Читать книгу Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson - Vincent Bugliosi - Страница 12

DEL 16 AL 30 DE AGOSTO DE 1969

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Aunque la policía dijo a la prensa que «no había novedades», hubo algunas de las que no se informó. Después de analizarlos para ver si contenían sangre, el sargento Joe Granado dio los tres trozos de empuñadura al sargento William Lee de la Unidad de Armas de Fuego y Explosivos de la SID. Lee no tuvo ni que consultar los manuales, con un vistazo supo que la empuñadura era de una pistola Hi Standard. Telefoneó a Ed Lomax, gerente de la firma propietaria de Hi Standard, y acordó una cita con él en la Academia de Policía. Lomax también hizo una identificación rápida. «Solo un arma tiene una empuñadura así —dijo a Lee—, el revólver Hi Standard Longhorn del calibre veintidós.» Conocida popularmente por el nombre de «Buntline Special» —modelada sobre un par de revólveres que el autor de novelas del Oeste Ned Buntline había encargado para el alguacil Wyatt Earp—, el arma tenía las siguientes especificaciones: capacidad, nueve balas; cañón, veinticuatro con trece centímetros, longitud total, treinta y ocho centímetros; empuñadura de nogal, acabado en azul; peso, un kilo; precio recomendado de sesenta y nueve dólares con noventa y cinco centavos. Era, en palabras de Lomax, «un revólver bastante especial». Se lanzó en abril de 1967 y solo se habían fabricado dos mil setecientas unidades con ese tipo de empuñadura.

Lee obtuvo de Lomax una lista de tiendas donde se había vendido el arma, además de una fotografía del modelo, y el LAPD empezó a preparar un folleto que planeaba enviar a todos los departamentos de policía de Estados Unidos y Canadá.

Unos días después de la reunión de Lee con Lomax, DeWayne Wolfer, un criminalista de la SID, fue al 10050 de Cielo para realizar pruebas de sonido y ver si podía verificar o desmentir la afirmación de Garretson de que no había oído ni gritos ni disparos. Utilizando un medidor genérico de nivel de sonido y un revólver del calibre veintidós, y reconstruyendo de la forma más rigurosa posible las condiciones existentes la noche de los asesinatos, Wolfer y un ayudante demostraron, uno, que si Garretson estaba dentro de la casa de los invitados, como sostenía, no pudo haber oído de ninguna manera los disparos que mataron a Steven Parent, y dos, que si tenía puesto el equipo estereofónico, con el volumen en el cuatro o bien en el cinco, no pudo haber oído ni gritos ni disparos procedentes de la parte delantera o el interior de la vivienda principal36. Las pruebas que hicieron respaldaron la versión de Garretson, según la cual no oyó ningún disparo aquella noche.

Sin embargo, a pesar de los resultados científicos de Wolfer, en el LAPD había quienes seguían pensando que Garretson debió de oír algo. Era casi como si fuera un sospechoso tan bueno que les costara admitir que fuera inocente. En un informe sumarial sobre el caso realizado a finales de agosto, los inspectores del caso Tate observaron: «En opinión de los agentes que investigan el caso, y de acuerdo con la investigación científica llevada a cabo por la SID, es muy improbable que a Garretson le pasaran desapercibidos los gritos, los disparos y el alboroto que se produciría a consecuencia de un homicidio múltiple como el que tuvo lugar cerca de donde se encontraba él. No obstante, los resultados de la investigación no han descartado de manera terminante la posibilidad de que Garretson no oyera ni viera ninguno de los incidentes relacionados con los homicidios».

La noche del sábado 16 de agosto, Roman Polanski habló durante varias horas con el LAPD. Al día siguiente regresó al 10050 de Cielo Drive por vez primera después de los asesinatos. Iba acompañado de un periodista y un fotógrafo de Life y de Peter Hurkos, el famoso vidente, contratado por amigos de Jay Sebring para que realizara una «lectura» en el lugar de los hechos.

Cuando Polanski se identificó y cruzó en coche la verja —el edificio seguía protegido por el LAPD—, comentó con amargura a Thomas Thompson, el periodista de Life, al que conocía hacía muchos años: «Esta debe de ser la casa de las orgías mundialmente famosa». Thompson le preguntó cuánto tiempo habían pasado Gibby y Voytek allí. «Demasiado, diría yo», contestó.

La sábana azul que había cubierto a Abigal Folger seguía en el césped. Los caracteres escritos con sangre de la puerta habían perdido color, pero las tres letras seguían siendo descifrables. El caos del interior pareció desconcertarle un momento, igual que las manchas oscuras de la entrada, y, una vez dentro del salón, las todavía mayores que había delante del sofá. Polanski subió al desván por la escalera, encontró la cinta de vídeo que había devuelto el LAPD y se la metió en un bolsillo, según uno de los agentes que estaban presentes. Luego de bajar, caminó de habitación en habitación, tocando cosas aquí y allá, como si evocara el pasado. Las almohadas seguían amontonadas en el centro de la cama, como aquella mañana. Siempre estaban así cuando él se encontraba fuera, dijo a Thompson, y añadió sin más: «Las abrazaba en vez de abrazarme a mí». Se quedó un rato largo al lado del guardarropa donde, en previsión, Sharon había guardado las cosas del bebé.

El fotógrafo de Life tomó primero varias instantáneas con una Polaroid para comprobar la iluminación, la colocación, los ángulos. Por lo general este tipo de fotos se tiran después de realizar las fotografías habituales, pero Hurkos preguntó si podía quedarse unas cuantas para que le ayudaran en sus «impresiones», y se le dieron, un gesto que el fotógrafo de Life lamentaría muy pronto.

Mientras Polanski observaba los objetos antaño familiares, que se habían vuelto grotescos, no paraba de preguntar: «¿Por qué?». Posó delante de la puerta principal y se le vio tan perdido y confuso como si hubiera pisado un plató de sus películas y descubierto todo cambiado de un modo inmutable y burdo.

Luego Hurkos dijo a la prensa: «Tres hombres mataron a Sharon Tate y a los otros cuatro, y sé quiénes son. He identificado a los asesinos para la policía y le he dicho que hay que parar pronto a esos hombres. Si no, volverán a matar». Los asesinos, añadió, eran amigos de Sharon Tate, que se habían convertido en «maniacos homicidas enajenados» al ingerir dosis enormes de LSD. Se le atribuyó decir que los asesinatos se produjeron de improviso durante un ritual de magia negra llamado «goona goona», y que cogieron a las víctimas por sorpresa por lo repentinos que fueron.

Si Hurkos identificó a los tres hombres para el LAPD, nadie se tomó la molestia de consignarlo en un informe. Pese a todas las informaciones de los medios que afirman lo contrario, los que pertenecen a un cuerpo policial tienen un procedimiento estándar para manejar «informaciones» de ese tipo: escucharlas con educación y luego olvidarlas. Si son inadmisibles como pruebas, no tienen ningún valor.

Roman Polanski también se mostró escéptico en cuanto a la explicación de Hurkos. Volvería a la casa varias veces a lo largo de los días siguientes, como si buscara la respuesta que nadie había podido darle.

Hubo una yuxtaposición interesante en la página B de Los Angeles Times, la de las noticias locales importantes, aquel domingo.

La gran noticia, el caso Tate, se adueñó del primer lugar con el titular «ANATOMÍA DE UNA MASACRE EN HOLLYWOOD».

Debajo había una noticia de menor importancia, con un titular de una columna que decía «CELEBRADO EL FUNERAL DEL MATRIMONIO LABIANCA, ASESINADO».

A la izquierda de la información sobre el caso Tate, y justo encima del dibujo que había hecho un artista de la finca, había una noticia mucho más breve, aparentemente sin ninguna relación, seleccionada, sospechaba uno, porque era lo bastante pequeña para encajar en el espacio que quedaba. El titular decía «LA POLICÍA HACE UNA REDADA EN UN RANCHO, DETENIDOS 26 SOSPECHOSOS DE UNA RED DEDICADA AL ROBO DE COCHES».

Empezaba así: «Veintiséis personas que vivían en un decorado abandonado de películas del Oeste, situado en un rancho aislado de Chatsworth, fueron detenidas el sábado en una redada al amanecer por ayudantes del sheriff, por ser sospechosas de formar parte de una red importante de robos de coches».

Según los ayudantes del sheriff, el grupo robaba coches de la marca Volkswagen que después convertía en buguis. La noticia, que no incluía los nombres de ninguno de los detenidos, pero sí mencionaba que se habían incautado de un arsenal de armas importante, concluía: «El rancho es propiedad de George Spahn, un ciego de ochenta años parcialmente discapacitado. Está situado en las colinas de Simi, en el 1200 de la carretera del Paso de Santa Susana. Los ayudantes del sheriff dijeron que Spahn, que vive solo en una casa del rancho, al parecer sabía que había personas viviendo en el decorado, pero ignoraba sus actividades. Aseguraron también que no podía andar y que les tenía miedo».

Era una noticia de poca importancia, y ni siquiera mereció un seguimiento cuando, unos días después, todos los sospechosos fueron puestos en libertad, al descubrirse que la fecha de la orden de detención era errónea.

Tras una información según la cual Wilson, Madigan, Pickett y Jones se encontraban en Canadá, el LAPD envió un aviso de búsqueda a la Real Policía Montada de Canadá (RCMP) a propósito de los cuatro hombres. La RCMP lo emitió, y algunos periodistas que estaban alerta lo captaron. A las pocas horas los medios de comunicación estadounidenses ya estaban anunciando «un giro en el caso Tate».

Aunque el LAPD negó que los cuatro hombres fueran sospechosos, y afirmó que solo se los buscaba para interrogarlos, quedó la impresión de que las detenciones eran inminentes. Hubo llamadas telefónicas, entre ellas una de Madigan y otra de Jones.

Jones estaba en Jamaica, y dijo que si la policía deseaba hablar con él volvería en avión por voluntad propia. La policía admitió que así era. Madigan apareció en Parker Center con su abogado. Colaboró al máximo, y aceptó contestar cualquier pregunta a excepción de las que pudieran involucrarle en el consumo o la venta de estupefacientes. Admitió haber ido a visitar a Frywoksi a Cielo dos veces la semana anterior a los asesinatos, así que era posible que hubiera huellas suyas allí. La noche de los asesinatos, dijo Madigan, asistió a una fiesta que dio una azafata de vuelo que vivía en el apartamento debajo del suyo. Se fue en torno a las dos o tres de la mañana. Esto fue verificado después por el LAPD, que también cotejó con las suyas las huellas latentes no identificadas halladas en la dirección de Cielo, sin éxito.

Madigan hizo la prueba del polígrafo y la pasó, igual que Jones, cuando llegó de Jamaica. Jones dijo que Wilson y él estuvieron en Jamaica desde el 12 de julio hasta el 17 de agosto, día en que él voló a Los Ángeles y Wilson a Toronto. Cuando le preguntaron por qué fueron a Jamaica, dijo que estaban «haciendo una película sobre la marihuana». La coartada de Jones tendría que verificarse, pero después del polígrafo y de un cotejo de huellas que dio resultado negativo, dejó de ser un buen sospechoso.

Solo quedaban Herb Wilson y Jeffrey Pickett, apodado Pic. El LAPD sabía ya dónde estaban los dos.

La atención mediática había sido negativa. Eso no se podía discutir. Como diría después Steven Roberts, jefe de la agencia de Los Ángeles que trabajaba para el New York Times: «Todos los artículos tenían un hilo común, que de alguna manera las víctimas se habían buscado los asesinatos (…) La actitud se sintetizaba en el epigrama: “Vida rara, muerte rara”».

Teniendo en cuenta la afinidad de Roman Polanski por lo macabro, los rumores sobre las rarezas sexuales de Sebring, la presencia de la Srta. Tate y de su antiguo novio en el lugar de los asesinatos mientras el marido estaba fuera, la imagen de «todo vale» que se tenía de la jet set de Hollywood, las drogas y el coto repentino a las filtraciones policiales, casi se podía maquinar cualquier cosa, y así ocurrió. A Sharon Tate la llamaron de todo, desde «la reina del mundo de las orgías de Hollywood» hasta «aficionada a las artes satánicas». Ni el propio Polanski se libró. En el mismo periódico el lector podía encontrar a un columnista que decía que el director estaba tan consternado que no podía hablar y a otro que afirmaba que iba a clubs nocturnos con un grupo de azafatas de vuelo. Si no era personalmente responsable de los asesinatos, más de un periódico daba a entender que debía de saber quién los había cometido.

De un semanario de noticias de tirada nacional:

«Encontraron el cadáver de Sharon desnudo, no con bragas y sujetador, como se dijo al principio (…) Sebring solo llevaba los retales rasgados de unos calzoncillos (…) Los pantalones de Frykowski estaban bajados hasta los tobillos (…) Tanto Sebring como Tate tenían grabada en el cuerpo una X (…) A la Srta. Tate le habían cortado los pechos, al parecer como consecuencia de unas cuchilladas indiscriminadas (…) Sebring presentaba mutilaciones sexuales (…)» El resto era igual de exacto: «No hallaron huellas en ninguna parte (…) No se encontraron restos de drogas en ninguno de los cinco cadáveres». Y así sucesivamente.

Aunque tenía el viejo estilo del Confidential, el artículo salió en el Time, y por lo visto el autor tuvo que rendir cuentas cuando los redactores vieron los aderezos fantasiosos.

Enojado por «la gran cantidad de calumnias», Roman Polanski convocó una rueda de prensa el 19 de agosto, donde fustigó a los periodistas que por «interés» escribían «cosas horribles sobre mi esposa». Reiteró que no había habido ningún distanciamiento en el matrimonio, ni drogas ni orgías. Su mujer era «preciosa» y «una buena persona», y «los últimos años que pasé con ella fueron los únicos de auténtica felicidad en mi vida (…)».

Algunos periodistas no se mostraron precisamente comprensivos con las quejas de Polanski acerca de la atención mediática del caso, porque acababan de enterarse de que había permitido a Life tomar fotografías en exclusiva del lugar de los asesinatos.

«En exclusiva» no del todo. Antes de que la revista llegara a los quioscos, aparecieron en el Hollywood Citizen News varias copias de las Polaroid.

Los propios fotógrafos de Life se le adelantaron con la noticia.

Hubo algunas cosas que Polanski no dijo a la prensa, ni siquiera a sus amigos más íntimos. Una de ellas, que había aceptado pasar la prueba del polígrafo del Departamento de Policía de Los Ángeles.

El teniente Earl Deemer realizó la prueba del polígrafo de Polanski en Parker Center.

P. ¿Te importa que te llame Roman? Yo soy Earl.

R. No, por supuesto (…) Te mentiré una o dos veces durante la prueba, y luego te lo diré, ¿de acuerdo?

P. Bueno… de acuerdo (…)

Deemer preguntó a Polanski cómo había conocido a su mujer.

Polanski suspiró, y luego empezó a hablar despacio:

—Conocí a Sharon hace cuatro años en una especie de fiesta que dio Marty Ransohoff (un productor de Hollywood malísimo). Es el que hace Los nuevos ricos y un montón de basura. Pero me encandiló con la conversación sobre arte y firmamos un contrato para hacer una película, una parodia de los vampiros, ¿sabes?

»Y conocí a Sharon en la fiesta. Por entonces estaba haciendo otra película para él en Londres. Estaba en Londres sola. Ransohoff dijo: “¡Espera a ver a nuestra protagonista, Sharon Tate!”.

»Me pareció bastante guapa. Aunque en aquel momento no me impresionó mucho. Pero luego la vi otra vez. La invité a salir. Hablamos mucho, ¿sabes? En aquella época yo era muy promiscuo. Solo me interesaba follarme a una chica y pasar a la siguiente. Tuve un matrimonio muy malo, ¿sabes? Años antes. Malo no, fue maravilloso, pero mi mujer me dejó, así que me sentía genial, porque tenía éxito con las mujeres y lo que me gustaba era follármelas. Es que era muy desinhibido.

»Así que quedamos un par de veces más. Yo sabía que estaba con Jay. Entonces [Ransohoff] quiso que la pusiera en la película. E hice pruebas con ella.

»Una vez, antes de eso, quise invitarla a salir, y ella me lo puso muy difícil, quería salir, no quería salir, así que le dije: “Que te den”. Y colgué. Probablemente ahí empezó todo, ¿sabes?»

P. Te la camelaste.

R. Exacto. La intrigué. Me hice mucho el interesante, y me costó un montón de citas antes de… Y entonces empecé a ver que le gustaba.

»Recuerdo que pasé una noche —había perdido las llaves— en su casa, en la misma cama, ¿sabes? Y supe que no había ninguna posibilidad de hacer el amor con ella. Era una chica así.

»Quiero decir, ¡eso casi nunca me pasa!

»Y entonces fuimos a rodar los exteriores, como unos dos o tres meses después. Cuando estábamos rodando los exteriores de la película, le pregunté: “¿Te gustaría hacer el amor conmigo?”. Y ella me contestó con mucha dulzura: “Sí”. Y entonces por vez primera ella me enterneció de alguna manera, ¿sabes? Y empezamos a acostarnos regularmente. Y era tan dulce y tan encantadora que yo no me lo podía creer, ¿sabes? Había tenido malas experiencias y no podía creer que existieran personas así, y estuve mucho tiempo esperando a que mostrara su carácter verdadero, ¿me entiendes?

»Pero era un encanto, y sin esa falsedad. Era fantástica. Me quería. Yo vivía en otra casa. No quería que viniera a mi casa. Y ella me decía: “No quiero ahogarte, solo quiero estar contigo” y demás. Y yo le decía: “Ya sabes cómo soy, me las follo a todas”. Y ella: “No quiero cambiarte”. Estaba dispuesta a hacerlo todo por estar conmigo. Era un puto ángel. Era una mujer única que no voy a encontrar otra vez en la vida.»

Deemer le preguntó por la vez que conoció a Sebring. Fue en un restaurante de Londres, dijo Polanski, y contó lo nervioso que estuvo y cómo Jay rompió el hielo diciendo: «Me va tu rollo, tío, me va tu rollo». Y lo que fue más importante, «pareció feliz de ver a Sharon feliz». Roman siguió estando un poco incómodo a lo largo de los siguientes encuentros con él. «Pero cuando vine a Los Ángeles y empecé a vivir aquí, él asistía a nuestras fiestas y demás. Y empezó a caerme muy pero que muy bien. Era una persona muy amable. Ah. Sé lo de sus traumas. Le gustaba azotar y atar a las chicas. Me lo dijo Sharon. A ella la ató una vez a la cama. Y me lo contó. Y se rio de él (…) Para ella era divertido, pero triste (…)

»Y cada vez lo invitábamos más a casa. Pasaba el tiempo allí, pasaba el tiempo, y a veces a Sharon le molestaba que se quedara demasiado, porque siempre era el último en irse, ¿sabes?

»Estoy seguro de que al principio de nuestra relación seguía queriendo a Sharon, pero creo que ese amor despareció en gran medida. Estoy totalmente seguro.»

P. O sea que no hubo ningún indicio de que Sharon hubiera vuelto con Sebring en algún momento…

R. ¡Ni de casualidad! Yo soy el malo. Me las tiro a todas. Ese era el gran trauma de Sharon, ¿sabes? Pero Sharon no tenía ningún interés en Jay.

P. ¿Le interesaban otros hombres?

R. ¡No! No había ninguna posibilidad de que otro hombre se acercara a Sharon.

P. De acuerdo. Sé que tienes que marcharte, así que sería mejor que empezáramos. Te voy a decir cómo funciona esto, Roman.

Deemer explicó el funcionamiento del polígrafo, y añadió: «Es importante que te mantengas en calma. Sé que hablas mucho con las manos. Eres una persona emotiva. Una persona del tipo de los actores, así que va a resultarte un poco difícil (…) Pero cuando notes la presión, quiero que mantengas la calma. Cuando no, puedes hablar e incluso agitar los brazos. Dentro de lo razonable».

Después de dar instrucciones a Polanski para que limitara las respuestas a «sí» o «no» y ahorrara las explicaciones para después, Deemer empezó el interrogatorio.

P. ¿Tienes un permiso de conducir válido en California?

R. Sí.

P. ¿Has comido hoy?

R. No.

P. ¿Sabes quién quitó la vida a Voytek y a los otros?

R. No.

P. ¿Fumas cigarrillos?

R. Sí.

Hubo una larga pausa, y Polanski se echó a reír.

P. ¿Sabes qué pasará si haces el payaso? Que tendré que volver a empezar.

R. Lo siento.

P. Mira el aumento de la tensión arterial cuando empiezas a mentir con los cigarrillos. Pum, pum, pum, igual que una escalera. Vale, vamos a empezar otra vez (…) ¿Estás ahora en Los Ángeles?

R. Sí.

P. ¿Tuviste algo que ver con el asesinato de Voytek y los demás?

R. No.

P. ¿Has comido hoy?

R. No.

P. ¿Sientes alguna responsabilidad por la muerte de Voytek y los demás?

R. Sí. Me siento responsable por no estar allí, eso es todo.

P. Después de darle vueltas a la cabeza, como sé que debes de haber hecho, ¿quién se te ocurre que era el objetivo? No creo que se te haya pasado por la cabeza que pudiera ser Sharon, que nadie le tuviera tanta saña. ¿Hay alguien más de los que estaban allí que se te ocurra que podría ser el objetivo de algo así?

R. Lo he pensado todo. He pensado que el objetivo podría ser yo mismo.

R. ¿Por qué?

R. No sé, podría ser alguna cuestión de envidia o alguna confabulación o así. No pudo ser Sharon directamente. Si Sharon fuera el objetivo, eso significaría que yo era el objetivo. Podría ser que Jay fuera el objetivo. Podría ser Voytek. También podría ser pura locura, alguien que decidió sin más cometer un crimen.

P. ¿Qué haría Sebring, por ejemplo, para ser el objetivo?

R. Temas de pasta, a lo mejor. También he oído muchas cosas sobre eso de la droga, de las entregas de droga. Me cuesta creerlo (…)

Polanski siempre había creído que Sebring era un hombre «bastante adinerado», pero hacía poco se había enterado de que tenía muchas deudas.

R. Mi impresión es que debía de tener graves problemas financieros, a pesar de las apariencias.

P. Pues vaya una manera de cobrar deudas. Un cobrador normal no sube allí y mata a cinco personas.

R. No, no. Lo que digo es que por esa razón a lo mejor se metió en algún terreno peligroso, para ganar dinero, ¿me entiendes? Desesperado, igual se lio con gente fuera de la ley, ¿sabes?

P. Si eliminamos a Sharon y al crío, de los tres restantes, crees que Sebring sería el objetivo lógico, ¿no?

R. El crimen en sí parece de lo más ilógico. Si buscara un móvil, buscaría algo que no encajara en el patrón habitual con el que acostumbráis a trabajar los policías. Algo mucho más extraño (…)

Deemer preguntó a Polanski si había recibido correo con insultos y amenazas después de La semilla del diablo. Admitió que sí y conjeturó:

—Podría ser algún asunto de brujería, ¿sabes? Un maniaco o algo así. Esa ejecución, esa tragedia, me sugiere que debió de ser algún chalado ¿sabes?

»No me sorprendería que yo fuera el objetivo. A pesar de todo eso de las drogas, de los estupefacientes. Me parece que a la policía le gusta lanzarse demasiado rápido sobre ese tipo de pista, ¿sabes? Porque es la pista habitual. La única relación que conozco de Voytek con cualquier tipo de estupefaciente es que fumaba maría. Como Jay. Más la cocaína. Yo sabía que esnifaba. Al principio pensé que solo era una cosa pasajera. Cuando se lo comenté a Sharon, me dijo: “¿Estás de broma? Lleva tomándola dos años de forma habitual”.»

P. ¿Experimentaba Sharon con los estupefacientes en alguna medida, aparte de la maría?

R. No. Tomó LSD antes de que nos conociéramos. Muchas veces. Y cuando nos conocimos hablamos de ello (…) Yo tomé tres veces.

«Cuando era legal», añadió riéndose. Luego, serio otra vez, Polanski recordó la única vez que lo tomaron juntos. Fue hacia finales de 1965. Fue su tercer viaje, y el décimo quinto o décimo sexto de Sharon. Empezó de un modo bastante agradable, los dos pasaron la noche hablando. Pero luego «por la mañana ella empezó a perder la chaveta y a gritar y yo me moría de miedo. Y después de eso me aseguró: “Te dije que no podía tomar esto, se ha acabado”. Y se acabó, para mí y para ella. Pero te digo una cosa, y que no quepa duda. No tomaba drogas, a excepción de la maría, y no demasiada. Y durante el embarazo ni hablar, estaba tan encantada con el embarazo que no tomaba nada. Yo servía una copa de vino y ella ni lo tocaba».

Deemer le hizo pasar las preguntas una vez más y terminó la prueba, convencido de que Roman Polanski no estaba implicado de ninguna forma en los asesinatos de su esposa y los demás ni ocultaba ninguna información.

Antes de marcharse, Roman le dijo: «Ahora estoy consagrado a esto». Tenía la intención de hacerles preguntas incluso a sus amigos. «Pero iré despacio, para que no sospechen. Nadie sabe que estoy aquí. No quiero que sepan que intento ayudar a la policía de ninguna manera, ¿sabes? Espero que de ese modo sean más sinceros.»

P. Tienes que seguir con tu vida.

Polanski le dio las gracias, encendió un cigarrillo y se marchó.

P. ¡Eh! ¡Pensaba que no fumabas cigarrillos!

Pero Polanski ya se había ido.

El 20 de agosto, tres días después de que Peter Hurkos acompañara a Roman Polanski al domicilio de Cielo, apareció una fotografía de Hurkos en el Citizen News. La leyenda decía: «CÉLEBRE VIDENTE. Peter Hurkos, célebre por las consultas en casos de asesinatos (incluida la más reciente masacre del caso Sharon Tate), estrena su espectáculo en el Huntington Hartford, que seguirá en escena hasta el 30 de agosto».

Madigan y Jones se descartaron como sospechosos. Quedaban Wilson y Pickett.

Como estaba familiarizado con el caso, se decidió enviar al teniente Deemer al este para que hablaran con los dos.

Jeffrey Pickett, alias Pic, fue contactado a través de un familiar, y se organizó un encuentro en Washington D.C., en la habitación de un hotel. Pickett, hijo de una autoridad importante del Departamento de Estado, dio la impresión a Deemer de «estar bajo los efectos de algún estupefaciente, probablemente alguna droga estimulante». Además llevaba una mano vendada. Cuando Deemer expresó curiosidad, Pickett respondió con vaguedad que se la había cortado con un chuchillo de cocina. Aunque aceptó pasar la prueba del polígrafo, Deemer descubrió que Pickett no podía parar quieto o seguir las instrucciones, así que habló con él de manera informal. Aseguró que el día de los asesinatos estuvo trabajando en una empresa automovilística de Sheffield, en Massachusetts. Cuando le preguntó si tenía armas, admitió que tenía una navaja Buck, comprada, afirmó, en Marlboro, en Massachusetts, con la tarjeta de crédito de un amigo.

Luego Pickett dio la navaja a Deemer. Era similar a la encontrada en Cielo. También le entregó un rollo de cinta de vídeo que, según dijo, mostraba a Abigail Folger y Voytek Frykowski tomando drogas en una fiesta en el domicilio de Tate. Pickett no dijo cómo llegó a su poder el rollo o qué uso tenía intención de hacer con él.

Acompañado por el sargento McGann, Deemer fue a Massachusetts. Una comprobación de las tarjetas para fichar de la empresa automovilística de Sheffield reveló que el último día de trabajo de Pickett fue el 1 de agosto, ocho días antes de los homicidios. Además, aunque dos tiendas de Marlboro vendían navajas Buck, ninguna de las dos había tenido nunca aquel modelo concreto.

La categoría de Pickett como sospechoso subió de forma considerable, hasta que los inspectores hablaron con el amigo que él había mencionado. Al revisar los recibos de la tarjeta de crédito, presentó el de la navaja Buck. Se compró el 21 de agosto, mucho después de los asesinatos, en Sudbury, en Massachusetts. El amigo y su esposa recordaron además algo que Pickett al parecer había olvidado. Fue a la playa con ellos el fin de semana del 8 al 10 de agosto. Posteriormente Pickett pasó dos veces la prueba del polígrafo. En las dos ocasiones se decidió que decía la verdad y que no estaba implicado. Pickett descartado.

Deemer voló a Toronto y habló con Herb Wilson. Aunque al principio se mostró reacio a someterse a la prueba del polígrafo, Wilson accedió cuando Deemer aceptó no hacer preguntas por las que Wilson pudiera ser procesado por tráfico de droga. La superó. Wilson descartado.

Las huellas dactilares de Pickett y Wilson fueron cotejadas con las huellas latentes no identificadas del caso Tate, y no coincidieron con ninguna de ellas.

Aunque el primer informe de la investigación del caso Tate —que cubría el periodo del 9 al 31 de agosto— concluyó que Wilson, Madigan, Pickett y Jones «han quedado descartados a día de hoy», a principios de septiembre Deemer y McGann volaron a Ocho Ríos, en Jamaica, para verificar las coartadas de Wilson y Jones. La pareja aseguró que había estado allí desde el 8 de julio hasta el 17 de agosto «haciendo una película sobre la marihuana».

Las conversaciones con agentes inmobiliarios, criadas y agencias de viajes respaldaron la mitad de la historia: estaban en Jamaica en el momento de los asesinatos. Y era perfectamente posible que tuvieran alguna relación con la marihuana. La única persona que iba a visitarlos de manera habitual, aparte de las amigas, era un piloto que, unas semanas antes, había dejado sin dar explicaciones un trabajo bien pagado en una aerolínea líder para hacer vuelos en solitario no programados entre Jamaica y Estados Unidos.

No obstante, en cuanto a la película, los inspectores mostraron cierto escepticismo, puesto que la criada les dijo que la única cámara que había visto en la casa era una pequeña Kodak.

La cinta de vídeo que Pickett dio a Deemer se visionó en el laboratorio de la SID. Era sin lugar a dudas diferente de la que encontraron en el desván.

Filmada al parecer durante el periodo en que los Polanski estuvieron fuera, en ella se veía a Abigail Folger, Voytek Frykowski y Witold K, así como a una joven sin identificar, mientras comían delante de la chimenea del domicilio de Tate. La cámara de vídeo estaba en marcha, la dejaron funcionando, y los presentes parecieron olvidarse de ella al cabo de un rato.

Abigail llevaba el pelo recogido para crear un efecto moño que le daba un aspecto bastante serio. Parecía mayor y más cansada que en las fotos. A Voytek se le veía disipado. Aunque fumaban lo que daba la sensación de ser marihuana, Voytek tenía más aspecto de borracho que de colocado. Al principio Abigail lo trataba con el afecto exasperado que uno mostraría a un niño consentido.

Pero luego la atmósfera cambiaba poco a poco. En un intento evidente de excluir a Abigail, Voytek empezaba a hablar en polaco. Abigail, por su parte, hacía el papel de gran dama y respondía a sus chanzas groseras con réplicas agudas. Voytek empezaba a llamarla Lady Folger y luego, cuando estaba más borracho, Lady F. Abigail hablaba de él en tercera persona, como si él no estuviera presente, y hacía comentarios, con cierta repugnancia, sobre la costumbre que tenía de bajar de los viajes de droga emborrachándose.

A los que visionaron la cinta no debió de parecerles más que la crónica demasiado larga y aburridísima de una discusión doméstica. Con la excepción de dos episodios que, teniendo en cuenta lo que les sucedería a dos de los presentes, precisamente en esa casa, introducían un elemento inquietante que dejaba a uno tan helado como cualquier secuencia de La semilla del diablo.

Mientras servía la comida, Abigail recordaba una vez que Voytek, colocado, miró en la chimenea y vio una forma extraña. Corrió a por una cámara con la esperanza de captar la imagen: una cabeza de un cerdo en llamas.

El segundo incidente fue, a su manera, incluso más perturbador. Habían dejado el micrófono encima de la mesa, al lado del asado. Mientras trinchaban la carne, captó, a un volumen altísimo, una y otra y otra vez, el sonido de un cuchillo que chirriaba contra el hueso.

Hurkos no fue el único «experto» que se ofreció para solucionar los homicidios del caso Tate. El 27 de agosto, Truman Capote salió en Tonight Show, de Johnny Carson, para hablar del crimen.

El autor de A sangre fría dijo sin un atisbo de duda que una persona que actuó sola cometió los asesinatos. Luego pasó a decir cómo y por qué.

El asesino, un hombre, había estado en la casa antes. Ocurrió algo que «desencadenó una especie de paranoia instantánea». El hombre abandonó la finca, fue a casa a por un cuchillo y una pistola y regresó para asesinar metódicamente a todos los presentes. De acuerdo con las deducciones de Capote, Steve Parent fue el último en morir.

A partir del conocimiento acumulado en más de cien entrevistas a asesinos convictos, Capote desveló que el asesino era «un paranoico muy joven y enfurecido». Mientras cometía los asesinatos, probablemente experimentó una liberación sexual y luego, agotado, volvió a casa y durmió durante dos días.

Aunque Capote hizo suya la teoría de un solo sospechoso, los inspectores del caso Tate ya la habían abandonado. La única razón para adoptarla en un primer momento —Garretson— ya no era un elemento a tener en cuenta. Por el número de víctimas, la ubicación de los cadáveres y el uso de dos o más armas, estaban convencidos ya de que había implicados «al menos dos sospechosos».

Asesinos. Plural. Pero en cuanto a la identidad, no tenían la menor idea.

A finales de agosto se hizo una recapitulación para los inspectores del caso Tate y del caso LaBianca.

El «Primer informe del progreso de la investigación de los homicidios del caso Tate» alcanzaba las treinta y tres páginas. En ningún momento mencionaba los asesinatos del caso LaBianca.

El «Primer informe del progreso de la investigación de los homicidios del caso LaBianca» tenía diecisiete páginas. A pesar de las numerosas semejanzas entre los dos crímenes, no contenía referencia alguna a los homicidios del caso Tate.

Siguieron siendo dos investigaciones totalmente separadas.

Aunque el teniente Bob Helder tenía a más de una docena de inspectores trabajando a tiempo completo en el caso Tate, los sargentos Michael McGann, Robert Calkins y Jess Buckles eran los investigadores principales. Todos ellos eran viejos veteranos en el cuerpo y habían escalado con esfuerzo hasta el rango de inspectores empezando de policías rasos. Recordaban la época en que no había Academia de Policía, y la antigüedad era más importante que la formación o la evaluación de méritos. Tenían experiencia y tendencia a hacer las cosas a su manera.

El equipo del caso LaBianca, bajo el mando del teniente Paul LePage, consistió, en diversos momentos, entre seis y diez inspectores, siendo los sargentos Frank Patchett, Manuel Gutiérrez, Michael Nielsen, Philip Sartuchi y Gary Broda los principales investigadores. Los inspectores del caso LaBianca eran por lo general más jóvenes, tenían más formación y mucha menos experiencia. La mayoría de ellos se había titulado en la Academia de Policía y tendía más a utilizar las técnicas de investigación modernas. Por ejemplo, obtenían las huellas dactilares de casi todas las personas con las que hablaban, hacían más pruebas del polígrafo y pasaban más los modus operandi (MO) y las huellas dactilares por la Brigada de Investigación Criminal del Estado de California (CII). También ahondaban más en los antecedentes de las víctimas, y llegaron a comprobar las llamadas al exterior que había realizado Leno LaBianca desde un motel siete años antes, estando de vacaciones.

También tendían más a plantearse teorías «extrañas». Por ejemplo, mientras que el informe del caso Tate no trató de explicar aquella palabra escrita con sangre de la puerta principal, el del caso LaBianca especuló sobre el significado de las pintadas halladas dentro del domicilio de Waverly Drive. Sugirió incluso una relación tan remota que ni siquiera podía considerarse una corazonada. El informe señaló: «La investigación reveló que el último disco del grupo The Beatles, ref. SWBO 101, tiene canciones tituladas “Helter Skelter”, “Piggies” y “Blackbird”. La letra de la canción “Blackbird” dice a menudo “Arise, arise37”, que podría ser el significado de la palabra “rise” al lado de la puerta principal».

La idea fue incluida como de pasada, nadie recordaría después por quién, y olvidada igual de rápido.

No obstante, los dos grupos de inspectores tenían una cosa en común. Aunque hasta aquel momento el equipo del caso LaBianca había hablado con unas ciento cincuenta personas, y los investigadores del caso Tate con más del doble, ninguno de los dos se encontraba mucho más cerca de «resolver» el caso que cuando se hallaron los cadáveres.

El informe del caso Tate enumeró a cinco sospechosos: Garretson, Wilson, Madigan, Pickett y Jones, todos ellos ya descartados.

El informe del caso LaBianca enumeró a quince, pero incluyó a Frank y Susan Struthers, Joe Dorgan y muchos más que en ningún momento habían sido sospechosos serios. De los quince, solo Gardner seguía siendo un buen posible sospechoso, y, aunque no disponían de ninguna huella suya de la palma de la mano para descartarlo de forma definitiva (se había hallado una en un recibo de un depósito bancario en la mesa de trabajo de Leno), sus huellas dactilares se habían cotejado ya con las halladas en el domicilio, sin que coincidieran con ninguna.

Los informes del progreso eran estrictamente intradepartamentales. La prensa jamás los vería.

Pero unos cuantos periodistas ya empezaban a sospechar que el motivo real del silencio oficial era que no había nada de que informar.

Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson

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