Читать книгу E-Pack Placer marzo 2021 - Varias Autoras - Страница 21
Trece
Оглавление—¿Milady?
Gillian estaba acurrucada entre las mantas de su cama, sola, pero si lo intentaba aún podía sentir la fuerza de los brazos de Brice a su alrededor. Ignoró la voz de Leoma, cerró los ojos y aspiró el aroma que había dejado tras de sí,
Masculino. A cuero.
—¿Milady? —repitió Leoma—. ¿Estáis despierta?
—Sí, Leoma. Estoy despierta.
Al menos ya lo estaba, a pesar de sus esfuerzos por permanecer en el reino de los sueños. ¡Qué sueños tan maravillosos! Pero la luz que inundaba la estancia prometía un precioso día primaveral.
—Lord Brice preguntó si os reuniríais con él para desayunar.
—¿Está esperándome? —preguntó ella mientras se lavaba la cara con el paño húmedo que Leoma le ofreció—. ¿Puedes ayudarme a vestirme deprisa?
Leoma le dedicó una sonrisa enigmática, como si supiera algún secreto, y luego ayudó a Gillian a aplicarse el ungüento, a vendarse el hombro y a vestirse. Poco después ya iba de camino al salón para encontrarse con Brice.
Con Ernaut a su lado y Leoma caminando tras ella, Gillian bajó las escaleras con cuidado y se sintió mejor que el día anterior. Fue al entrar en el salón cuando se vio embargada por los recuerdos de la última vez que había estado allí, y creyó oír la voz de Oremund obligándola a irse con lord Ruedan.
Cuando finalmente miró a su alrededor, no lo reconoció con los cambios llevados a cabo con la llegada de Brice. Todo estaba limpio y despejado, y parecía un lugar totalmente diferente.
La mejor parte de todas era que, por primera vez en muchos meses, se sentía segura caminando por allí. No recordaba haberle contado a Brice cómo la trataba Oremund; y no sólo a ella, sino a toda su gente. Sin embargo, claramente le había contado lo suficiente para que comprendiera la verdadera naturaleza de su hermanastro.
Lo único que enturbió su regreso al lugar fue la reacción de los sirvientes que trabajaban en el salón y en la cocina. Aunque Brice no pudo verlos, la miraron con abierto desdén mientras caminaba hacia los caballeros normandos y bretones. Algunos incluso susurraron insultos y la llamaron traidora al pasar frente a ellos.
No debería molestarla, pues estaban más del lado de Oremund que del suyo, pero algunos eran lo suficientemente descarados como para provocarle escalofríos. Conmovida por aquellas palabras tan odiosas, decidió regresar a sus aposentos en vez de enfrentarse a más insultos.
Le soltó la mano a Ernaut y se dio la vuelta, pero se chocó con Leoma, que estaba ocupada tonteando con su marido. A pesar del dolor en el brazo producido por el impacto, Gillian siguió corriendo hacia las escaleras. Sin detenerse, subió los peldaños y llegó a sus aposentos. Ya se había vuelto a meter en la cama cuando Leoma intentó entrar.
—Vete, Leoma —dijo en voz alta.
—Tenéis que comer, milady.
—No tengo hambre —sabía que se portaba como una niña malcriada, pero los insultos le habían revuelto el estómago.
—Tienes que comer, Gillian.
Cerró los ojos al oír la voz de Brice. Gillian no lo había visto al entrar en el salón, pues prefería sentarse a una mesa más baja y no a la que su hermano había hecho construir en el estrado para su uso.
—Marchaos, por favor.
—No.
Brice no rogó ni suplicó, tampoco ordenó. Simplemente pronunció la palabra con la inevitabilidad que implicaba. Gillian salió de la cama y se acercó a la puerta; quitó el cerrojo y se echó a un lado para que él pudiera entrar. Brice entró, dejó fuera a Leoma, cerró la puerta y se apoyó contra ella. Gillian se quedó esperando a que hiciera o dijera algo, pero simplemente la observó.
Luego se movió, pero sólo para acariciarle las mejillas y secarle las lágrimas que ella ni siquiera sabía que hubiese derramado. Sus caricias fueron tiernas y, si todo terminaba al día siguiente, las recordaría siempre.
—Ya te he hecho daño dos veces, Gillian. Dos veces en las que debería haber escuchado el consejo de otras personas.
Gillian se miró el brazo, pensando que se refería a eso. Le dolía después de haberse chocado con Leoma, pero eso no era culpa de Brice.
—No sólo ahora, Gillian —dijo él—. Siéntate —le dio la vuelta a la silla y la señaló—. ¿Podemos hablar de las cosas importantes entre nosotros?
Al igual que Brice esperaba a que ella estuviese preparada para buscar placer, también había esperado a que estuviese preparada para afrontar las situaciones difíciles entre ellos y a su alrededor. Pero había pasado demasiado tiempo, los peligros aumentaban y él seguía sin saber mucho más de lo que sabía al tomar Thaxted. Al ver su ceño fruncido se dio cuenta de que, aunque no hubiese confianza entre ellos, al menos tenía que haber franqueza.
—Le permití a tu hermano dictar los términos y al final tú acabaste herida. Quería aprender más de él y de sus propósitos, pero sólo acabé aprendiendo más sobre su deshonra y su maldad. Pensaba que, al apartar a tu hermano del poder y al demostrar que es posible otro tipo de gobierno, como el que tenía tu padre, me aceptarían. Pensé que podría ganarme su confianza y su apoyo, y también el tuyo —se pasó las manos por el pelo y la miró—. En vez de eso, no he sido capaz de darme cuenta de que me llevará más de quince días construir algo que tu hermano demostró que podía destruirse en un momento.
Al ver cómo su expresión había cambiado al entrar en el salón, se había dado cuenta de que los sirvientes susurraban insultos hacia ella. Algunos ni siquiera habían sido sutiles. Y todos señalaban semillas de maldad sembradas por Oremund. Para obtener la verdad, tenía que conseguir que Gillian le explicase más acerca de sus lazos familiares y los riesgos implicados, pues no había nadie más implicado a fondo en aquel asunto que ella. Se agachó junto a Gillian y la miró cara a cara.
—Pero para hacer eso y para establecer aquí mi gobierno, necesito tu ayuda, Gillian. ¿Me contarás la verdad sobre tus padres y sobre el poder de Oremund sobre Thaxted?
Observó cómo una serie de emociones cruzaba su rostro, pero finalmente asintió. Él se apartó para darle espacio y para poder concentrarse en sus palabras en vez de en su aroma, o en cómo su piel incitaba a tocarla.
—Mi padre tomó a mi madre como su amante dos años después de que Oremund naciera. Yo no sé qué ocurrió entre mi padre y su esposa, pero se decía que no volvió a compartir su cama tras el nacimiento de Oremund. Cuando yo nací, las cosas se volvieron difíciles entre mi padre y su esposa, así que él empezó a pasar cada vez más tiempo aquí en Thaxted. Lady Claennis fue enviada a una de las propiedades norteñas de mi padre, junto con Oremund. El día después de que mi padre recibiera la noticia de su muerte, se casó con mi madre.
A Brice se le ocurrió una buena razón para aquella separación tan visible y pública, pero no quiso decirla en voz alta sin tener más prueba que sus sospechas.
—¿Y siguió viviendo aquí mientras Oremund vivía en el norte? —junto a Mercia y Northumbria, y a los constantes daños de Edwin y de Morcar, hijos de Aelfgar.
—Sí, y creció el resentimiento. Cuando llegó a la mayoría de edad, mi hermano empezó a cuestionar todo lo que hacía mi padre, incluso lo contradijo en lo referente a aliados y enemigos. Cuando el rey Eduardo murió y Harold fue coronado, las cosas empeoraron, pues cuando llegó la llamada del rey, Oremund la rechazó. Y mi padre tuvo que luchar en su lugar.
La tela de araña quedó clara entonces, y la conexión evidente entre Oremund y los condes del norte hablaba de una conspiración mucho mayor de lo que había imaginado en un principio. ¿Acaso el rey Guillermo pensaba que sacando a Morcar, a Edwin y a Edgar de Inglaterra podría frenar sus planes? Y con Edmund Haroldson aún vivo y reclutando más y más rebeldes para su ejército invisible, las cosas podían ir mucho peor.
—¿Y tu madre?
Gillian suspiró y la tristeza invadió su voz.
—Enfermó cuando las cosas entre mi padre y Oremund se pusieron peor, como si pensara que ella era la causa de su disputa. Cuando empeoró, mi padre se la llevó a las hermanas del convento, que eran conocidas por sus habilidades curativas.
Brice sintió un escalofrío por la espalda y esperó a que le contara más.
—¿Y?
—Murió sin poder regresar a Thaxted. Un día mi padre recibió la noticia de su muerte y, para cuando llegamos, ya había sido enterrada. Dado que mi padre le había legado Thaxted, me nombró a mí heredera, y Oremund recibió las demás propiedades y el título cuando murió mi padre.
Aquella extraña sensación regresó con la promesa de que había más, mucho más que aquello. Algo que explicaría la obsesión de Oremund por mantener a Gillian cerca a pesar de odiarla. Antes de poder hacer la siguiente pregunta, el sonido de su estómago rompió el silencio.
Gillian se sonrojó y él se dio cuenta de que había bajado al salón a desayunar y aún no lo había hecho.
—Mis disculpas por hacerte pasar hombre. Vamos, la comida nos espera abajo.
Obviamente ella se mostraba reticente. Dudaba entre bajar con él al lugar en el que no era bienvenida o quedarse allí, sola, pero segura.
—Ven conmigo —insistió él, y Gillian finalmente le dio la mano y se levantó.
Mientras caminaba hacia el salón, sabía lo que tenía que hacer. No le había gustado cuando Giles había hecho algo similar, pero ahora comprendía la necesidad de una muestra pública. Brice condujo a Gillian escalera abajo, tentado en varias ocasiones de tomarla en brazos. Cuando llegaron comprobó que sus hombres, al menos, habían llevado a cabo sus órdenes.
Todos los sirvientes encargados de trabajar dentro estaban allí reunidos, aguardando su regreso. No necesitaba hacer una gran demostración; algo pequeño sería efectivo y serviría para difundir la palabra. Cuando Gillian intentó apartarse de su lado, él le sujetó la mano y esperó mientras Ansel pronunciaba su nombre y su título.
—Lord Eoforwic, que Dios lo tenga en su gloria, se casó con Aeldra de Thaxted y le legó la fortaleza —comenzó—. En su testamento declaró que Gillian, lady Thaxted, era la heredera de su madre y que se quedaría con la fortaleza y con los terrenos a su muerte, sin tener poder sobre sus otras fincas y títulos. Guillermo de Normandía me ha nombrado a mí, Brice Fitzwilliam, barón de Thaxted, y me ha entregado a lady Gillian en matrimonio. Por el rito de la Iglesia Católica y ante testigos, ahora es legalmente mi esposa, lo que confirma su lugar aquí… —hizo una pausa y recibió las miradas directas de algunos de ellos—. Si le faltáis al respeto a ella, me lo faltáis a mí. Si la desobedecéis, me desobedecéis a mí.
Le soltó la mano a Gillian y dio un paso hacia delante para dejar claro el mensaje a aquéllos allí reunidos.
—El castigo es muy simple; os expulsaré.
Todos se quedaron con la boca abierta, pues lo único que los protegía de villanos y maleantes era su señor. El único que los apoyaba y les daba de comer era su señor. Para un siervo atado a la tierra, ser expulsado era como firmar su sentencia de muerte.
—Aunque él se haya ido, a aquéllos que trabajáis para Oremund os advierto; no mostraré piedad con los traidores que persigan su causa. Soy hombre de Guillermo de Normandía, rey de Inglaterra, y defenderé su reino.
Brice regresó junto a Gillian y terminó.
—Hay mucho trabajo que hacer y mucho éxito que cosechar, si no hay discordancia, desobediencia, ni deslealtad. No busco problemas, pero no me apartaré de ellos. Ahora volved a vuestras labores y recordad mis palabras.
Vio cómo los sirvientes se separaban, pero Brice quiso saber la reacción de Gillian, de modo que se volvió hacia ella.
—Temen su regreso, milord —dijo ella—. Oremund dejó claro que regresaría, y los hará responsables a ellos.
—Oremund no se quedará con Thaxted — respondió él—. No importa lo que les haya dicho ni lo que planee. Tanto la fortaleza como tú sois mías, y no renunciaré a nada.
Le llevó la mano a los labios y se la besó. Un leve rubor coloreó sus mejillas y ella asintió, como si aceptara sus palabras. Los sonidos de su estómago arruinaron el momento y le recordaron su atroz falta de modales. La condujo a la mesa donde había comido y pidió que le llevaran comida. En esa ocasión los sirvientes siguieron sus órdenes al instante.
Lucais había dicho que tenía que dejar claro su lugar ante todo el mundo, y aquélla le parecía la manera más fácil de hacerlo. Brice no era tan tonto como para pensar que eso le aseguraría la lealtad de la gente, pero tenía que intervenir de alguna manera o Gillian nunca podría vivir tranquila en su propio hogar.
Cuando los hombres libres, incluido su tío el herrero, se aproximaron, les indicó que se unieran a él en la mesa y comenzó a negociar los términos de sus servicios. Aunque Gillian no dijo nada, sólo tuvo que mirar su cara y sus ojos para ver si estaba ofreciendo demasiado o no lo suficiente. Siguiendo sus consejos, concluyó las conversaciones a su favor y luego se despidió de los hombres. No sin antes hacerles la misma advertencia, aunque con otro castigo más apropiado si lo traicionaban ante Oremund.
Aunque el tiempo lo diría, Brice se preguntaba cómo podría hacer que su esposa confiara en él lo suficiente como para decirle toda la verdad. ¿Y llegaría a tiempo para salvarlos a todos?
Gillian intentó no sonreír mientras observaba a lord Brice negociar con el molinero, el cervecero, el velero y su tío, y otros hombres libres que habían trabajado para su tío. Aunque su hermano se había apoderado de todo y había establecido sus propias tarifas, una miseria en comparación con su valor, aquel nuevo lord parecía disfrutar de los entresijos de la oferta y la contraoferta.
Cuando su tío le había pedido que lo visitara más tarde, ella había mirado primero a su marido. Aunque Brice le había dicho que no estaba prisionera, decirlo y permitirle libertad eran cosas bien distintas. Cuando él le advirtió que no intentara hacer demasiado en su primer día fuera de la cama, con mirada penetrante al decir «cama», Gillian sintió un calor muy distinto por su cuerpo.
El día pasó deprisa, pero había cierta melancolía que teñía sus intentos por disfrutar de su libertad, y de los intentos de su marido por librarlos a todos de Oremund. Cuando Brice informó de que no estaría allí para la cena, ella decidió cenar en sus aposentos. Aunque se metió en la cama antes de que él llegara, su cuerpo palpitaba con una sensación de anticipación ante la posibilidad del placer. Lo había sentido cuando le había besado la mano y la había mirado fijamente, y había seguido sintiéndolo durante todo el día.
Pero la comodidad de la cama y los acontecimientos del día desafiaban a sus esfuerzos por mantenerse despierta esperándolo. Pronto se le cerraron los ojos y se durmió.
Lucais había quedado satisfecho con el resultado de su declaración a los sirvientes, pues significaba comida caliente y en cantidades abundantes. Stephen no estaba tan seguro del éxito del mensaje y le advirtió que algunos desaparecerían de la fortaleza en los próximos días para intentar regresar con su verdadero señor. Aquella advertencia también incluía un recordatorio; Brice estaba en su derecho de capturar y matar a cualquier siervo que escapara y que estuviera vinculado a esas tierras.
Brice los escuchó a uno tras otro, pues buscaba su consejo en todos los aspectos. A pesar de la ausencia de sus amigos más cercanos, descubrió que Lucais y Stephen se parecían a ellos en muchos aspectos. Lucais veía las sutilezas mientras que Stephen veía lo directo y previsible. A ambos se les daba bien planear estrategias, eran sagaces e inteligentes.
Y leales sin dudarlo.
De modo que Brice decidió que Lucais sería el gobernador de la fortaleza, mientras que Stephen serviría como capitán de sus soldados. Ansel serviría a Lucais, mientras que Richier sería el segundo al mando de Stephen. Lo único que faltaba era alguien al mando de la casa.
Con todo lo que le había ocurrido, Brice pensaba que lo mejor sería esperar a que Gillian se acostumbrara a su papel de esposa antes de pedirle que se encargara de las labores de la casa, pero a medida que progresaba la reconstrucción y la necesidad de más campos de cultivo se hacía inminente, sintió que necesitaba su colaboración.
Mientras la veía alejarse hacia la herrería desde su lugar privilegiado en lo alto de la torre del guardia, se preguntaba si podría confiar en ella.