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2.3. A LA SOMBRA DEL CORÁN: EL FUNDAMENTALISMO ISLÁMICO. LOS HERMANOS MUSULMANES

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En los países musulmanes de la cuenca mediterránea, en los años setenta los movimientos de re-islamización toman el relevo de los grupos marxistas. Sobre el filo de los ochenta, los marxistas han sido derrotados en casi todas partes y comienza una década de esporádica agitación islamista con momentos difíciles: el asalto a la Gran Mezquita de la Meca (1979), el asesinato de Sadat (1981) o la resistencia afgana a la invasión soviética. Pero la toma del poder sólo se ha materializado en Irán.

Veamos cómo las raíces de la agitación que se desencadena en las décadas de finales de siglo que nos ocupan se remontan a las primeras décadas del siglo XX, algo similar a lo que veíamos en el fundamentalismo protestante. Así, en 1927 nace en la India una asociación pietista, la Jama’at al Tabligh («Sociedad para la propagación del Islam»). A su fundador, Mohammed Ilyas, le preocupaba que los musulmanes minoritarios en el subcontinente índico se dejaran “contaminar” por la sociedad hindú que los rodeaba. En medio siglo se difundió por todo el mundo, proponiendo una forma de vida en la que la imitación de la vestimenta, comida y costumbres de Muhammad eran la clave, hasta que a mediados de los ochenta era la principal organización islámica internacional. Poco a poco, todos los rasgos de la modernidad han ido entrando en el “extravío” criticado por esta Sociedad.

En 1928 se crea la asociación de los Hermanos Musulmanes (HM) en Egipto. En 1952 Nasser sube al poder en Egipto, y los HM tienen ya una red de simpatizantes de un millón y son de los más fervientes adeptos al nuevo régimen. En 1954, cuando Nasser se siente ya seguro políticamente procede a liquidarlos; hasta entonces aliados, ahora se han convertido en su único competidor político preocupante. La represión fue de una brutalidad inaudita. Hasta mediados de la década de los sesenta no se supo nada más de ellos.

En los años 1960, el dominio colonial ha cedido el paso a la creación de Estados independientes (Turquía, Argelia, etc.). La aspiración a un mundo mejor cambia de registro, se traslada del dominio secular al religioso. En 1965, el rais (Yaser Arafat) devuelve a los Hermanos Musulmanes a la escena pública denunciando un complot contra él. Es un pretexto para desatar una nueva campaña represiva que culmina con la ejecución del principal ideólogo del movimiento, Sayid Qutb, autor de una crítica radical del régimen nasseriano, redactada mientras estaba en un campo de concentración. Los temas elaborados por él sólo hallarán lectores suficientes y militantes una década después: Bajo la égida del Corán (voluminoso comentario del Corán) y Siguiendo los rastros (manifiesto del movimiento). Según él ya no existe ninguna sociedad musulmana. El universo sólo es yahiliya (período de ignorancia y barbarie anterior a la predicación de Mahoma), término que se emplea ahora para caracterizar a las sociedades del siglo XX, que son, según Qutb, contrarias a la esencia del Islam (Kepel, 1991:40). Su voluntad de romper con el mundo, de “ruptura,” es singular, pues la yahiliya equivale a idolatría, impiedad, injusticia y despotismo.

En 1966 es ejecutado Qutb, sin ver cómo germinan sus semillas. Nasser contaba con un eficaz aparato represivo, con carisma y prestigio; su legitimidad sólo se pondría en tela de juicio tras la catastrófica derrota árabe ante Israel en junio de 1967. Eso lleva al cuestionamiento radical musulmán de los regímenes surgidos de la independencia.

Hasta octubre de 1973 (el estallido de la guerra árabe-israelí), los portavoces privilegiados de esta línea de ruptura socio-política son los grupos de inspiración marxista. Después de ese conflicto, los movimientos de reafirmación de la identidad islámica comienzan a invadir el campo de la revuelta.

En 1977, el régimen de Sadat se opone espectacularmente a los Hermanos Musulmanes. Se detiene a varios adeptos. Chukri Mustafá, en represalia, secuestró y asesinó a un dignatario religioso. A partir de ahí, la secta fue desmantelada y se ejecutó a sus principales dirigentes (Kepel, 1991:49).

En 1979, en febrero, se concretan todas las esperanzas de los movimientos de reislamización “desde arriba”: en el Irán chií, el ayatolá Jomeini vuelve a Teherán. Irán era un caso aparte. El Irán del Sha había acumulado fabulosas riquezas, con excelentes infraestructuras. La doctrina chií considera que quien ejerza el poder carecerá de legitimidad hasta el advenimiento del Imán oculto, el Mahdi, cuya llegada aseguran los doctores de la Ley y a quien los chiíes deben obediencia. Esa fue una baza fuerte de Jomeini para llamar a la lucha contra el Sha. Ese mismo año, en noviembre, un grupo islamista tomó por asalto la Gran Mezquita de la Meca. Tras mortíferos combates, los asaltantes fueron sometidos y ejecutados.

En febrero de 1982, en Siria, los Hermanos Musulmanes instigan a sublevarse a la ciudad de Hama, pero la aviación bombardeó los barrios en los que se concentró la insurrección.

La década de los ochenta es especialmente “revolucionaria” y culmina con las tomas de rehenes y una intensa fase de terrorismo islámico (1985-1988), En 1988 estalla el caso Salman Rushdie, última tentativa de Jomeini (morirá en 1989) por relanzar una yihad a escala internacional.

En el otoño de 1989 estalla la cuestión del “velo” islámico en Francia, inmediatamente después del caso Rushdie. El islam medía fuerzas con el laicismo. Aunque finalmente se prohibió a las estudiantes musulmanas de Creil concurrir a clase con velo, la cuestión reveló el gran potencial que la reislamización “desde abajo” había acumulado en Francia (Kepel, 1991:67). Han aprendido a negociar reivindicaciones parciales y han encontrado aliados entre la jerarquía episcopal católica y el gran rabinato. Las voluntades de recristianización y rejudaización se unen a las de reislamización.

En 1990, en Argelia obtiene éxito notable con la victoria del Frente Islámico de Salvación (FIS). Es la primera vez que, en elecciones libres, un movimiento de reislamización logra la mayoría en un país musulmán. La humanidad debe convertirse en ummanidad (Kepel, 1991:74).

Con la entrada del siglo XXI, el terrorismo islámico se recrudece en acontecimientos que están frescos en la memoria de todos: el 11 de septiembre de 2001, las televisiones de todo el mundo convierten en espectáculo mediático el atentado terrorista –que Osama Bin Laden y Al Qaeda protagonizan y reivindican– contra los Torres Gemelas del World Trade Center en Estados Unidos. El 11 de marzo de 2003, en Madrid varias bombas producen unos doscientos muertos en estaciones de trenes. El 7 de julio de 2005 y días más tarde también, en Londres varias bombas hacen explosión en distintas estaciones de metro, causando varios muertos y cientos de heridos. El pánico se reproduce semanas después ante una fallida repetición. Durante el año 2005 y todavía a comienzos de 2006 se van desmantelando diversas células islamistas vinculadas con actividades terroristas.

Por desgracia, el Islam sigue siendo asociado de manera automática y en bloque con fundamentalismo y terrorismo, sin discriminar suficientemente entre las distintas tendencias que habitan en su interior y cayendo en fáciles demonizaciones (mutuas) que tienden a apoyar peligrosamente la idea del “choque de civilizaciones” más que la de la recientemente propuesta “alianza de civilizaciones”.

La llamada (de la) Nueva Era

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