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Prólogo

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Mansión Taerford, Wessex, Inglaterra

Diciembre 1066

El obispo Obert convocó una reunión con el segundo de los caballeros de la lista que había preparado meses atrás con aquéllos que se beneficiarían de la generosidad del rey. Llevaba consigo los papeles que convertirían al caballero en un barón, a un bastardo sin dinero en un lord rico; si lograba quitarles a los rebeldes sajones las tierras que le correspondían.

Obert daba vueltas de un lado a otro frente a la mesa, esperando a que llegase Brice Fitzwilliam, el caballero de Bretaña. Si quería regresar a Londres antes de la coronación del rey, debería marcharse al día siguiente, y aquélla era su última misión allí en Taerford. A pesar de que el invierno ya hubiese llegado, a pesar de las revueltas populares y a pesar de sus propios deseos y necesidades, era el leal sirviente del duque Guillermo. Después de Dios, por supuesto, pensó mientras se giraba hacia el grupo de hombres que se acercaban.

Como parecía ser su costumbre, el nuevo señor de Taerford, Giles Fitzhenry, caminaba junto al hombre a quien Obert esperaba. Pensando en las semanas que había pasado allí, apenas los había visto separados, ya fuera en el salón o en los jardines, en cualquier tarea que hubiese que realizar en Taerford. Entraron seguidos de los hombres de Giles, que acababan de practicar sus habilidades de lucha en el patio. Fueron calmándose a cada paso que daban e hicieron una reverencia como si fueran uno solo.

—Milord —le dijo a Giles primero. Luego se volvió hacia el otro con intención de proceder con su misión—. Milord —le dijo a Fitzwilliam.

Las implicaciones fueron evidentes para todos los demás, que se quedaron callados y aguardaron las palabras de Obert. El guerrero puso cara de sorpresa, hasta que estalló en una carcajada. Si resultó inapropiado, Obert podía entenderlo; como bastardo complacido por el éxito de otro. Las risas y gritos cesaron rápidamente y todo el salón los observó, esperando la declaración.

Obert le hizo gestos al caballero para que se acercara y se arrodillara frente a él. Aunque aquello debería haber sido más ceremonioso y formal, y ante el duque en persona, los peligros de la zona instaban a la celeridad. Lord Giles se puso en pie, de nuevo junto a su amigo, y le colocó a Brice la mano en el hombro mientras Obert continuaba.

—En el nombre del duque, os declaro, Brice Fitzwilliam, barón y lord de Thaxted, y vasallo del propio duque —entonó Obert. El compromiso de lealtad al duque, que pronto sería rey, aseguraba una red de guerreros que le debían sus tierras, sus títulos y sus riquezas sólo a él, sin otros lores de por medio. Obert no pudo contener la sonrisa, pues había sido idea suya hacerlo—. Como tal, tenéis el derecho a reclamar todas las tierras, el ganado, los aldeanos y demás propiedades que tuviera en su poder el traidor Eoforwic de Thaxted antes de su muerte.

Aunque los normandos y los bretones presentes aplaudieron, los campesinos que habían vivido allí y que reclamaban su herencia sajona no se alegraron. Él comprendía que los vencedores en cualquier conflicto merecían todo aquello por lo que habían luchado tan duramente, pero su parte compasiva también comprendía la vergüenza de ser derrotado. Sin embargo, aquel día le pertenecía al caballero bretón victorioso que tenía ante sí.

—El duque declara que deberéis casaros con la hija de Eoforwic, si es posible, o buscar otra esposa apropiada de los alrededores si no lo es.

Obert le entregó al nuevo lord el paquete de pergaminos doblados que le garantizaban la concesión de las tierras y de los títulos. Extendió los brazos y esperó a que Brice hiciera su promesa. Con voz profunda, Brice repitió las palabras mientras el ayudante de Obert se las susurraba.

—Por el señor ante el que yo, Brice Fitzwilliam de Thaxted, hago este juramento y en el nombre de todo lo sagrado, juró fidelidad a Guillermo de Normandía, duque y ahora rey de Inglaterra, y prometo amar todo lo que él ame y rechazar todo lo que él rechace, de acuerdo con las leyes de Dios y con el orden del mundo. Juro que jamás, por palabra, acto u omisión, haré nada que le desagrade, a condición de que me trate como merezco, y que haga todo según lo establecido en nuestro acuerdo, cuando me sometí a él y a su misericordia y elegí su voluntad por encima de la mía. Me ofrezco incondicionalmente, sin esperar nada más que su fe y su favor como mi señor feudal.

Obert alzó la voz para que todos pudieran oírlo.

—Yo, Obert de Caen, hablando en nombre y con la autoridad de Guillermo, duque de Normandía y rey de Inglaterra, acepto este juramento de lealtad pronunciado ante estos testigos y ante Dios, y prometo que Guillermo, como lord y rey, protegerá y defenderá la persona y las propiedades de Brice Fitzwilliam de Thaxted, que aquí jura sobre su honor que será gobernado por la palabra y la voluntad del rey. En nombre del rey, acepto las promesas contenidas en este juramento de manera incondicional, y sin mayor expectativa que su fe y su servicio como leal vasallo del rey.

Obert permitió que las palabras retumbaran por el salón y luego soltó al nuevo lord Thaxted para que se pusiera en pie frente a él.

—Por lord Thaxted —gritó—. ¡Thaxted!

Todos corearon, vitorearon y aplaudieron durante varios minutos. Lord Giles le dio una palmada en la espalda a su amigo y luego lo abrazó con cariño. Pero, cuando Obert vio a lady Fayth entrar en la sala, se dio cuenta de que debía hablar con Brice sobre la otra mujer implicada en el acuerdo. Al contemplar cómo la expresión de la dama cambiaba varias veces mientras se aproximaba tras haber oído la noticia del nombramiento de Brice, supo que a aquella mujer le gustaba ponerles las cosas difíciles a los hombres elegidos o designados para gobernarlos.

Obert advirtió la reticencia en el saludo de la dama y en sus palabras de felicitación, aunque nadie más lo hiciera. Los sentimientos pasionales de las mujeres siempre hacían que las cosas fueran más difíciles para los hombres. Pero cuando lord Giles le tomó la mano a lady Fayth y se colocó a su lado, Obert comprendió la gran diferencia entre la suerte de los dos caballeros.

Lord Giles no había tenido que perseguir a una esposa tras hacerse con sus tierras por la fuerza.

No podría decirse lo mismo de lord Brice.

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