelta a la torre del guardia. Era el lugar más alto de Thaxted y podían verse desde allí kilómetros a la redonda. Además era el único lugar seguro para hablar cuando no quería ser oído.

Horas más tarde, cuando ya no pudo ignorar su estómago hambriento, se dio cuenta de que aún no había comido y de que no había hablado con Gillian de manera significativa en más de una semana.

Peor aún, no la había tocado ni besado, y ni siquiera había dormido en su cama por miedo a empeorar su herida. Ahora, sin embargo, tras ver que estaba recuperándose, deseaba verla.

En realidad deseaba arrancarle la ropa, sobre todo ese maldito velo que cubría su pelo y casi toda su cara, y descubrir qué había debajo en la comodidad y el calor de la cama, sin nadie que los escuchara o interrumpiera. Y deseaba oír esos suaves jadeaos que emitía cuando acariciaba sus partes más íntimas.

Estaba excitado de nuevo, como siempre que pensaba en su esposa, y se dio cuenta de que debía seguir el consejo que tan ingenuamente le había dado a Giles; «comienza como desees continuar». Ella era su esposa ante sus hombres, que habían presenciado los votos, pero no sabía lo que le habrían contado a la gente de Thaxted.

Ahora que iba recuperándose, encerrarla en sus aposentos sería como hacerla prisionera. Sin duda la visita de su tío sería vista de otra forma, pero Brice necesitaba que se mostrara visible para la gente de Thaxted. Aunque era similar a la situación de Taerford, aquello era diferente también. En Taerford, cuando Fayth había desaparecido, su gente había comenzado a preguntar por ella. En Thaxted, sin embargo, nadie, ni siquiera su tío, había ido a mostrar su preocupación. No estaba seguro de lo que eso significaría, pero sabía que no podía ser nada bueno.

Aquéllos que dormían en la sala principal de la torre se preparaban para acostarse mientras él caminaba hacia los aposentos de Gillian. Le pidió a una de las sirvientas que llevara algo de comida y comenzó a subir las escaleras.

Comenzar como deseaba continuar, pensaba. Y sabía perfectamente lo que deseaba.

E-Pack Placer marzo 2021

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