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SEPTIEMBRE DE 1969

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El lunes 1 de septiembre de 1969, en torno a mediodía, Steven Weiss, de diez años, estaba arreglando el aspersor en la colina detrás de su casa cuando encontró un arma.

Steven y sus padres vivían en el 3627 de Longview Valley Road, en Sherman Oaks. Encima de la colina, Beverly Glen se extendía en paralelo a Longview.

El arma estaba al lado del aspersor, debajo de un arbusto, a unos veintidós metros —o a medio camino— subiendo por la empinada colina. Steven había visto por televisión Dragnet. Sabía cómo se manejaban las armas. La recogió con mucho cuidado por la punta del cañón para no destruir huellas y la llevó a casa para enseñársela a su padre, Bernard Weiss. Weiss padre le echó un vistazo y telefoneó al LAPD.

El agente Michael Watson, de patrulla por la zona, respondió a la llamada de radio. Más de un año después pedirían a Steven que relatara el episodio desde el estrado de los testigos:

P. ¿Le enseñaste [a Watson] el arma?

R. Sí.

P. ¿Tocó el arma?

R. Sí.

P. ¿Cómo la tocó?

R. Con las dos manos, por todas partes.

Adiós a Dragnet.

El agente Watson sacó los cartuchos del tambor. Había nueve, siete casquillos vacíos y dos balas. El arma en sí era un revólver Hi Standard Longhorn del calibre veintidós. Tenía tierra encima y estaba oxidado. El seguro estaba roto, el cañón suelto y un poco torcido, como si lo hubieran utilizado para dar martillazos a algo. También le faltaba la parte derecha de la empuñadura.

El agente Watson llevó el revólver y los cartuchos de vuelta a la División del Valle del LAPD, ubicada en Van Nuys, y después de registrarlos como «prueba encontrada», los entregó a la Sección de Pruebas y Objetos Perdidos, donde los etiquetaron, los metieron en sobres de papel Manila y los archivaron.

Entre el 3 y el 5 de septiembre el LAPD envió la primera tanda de «folletos» confidenciales sobre el arma que se buscaba en el caso Tate. Además de una fotografía del revólver Hi Standard Longhorn del calibre veintidós y de una lista de puntos de venta de Hi Standard proporcionada por Lomax, el subjefe de la policía Robert Houghton envió una carta adjunta donde pedía a la policía que hablara con cualquiera que hubiera comprado una pistola así, y la «comprobación visual del arma para ver si la empuñadura original está intacta». Para evitar filtraciones a los medios de comunicación, sugirió la siguiente tapadera: se había recuperado un arma así junto con otros objetos robados y la policía quería determinar de quién era.

El LAPD envió en torno a trescientos folletos a varias unidades policiales de California, de otras zonas de Estados Unidos y de Canadá.

Alguien descuidó enviar por correo uno a la División del Valle del Departamento de Policía de Los Ángeles, ubicada en Van Nuys.

El 10 de septiembre —un mes después de los asesinatos del caso Tate— apareció un gran anuncio en los periódicos de la zona de Los Ángeles:

RECOMPENSA DE 25.000 DÓLARES

Roman Polanski y amigos de Roman Polanski ofrecen veinticinco mil dólares de recompensa a la o las personas que proporcionen información que lleve a la detención del o de los asesinos de Sharon Tate, su hijo nonato y las otras cuatro víctimas.

La información debe enviarse

al apartado de correos 60048

de Terminal Annex

Los Ángeles, California 90069.

Las personas que deseen permanecer en el anonimato deben proporcionar medios de identificación posterior suficientes, uno de los cuales es partir por la mitad esta página de periódico, enviar una mitad con la información presentada y guardar la otra para cotejarla después. En caso de que más de una persona tenga derecho a la recompensa, esta se dividirá a partes iguales.

Al anunciar la recompensa, Peter Sellers, que había puesto una parte del dinero, junto con Warren Beatty, Yul Brynner y otros, dijo: «Alguien debe de saber o sospechar algo que oculta o a lo mejor teme revelar. Alguien debe de haber visto la ropa empapada en sangre, el cuchillo, el arma, el coche que usaron para la fuga. Alguien debe de poder ayudar».

Aunque la prensa no lo anunció, otros ya habían empezado a indagar de forma extraoficial. El coronel Paul Tate, padre de Sharon, se retiró del ejército en agosto. Tras dejarse crecer la barba y el pelo, el antiguo oficial de inteligencia empezó a frecuentar Sunset Strip, casas de hippies y sitios donde se vendían drogas en busca de alguna pista sobre la o las personas que habían asesinado a su hija y a los demás.

La policía temía que la investigación privada del coronel Tate se convirtiera en una guerra privada, porque se decía que no hacía sus incursiones desarmado.

Tampoco estaba contenta la policía con la recompensa. Aparte de que daba a entender que el LAPD no era capaz de resolver el caso por su cuenta, un anuncio de ese tipo por lo general solo aporta llamadas de chiflados, de las que ya tenían de sobra.

La policía recibió la mayoría de ellas después de la puesta en libertad de Garretson. Los autores de las llamadas culpaban a cualquiera, desde el movimiento Black Power hasta la Policía Secreta Polaca. Las fuentes eran la imaginación, los rumores, hasta la propia Sharon, aparecida en una sesión de espiritismo. Una esposa telefoneó a la policía para acusar a su marido: «Aquella noche contestó con evasivas cuando le pregunté dónde había estado».

Buscavidas, peluqueros, actores, actrices, videntes, psicóticos, todos se apuntaron al carro. Las llamadas revelaron no tanto el lado oculto de Hollywood como de la naturaleza humana. Las víctimas fueron acusadas de aberraciones sexuales tan extrañas como las mentes de las personas que informaron sobre ellas. Para complicar la tarea del LAPD, hubo muchas personas —a menudo no anónimas, y en algunos casos muy conocidas— que parecieron deseosas de implicar a sus «amigos», si no relacionándolos directamente con los asesinatos, al menos involucrándolos con el mundo de la droga.

Hubo defensores de cualquier teoría posible. Fue la mafia. La mafia no pudo ser porque los asesinatos fueron muy poco profesionales. Los asesinatos fueron poco profesionales a propósito para que no se sospechara de la mafia.

Una de las personas que con más insistencia llamó fue Steve Brandt, antiguo cronista de sociedad. Como era amigo de cuatro de las cinco víctimas del caso Tate —fue testigo en la boda de Sharon y Roman—, la policía al principio se lo tomó en serio, y Brandt proporcionó bastante información sobre Wilson, Pickett y sus cómplices. Pero a medida que las llamadas se hicieron cada vez más frecuentes, y los nombres cada vez más importantes, resultó evidente que Brandt estaba obsesionado con los asesinatos. Convencido de que había una lista de personas que iban a ser asesinadas y de que él era el siguiente, Brandt intentó suicidarse dos veces. La primera vez, en Los Ángeles, un amigo llegó a tiempo. La segunda vez, en Nueva York, abandonó un concierto de los Rolling Stones para volver al hotel. Cuando la actriz Ultra Violet telefoneó para asegurarse de que estaba bien, le dijo que había tomado pastillas para dormir. Ella llamó inmediatamente al recepcionista del hotel, pero para cuando llegó a la habitación Brandt ya estaba muerto.

Siendo un crimen tan divulgado, resultaba sorprendente que hubiera tan pocas «confesiones». Como si los asesinatos fueran tan horribles que ni siquiera los confesantes crónicos quisieran involucrarse. Un delincuente condenado hacía poco, deseoso de «hacer un trato», sí que aseguró que otro hombre había alardeado de participar en los asesinatos, pero, después de una investigación, la historia resultó ser falsa.

Se verificaron las pistas, una detrás de otra, y luego se descartaron. La policía siguió sin estar más cerca de la solución que cuando se hallaron los cadáveres.

Aunque durante un tiempo casi se olvidaron, a mediados de septiembre, las gafas graduadas que se encontraron al lado de los baúles, en el salón del domicilio de Tate, se convirtieron en una de las pistas más importantes, simplemente porque cada vez iban quedando menos.

A principios de ese mes los inspectores enseñaron las gafas a varios agentes comerciales de empresas ópticas. Lo que supieron fue en parte desalentador. La montura era de un modelo muy común, el estilo «Manhattan», fácil de encontrar, en tanto que las lentes graduadas también eran de serie, es decir, no había que esmerilarlas a medida. Pero, en el lado positivo, también se enteraron de varias cosas de la persona que las llevaba.

Probablemente eran de un hombre. Tenía la cabeza pequeña, casi con la forma de una pelota de voleibol. Y los ojos muy separados. Tenía la oreja izquierda aproximadamente entre 0,6 y 1,2 centímetros más arriba que la derecha. Y era muy miope: si no poseía unas gafas de repuesto, probablemente tendría que comprarse otras pronto.

¿Una descripción parcial de uno de los asesinos del caso Tate? Podía ser. También era posible que las gafas fueran de alguien sin relación alguna con el crimen, o que las dejaran como pista falsa.

Al menos era algo en que basarse. Otro folleto, con las especificaciones exactas de la graduación, se envió a todos los miembros de la Asociación Americana de Optometría, la Asociación Californiana de Optometría, la Asociación de Optometría del Condado de Los Ángeles y de los Oftalmólogos del Sur de California, con la esperanza de que arrojara más resultados que el folleto sobre el arma.

De los ciento treinta y un revólveres Hi Standard Longhorn vendidos en California, las unidades policiales fueron capaces de localizar y descartar ciento cinco, un porcentaje sorprendentemente alto, dado que muchos de los dueños se habían trasladado a otras jurisdicciones. La búsqueda proseguía, pero hasta entonces no había arrojado un solo sospechoso bueno. Se envió una segunda carta relacionada con el revólver a trece armerías de Estados Unidos que, durante los meses anteriores, habían pedido empuñaduras de repuesto para el modelo Longhorn. Aunque las respuestas no se recibirían hasta mucho después, tampoco dieron ningún resultado.

Los inspectores del caso LaBianca no tuvieron más suerte. Hasta aquel momento habían hecho once pruebas del polígrafo, todas ellas con resultados negativos. Después de hacer una búsqueda de MO en el ordenador de la CII, se verificaron las huellas dactilares de ciento cuarenta sospechosos; la huella de la palma de la mano hallada en el recibo del depósito bancario se cotejó con la de dos mil ciento cincuenta sospechosos. Y una huella dactilar encontrada en el mueble-bar fue cotejada con las de un total de cuarenta y un mil treinta y cuatro sospechosos. Todos los resultados fueron negativos.

A finales de septiembre ni los inspectores del caso Tate ni los inspectores del caso LaBianca se molestaron en redactar un informe de los progresos.

Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson

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