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Doce

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Brice vio que Ernaut seguía de pie montando guardia frente a la puerta. Le daría una nueva misión al chico por la mañana y comenzaría a alternar con otros guardias. Teniendo en cuenta que había muy pocas habitaciones en aquel segundo piso de la torre, alguien podría montar guardia en esa escalera y controlar a los que iban y venían. Siempre que aquéllos que tuvieran acceso a las habitaciones fueran conocidos o de confianza, Gillian estaría segura en sus aposentos.

Le dio permiso a Ernaut para marcharse y abrió la puerta con la esperanza de encontrar a Gillian ya en la cama. En vez de de eso, estaba sentada en la silla, con el camisón, mientras Leoma le aplicaba un ungüento sobre la herida. Dado que estaba de espaldas a él, no podía verle los pechos, pero no importaba; su cuerpo recordaba aquella imagen, el tacto, el sabor e incluso el peso de sus senos en sus manos. Debió de emitir algún sonido, pues ambas se volvieron hacia él.

Aquello hizo que su melena cayera suavemente sobre sus hombros al volver la cabeza. Como una diosa mítica, se quedó mirándolo con esos ojos azul verdoso y él perdió la capacidad de hablar. El momento se alargó hasta que Leoma rompió el silencio.

—Milord, enseguida habremos terminado, si queréis volver más tarde —dijo.

¿Volver? No tenía intención de marcharse. Entró y cerró la puerta tras él.

—Yo puedo encargarme de milady, Leoma. ¿Por qué no vas a buscar a Daniel en el salón de abajo?

La mujer asintió y le entregó la vasija de barro.

—Aplicad esto por delante y por detrás y cubridlo con esas vendas.

Brice se echó a un lado para permitir que se marchara y luego se acercó a Gillian. Ella lo miró con los ojos muy abiertos mientras le apartaba el pelo de la cara. Se agarró los extremos del camisón suelto para que sus pechos quedaran cubiertos, pero eso no alivió el creciente deseo que Brice sentía ni disminuyó la imagen tan hermosa que representaba. La miró cuando suspiró al tocarle la piel cercana a la herida en la espalda.

—Perdón, Gillian. No quería hacerte daño —se disculpó mientras comenzaba a extender el medicamento sobre su piel.

Mientras Gillian se relajaba bajo sus caricias, él fue aplicando el ungüento cada vez más cerca de la herida, con suavidad. Aunque su mente sabía lo que hacía, su cuerpo reaccionaba por sí solo y pronto la sangre le retumbaba en las venas. La deseaba, pero no era el momento para esas cosas. Además, seguía sin estar seguro de si la noche que había pasado con ella antes de la batalla no habría sido sólo por compasión. Aquella noche él había buscado consuelo; ahora sólo buscaba a su esposa.

Intentando mantener sus necesidades bajo control, terminó de aplicarle el ungüento en la parte de atrás del hombro, la rodeó y se agachó frente a ella. Brice se había quitado la cota de malla y otras protecciones antes de entrar y descubrió que su erección era evidente si uno miraba. Temía y a la vez esperaba que Gillian mirase.

Brice se estremeció entonces, pues pudo verle los pechos a través del lino del camisón. Vio cómo su respiración se entrecortaba y cómo se humedecía los labios varias veces con la lengua, como si estuviesen demasiado secos. Trató de ignorarlo, trató de ignorar el calor que crecía entre ellos, incluso trató de no ver el modo en que sus manos comenzaban a deslizarse para dejar de ocultar los pechos. Lo peor, sin embargo, fue cuando ella cerró los ojos y suspiró al sentir sus caricias.

Brice dejó la vasija y se inclinó para besarla. Se habría detenido si ella hubiese apartado la mirada, o si hubiese mostrado alguna señal de no desear que lo hiciera, pero simplemente lo miró y volvió a humedecerse los labios. Peor aún, abrió la boca cuando tocó sus labios y Brice perdió casi todo el control que luchaba por mantener.

Brice saboreó su boca con la lengua, y la introdujo dentro para explorarla. Cuando ella imitó los movimientos con su propia lengua, Brice succionó como deseaba a hacer con sus pechos y entre sus piernas.

Se movió para acercarse y deslizó la mano hacia sus pechos. Sintió cómo se le endurecían los pezones y la besó con más pasión, utilizando la otra mano para sujetar su cabeza y mantenerla cerca.

Apartó la cara y vio cómo Gillian movía la mano como para tocarlo, y la excitación y la anticipación hicieron que su erección palpitara con más fuerza que antes. Intentó no presionar su cuerpo contra ella y aguardó aquella primera caricia.

El golpe en la puerta pareció tan potente e inesperado que perdió el equilibrio y comenzó a irse hacia atrás. Recuperó el equilibrio en el último momento, se puso en pie y dio un paso atrás; vio el brillo de excitación en sus ojos y el rubor de la anticipación en sus mejillas. Recordó entonces haberle dicho a la sirvienta que les llevara comida allí.

—Vuestra comida, milord —dijo la mujer a través de la puerta.

Brice vio cómo la sirena se convertía de nuevo en la chica inocente, que se cubrió los pechos y se echó por encima el chal que tenía en el regazo.

Él la ayudó en la tarea y luego abrió la puerta. Sin permitirle entrar a la sirvienta, agarró la bandeja de la comida y cerró de nuevo con el pie.

—Aún no habéis comido, milord —dijo Gillian. Intentó levantarse de la silla, pero él la detuvo.

—No se te ocurra levantarte de esa silla — llevó la bandeja a la cama, la dejó allí y se sentó al lado, todo sin derramar el cuenco de sopa ni la jarra de cerveza. Teniendo en cuenta que aún le temblaban las manos, fue tarea difícil—. He estado ocupado hasta ahora.

—Entonces comed —dijo ella, y giró los hombros para aflojarlos. Aunque eran otras partes de su cuerpo las que necesitaban relajarse, pues los pechos ansiaban sentir sus caricias y aquel lugar entre sus piernas palpitaba con deseo. Sentirse así era algo nuevo y Gillian no estaba segura de si era algo bueno o malo.

—¿Te duele? —preguntó él mientras devoraba el cordero que el cocinero había preparado para la cena.

—Está mejor cada día que pasa —respondió ella, se puso en pie y comenzó a dar vueltas por la habitación.

—¿Tu escapada al patio ha hecho que vuelva a sangrar?

Gillian se detuvo y lo miró; estaba intentando buscar información sobre cómo había abandonado la habitación sin ser vista. Pero por mucho que su tío pensara que Brice era de confianza, la explicación no saldría de su boca. Guardaría el secreto, por el momento.

—No, milord —respondió—. Como habréis notado, la piel se ha curado y, cuando baje el hematoma, Leoma dice que podré hacer uso normal del brazo.

No sabía cómo no le dolía el estómago con la velocidad a la que comía, pero pronto había devorado todo el cordero y se había bebido la jarra entera de cerveza. Cuando se levantó, imaginó que se marcharía, como tenía por costumbre.

—¿Estoy prisionera aquí, milord?

Había querido hacerle la pregunta durante todo el día, pero temía su respuesta. La llegada de su tío le había dado esperanza, pero tener visita no significaba que pudiera marcharse.

—No estás prisionera, Gillian. Ernaut o cualquier otro están en tu puerta por tu seguridad. Leoma está aquí para tu comodidad. Al principio, cuando te vi en el patio pensé que querías volver a escaparte. Puede que pienses que no entiendo los métodos de tu hermano, pero sé más de ellos de lo que imaginas, y el hecho de que vayas por ahí sin protección es como provocarlo para que actúe. Maldita sea, tú estás en el centro de lo que sea que persigue y, hasta que no averigüe por qué, tendrás un guardia en la puerta y compañía a tu lado.

Si no lo hubiera creído imposible, habría confundido su rabia con preocupación; preocupación por ella. Pero era un hombre acostumbrado a que se obedecieran sus órdenes y ella no había respetado su autoridad. ¿Cómo sería tener un marido que realmente se preocupara por ella y no por todo lo demás? La observaba con expectación en la mirada, así que Gillian asintió.

A pesar de asegurar entenderlo, la conducta de su hermano le había resultado sorprendente. Gillian no había apreciado su desesperación hasta que no mostró su verdadera naturaleza frente a sus enemigos. Eso no había ocurrido antes. Y una parte de ella se alegraba de contar con la protección de lord Brice, sin importar cuáles fueran sus razones.

—No eres prisionera, Gillian —repitió él, pero Gillian no sabía si estaría intentando convencerla a ella o a sí mismo.

Luego se dirigió a la pared opuesta, aquélla en la que se escondía el túnel secreto, y comenzó a palpar los bordes. Ella aguantó la respiración, pues estaba muy cerca de donde se encontraba el cerrojo que abriría la puerta. Lord Brice deslizó las manos por la superficie durante unos minutos y luego se volvió hacia ella.

—¿Vas a decirme dónde está? —Gillian se dispuso a negar su existencia, pero la interrumpió—. Es la única manera en que pudiste escapar de tu hermano y de mi vigilancia, así que sé que existe. Pero no sé dónde está.

—Milord… —dijo ella, intentando pensar en cómo argumentar, pero sin conseguirlo.

—No confías en mí. Lo entiendo. Sólo dime cuántos saben su localización.

—Sólo dos ahora, milord —respondió ella.

—Tu tío y tú —supuso él. Antes de que ella pudiera negarlo o admitirlo, sonrió amargamente—. Y sospecho que ni siquiera tu hermano logró que Haefen se lo dijera.

Gillian se quedó mirándolo con la boca abierta, pues realmente parecía conocer los métodos de Oremund. ¿Se lo habría contado Haefen? ¿U otra persona?

—Tú tío permanece aquí sólo para protegerte, según parece. Una deuda de honor, supongo. Pero eso no es lo que busca tu hermano de ti, ¿verdad? Hay algo mucho más importante para él que tú controlas, de lo contrario te habría matado cuando tomó este lugar tras la muerte de tu padre.

Los muros de la habitación comenzaron a girar ante sus ojos. Gillian intentó no mirarlos, pues hacía que aumentase el mareo. En su lugar, estiró la mano e intentó estabilizarse antes de caer. Al no alcanzar la pared, se agarró al chal e intentó protegerse el hombro.

En vez de la dura madera del suelo, o la piedra de la pared que tenía al lado, aterrizó sobre el pecho musculoso de Brice. La sujetó con las manos en la cintura y la levantó sin hacerle daño en el hombro. Sintió que la guiaba hacia abajo y, cuando recuperó el sentido, se dio cuenta de que estaban los dos sentados lado a lado en la cama.

Brice mantuvo el brazo alrededor de su cintura mientras con la otra mano le apartaba el pelo de la cara. Cuando terminó se levantó con ella, retiró las mantas y la ayudó a meterse en la cama. Sus palabras la aterrorizaron, pues habló de los días que había pasado con fiebre.

—No puedo decir que no haya matado a nadie jamás, pero nunca he asesinado a un hombre. Puedo ser tan despiadado en la batalla como se rumorea que es el rey Guillermo. Se trata de matar o que te maten, y un hombre hace lo que sea para sobrevivir, Gillian —dijo mientras recorría la habitación apagando las velas. Cuando llegó a la última, la miró por encima de la llama, lo que le dio a sus ojos una apariencia fantasmal—. Pero lo mataré por lo que te ha hecho —prometió con voz fría como el hielo—. Hermano o no, morirá.

Apagó la última vela de un soplido y Gillian aguardó a que se marchara para poder pensar en aquella ferviente promesa contra su hermano. La cabeza aún le daba vueltas por el miedo a haber revelado algo más durante los delirios de la fiebre, pero se sentía tranquila por su promesa no sólo de protección, sino de venganza contra los hechos de su hermano. Aunque a veces quería perdonar a Oremund por sus pecados, Gillian sabía que ni siquiera su padre le pediría eso.

El fuego del hogar estaba casi apagado, de modo que proyectaba poca luz, y se vio obligada a escuchar sus pisadas de camino a la puerta. Sin embargo, los pasos se acercaron a la cama.

—Milord, la puerta está en la otra dirección —dijo.

—No me marcho, Gillian.

—¿No? ¿Entonces dónde dormiréis?

Las cuerdas que sostenían su cama crujieron bajo su peso cuando Brice se sentó a su lado.

—He decidido que echo de menos el consuelo de los brazos de mi esposa. Dormiré aquí.

Gillian quiso protestar, apelar a su herida, pero el roce de su piel desnuda contra ella vacío su mente de cualquier argumento coherente. ¿Cuándo se había desnudado? Y con unos pocos movimientos Gillian se encontró a sí misma desprovista de su camisón, tendida sobre su costado bueno, con un hombre grande y fuerte a su espalda. Suspiró al sentir el placer de sus músculos fuertes rodeándola, pues Brice deslizó un brazo bajo su cabeza y con el otro protegió su hombro herido.

Su cuerpo traicionero reaccionó inmediatamente y se preparó para los placeres que había descubierto junto a él la última vez que habían compartido la cama. Pronto se olvidó de su lesión. No sabía cómo podrían fusionarse sin tener que usar el brazo y sin sentir dolor, pero su piel, sus pechos y sus piernas ansiaban recibirlo.

Y esperó.

Tan pronto como él se acomodó tras ella, dejó de moverse. Oh, esa parte de él sí se movía, Gillian podía sentir el calor de su erección frotándose contra sus nalgas, como buscando aquel lugar entre sus piernas. Pero no la presionó entre sus cuerpos ni la penetró como podría haber hecho. No deslizó la mano hacia la unión de sus muslos ni tocó su punto más húmedo. Tampoco acarició sus pechos ni estimuló sus pezones hasta hacerle pedir más.

La habitación quedó en silencio y, a pesar del calor de su respiración en la oreja, parecía no buscar el placer sexual que había buscado la última vez. Tras pocos minutos, el calor y la seguridad de su cuerpo enlazado al suyo, junto con el cansancio de su cuerpo, comenzó a arrastrarla hacia el sueño. Aunque estaba convencida de que jamás podría dormirse con semejante tentación tan cerca, su cuerpo acabó por sucumbir. O al menos comenzó a hacerlo hasta que sus palabras la despertaron.

—No te preocupes, Gillian. Pienso buscar la comodidad de tu cama con frecuencia cuando estés recuperada.

Acompañó sus palabras con un beso en el cuello que le produjo escalofríos. Entonces se rió, y su carcajada, llena de promesas sexuales, le hizo querer darse la vuelta entre sus brazos y pedirle que buscara los placeres de la carne con ella.

—Shhh —dijo él—. Necesitas dormir y yo necesito descansar. Habrá mucho tiempo para nosotros —susurró.

Gillian sintió el cansancio en su cuerpo y se rindió al sueño. Pero la promesa de sus palabras y el calor de su cuerpo provocaron los sueños más escandalosos durante toda la noche. Y por la mañana, cuando se despertó y descubrió la cama vacía, se preguntó si todo habría sido eso, un sueño.

E-Pack Placer marzo 2021

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