Читать книгу Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson - Vincent Bugliosi - Страница 9
DOMINGO, 10 DE AGOSTO DE 1969
ОглавлениеAlrededor de la una y media de la mañana, los LaBianca dejaron en su apartamento de Greenwood Place a Susan, en el barrio de Los Feliz de Los Ángeles. Leno y Rosemary vivían en el mismo barrio, en el 3301 de Waverly Drive, no lejos del parque Griffith.
Los LaBianca no volvieron inmediatamente a casa, sino que fueron antes en coche a la esquina de Hillhurst con Franklin.
John Fokianos, que tenía un puesto de periódicos en esa esquina, reconoció el Thunderbird verde con la lancha mientras entraba en una gasolinera de Standard al otro lado de la calle, y mientras daba una media vuelta que lo dejaría al lado del puesto de periódicos, alargó una mano para coger un ejemplar de Los Angeles Herald, edición del domingo, y un boleto para apostar a los caballos. Leno era un cliente habitual.
A Fokianos los LaBianca le parecieron cansados del largo viaje. No había mucho movimiento, y charlaron unos minutos «sobre Tate, el suceso del día. Era la gran noticia». Fokianos recordaría que la Sra. LaBianca parecía muy afectada por las muertes. Como tenía algunos ejemplares que le sobraban del suplemento dominical de Los Angeles Times que se ocupaban de los asesinatos, les dio uno gratis.
Observó cómo se alejaban en el coche. No reparó en la hora exacta, a excepción de que eran entre la una y las dos de la mañana, probablemente más cerca de la segunda hora que de la primera, porque no mucho después de que se fueran cerraron los bares y el quiosco se animó.
Por lo que se sabe, John Fokianos fue el último —aparte de la o las personas que cometieron los asesinatos— que vio vivos a Rosemary y Leno LaBianca.
A las doce del mediodía del domingo el vestíbulo frente a la sala de autopsias del primer piso de la Sala de Justicia estaba atestado de periodistas y cámaras de televisión, todos ellos a la espera de la declaración del coroner.
La espera sería larga. Aunque las autopsias habían comenzado a las nueve y cincuenta de la mañana, y habían obligado a trabajar a varios ayudantes del coroner, no se completaría la última antes de las tres de la tarde.
El Dr. R.C. Henry realizó las autopsias de Folger y Sebring; el Dr. Gastón Herrera, las de Frykowski y Parent. El Dr. Noguchi supervisó y dirigió las cuatro; además, llevó a cabo personalmente la otra autopsia, que empezó a las once y veinte de la mañana.
Sharon Marie Polanski, 10050 de Cielo Drive, mujer blanca, veintiséis años, un metro y sesenta centímetros, sesenta y un kilos, pelo rubio, ojos color avellana. Profesión de la víctima: actriz (…)
Los informes de las autopsias son documentos ásperos. Fríos, precisos, pueden indicar cómo murieron las víctimas, y dar pistas sobre sus últimas horas, pero en ningún momento los objetos de las autopsias aparecen, siquiera brevemente, como personas. Cada informe es, a su manera, la suma total de una vida, y sin embargo se entrevé muy poco cómo se vivió esa vida. No hay gustos, manías, amores, odios, miedos, aspiraciones u otras emociones humanas; solo una fría recapitulación final: «El cuerpo ha tenido un desarrollo normal (…) El páncreas no presenta anomalías (…) El corazón pesa trescientos cuarenta gramos y es simétrico (…)».
Sin embargo las víctimas habían vivido, cada una de ellas tenía un pasado.
En gran parte la historia de Sharon Tate parecía el comunicado de prensa de un estudio. Daba la impresión de que siempre había querido ser actriz. A los seis meses había sido Miss Chiquitina de Dallas, a los dieciséis años Miss Richland, en Washington, y luego Miss Autorama. Cuando su padre, oficial del ejército de carrera, fue destinado a San Pedro, iba a dedo a la cercana Los Ángeles a rondar los estudios.
Además de ambición, tenía al menos otra cosa más a su favor: era una chica muy guapa. Se hizo con un agente que le consiguió unos cuantos anuncios, y luego, en 1963, una prueba para la serie de televisión Expreso a Petticoat. El productor Martin Ransohoff vio a la bonita chica de veintiún años en el plató y, según la publicidad del estudio, le dijo: «Encanto, te voy a convertir en una estrella».
La estrella estuvo ascendiendo mucho tiempo. Las clases de canto, baile e interpretación se intercalaban con papeles cortos, por lo general con una peluca negra, en Los nuevos ricos, Expreso a Petticoat y dos películas de Ransohoff, La americanización de Emily y Castillos de arena. Mientras se rodaba esta última, coprotagonizada por Elizabeth Taylor y Richard Burton, en Big Sur, Sharon se enamoró de la costa y de sus espléndidos paisajes. Siempre que quería huir del lío de Hollywood se escapaba allí. Con la cara limpia de maquillaje, se registraba en el hostal rústico Deetjen’s Big Sur Inn, con frecuencia sola, a veces con amigas, y caminaba por los senderos, tomaba el sol en la playa y se mezclaba con los clientes habituales del Nepenthe. Muchos no supieron que era actriz hasta después de su muerte.
Según amigos íntimos de ella, aunque Sharon Tate lo tenía todo para ser una joven aspirante a estrella, no vivía de acuerdo con al menos una parte de esa imagen. No era promiscua. Tuvo pocas relaciones, y casi nunca ocasionales, al menos por lo que se refería a ella. Parecía sentirse atraída por los hombres dominantes. Estando en Hollywood tuvo una larga aventura con un actor francés. Era dado a ataques de cólera demente, y en una ocasión le propinó tal paliza que tuvieron que llevarla al Centro Médico UCLA para ser atendida23. Poco después, en 1963, Jay Sebring vio a Sharon en un preestreno, convenció a una amistad para que se la presentara y, después de un breve pero muy publicitado cortejo, se hicieron novios, una relación que duró hasta que ella conoció a Roman Polanski.
Tuvo que esperar hasta el año1965 para que Ransohoff decidiera que su protegida estaba lista para su primer papel destacado, en El ojo del diablo, protagonizada por Deborah Kerr y David Niven. Aparecía la séptima en los títulos de crédito e interpretaba a una chica del campo con poderes cautivadores. Tenía menos de doce frases: su función principal era parecer preciosa, cosa que hizo. Y así sería en la mayoría de sus películas.
En la película, Niven acababa siendo víctima de una secta de encapuchados que practicaba el sacrificio ritual.
Aunque estaba ambientada en Francia, la película se rodó en Londres, y fue allí, en el verano de 1966, donde conoció a Roman Polanski.
Polanski tenía por entonces treinta y tres años, y ya era aclamado como uno de los directores más importantes de Europa. Había nacido en París, de padre ruso judío y madre polaca de ascendencia rusa. A los tres años, la familia se trasladó a Cracovia. Seguían allí cuando llegaron los alemanes en 1940 y acordonaron el gueto. Con la ayuda de su padre, Roman logró escapar y vivió con familiares y amigos hasta que terminó la guerra. Sin embargo, sus padres fueron enviados a campos de concentración, y su madre murió en Auschwitz.
Después de la guerra, pasó cinco años en la Academia Nacional de Cine Polaco de Lodz. Para la tesina escribió y dirigió en el último curso Dos hombres y un armario, un corto surrealista muy elogiado. Hizo otros cortos como Mamíferos, en el que un amigo polaco, Voytek Frykowski, interpretaba a un ladrón. Después de un largo viaje a París, Polanski regresó a Polonia para hacer El cuchillo en el agua, su primer largometraje. Le valió el premio de la crítica en el Festival de Cine de Venecia y la nominación a un Óscar, y consagró a Polanski, que por entonces solo tenía veintisiete años, como uno de los cineastas más prometedores de Europa.
En 1965 Polanski hizo su primera película en inglés, Repulsión, protagonizada por Catherine Deneuve. Luego vino Callejón sin salida, que ganó el premio a la mejor película en el Festival de Cine de Berlín, el premio de la crítica en Venecia y un diploma de mérito en Edimburgo, así como el premio Giove Capitaliano en Roma. En las noticias que aparecieron después de los asesinatos del caso Tate, los periodistas no tardaron en observar que en Repulsión la Srta. Deneuve se volvía loca y asesinaba a dos hombres, en tanto que en Callejón sin salida los habitantes de un castillo aislado encontraban una muerte extraña, hasta que solo quedaba un hombre con vida. También observaron la «inclinación a la violencia» de Polanski, sin añadir que la mayor parte de las veces la violencia en las películas de Polanski era menos explícita que insinuada.
La vida personal de Roman Polanski no era menos controvertida que sus películas. Después de que el matrimonio con la estrella del cine polaco Barbara Lass terminara en divorcio en 1962, Polanski se hizo famoso como director mujeriego. Un amigo recordaría después cómo hojeaba la libreta de direcciones y decía: «¿A quién voy a satisfacer esta noche?». Otro amigo señaló que el inmenso talento de Polanski solo era equiparable a su ego. Los que no eran sus amigos, que eran muchos, tenían cosas más contundentes que decir. Uno, aludiendo al hecho de que Polanski medía poco más de metro y medio, lo describió como «el polaco original de metro y medio con el que no querrías tocar a nadie».24 Ya fuera que a uno le cautivara su encanto de pilluelo o que le repugnara su arrogancia, daba la impresión de suscitar fuertes emociones en casi todas las personas a las que conocía.
No fue así con Sharon Tate, al menos al principio. Cuando Ransohoff los presentó en una fiesta con muchos invitados, ninguno de los dos quedó especialmente impresionado. La presentación no fue fortuita. Al saber que Polanski estaba planteándose hacer una parodia cinematográfica de las películas de terror, Ransohoff se había ofrecido a producirla. Quería a Sharon de protagonista femenina. Polanski le hizo una prueba y decidió que sería adecuada para el papel. Polanski escribió el guion, dirigió y protagonizó la película, que se estrenó al final con el título de El baile de los vampiros, pero Ransohoff hizo el montaje, para gran disgusto del director polaco, que renegó del corte final. Aunque la película era más una bufonada que arte, Polanski reveló otra faceta de su talento poliédrico en el retrato cómico del inepto joven ayudante de un docto cazador de vampiros. Una vez más, Sharon estuvo muy guapa y tuvo menos de una docena de frases. Es víctima del vampiro al principio de la película, y en la última escena muerde a su novio, Polanski, para crear otro monstruo más.
Antes de que finalizara el rodaje, y después de lo que fue para Polanski un cortejo muy largo, Sharon y Roman también se convirtieron en novios fuera de la pantalla. Cuando Sebring voló a Londres, Sharon le dio la noticia. Si le afectó mucho, tuvo cuidado en no mostrarlo, porque se acostumbró muy rápido al papel de amigo de la pareja. Entre los socios se comentaba que Sebring esperaba que Sharon acabara cansándose de Roman, o al revés, por la suposición de que cuando ocurriera tal cosa él pensaba estar cerca de ella. Los que afirmaban que Sebring seguía enamorado de Sharon solo especulaban —aunque Sebring conocía a cientos de personas, al parecer tenía muy pocos amigos íntimos de verdad y se guardaba mucho sus sentimientos profundos—, pero era prudente suponer que aunque la naturaleza de aquel amor hubiera cambiado, perduraba un hondo cariño. Después de la ruptura, Sebring tuvo relaciones con muchas mujeres, pero, como pusieron de manifiesto las conversaciones del LAPD con ellas, en la mayor parte de los casos dichas relaciones fueron más sexuales que emocionales, principalmente «rollos de una noche».
Paramount pidió a Polanski que dirigiera la versión cinematográfica de la novela de Ira Levin, La semilla del diablo. La película, en la que Mia Farrow interpretaba a una joven que tenía un hijo con Satán, se finalizó en 1967. El 20 de enero de 1968, para sorpresa de muchos amigos a los que Polanski había jurado que no volvería a casarse, Sharon y él contrajeron matrimonio en una ceremonia mod en Londres.
La semilla del diablo se estrenó aquel junio. Ese mismo mes los Polanski alquilaron la casa de la actriz Patty Duke, ubicada en el 1600 de Summit Ridge Drive, en Los Ángeles. Fue cuando ya vivían allí que la Sra. Chapman empezó a trabajar para ellos. A principios de 1969 se enteraron de que el 10050 de Cielo Drive podía estar disponible. Aunque no se conocían en persona, Sharon habló por teléfono con Terry Melcher varias veces a fin de hacer los arreglos necesarios para asumir el contrato de arrendamiento, que no había vencido. Los Polanski firmaron un contrato de alquiler el 12 de febrero de 1969 por mil doscientos dólares al mes, y se trasladaron allí tres días más tarde.
Aunque La semilla del diablo fue un exitazo, la carrera de Sharon no acababa de despegar. Había aparecido semidesnuda en el número de marzo de 1967 de la revista Playboy (el propio Polanski había hecho las fotografías en el plató de El baile de los vampiros), y el artículo que las acompañaba empezaba diciendo: «Este año el acontecimiento será Sharon Tate». Pero ese año la predicción no se cumplió. Aunque varios críticos hicieron comentarios sobre su impresionante belleza, ni esta ni otras dos películas en las que actuó —No hagan olas, con Tony Curtis, y La mansión de los siete placeres, con Dean Martin— la acercaron mucho más al estrellato. Su papel más importante llegó en una película de 1967, El valle de las muñecas, donde interpretaba a la actriz Jennifer, que, al enterarse de que tenía cáncer de mama, tomaba una sobredosis de pastillas para dormir. No mucho antes de su muerte, Jennifer observaba: «No tengo talento. Lo único que tengo es un cuerpo».
Hubo críticos que pensaron que la frase resumía bien la actuación de Sharon Tate. Para ser más justos, hasta aquel momento no le habían dado un solo papel que le brindara la oportunidad de sacar a relucir la capacidad interpretativa que tuviera.
No era una estrella, aún no. Su carrera parecía vacilar al borde del gran salto, pero podía haberse quedado perfectamente estancada o haber cambiado de rumbo.
Sin embargo, por vez primera en su vida, la ambición de Sharon había pasado a un segundo plano. El matrimonio y el embarazo lo eran todo para ella. Según las personas más íntimas, parecía ajena a todo lo demás.
Hubo rumores de problemas en el matrimonio. Varias amigas de ella dijeron al LAPD que antes de revelar a Roman que estaba embarazada había esperado hasta que fuera demasiado tarde para abortar. Si a ella le preocupaba que incluso después del matrimonio Polanski siguiera siendo un mujeriego, lo ocultaba. La propia Sharon solía contar una historia que corría por entonces entre la gente del cine. Roman iba conduciendo por Beverly Hills cuando, al ver a una chica guapa que caminaba unos metros por delante, gritó: «Señorita, tiene usted un culo pre-cio-so». Solo cuando la chica se dio la vuelta, vio que era su mujer. No obstante, era evidente que ella esperaba que el bebé uniera más el matrimonio.
Hollywood es una ciudad insidiosa. Al hablar con conocidos de las víctimas, el LAPD encontraría una cantidad increíble de veneno. Curiosamente, en los montones de hojas de conversaciones nadie que conociera de verdad a Sharon Tate dijo nada malo de ella. Encantadora, algo ingenua… esas fueron las palabras más utilizadas.
Aquel domingo, un periodista de Los Angeles Times que había conocido a Sharon la describió como «una mujer de una belleza asombrosa, con una figura escultural y un rostro de gran delicadeza».
Pero, claro, no la vio como el coroner Noguchi.
Causa de la muerte: múltiples heridas de arma blanca en el pecho y la espalda que atravesaron el corazón, los pulmones y el hígado y produjeron una hemorragia masiva. La víctima recibió dieciséis puñaladas, cinco de ellas mortales de necesidad.
Jay Sebring, 9860 de Easton Drive, Benedict Canyon, Los Ángeles, varón blanco, treinta y cinco años, un metro y sesenta y siete centímetros, cincuenta y cuatro kilos, pelo negro, ojos marrones. La víctima era estilista y tenía una empresa llamada Sebring International (…)
Había nacido en Detroit, en Michigan, con el nombre de Thomas John Kummer, y se lo había cambiado por el de Jay Sebring poco después de llegar a Hollywood, tras un periodo de cuatro años de peluquero en la Marina, tomando el apellido de la famosa carrera de coches deportivos que se celebra en Florida, porque le gustaba la imagen que proyectaba.
En su vida personal, como en su trabajo, las apariencias eran importantísimas. Conducía un deportivo caro, frecuentaba los clubs «de moda», tenía hasta chaquetas Levi’s hechas por encargo. Empleaba a tiempo completo a un mayordomo, daba fiestas espléndidas y vivía en una mansión «maldita», en el 9860 de Easton Drive, en Benedict Canyon. Antaño el nido de amor de la actriz Jean Harlow y el productor Paul Bern, había sido allí, en el dormitorio de Harlow, donde Bern se había suicidado, dos meses después de casarse. Según conocidos, Sebring había comprado la casa por la fama que tenía de ser «muy extraña».
Se divulgó mucho que un estudio cinematográfico se había traído en avión a Sebring hasta Londres solo para que le cortara el pelo a George Peppard, por veinticinco mil dólares. Aunque el rumor tuviera probablemente la misma base que otro que también corría, que era cinturón negro de kárate (Bruce Lee le había dado algunas clases), sin duda alguna era el estilista masculino más importante de Estados Unidos, y el responsable de la revolución del cuidado del pelo masculino, más que ninguna otra persona. Además de Peppard, entre sus clientes se contaban Frank Sinatra, Paul Newman, Steve McQueen, Peter Lawford y muchas otras estrellas de fuera del mundo del cine, muchas de las cuales habían prometido invertir en su nueva empresa, Sebring International. Manteniendo la peluquería original en el 725 de North Fairfax, en Los Ángeles, planeaba abrir una serie de franquicias y comercializar una línea de artículos de perfumería para hombres que llevarían su nombre. La primera franquicia había abierto en San Francisco en mayo de 1969, y a la fiesta de inauguración habían asistido, entre otros, Abigail Folger, el coronel Tate y la señora de este.
El 9 de abril de 1968, Sebring había firmado una solicitud de póliza de protección ejecutiva con Occidental Life Insurance, de California, por medio millón de dólares. Una investigación de los antecedentes personales, realizada por Retail Credit, calculó su patrimonio en cien mil dólares, de los cuales ochenta mil correspondían al valor tasado de su domicilio. Sebring Inc., el primer negocio, tenía activos por valor de ciento cincuenta mil dólares y pasivos por valor de ciento quince mil dólares.
Los investigadores también indagaron la vida personal de Sebring. Se había casado una vez, en octubre de 1960, con Cami, una modelo, de la que se había separado en 1963; el divorcio se hizo vincular en marzo de 1965, y la pareja no había tenido hijos. El informe también establecía que Sebring «jamás había consumido drogas de manera habitual». El LAPD sabía que no era así.
También sabía algo más que los investigadores de la entidad financiera no habían descubierto. La personalidad de Jay Sebring tenía un lado más oscuro que afloró durante las numerosas conversaciones mantenidas por la policía. Tal y como constaba en el informe oficial: «Se le consideraba un galán y llevaba a muchas mujeres a su domicilio en las colinas de Hollywood. Las ataba con una pequeña cuerda de ventana de guillotina y, si aceptaban, las azotaba, después de lo cual mantenían relaciones sexuales».
Hacía tiempo que circulaban rumores sobre ese asunto por Hollywood. Entonces, cuando la prensa se enteró de ellos, se convirtieron en la base de un sinfín de teorías, siendo la principal de ellas que había habido algún tipo de orgía sadomasoquista la noche del 9 de agosto de 1969 en el 10050 de Cielo Drive.
El LAPD no se planteó en serio en ningún momento que los extraños hábitos sexuales de Sebring fueran una posible causa de los asesinatos. Ninguna de las chicas con las que hablaron—y fueron muchas, porque Sebring salía a menudo con cinco o seis distintas por semana— dijo que Sebring le hubiera hecho daño de verdad, aunque solía pedirles que fingieran dolor. Ni, por lo que se podía determinar, estaba metido Sebring en el sexo en grupo: tenía demasiado miedo a que sus rarezas íntimas lo expusieran al ridículo. La prosaica verdad parecía ser que detrás de la imagen pública cultivada con esmero había un hombre atribulado que se sentía muy solo, tan inseguro en su papel que hasta en su vida sexual tenía que volver a la fantasía.
Causa de la muerte: desangramiento. La víctima se desangró literalmente hasta morir. La víctima había sido apuñalada siete veces y había recibido un disparo, y al menos tres de las heridas de arma blanca, además de la causada por el disparo, habían sido mortales de necesidad.
Abigail Anne Folger, mujer blanca, veinticinco años, un metro y sesenta y cuatro centímetros, cincuenta y cuatro kilos, pelo castaño, ojos color avellana, domicilio desde el 1de abril, el 10050 de Cielo Drive. Antes vivía en el 2774 de Woodstock Road. Profesión, heredera de la fortuna del emporio del café de Folger (…)
La fiesta de presentación en sociedad de Abigail Folger, Gibby, se celebró en el Hotel St. Francis, en San Francisco, el 21 de diciembre de 1961. El baile de etiqueta, de estilo italiano, fue uno de los platos fuertes de la temporada social, y la debutante llevaba un vestido de Dior de color amarillo claro que había comprado en París el verano anterior.
Después de aquello fue a Radcliffe, donde se licenció con matrícula de honor; trabajó un tiempo de directora de publicidad en el Museo de Arte de la Universidad de California, en Berkeley; dejó ese empleo para trabajar en una librería de Nueva York; luego se metió en la asistencia social en los guetos. Fue estando en Nueva York, a principios de 1968, cuando el novelista polaco Jerzy Kosinski la presentó a Voytek Frykowski. Aquel agosto, se fueron juntos de Nueva York en coche hasta Los Ángeles, donde alquilaron una casa en el 2774 de Woodstock Road, al lado de Mulholland, en las colinas de Hollywood. A través de Frykowski conoció a los Polanski, a Sebring y a otras personas de aquel círculo. Era una de las inversoras de Sebring International.
Poco después de llegar al sur de California, se inscribió como asistente social voluntaria en el Departamento de Bienestar del Condado de Los Ángeles, y se levantaba al alba todos los días para realizar tareas que la llevaban a Watts, Pacoima y otras zonas de guetos. Continuó trabajando hasta el día antes de que Frykowski y ella se mudaran al 10050 de Cielo Drive.
Después de eso algo cambió. Probablemente fuera una mezcla de cosas. Se deprimió por lo poco que se conseguía en realidad en aquel trabajo, por lo grandes que seguían siendo los problemas. «Muchos asistentes sociales vuelven a casa de noche, se dan un baño y así se quitan de encima el día. Yo no puedo. El sufrimiento me corroe», dijo a una amistad de San Francisco. En mayo, el concejal negro Thomas Bradley se disputó la alcaldía de Los Ángeles con Samuel Yorty, que la ostentaba en aquel momento. La derrota de Bradley, después de una campaña plagada de calumnias raciales, la dejó desilusionada y resentida. No reanudó el trabajo de asistencia social. También estaba inquieta por cómo iba su lío con Frykowski, y por el consumo que hacían de drogas, que había pasado la fase de la experimentación.
Habló de todo esto con su psiquiatra, el Dr. Marvin Flicker. La veía cinco días a la semana, de lunes a viernes, a las cuatro y media de la tarde.
Aquel viernes no faltó a la cita.
Flicker dijo a la policía que pensaba que Abigail estaba a punto de dejar a Frywoski, que estaba tratando de armarse del valor suficiente para hacer su vida.
La policía no fue capaz de determinar con exactitud cuándo empezaron Folger y Frykowski a consumir más drogas de la cuenta, con regularidad. Se supo que en el viaje a través del país se habían detenido en Irving, en Tejas, y se habían alojado varios días con un traficante de drogas importante que la policía local y la de Dallas conocían bien. Los traficantes se contaban entre los invitados asiduos no solo en la casa de Woodstock, sino también después de que se mudaran a Cielo Drive. William Tennant dijo a la policía que siempre que iba de visita al segundo domicilio, Abigail «parecía estar atontada por los estupefacientes». La última vez que habló su madre con ella, alrededor de las diez de la noche de aquel viernes, dijo que Gibby daba la impresión de estar lúcida pero «un poco colocada». La Sra. Folger, que no ignoraba los problemas de su hija, había aportado grandes cantidades de dinero y tiempo a la clínica gratuita Haight-Ashbury, para ayudar en el trabajo pionero en el tratamiento del consumo de drogas que estaban llevando a cabo.
Los coroners hallaron 2,4 miligramos de metilendioxianfetamina —MDA— en el cuerpo de Abigail Folger. Que fuera una cantidad mayor que la encontrada en el cuerpo de Voytek Frykowski —0,6— no indicaba necesariamente que hubiera tomado una cantidad mayor de esa droga, sino que podía significar que la había tomado después.
Los efectos de la droga varían en función del individuo y de la dosis, pero una cosa estaba clara. Aquella noche fue perfectamente consciente de lo que estaba pasando.
La víctima había sido apuñalada veintiocho veces.
Wojiciech Frykowski, Voytek, hombre blanco, treinta y dos años, un metro y setenta y cinco centímetros, setenta y cuatro kilos, pelo rubio, ojos azules. Frykowski había estado viviendo con Abigail Folger como pareja de hecho (…)
«Voytek —diría después Roman Polanski a los periodistas— era un hombre de poco talento pero de enorme encanto.» Eran amigos desde Polonia, y el padre de Frykowski, según se decía, había ayudado a financiar una de las primeras películas de Polanski. Hasta en Polonia, Frykowski tenía fama de mujeriego. Según otros exiliados como él, en cierta ocasión se enfrentó y dejó inoperativos a dos miembros de la policía secreta, cosa que pudo tener algo que ver con su salida de Polonia en 1967. Se casó dos veces y tuvo un hijo, que se quedó en Polonia cuando él se mudó a París. Tanto allí como más tarde en Nueva York, Polanski le dio dinero y ánimos, con la esperanza —pero conociendo bien a Voytek, sin demasiado optimismo— de que alguno de sus grandiosos proyectos se cumpliera. Ninguno llegó a hacerlo. Decía a la gente que era escritor, pero nadie recordaba haber leído una línea suya.
Las amistades de Abigail Folger dijeron a la policía que Frykowski la había introducido en las drogas a fin de tenerla bajo control. Las amistades de este dijeron lo contrario, que Folger había proporcionado las drogas para no perderlo.
Según el informe policial: «No tenía ninguna fuente de ingresos y vivía a costa de la fortuna de Folger (…) Consumía cocaína, mescalina, LSD, marihuana, hachís en grandes cantidades (…) Era extrovertido e invitaba a casi todo el mundo que conocía a que viniera a verle a su domicilio. Las fiestas con estupefacientes estaban a la orden del día».
Luchó duro por su vida. La víctima recibió dos disparos, fue golpeada en la cabeza trece veces con un objeto contundente y apuñalada cincuenta y una veces.
Steven Earl Parent, hombre, blanco, dieciocho años, un metro y ochenta centímetros, setenta y nueve kilos, pelirrojo, ojos marrones (…)
Se sacó el bachillerato en el Instituto Arroyo en junio; salía con varias chicas pero con ninguna en particular; tenía un trabajo a jornada completa de repartidor en una empresa de fontanería, además de un trabajo a tiempo parcial, por las tardes, de vendedor en una tienda de equipos de música, y conservaba los dos trabajos a fin de poder ahorrar dinero y asistir al colegio universitario aquel septiembre.
La víctima tenía una herida defensiva de arma blanca y había recibido cuatro disparos.
Durante la fluoroscopia que precedió a la autopsia de Sebring, el Dr. Noguchi encontró una bala alojada entre la espalda y la camisa. Se hallaron tres balas más durante las autopsias, una en el cuerpo de Frykowski, dos en el de Parent. Las tres —más la encontrada en el coche de Parent junto con los fragmentos— fueron entregadas al sargento William Lee, de la Unidad de Armas de Fuego y Explosivos de la División de Investigación Científica, para que las analizara. Lee concluyó que todas las balas habían sido disparadas probablemente con la misma arma, y que eran del calibre veintidós.
Mientras se realizaban las autopsias, los sargentos Paul Whiteley y Charles Guenther, dos inspectores de homicidios de la Oficina del Sheriff de Los Ángeles, se acercaron al sargento Jess Buckles, uno de los inspectores del LAPD asignados a los homicidios del caso Tate, y le dijeron algo muy curioso.
El 31 de julio fueron al 964 de Old Tampa Road, en Malibú, para investigar un parte de posible homicidio. Encontraron el cadáver de Gary Hinman, un profesor de música de treinta y cuatro años. Lo habían matado a puñaladas.
Lo curioso: igual que en los homicidios del caso Tate, dejaron un mensaje en el lugar de los hechos. En la pared del salón, no lejos del cadáver de Hinman, escribieron en letra de imprenta con la propia sangre de la víctima las palabras POLITICAL PIGGY25.
Whiteley dijo también a Buckles que habían detenido a un sospechoso en relación con el asesinato, a un tal Robert Beausoleil, Bobby, un joven músico hippy. Conducía el coche de Hinman, tenía sangre en la camisa y los pantalones, y hallaron un cuchillo en el hueco de la rueda de repuesto. La detención se realizó el 6 de agosto, y por lo tanto estaba detenido cuando se produjeron los homicidios del caso Tate. Sin embargo, era posible que no fuera la única persona involucrada en el asesinato de Hinman. Beausoleil había estado viviendo en el rancho Spahn, un viejo rancho de cine cercano al barrio residencial de Chatsworth, en Los Ángeles, con un grupo de hippies. Era un grupo extraño, con un líder, un tal Charlie, que al parecer los había convencido de que era Jesucristo.
Buckles, como recodaría después Whiteley, perdió interés cuando mencionó a los hippies. «No —contestó—, sabemos lo que hay detrás de esos asesinatos. Forman parte de una gran operación de droga.»
Whiteley volvió a recalcar las extrañas coincidencias. Una muerte parecida. En los dos casos se dejó un mensaje. En letra de imprenta. Con la sangre de la víctima. Y en ambos casos aparecían las letras PIG. Cualquiera de estas cosas sería muy poco corriente. Pero todas… La probabilidad de que no fuera una coincidencia era enorme.
El sargento Buckles, del LAPD, dijo a los sargentos Whiteley y Guenther, de la Oficina del Sheriff de Los Ángeles: «Si no sabéis nada de nosotros dentro de una semana o así, es que hemos descubierto otra cosa».
Poco más de veinticuatro horas después del hallazgo de las víctimas del caso Tate, el LAPD recibió una pista de la Oficina del Sheriff de Los Ángeles, que, de haberse seguido, posiblemente lo habría resuelto.
Buckles nunca llamó, ni pensó que la información fuera lo suficiente importante para cruzar la sala de autopsias y mencionar la conversación a su superior, el teniente Robert Helder, que estaba al mando de la investigación del caso Tate.
A instancias del teniente Helder, el Dr. Noguchi omitió detalles cuando se reunió con la prensa. No mencionó el número de heridas, ni dijo nada de que dos de las víctimas habían ingerido drogas. Sí que negó, una vez más, las informaciones, muy divulgadas ya, según las cuales había habido abuso y/o mutilación sexual. Nada de todo ello era cierto, recalcó.
Preguntado por el hijo de Sharon, dijo que la Sra. Polanski estaba en el octavo mes de embarazo; que el bebé era un niño perfectamente formado, y que si lo hubieran extraído mediante una cesárea post mortem dentro de los veinte minutos posteriores al fallecimiento de la madre, probablemente lo habrían podido salvar. «Pero cuando se descubrieron los cadáveres ya era demasiado tarde.»
El teniente Helder también habló con la prensa aquel día. Sí, Garretson seguía detenido. No, no podía comentar las pruebas contra él, solo decir que la policía ya estaba investigando a las personas con las que se relacionaba.
Cuando le insistieron más, admitió: «No hay información sólida que nos limite a un solo sospechoso. Pudo ser un hombre. Pudieron ser dos. Pudieron ser tres».
«Pero —añadió— no creo que tengamos a un maniaco suelto.»
El teniente A.H. Burdick empezó a hacerle la prueba del polígrafo a William Garretson a las cuatro y veinticinco de esa tarde, en Parker Center.
Burdick no conectó inmediatamente a Garretson. De acuerdo con la rutina, la fase inicial de la prueba consistía en conversar, y el examinador intentaba que el sospechoso se sintiera cómodo, al tiempo que obtenía toda la información posible sobre sus antecedentes personales.
Aunque era obvio que estaba asustado, Garretson se relajó un poco mientras hablaba. Dijo a Burdick que tenía diecinueve años, que era de Ohio, y que lo había contratado Rudi Altobelli en marzo, justo antes de irse a Europa. Su trabajo era sencillo: cuidar la casa de los invitados y los tres perros de Altobelli. A cambio, había recibido alojamiento, treinta y cinco dólares semanales y la promesa de un billete de avión de vuelta a Ohio cuando regresara Altobelli.
Tenía poca relación con las personas que se alojaban en la vivienda principal, aseguró Garretson. Varias de sus respuestas parecieron confirmarlo. Por ejemplo, seguía llamando a Frykowski «Polanski el pequeño», en tanto que daba la impresión de no conocer a Sebring, ni por el nombre ni por la descripción, aunque sí que había visto el Porsche negro en la entrada de la propiedad varias veces.
Cuando le pidió que contara qué hizo antes de los asesinatos, Garretson dijo que el jueves por la noche vino a verle un conocido, acompañado por su chica. Trajeron un pack de seis cervezas y algo de maría. Garretson estaba seguro de que fue el jueves por la noche, porque el hombre estaba casado «y la había llevado allí unos cuantos jueves más, ¿sabe?, cuando su mujer le deja salir».
P. ¿Usaron tu casa?
R. Sí, y bebí algo de cerveza mientras se enrollaban.
Garretson recordó que bebió cuatro cervezas, fumó dos canutos, se tomó una dexedrina y se encontró fatal todo el viernes.
Hacia las ocho y media o nueve de la noche del viernes, dijo Garretson, bajó a Sunset Strip a comprar un paquete de cigarrillos y comida preparada. Suponía que regresó hacia las diez, pero no podía estar seguro porque no llevaba reloj. Cuando pasó por delante de la vivienda principal se fijó en que las luces estaban encendidas, pero no vio a nadie. Ni observó nada fuera de lo común.
Luego «hacia las doce menos cuarto o algo así subió Steve [Parent] y, bueno, trajo una radio. Tenía una radio, un radiodespertador, y yo no le esperaba ni nada, y me preguntó qué tal estaba y tal (…)». Parent conectó la radio para enseñarle cómo funcionaba, pero a Garretson no le interesó.
Después «le di una cerveza (…) y se la bebió y después llamó a alguien —a alguien que vivía en Santa Mónica con Doheny— y dijo que iba a ir allí, así que se marchó, ¿sabe?, y esa fue… la última vez que lo vi».
Cuando lo hallaron en el coche de Parent, el radiodespertador se había detenido a las doce y cuarto de la noche, la hora aproximada del asesinato. Aunque podía ser una extraordinaria coincidencia, la suposición lógica era que Parent lo había puesto en hora mientras le hacía la demostración de cómo funcionaba a Garretson, y que luego lo había desconectado justo antes de irse. Eso coincidiría con el cálculo aproximado de la hora que había hecho Garretson.
Según Garretson, tras la marcha de Parent escribió algunas cartas y puso el equipo de música, y no se fue a dormir hasta justo antes del amanecer. Aunque afirmó no haber oído nada raro durante aquella noche, admitió haber «pasado miedo».
¿Por qué?, preguntó Burdick. Bueno, contestó Garretson, no mucho después de la marcha de Steve, se dio cuenta de que el pomo de la puerta estaba bajado, como si alguien hubiera intentado abrirla. Y cuando intentó usar el teléfono para saber la hora, descubrió que no funcionaba.
Como los demás agentes, Burdick encontraba difícil de creer que Garretson, aun reconociendo que pasó la noche despierto, no oyera nada, mientras que algunos vecinos, más lejos, oyeron disparos o gritos. Sin embargo, Garretson insistió en que ni oyó ni vio nada. Estaba menos seguro sobre otra cuestión, si salió al jardín trasero al soltar los perros de Altobelli. A Burdick le pareció que se mostraba evasivo acerca de aquello. No obstante, desde el jardín no podía ver la vivienda principal, aunque quizás hubiera podido oír algo.
Para el LAPD, iba a llegar ya el momento de la verdad. Burdick empezó a montar el polígrafo, leyendo al mismo tiempo la lista de las preguntas que pensaba hacerle.
Eso también era un procedimiento estándar, y bastante psicológico. Saber que iba a hacerse cierta pregunta, pero no cuándo, aumentaba la tensión y hacía resaltar la respuesta. Entonces inició la prueba.
P. ¿Garretson es tu apellido auténtico?
R. Sí.
Ninguna respuesta específica.
P. En relación a Steve, ¿provocaste su muerte?
R. No.
Mirando hacia adelante, Garretson no veía la cara de Burdick. Este siguió con una voz natural cuando pasó a la siguiente pregunta, sin indicar de ninguna manera que las agujas de acero del polígrafo habían dado una sacudida a través de la gráfica.
P. ¿Has entendido las preguntas?
R. Sí.
P. ¿Te sientes responsable de la muerte de Steve?
R. Por el hecho de que me conociera, sí.
P. ¿Cómo?
R. Por el hecho de que me conociera. Quiero decir, si no, no habría subido aquella noche, y no le habría pasado nada, en otras palabras.
Burdick relajó el manguito de la presión que llevaba en un brazo Garretson, le dijo que se tranquilizara y habló con él un rato de manera informal. Luego volvieron la presión y las preguntas, cambiadas solo un poco esta vez.
P. ¿Garretson es tu apellido auténtico?
R. Sí.
P. ¿Disparaste a Steve?
R. No.
Ninguna respuesta específica.
Más preguntas de la prueba, seguidas de: «¿Sabes quién causó la muerte de la Sra. Polanski?».
R. No.
P. ¿Causaste la muerte de la Sra. Polanski?
R. No.
Seguía sin haber ninguna respuesta específica.
Burdick aceptó ya la explicación de Garretson: se sentía responsable de la muerte de Parent, pero no tuvo nada que ver con ella ni con los demás asesinatos. La prueba se alargó una media hora más, durante la cual Burdick cerró varias vías de investigación. Garretson no era gay; jamás había mantenido relaciones sexuales con ninguna de las víctimas ni había vendido drogas.
No había ningún indicio de que estuviera mintiendo, pero no dejó de mostrarse nervioso. Burdick le preguntó por qué. Garretson le contó que cuando lo llevaban a la celda un policía lo había señalado y había dicho: «Ese es el que los ha matado a todos».
P. Me imagino que te afectaría. ¿Pero no significa eso que estás mintiendo?
R. No, solo estoy confuso.
P. ¿Por qué?
R. Para empezar, ¿por qué no me asesinaron a mí?
P. No lo sé.
Aunque legalmente es inadmisible como prueba, la policía cree en el polígrafo26. A pesar de que en aquel momento no le informaron de ello, Garretson superó la prueba. «Al finalizar la prueba —escribió el capitán Don Martin, al mando de la SID, en su informe oficial—, el agente que la realizó opinó que el Sr. Garretson decía la verdad y no estaba implicado penalmente en los homicidios del caso Polanski.»
De forma no oficial, aunque Burdick creía que Garretson «tenía las manos limpias» en cuanto a la participación en los asesinatos, pensaba que era un poco «opaco» en cuanto a lo que sabía. Era posible que oyera algo, y que luego, asustado, se hubiera ocultado hasta el amanecer. No obstante, ello no pasaba de ser una conjetura.
A efectos prácticos, con el polígrafo, William Eston Garretson dejó de ser un «buen sospechoso». Sin embargo, aquella irritante pregunta seguía pendiente. Habían asesinado a todas y cada una de las personas que se encontraban en el 10050 de Cielo Drive, menos a una. ¿Por qué?
Como no hubo una respuesta inmediata, y, desde luego, en parte porque, como fue la única persona con vida que hallaron en la finca, parecía un sospechoso con muchas posibilidades de ser culpable, mantuvieron en prisión a Garretson otro día.
Aquel mismo domingo, Jerrold D. Friedman, un estudiante de la UCLA, se puso en contacto con la policía y le comunicó que fue a él a quien realizó la llamada telefónica Steven Parent en torno a las once y cuarenta y cinco de la noche. Parent iba a montar a Friedman un equipo estereofónico y quería hablar de los detalles. Friedman intentó dar una excusa diciendo que era tarde, pero al final cedió y le dijo a Parent que podía pasarse unos minutos. Parent le preguntó la hora, y, cuando él se la dijo, le aseguró que llegaría hacia las doce y media27. Según Friedman, «jamás vino».
Aquel domingo, el LAPD no solo perdió al mejor sospechoso que tenía hasta la fecha: otra pista prometedora quedó en nada. El Ferrari rojo de Sharon Tate, que la policía creía que podría haberse utilizado para escapar, fue localizado en un garaje de Beverly Hills adonde lo había llevado Sharon la semana anterior para unas reparaciones.
Aquella noche Roman Polanski regresó de Londres. Los periodistas que lo vieron en el aeropuerto dijeron que estaba «completamente abatido» y «superado por la tragedia». Aunque se negó a hablar con la prensa, un portavoz del cineasta negó que los rumores sobre una desavenencia matrimonial tuvieran fundamento alguno. Polanski se quedó en Londres, dijo, porque no había terminado su trabajo allí. Sharon regresó a casa pronto, en barco, debido a las restricciones de las compañías aéreas para volar durante los dos últimos meses de embarazo.
Llevaron a Polanski a un apartamento dentro del solar de Paramount, donde permaneció aislado y recibió atención médica. La policía habló con él brevemente aquella noche, pero en aquel momento fue incapaz de sugerir alguna persona que tuviera un móvil para cometer los asesinatos.
Frank Struthers también regresó a Los Ángeles aquel domingo por la noche. En torno a las ocho y media los Saffie lo dejaron al final de la larga entrada que llevaba hasta el domicilio de los LaBianca. Subiendo por la entrada con la maleta y el material de acampada a cuestas, el joven de quince años se fijó en que la lancha motora seguía en el remolque detrás del Thunderbird de Leno. Le pareció extraño, porque a su padrastro no le gustaba dejar la lancha fuera por la noche. Después de guardar el material en el garaje, se dirigió a la puerta de atrás del domicilio.
Solo entonces se percató de que habían bajado todas las persianas. No recordaba haberlas visto así nunca, y eso le asustó un poquito. La luz de la cocina estaba encendida, y llamó a la puerta. No hubo respuesta. Llamó en voz alta. De nuevo no hubo respuesta.
Muy inquieto ya, se acercó al teléfono público más cercano, que estaba al lado de un puesto de hamburguesas en Hyperion con Rowena. Marcó el número de casa y, como no cogía nadie, intentó dar con su hermana en el restaurante donde trabajaba. Susan libraba aquella noche, pero el encargado le sugirió que llamara al apartamento de ella. Frank le dio el número del teléfono público desde donde le había telefoneado.
Susan llamó poco después de las nueve. No había visto a su madre ni a su padrastro ni sabía nada de ellos desde que la dejaron en el apartamento la noche anterior. Le dijo a Frank que se quedara donde estaba, y telefoneó a su novio, Joe Dorgan, a quien le contó que Frank pensaba que pasaba algo en casa. Hacia las nueve y media Joe y Susan recogieron a Frank en el puesto de hamburguesas y los tres fueron directamente en coche al 3301 de Waverly Drive.
Rosemary solía dejar un juego de llaves de casa en su coche. Lo encontraron y abrieron la puerta de atrás28. Dorgan propuso que Susan se quedara en la cocina mientras Frank y él revisaban el resto de la casa. Atravesaron el comedor. Cuando llegaron al salón, vieron a Leno.
Estaba despatarrado de espaldas entre el sofá y una silla. Tenía un cojín pequeño encima de la cabeza, una especie de cable alrededor del cuello, y la parte de arriba del pijama estaba rasgada, de forma que se le veía el estómago. Había algo que sobresalía de él.
Estaba tan quieto que supieron que estaba muerto.
Temiendo que Susan los siguiera y viera aquello, volvieron a la cocina. Joe cogió el teléfono de la cocina para llamar a la policía y entonces, preocupado por que pudiera alterar pruebas, colgó y le dijo a Susan: «Está todo bien, vámonos de aquí». Pero Susan sabía que no estaba todo bien. En la puerta de la nevera alguien había escrito algo con lo que parecía pintura roja.
Bajaron a toda prisa por la entrada de la propiedad, se detuvieron en un edificio de dos viviendas adosadas al otro lado de la calle, y Dorgan llamó al timbre del 3308 de Waverly Drive. Se abrió la mirilla. Dorgan dijo que habían apuñalado a alguien y que quería llamar a la policía. La persona al otro lado se negó a abrir la puerta y dijo: «Ya llamamos nosotros a la policía».
La centralita del LAPD registró la llamada a las diez y veintiséis minutos de la noche, y la persona que la realizó se quejó de unos jóvenes que estaban armando alboroto.
Como no sabía con seguridad si la persona había hecho de verdad la llamada, Dorgan ya había apretado el timbre de la otra vivienda, la del 3306. El Dr. J. Brigham y su esposa Merry dejaron entrar a los tres jóvenes. Sin embargo, estaban tan alterados que la Sra. Bringham tuvo que terminar la llamada. A las diez y treinta y cinco, enviaron la unidad 6A39, de color blanco y negro y a cargo de los agentes W.C. Rodríguez y J.C. Toney, a aquella dirección, y llegó muy rápido, entre cinco y siete minutos después.
Mientras Susan y Frank seguían con el médico y su esposa, Dorgan acompañó a los dos agentes de la División de Hollywood al domicilio de los LaBianca. Toney cubrió la puerta de atrás al tiempo que Rodríguez daba la vuelta a la casa. La puerta principal estaba cerrada, pero no con llave. Después de echar un vistazo dentro, volvió corriendo y llamó para pedir una unidad de refuerzo, un supervisor y una ambulancia.
Rodríguez llevaba en la unidad solo catorce meses; no había hallado nunca un cadáver.
A los pocos minutos acudió la unidad de ambulancia G-1, y dictaminaron que estaba muerto cuando llegaron. Aparte del cojín que habían visto Frank y Joe, tenía una funda de almohada ensangrentada encima de la cabeza. El cable alrededor del cuello estaba sujeto a una lámpara enorme, y anudado con tanta fuerza que daba la impresión de que lo habían estrangulado con él. Las manos estaban atadas detrás de la espalda con un cordón de cuero. El objeto que sobresalía del estómago era un tenedor de trinchar con mango de marfil de dos dientes. Además de varias heridas de arma blanca en el abdomen, alguien había grabado las letras WAR29 en la piel al descubierto.
La unidad de refuerzo, 6L40, a cargo del sargento Edward L. Cline, llegó justo después de la ambulancia. Cline, un veterano que llevaba dieciséis años en el cuerpo, asumió el mando y obtuvo de los dos técnicos de la ambulancia una ficha rosa donde se notificaba que Leno estaba muerto cuando llegaron.
La pareja de la ambulancia ya estaba bajando por la entrada de la propiedad cuando los llamó Rodríguez para que volvieran. Cline había encontrado otro cadáver, en el dormitorio principal.
Rosemary LaBianca yacía bocabajo en el suelo del dormitorio, en paralelo a la cama y el tocador, en un gran charco de sangre. Llevaba un camisón corto rosa y, encima, un vestido caro, azul con rayas blancas horizontales, que Susan identificaría después como uno de los favoritos de su madre. Tanto el camisón como el vestido estaban remangados por encima de la cabeza, de modo que la espalda, las nalgas y las piernas estaban al descubierto. Cline ni siquiera intentó contar las heridas de arma blanca, había muchísimas. Las manos no estaban atadas, pero, igual que Leno, tenía una funda de almohada encima de la cabeza y un cable de lámpara envuelto alrededor del cuello. El cable estaba sujeto a una de las dos lámparas de la habitación, que estaban tiradas en el suelo. La tirantez del cable, más un segundo charco de sangre a unos sesenta centímetros del cadáver, indicaba que quizás había intentado arrastrarse y había derribado las lámparas.
Se rellenó otra ficha rosa, para la señora Rosemary LaBianca. Joe Dorgan tuvo que contárselo a Susan y Frank.
Había pintadas, con lo que parecía sangre, en tres sitios del domicilio. A gran altura, en la pared norte del salón, por encima de varios cuadros, habían escrito en letra de imprenta DEATH TO PIGS. En la pared sur, a la izquierda de la puerta principal, incluso a mayor altura, había una única palabra, RISE. Había dos palabras en la puerta de la nevera de la cocina, la primera de ellas mal escrita. Ponía HEALTER SKELTER30.