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El caso de Comunión y Liberación

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El movimiento más representativo del integrismo católico es, sin duda, «Comunión y Liberación». Comunión y Liberación hunde sus raíces en la década de los cincuenta, cuando don Luigi Giussani funda en 1954 la «Juventud Estudiantil,» cuyo adversario es el laicismo que adultera la conciencia católica y engendra el marxismo ateo. Ilustración y marxismo son también sus enemigos. En el plano intelectual se profundiza el conocimiento de los teólogos a cuya filiación se adscribe el movimiento; en particular dos de ellos, de talla indiscutida: Henri de Lubac y Hans Urs von Balthasar.

A raíz del postconcilio, y sobre todo a partir de 1968, el conservadurismo de los ciellini (iniciales en italiano de Comunione e Liberacione) entra en crisis y se asiste a escisiones internas. En 1970 funda Comunión y Liberación, y sus verdaderos triunfos vendrían a mediados de esa década. Para ellos no se trata –como para el Vaticano II– de modernizar el cristianismo, sino de cristianizar la modernidad.

De 1974 a 1989, el movimiento pasará a infiltrarse en el sistema político italiano y el entorno del Papa Juan Pablo II, a pesar de que no faltan críticas a la jerarquía católica. A partir de 1990, el movimiento abandonó sistemáticamente el campo político para consagrarse a lo social. La re-cristianización desde arriba había acarreado imprevistas consecuencias negativas, de modo que volvió a hacerse prioritaria la actividad desde abajo.

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