Читать книгу Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson - Vincent Bugliosi - Страница 19

17 DE NOVIEMBRE DE 1969

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Estaba previsto que Danny DeCarlo llegara a la División de Homicidios del LAPD a las ocho y media de la mañana de aquel lunes. No se presentó. Los inspectores llamaron primero a su casa, sin respuesta, y luego al número de su madre. No, no había visto a Danny, y estaba un poco preocupada. Danny iba a dejar a su hijo con ella, para que lo cuidara mientras él bajaba al LAPD, pero ni siquiera había llamado por teléfono.

Cabía la posibilidad de que DeCarlo se hubiera largado. Se había asustado mucho cuando los inspectores hablaron con él el jueves anterior.

Cabía otra posibilidad, en la que no quisieron pensar.

Ese mismo día, Ronnie Howard iba a comparecer ante el tribunal de Santa Mónica por la acusación de falsificación. Cuando las internas de Sybil Brand van a comparecer, primero las trasladan a la cárcel de hombres de la calle Bouchet, donde las recoge un autobús y las entrega a los juzgados asignados. Antes de la llegada del autobús, por lo general pasan unos minutos, durante los cuales cada chica tiene permiso para realizar una llamada desde un teléfono público.

Ronnie vio la oportunidad y se puso en la cola. Sin embargo, el tiempo empezó a agotarse y aún tenía dos chicas por delante. Pagó a cada una cincuenta centavos para que le dejaran llamar primero.

Ronnie llamó al Departamento de Policía de Beverly Hills y pidió hablar con un inspector de homicidios. Cuando se puso uno, le dijo su nombre y su número de registro, y le aseguró que sabía quién había cometido los asesinatos de los casos Tate y LaBianca. El agente dijo que esos casos los llevaba la División de Hollywood del LAPD, y le aconsejó que llamara allí.

Luego Ronnie llamó a la División de Hollywood, y dio la misma información a un segundo inspector de homicidios. Este quiso enviar a alguien inmediatamente, pero ella le dijo que pasaría el resto del día en el tribunal.

No obstante, colgó antes de que el agente pudiera preguntar en qué tribunal iba a estar.

Ronnie Howard tuvo la impresión durante todo el día en el tribunal de que la vigilaban. No le cupo duda de que dos hombres, sentados al fondo de la sala, eran inspectores de homicidios, y supuso que en cualquier momento hablarían con ella. Pero no lo hicieron. Cuando se levantó la sesión, la llevaron de vuelta en autobús a Sybil Brand, al dormitorio 8000, con Susan Atkins.

Poco antes de las cinco de la tarde, Danny DeCarlo llegó a la División de Homicidios del LAPD. De camino al centro se dio cuenta de que le quedaba poco combustible y se metió en una gasolinera. Al salir, hizo un giro prohibido y lo vio un coche de la policía. Le pidieron los papeles, descubrieron que tenía algunas multas de tráfico sin pagar y lo detuvieron. Se tardó todo el día en conseguir que lo pusieran en libertad.

A diferencia de Al Springer, el aspecto, la manera de hablar y la manera de actuar de Danny DeCarlo eran de motero. Era bajo, un metro y sesenta y cinco, pesaba cincuenta y ocho kilos, y tenía un bigote estilo Dalí, tatuajes en sendos brazos y quemaduras en uno de ellos y las dos piernas de accidentes múltiples de moto. Cauteloso, con frecuencia echaba un vistazo atrás, como si esperara encontrar a alguien, y utilizaba una jerga pintoresca que los agentes que hablaron con él —Nielsen, Gutiérrez y McGann— adoptaron de forma inconsciente. De veinticinco años, nació en Toronto, y después le concedieron la nacionalidad estadounidense tras servir cuatro años en la Guarda Costera. Su trabajo: experto en armas. En aquel momento trabajaba con su padre vendiendo armas de fuego. Por lo que se refería a las armas del rancho Spahn, los inspectores no pudieron encontrar una fuente mejor. Cuando no estaba emborrachándose y andando detrás de las chicas —en lo que admitió que pasaba la mayor parte del tiempo—, se ocupaba de las armas. No solo las limpiaba y las reparaba, sino que dormía en la armería donde las guardaban. Cuando se sacaba un arma, Danny se enteraba.

También se enteró de muchas cosas relacionadas con el rancho de cine Spahn, ubicado en Chatsworth, a poco más de treinta kilómetros del centro de Beverly Hills y sin embargo, al parecer, en las antípodas. William S. Hart, Tom Mix, Johnny Mack Brown y Wallace Beery rodaron allí películas; decían que Howard Hughes vino a Spahn para supervisar en persona la filmación de algunas partes de El forajido; y las colinas onduladas detrás de los edificios principales sirvieron de escenario para Duelo al sol. A excepción de algún anuncio de Marlboro o de algún episodio de Bonanza, el negocio principal era, en aquel momento, alquilar caballos a gente que iba los fines de semana a cabalgar. Los decorados de cine —la Cantina Longhorn, el Café Rock City, la funeraria, la cárcel—, que daban a la carretera del Paso de Santa Susana, estaban ya viejos y maltrechos, como George Spahn, el dueño del rancho, de ochenta y un años y casi ciego. Durante años, Ruby Pearl, una antigua jinete de circo que montaba a pelo convertida en encargada de los caballos, llevó para George la parte del negocio relacionada con las caballerizas: traer heno, contratar y despedir a vaqueros, asegurarse de que cuidaran los caballos y el establo y no tocaran a las chicas demasiado jóvenes que venían a recibir clases de equitación. Casi ciego, George dependía de Ruby, pero al final del día ella se iba a casa, donde tenía un marido y otra vida.

A lo largo de los años, George tuvo diez hijos, a cada uno de los cuales llamó como a un caballo favorito. Recordaba al detalle los homónimos, pero tenía más dudas sobre los hijos. Todos vivían en otros sitios, y solo unos pocos iban a verlo con regularidad. Cuando llegó la Familia Manson, en agosto de 1968, George vivía sin compañía en una caravana mugrienta, y se sentía viejo, solo y abandonado.

Eso fue mucho antes de que Danny DeCarlo se liara con la Familia, pero se lo oyó contar a menudo a los que estaban allí.

Manson, que al principio pidió permiso a Spahn para quedarse unos días, pero omitió mencionar que había de veinticinco a treinta personas con él, le asignó a Squeaky46 el cuidado de George.

Squeaky —n/v47 Lynette Fromme— llevaba ya más de un año con Manson, y fue una de las primeras chicas en unirse a él. Era una muchacha delgada, pelirroja y cubierta de pecas. Aunque tenía diecinueve años, parecía mucho más joven. DeCarlo dijo a los inspectores: «Tenía a George en el bolsillo. Le limpiaba, le cocinaba, le llevaba la contabilidad, se acostaba con él».

P. (Con incredulidad) ¿Ah, sí? ¡Menudo viejo granuja!

R. Sí (…) Charlie estaba obsesionado con influir en George para que tuviera tanta fe en Squeaky que, cuando le llegara el momento de marchar a las tierras felices de caza, entregara el rancho a Squeaky. En eso andaban. Charlie siempre le decía a Squeaky lo que debía hablar con George (…), y ella informaba a Charlie de cualquier cosa que le dijeran al viejo.

Squeaky aseguraba que ella era los ojos de George. Según DeCarlo, esos ojos solo veían lo que Charlie quería que vieran.

Tal vez porque sospechaba, tal vez porque sus hijos, las raras veces que fueron a verlo, se opusieron enérgicamente a la idea, George no llegó a legar la propiedad a Squeaky. Esta, supusieron los inspectores, fue probablemente la razón por la que siguió vivo en el rancho Spahn.

George Spahn frustró uno de los planes de Charlie. Danny DeCarlo le siguió la corriente y luego le falló en otro: el proyecto de Manson de conseguir que las bandas de moteros se unieran a él para «aterrorizar a la sociedad», en palabras de DeCarlo. Danny conoció a Manson en marzo de 1969, justo después de separarse de su mujer. Fue a Spahn a arreglar unas motos y se quedó. «Me lo pasé en grande», admitió después. A las chicas de Manson les enseñaron que tener hijos y cuidar de los hombres era la única meta que tenían en la vida. A DeCarlo le gustó que le cuidaran, y las chicas, al menos al principio, se mostraron muy afectuosas con «Donkey Dan48», un apodo que le pusieron por ciertos atributos físicos49.

Hubo problemas. Charlie estaba en contra de la bebida. A Danny lo que más le gustaba era echar buenos tragos de cerveza y yacer al sol: después testificó que en Spahn pasó borracho «probablemente el noventa por ciento del tiempo». Y, con la excepción de un par de «pichurris especiales», al final DeCarlo se cansó de la mayoría de las chicas. «Siempre intentaban sermonearme. Siempre eran las mismas gilipolleces con las que las sermoneaba Charlie.»

Con la visita del 15 de agosto de los Straight Satans, Manson debió de darse cuenta de que jamás conseguiría que los moteros se unieran a él. Después de aquello, ignoraron a Danny, lo excluyeron de las reuniones de la Familia, en tanto que las chicas le negaron sus favores. Aunque fue con el grupo al rancho Barker, solo se quedó tres días. Se largó, dijo DeCarlo, porque había empezado a creerse todo lo que «había oído sobre asesinatos», y porque tenía firmes sospechas de que si no se iba, a lo mejor era el siguiente. «Después de aquello —dijo—, empecé a andarme con ojo.»

Cuando los inspectores del caso LaBianca hablaron con DeCarlo el jueves anterior, este les prometió que intentaría localizar la espada de Manson. La entregó al sargento Gutiérrez, que la registró en calidad de efectos personales de «Manson, Charles M.», delito probable «187 PC»: asesinato.

La espada tenía una historia detrás. Unas semanas después de que Danny se mudara a Spahn, el presidente de los Straight Satans, George Knoll, alias «George 86», fue a verlo. Manson admiró la espada de George y se la sacó con el engaño de prometerle pagar una multa de tráfico de veinte dólares que debía. Según Danny, la espada se convirtió en una de las armas favoritas de Charlie. Al lado del volante de su bugui personal, tenía una funda metálica hecha a medida. Cuando vinieron los Straight Satans la noche del 15 de agosto a por Danny, vieron la espada y la reclamaron. Al enterarse de que estaba «sucia», es decir, que se había utilizado en un crimen, la partieron por la mitad. Estaba partida en dos cuando DeCarlo se la entregó a Gutiérrez.

Longitud total, cincuenta centímetros; longitud de la hoja, treinta y ocho centímetros. La anchura de la hoja, muy cortante, con la punta afilada por los dos lados, era de dos centímetros y medio.

Según DeCarlo, fue la espada que utilizó Manson para rebanarle una oreja a Gary Hinman.

Gracias a DeCarlo los inspectores se enteraron entonces de que, además de Bobby Beausoleil y Susan Atkins, había otras tres personas implicadas en el asesinato de Hinman: Manson, Mary Brunner y Bruce Davis. La principal fuente de DeCarlo era Beausoleil, que, al volver a Spahn tras el asesinato, alardeó ante DeCarlo de lo que había hecho. O, en palabras de Danny, «volvió haciéndose el chulo al día siguiente, igual que si le hubiera traído una chica sin catar».

La historia, tal y como aseguró DeCarlo que se la contó Beausoleil, fue así. Mary Brunner, Susan Atkins y Bobby Beausoleil se pasaron a ver a Hinman, y «le empezaron con chorradas sobre los viejos tiempos y todo eso». Luego Bobby le pidió a Gary todo el dinero que tuviera, le dijo que lo necesitaban. Cuando Gary contestó que no tenía nada, Bobby sacó una pistola de nueve milímetros, una Random polaca automática, y empezó a darle culatazos. En la refriega la pistola se disparó, y la bala no dio a nadie pero rebotó por la cocina (la LASO encontró una bala de nueve milímetros alojada debajo del fregadero).

Después Beausoleil telefoneó a Manson, que estaba en el rancho Spahn, y le dijo: «Charlie, más vale que vengas. Gary no coopera50». Poco después Manson y Bruce Davis llegaron al domicilio de Hinman. Perplejo y lastimado, Gary suplicó a Charlie y le pidió que cogiera a los demás y se fuera. No quería líos, no entendía por qué le hacían aquello, siempre habían sido amigos. Según DeCarlo, «Charlie no dijo nada. Le dio con la espada. Zas. Le cortó un trozo de oreja o toda». [La oreja izquierda de Hinman estaba cortada por la mitad.]

«Así que Gary cayó al suelo, jodido por haber perdido la oreja (…)» Manson le dio a elegir: o firmaba para ceder todo lo que tenía, o moría. Luego Manson y Davis se fueron.

Aunque Beausoleil sí que consiguió las «fichas rosas» (los documentos de propiedad del estado de California) de dos vehículos de Hinman, Gary siguió insistiendo en que no tenía dinero. Como no consiguieron convencerle con más culatazos, Bobby volvió a llamar a Manson, en Spahn, y le dijo: «No vamos a sacarle nada. No va a soltar nada. Y no podemos irnos sin más. Tiene una oreja cortada y va a ir a la policía». Manson contestó: «Bueno, ya sabes lo que tienes que hacer». Y Beausoleil lo hizo.

«Bobby dijo que se acercó otra vez a Gary. Cogió el cuchillo y se lo clavó. Tuvo que hacerlo tres o cuatro veces (…) [Hinman] sangraba un montón y le costaba respirar, y Bobby se arrodilló al lado de él y dijo: “Gary, ¿sabes qué? Ya no hay ninguna razón para que sigas vivo. Eres un cerdo y la sociedad no te necesita, así que esta es la mejor forma de que mueras, y deberías darme las gracias por sacrificarte para que no sufras”. Luego [Hinman] hizo ruidos con la garganta, la última boqueada, y ¡hala!, adiós.»

P. ¿O sea que Bobby le dijo que era un «cerdo»?

R. Exacto. Es que la lucha contra la sociedad era el punto número uno de esa…

P. (Con escepticismo) Sí, ya entraremos en su filosofía y todas esas chorradas luego (…)

Jamás lo hicieron.

DeCarlo continuó. Antes de abandonar la casa, escribieron en la pared «“cerdito blanco” o “blanquito” o “mata a los cerditos”, algo por el estilo». Además Beausoleil mojó una mano en la sangre de Hinman y, utilizando la palma, hizo una huella de animal en la pared; el plan era «echarles las culpas a los Panteras Negras», que usaban la huella de emblema. Después hicieron el puente a la furgoneta Volkswagen de Hinman y al coche familiar Fiat y llevaron los dos vehículos al rancho Spahn, donde Beausoleil alardeó de sus hazañas ante DeCarlo.

Más tarde, al parecer por miedo a que la huella de la palma pudiera ser identificable, Beausoleil regresó al domicilio de Hinman e intentó, sin éxito, limpiarla de la pared. Eso fue varios días después de la muerte de Hinman, y luego Beausoleil dijo a DeCarlo que «había oído los gusanos comiéndose a Gary51».

Como asesinos, sin duda fueron muy poco profesionales. No solo fue identificable la huella de la palma, sino también una huella latente que dejó Beausoleil en la cocina. Tuvieron la furgoneta Volkswagen y el Fiat de Hinman en el rancho varios días, donde varias personas52 vieron los dos vehículos. Hinman tocaba la gaita, un instrumento musical nada común, desde luego. Beausoleil y las chicas llevaron la gaita al rancho Spahn, donde permaneció un tiempo en un estante de la cocina; DeCarlo por lo menos intentó tocarla. Y Beausoleil no se desembarazó del cuchillo, sino que siguió llevándolo consigo. Estaba en el hueco de la rueda de repuesto cuando lo detuvieron el 6 de agosto mientras conducía el Fiat de Hinman.

DeCarlo hizo un dibujo del cuchillo que Beausoleil aseguraba haber utilizado para apuñalar a Hinman. Era delgado como un lápiz, un Bowie en miniatura, con un águila en el mango y una inscripción mejicana. Cuadró a la perfección con el cuchillo recuperado del Fiat. DeCarlo esbozó también la Random nueve milímetros, que todavía no se había hallado.

Los inspectores le preguntaron qué más pistolas había visto en Spahn.

R. Bueno, había un Buntline del calibre veintidós. Cuando se cepillaron a aquel Pantera Negra, no quise tocarlo. No quise limpiarlo. No quise ni acercarme a él.

DeCarlo aseguró que no sabía de quién era, pero dijo: «Charlie siempre lo llevaba en una funda en la pechera. Siempre lo tenía más o menos a mano».

La pistola «apareció así como así» en algún momento «alrededor de julio, a lo mejor junio». ¿Cuándo fue la última vez que la vio? «Sé que no la vi al menos durante una semana antes de la redada.»

La redada del rancho Spahn tuvo lugar el 16 de agosto. Una semana antes sería el 9 de agosto, la fecha de los homicidios del caso Tate.

P. ¿Alguna vez preguntaste a Charlie: «¿Dónde está tu pistola?»?

R. Me dijo: «La he regalado». Le gustaba, así que pensé que a lo mejor la tenía escondida.

Los inspectores pidieron a DeCarlo que dibujara el Buntline. Era casi idéntico a la fotografía del modelo Hi Standard Longhorn enviada en el folleto del LAPD. Luego enseñaron el folleto a DeCarlo y le preguntaron: «¿Se parece a la pistola que has mencionado?».

R. Ya lo creo.

P. ¿Qué diferencia hay entre esa pistola y la que viste tú?

R. No hay ninguna. Solo era diferente la hoja del alza. No tenía.

Los inspectores pidieron a DeCarlo que volviera sobre lo que sabía del asesinato del Pantera Negra. Springer fue el primero en mencionarles el asesinato cuando hablaron con él. En el ínterin hicieron algunas comprobaciones y toparon con un pequeño problema: no se había denunciado tal asesinato.

Según DeCarlo, después de que Tex estafara al tipo dos mil quinientos dólares en una venta de hierba, el Pantera llamó a Charlie al rancho Spahn y le amenazó con que él y sus hermanos arrasarían el rancho entero si no le compensaba. Esa misma noche Charlie y un tal T.J. fueron a la casa de los Panteras, en North Hollywood. Charlie tenía un plan.

Se puso el Buntline del calibre veintidós atrás en el cinturón. A su señal, T.J. tenía que sacar la pistola, salir de detrás de Charlie y pegarle un tiro al Pantera. Cargárselo allí mismo. Solo que T.J. se rajó, y Manson tuvo que disparar él mismo. Los amigos del negro, presentes cuando se produjo el disparo, luego se deshicieron del cuerpo en el parque Griffith, dijo Danny.

Danny vio los dos mil quinientos dólares y estuvo presente a la mañana siguiente cuando Manson criticó a T.J. por echarse atrás. DeCarlo dijo que T.J. era «un tío muy majo; aparentaba que intentaba ser uno de los chicos de Charlie, pero no estaba hecho para eso». T.J. siempre había dicho amén a Charlie hasta entonces, pero, según le dijo, «no quiero tener nada que ver con liquidar a nadie». Un día o dos después «se esfumó».

P. ¿A quién más mataron allí arriba? ¿Qué hay de Shorty? ¿Sabes algo de eso?

Hubo un largo silencio, y luego:

R. Era el as en la manga que me guardaba.

P. ¿Y eso?

R. Me lo ahorraba para el final.

P. Bueno, ya puestos, vamos a aclararlo ahora. ¿Tiene Charlie algo con lo que pueda mancharte?

R. No, qué va. Nada.

No obstante, había algo que preocupaba a DeCarlo. En 1966 lo condenaron por un delito grave, pasar de contrabando marihuana por la frontera mejicana, un cargo federal. En aquel momento estaba recurriendo la sentencia. También pesaban sobre él otras dos acusaciones: junto a Al Springer y varios Straight Satans vendió el motor de una motocicleta robada, un cargo local, y dio información falsa al comprar un arma de fuego (utilizando un seudónimo y no revelando que había sido condenado por un delito grave), un cargo federal. Manson seguía en libertad condicional por un delito federal. «¿Y qué pasa si me mandan al mismo sitio? No quiero notar un cuchillo en la espalda y encontrarme a ese hijo de puta detrás.»

P. Déjame explicarte una cosa, Danny, para que veas dónde estás. Hablamos de un tipo que estamos bastante seguros de que es responsable de unos trece asesinatos. De algunos ni siquiera sabes nada.

La cifra de trece no fue más que una conjetura, pero DeCarlo los sorprendió al decir:

R. Sé lo de… Estoy bastante seguro de que se cargó a Tate.

P. Bien, hemos hablado del Pantera, de Gary Hinman, vamos a hablar de Shorty, y tú crees que se cargó a Tate, son ocho. Ahora tenemos a cinco más, ¿vale? Bueno, nuestra opinión es que Charlie tiene un problemilla mental. Pero de ninguna manera vamos a ponerte en peligro a ti ni a nadie, aunque solo sea porque no queremos otro asesinato. Nuestro trabajo es impedir asesinatos. Y en este trabajo no tiene sentido resolver trece asesinatos si van a asesinar a alguien más. Serían catorce.

R. Soy un motero malo.

P. No me importa lo que seas personalmente.

R. En general la policía piensa que no valgo nada.

P. No es lo que yo pienso.

R. No soy un ciudadano ejemplar…

P. Como te dije el otro día, Danny, si tú eres franco con nosotros, siempre, desde el principio, sin cuentos —yo no voy a mentirte, tú no vas a mentirme—, nosotros somos francos el uno con el otro, y yo lo doy todo por ti, el cien por cien. Lo digo en serio. Para que no tengas que ir al trullo.

P. (otro inspector) Ya hemos lidiado otras veces con moteros, con gente de todo tipo. Nos hemos arriesgado para ayudarlos porque nos han ayudado. Haremos todo lo que podamos para asegurarnos de que no asesinan a nadie, ya sea un motero o el mejor ciudadano del mundo (…) Ahora dinos qué sabes de Shorty.

Esa misma tarde del 17 de noviembre de 1969, temprano, dos agentes de homicidios del LAPD, los sargentos Mossman y Brown, aparecieron en el Instituto Sybil Brand y pidieron ver a una tal Ronnie Howard.

La conversación fue breve. Sin embargo, oyeron lo suficiente para ver que tenían algo gordo. Lo suficiente, también, para decidir que dejar a Ronnie Howard en el dormitorio de Susan Atkins no era la mejor idea. Antes de abandonar Sybil Brand, tramitaron el traslado de Ronnie a una unidad de aislamiento. Luego volvieron en coche a Parker Center, deseosos de decirles a los otros inspectores que habían «resuelto el caso».

Nielsen, Gutiérrez y McGann seguían haciendo preguntas a DeCarlo sobre el asesinato de Shorty. Ya estaban al corriente del mismo, incluso antes de hablar con Springer y DeCarlo, dado que los sargentos Whiteley y Guenther comenzaron a investigar el «posible homicidio» después de hablar con Kitty Lutesinger.

Sabían que «Shorty» era Donald Jerome Shea, un hombre blanco de treinta y seis años que trabajó en el rancho Spahn a temporadas de encargado de los caballos. Como la mayoría de los vaqueros que entraban y salían del rancho de cine Spahn, Shorty estaba esperando el día que algún productor descubriera que tenía todas las aptitudes para ser el nuevo John Wayne o Clint Eastwood. Cada vez que surgía la posibilidad de cualquier trabajo de actor, Shorty dejaba el rancho en busca del estrellato, siempre esquivo. Lo cual explicaba por qué, cuando desapareció de Spahn a finales de agosto, nadie le dio demasiadas vueltas. Al principio.

Kitty también dijo a la LASO que Manson, Clem, Bruce y posiblemente Tex estuvieron implicados en el asesinato, y que algunas chicas de la Familia ayudaron a borrar todas las huellas del crimen. Una cosa que no sabían, y que preguntaron entonces a Danny, fue:

P. ¿Por qué lo hicieron?

R. Porque Shorty iba al viejo Spahn a chivarse. Y a Charlie no le gustaban los chivatos.

P. ¿De las mentirijillas del rancho?

R. Exacto. Shorty le decía al viejo que tenía que ponerlo a él al mando y entonces haría limpieza.

Echaría inmediatamente a Manson y a su Familia. No obstante, Shorty cometió un error fatal: olvidó que la pequeña Squeaky no solo era los ojos de George, sino también los oídos de Charlie.

Hubo otros motivos, que Danny enumeró. Shorty tenía una mujer negra que bailaba en topless; Charlie «aborrecía» los matrimonios interraciales y a los negros. («Charlie tenía dos enemigos —dijo DeCarlo—: la policía y los negratas, en ese orden.») Charlie sospechaba, además, que Shorty había ayudado a planear la redada del 16 de agosto en Spahn: lo «liquidaron» alrededor de diez días después53. Y estaba la posibilidad, aunque en rigor era una conjetura de DeCarlo, de que Shorty hubiera oído por casualidad algo sobre los otros asesinatos.

Bruce Davis le habló del asesinato de Shorty, dijo DeCarlo. Varias chicas también lo mencionaron, igual que Clem y Manson. Danny no estaba muy seguro de algunos detalles —cómo pudieron pillar desprevenido a Shorty, y dónde—, pero en cuanto a cómo murió, fue de lo más gráfico. «Como si fueran a cepillarse al César», fueron a la armería y cogieron una espada y cuatro bayonetas alemanas, estas últimas compradas en una tienda de excedentes del Ejército por un pavo cada una y afiladísimas; luego, lo sacaron por su propio pie y «lo mataron a puñaladas y lo trincharon como si fuera un pavo de Navidad (…) Bruce dijo que lo cortaron en nueve trozos. Le rebanaron la cabeza. También los brazos, para que no hubiera forma de identificarlo. Se reían de eso».

Después de matarlo, cubrieron el cuerpo con hojas (DeCarlo suponía, pero no estaba seguro, que eso lo hicieron en uno de los cañones de detrás de los edificios del rancho); algunas chicas ayudaron a hacer desaparecer la ropa ensangrentada de Shorty, el automóvil y otras pertenencias; luego «Clem volvió al día siguiente o aquella noche y lo enterró bien».

P. (voz sin identificar) ¿Podemos parar unos quince minutos, y mandar a lo mejor a Danny arriba para que se tome un café? Ha habido un accidente y quieren hablar con vosotros.

P. Claro.

P. Voy a mandar a Danny arriba al octavo piso. Lo quiero de vuelta aquí en quince minutos.

R. Yo me espero aquí.

Danny no tenía muchas ganas de que lo vieran deambulando por los pasillos del LAPD.

P. No serán más de quince minutos. Cerraremos la puerta para que nadie vea que estás aquí dentro.

No había habido ningún accidente. Mossman y Brown habían vuelto de Sybil Brand. Mientras relataban lo que habían oído, los quince minutos se alargaron casi hasta los cuarenta y cinco. Aunque las conversaciones entre Atkins y Howard dejaron muchos interrogantes, los inspectores estaban ya convencidos de haber «resuelto54» los casos Tate y LaBianca. Susan Atkins contó a Ronnie Howard detalles —las palabras escritas en la vivienda de los LaBianca, que no se publicaron, la navaja perdida en el domicilio de Tate— que solo podían conocer los asesinos. Los tenientes Helder (Tate) y LePage (LaBianca) fueron informados.

Cuando los inspectores regresaron a la sala para interrogar, estaban animados.

P. Bueno, hemos dejado a Shorty en nueve trozos, con la cabeza y los brazos rebanados (…)

No contaron a DeCarlo lo que acababan de saber. Pero él debió de notar un cambio en las preguntas. Pusieron punto final enseguida al asunto de Shorty. Pasaron a hablar de Tate. ¿Por qué pensaba Danny exactamente que Manson estaba implicado?

Bueno, hubo dos incidentes. O a lo mejor fue el mismo, Danny no estaba seguro. El caso es que «salieron a mangar y volvieron con setenta y cinco pavos. Tex participó. Y se jodió un pie birlándoselos a alguien. No sé si lo mandó al otro barrio, pero le sacó setenta y cinco pavos».

En el rancho Spahn no había calendarios, les había dicho antes DeCarlo. Nadie prestaba demasiada atención al día que era. Sin embargo, la única fecha que todos los del rancho recordaban era el 16 de agosto, el día de la redada. Fue antes.

P. ¿Cuánto tiempo antes?

R. Pues… dos semanas.

Si el cálculo de DeCarlo era correcto, fue también antes del caso Tate. ¿Cuál fue el otro incidente?

R. Una noche salieron, todos menos Bruce.

P. ¿Quiénes?

R. Charlie, Tex y Clem. Los tres. Bueno, a la mañana siguiente…

Uno de los inspectores lo interrumpió. ¿Los vio marchar? No, solo que a la mañana siguiente… Otra interrupción. ¿Aquella noche salió alguna de las chicas?

R. No, creo… que no. Estoy casi seguro de que fueron los tres solos.

P. Bueno, ¿recuerdas si el resto de las chicas pasó la noche allí?

R. A ver, las chicas estaban desperdigadas por todas partes, y habría sido imposible seguir la pista de quién estaba y quién no (…)

Así que cabía la posibilidad de que las chicas se hubieran ido sin que lo supiera DeCarlo. Bien, ¿qué hay de la fecha?

Eso Danny lo recordaba, más o menos, porque estaba reconstruyendo el motor de su motocicleta y tuvo que ir a la ciudad a por un cojinete. Fue «alrededor del 9, el 10 o el 11» de agosto. «Y se largaron aquella noche y volvieron a la mañana siguiente.»

Clem estaba delante de la cocina, dijo DeCarlo. Danny se acercó a él y le preguntó: «¿Qué hicisteis anoche?». Clem, según Danny, sonrió «con esa sonrisa de idiota de remate que tiene». Danny miró atrás y vio a Charlie detrás de él. Le dio la impresión de que Clem estaba a punto de responder pero Charlie le hizo señas para que se callara. Clem dijo algo así como «No te preocupes, nos fue bien». En ese momento Charlie se fue. Antes de ir detrás de él, Clem le cogió a Danny de un brazo y dijo: «Nos cargamos a cinco cerditos». Sonreía de oreja a oreja.

Clem dijo a DeCarlo: «Nos cargamos a cinco cerditos». Manson dijo a Springer: «Nos cepillamos a cinco la otra noche, sin ir más lejos». Atkins confesó a Howard haber apuñalado a Sharon Tate y Voytek Frykowski. Beausoleil confesó a DeCarlo haber apuñalado a Hinman. Atkins dijo a Howard que lo apuñaló ella. De repente a los inspectores les sobraban confesiones. Eran tantas que no vieron nada claro quién estaba implicado en qué homicidios.

Pasando por alto a Hinman que, después de todo, era un caso del sheriff, y centrándose en el de Tate, tenían dos versiones:

(1) DeCarlo creía que Charlie, Clem y Tex —sin la ayuda de ninguna chica— mataron a Sharon Tate y a los demás.

(2) Por lo que entendió Ronnie Howard, Susan Atkins dijo que ella, otras dos chicas (mencionó los nombres de «Linda» y «Katie», pero no quedó claro si estuvieron implicadas en aquel homicidio en concreto), más «Charles», más posiblemente otro hombre, fueron al 10050 de Cielo Drive.

En cuanto a los asesinatos del caso LaBianca, lo único que sabían era que «hubo dos chicas y Charlie», que «Linda no estuvo metida en aquel» y que Susan Atkins estaba de alguna manera incluida en aquel plural.

Los inspectores decidieron probar otro enfoque, a través de las otras chicas del rancho. Pero antes quisieron cerrar algunos flecos. ¿Qué ropa llevaban los tres hombres? Ropa oscura, contestó DeCarlo. Charlie llevaba un jersey negro, unos Levi’s, mocasines; Tex iba vestido de forma parecida, creía, aunque a lo mejor llevaba botas, no estaba seguro. Clem también llevaba unos Levi’s y mocasines, además de una chaqueta campera de color verde militar. ¿Observó algo de sangre en la ropa cuando los vio a la mañana siguiente? No, aunque por otra parte no la buscó. ¿Tenía alguna idea sobre el vehículo que cogieron? Claro, el Ford del 59 de Johnny Swartz. Era el único coche que funcionaba en aquel momento. ¿Alguna idea sobre dónde estaba entonces?

Se lo llevaron remolcado durante la redada del 16 de agosto, por lo que sabía Danny, y probablemente seguía en el depósito de Canoga Park. Swartz era uno de los peones de Spahn, no un miembro de la Familia, pero les prestaba el coche. ¿Alguna idea sobre el nombre verdadero de Tex? «Charles» era el nombre de pila, dijo Danny. Vio el apellido una vez, en una ficha rosa, pero no lo recordaba. ¿Era «Charles Montgomery»?, preguntaron los inspectores utilizando un apellido proporcionado por Kitty Lutesinger. No, no le sonaba. ¿Qué hay de Clem? ¿Te suena «Tufts»? No, nunca oyó que llamaran así a Clem, pero «¿ese chico que encontraron tiroteado en el cañón de Topanga, el de dieciséis años, no se apellidaba Tufts?». Uno de los inspectores contestó: «No lo sé. Ese caso lo lleva el sheriff. Ya tenemos muchos asesinatos».

Vale, ahora las chicas.

P. ¿Conocías bien a las tías de allí?

R. Bastante bien, colega. (Risa)

Los inspectores empezaron a repasar los nombres que utilizaron las chicas una vez detenidas en las redadas de Spahn y Barker. Y encontraron problemas inmediatamente. No solo usaban alias al ser fichadas, sino también en el rancho. Y no uno solo, sino varios, y, por lo visto, se los cambiaban como la ropa, cuando les apetecía. Para complicar más las cosas, incluso se los intercambiaban.

Como si estos problemas no bastaran, Danny les dio otro. Fue de lo más reacio a admitir que cualquiera de las chicas fuera capaz de cometer un asesinato.

Los tíos eran otra cosa. Bobby, Tex, Bruce, Clem, cualquiera de ellos mataría, le parecía a DeCarlo, si Charlie se lo pedía. (Más tarde se supo que todos ellos mataron.)

Ella Jo Bailey fue descartada: se fue del rancho Spahn antes de los asesinatos. Mary Brunner y Sandra Good también, porque pasaron en la cárcel las dos noches.

¿Qué hay de Ruth Ann Smack, alias Ruth Ann Huebelhurst? (Eran nombres de la ficha policial. El nombre verdadero era Ruth Ann Moorehouse, y en la Familia la llamaban «Ouisch». Danny lo sabía, pero por motivos personales no se molestó en informar a los inspectores.)

P. ¿Qué sabes de ella?

R. Era una de mis pichurris preferidas.

P. ¿Crees que tendría agallas para participar en un asesinato a sangre fría?

Danny dudó un rato largo antes de contestar:

«Mira, esa pequeña es un encanto. Lo que me reventó fue que un día se me acercó, cuando estaba allí arriba en el desierto, y me dijo: “Me muero de ganas por cargarme a mi primer cerdo”.

»¡Una chavala de diecisiete años! Me quedé mirándola como si fuera mi hija, la cosita más linda que querrías conocer en la vida. Era preciosa y encantadora. Y Charlie le jodió tanto la cabeza que se te revolvían las tripas.»

Se determinó que la fecha en que le dijo aquello a DeCarlo fue alrededor del 1 de septiembre. Si para entonces no había matado, no había participado en los asesinatos de los casos LaBianca o Tate. Ruth Ann descartada.

¿Conociste a una tal Katie? Sí, pero no sabía el nombre verdadero. «Jamás supe el nombre verdadero de nadie», dijo DeCarlo. Katie era una tía mayor, no una cría que se había ido de casa. Era de Venice o por ahí. La descripción que hizo de ella fue poco precisa, exceptuando que tenía tanto pelo por el cuerpo que ningún tío quería montárselo con ella.

¿Qué hay de Linda? Era una tía bajita, dijo Danny. Pero no se quedó mucho tiempo, a lo mejor un mes o así, y no sabía mucho de ella. Cuando hicieron la redada del rancho Spahn, ya se había ido.

Cuando Sadie salía «a hacer el bicho», ¿llevaba armas?, preguntó uno de los inspectores.

R. Llevaba un cuchillo pequeño (…) Tenían un montón de cuchillos pequeños de caza, cuchillos de caza Buck.

P. ¿Cuchillos Buck?

R. Cuchillos Buck, sí (…)

Entonces empezaron a lanzarle preguntas concretas a DeCarlo. ¿Viste alguna vez tarjetas de crédito con un apellido italiano? ¿Alguien habló de una persona que tenía una lancha? ¿Oíste a alguien usar el apellido «LaBianca»? Danny respondió que no a todo.

¿Y gafas, llevaba alguien en Spahn? «Nadie llevaba gafas porque Charlie no les dejaba.» Mary Brunner tenía varios pares; Charlie los rompió.

Enseñaron a DeCarlo cuerda de nylon de dos ramales. ¿Viste alguna vez una cuerda así allí en Spahn? No, pero sí de tres ramales. Charlie compró unos sesenta metros en Jack Frost, la tienda de excedentes de Santa Mónica, en junio o julio.

¿Estaba seguro? Claro. Estaba con él cuando los compró. Luego los enrolló para que no se deshilacharan. Era una cuerda como la que usaban en la Guardia Costera, en las lanchas torpederas. Él la había manejado cientos de veces.

Aunque DeCarlo no lo sabía, la cuerda de Tate-Sebring también era de tres ramales.

Probablemente, tras acordarlo de antemano, los inspectores empezaron a presionar a DeCarlo y adoptaron un tono más duro.

P. ¿Participaste en algún robo con alguno de ellos?

R. Hostias, no. De eso nada. Pregunta a cualquier chica.

P. ¿Tuviste algo que ver con la muerte de Shorty?

DeCarlo lo negó con vehemencia. Shorty era amigo suyo. Además, «no tengo huevos para mandar a alguien al otro barrio». Pero en la respuesta hubo la vacilación suficiente para indicar que ocultaba algo. Le apretaron y DeCarlo habló de las pistolas de Shorty. Tenía dos revólveres Colt 45 a juego. Siempre los empeñaba, y luego los recuperaba. A finales de agosto o principios de septiembre —después de la desaparición de Shorty, pero supuestamente antes de que DeCarlo supiera lo que le había pasado—, Bruce Davis le dio las papeletas de empeño de Shorty por las pistolas, para devolverle un dinero que le debía a DeCarlo. Danny recuperó las pistolas. Luego, al saber que habían asesinado a Shorty, vendió los revólveres a una tienda de Culver City por setenta y cinco dólares.

P. Pues estás metido en la mierda, ¿sabes?

Danny lo sabía. Y se hundió aún más en ella cuando uno de los inspectores le preguntó si sabía algo de la cal. Cuando la detuvieron, Mary Brunner llevaba una lista de la compra elaborada por Manson. «Cal» era uno de los artículos de la lista. ¿Alguna idea de por qué querría Charlie cal?

Danny recordó que Charlie le preguntó en cierta ocasión qué podía usar para «descomponer un cuerpo». Le dijo que lo que mejor funcionaba era la cal, porque él la había usado una vez para deshacerse de un gato que había muerto debajo de una casa.

P. ¿Por qué le dijiste eso?

R. Por ninguna razón en concreto, solo me hizo una pregunta.

P. ¿Qué te preguntó?

R. Pues la mejor manera de… esto… bueno, de deshacerse de un cuerpo muy rápido.

P. No se te ocurrió decir: «¿Por qué coño me preguntas una cosa así, Charlie?».

R. No, porque él estaba tarado.

P. ¿Cuándo tuvo lugar esa conversación?

R. Pues… precisamente alrededor del día que desapareció Shorty.

Aquello tenía mala pinta, y los inspectores lo dejaron en ese punto. Aunque a puerta cerrada se inclinaron a aceptar la versión de DeCarlo, sospechando, pese a todo, que, aunque probablemente no había participado en el asesinato, sabía más de lo que contaba, eso les dio una ventaja adicional para intentar conseguir lo que querían.

Querían dos cosas.

P. ¿Queda alguien en el rancho Spahn que te conozca?

R. Que yo sepa, no. No sé quién está allí. Y no quiero subir a verlo. No quiero tener nada que ver con ese sitio.

P. Quiero echar un vistazo por allí. Pero necesito un guía.

Danny no se ofreció. La otra petición la hicieron sin rodeos.

P. ¿Estarías dispuesto a testificar?

R. ¡No, señor!

Pesaban dos acusaciones contra él, le recordaron. En cuanto al motor de la moto robada, «a lo mejor podemos rebajar el delito. A lo mejor podemos llegar a que lo retiren. Por lo que se refiere al delito federal, no sé cuánto podemos presionar. Pero también lo podemos intentar».

R. Si lo intentan por mí, perfecto. No les puedo pedir más.

Si aquello se reducía a ser testigo o ir a la cárcel… DeCarlo dudó.

R. Entonces cuando él salga de la cárcel…

P. No va a salir de la cárcel acusado de asesinato con premeditación cuando se le imputan más de cinco víctimas. Si Manson fue el tipo que participó en los asesinatos del caso Tate. Todavía no lo sabemos a ciencia cierta. Tenemos mucha información que apunta a eso.

R. También hay una recompensa de por medio.

P. Así es. Bastante buena. Veinticinco de los grandes. No quiere decir que se los vaya a quedar uno solo, pero incluso repartidos es un buen pellizco.

R. Con eso podría mandar al crío a la academia militar.

P. Bueno, ¿qué te parece? ¿Estarías dispuesto a testificar contra ese grupo de personas?

R. Manson estará allí sentado mirándome, ¿verdad?

P. Si vas al juicio y testificas, sí. A ver, ¿cuánto miedo le tienes a Manson?

R. Estoy cagado. Me tiene acojonado. Él no dudaría ni un segundo. Aunque tardara diez años, acabaría por encontrar a mi hijo y le haría picadillo.

P. Valoras a ese hijo de puta más de lo que se merece. Si crees que Manson es una especie de dios que va a fugarse de la cárcel y volver para asesinar a todo el que testificó contra él…

Pero era evidente que DeCarlo creía que Manson era capaz de hacerlo.

Incluso si permanecía en la cárcel, había otros.

R. ¿Y Clem? ¿Lo tenéis encerrado?

P. Sí. Está en el trullo, en Independence, con Charlie.

R. ¿Y qué hay de Tex y Bruce?

P. Están los dos fuera. De Bruce Davis, lo último que oí, a principios de mes, fue que estaba en Venice.

R. Bruce en Venice, ¿eh? Tendré que andarme con ojo (…) Un hermano de la organización me dijo que había visto a dos de las chicas también en Venice.

Los inspectores no dijeron a DeCarlo que la última vez que vieron a Davis, el 5 de noviembre, fue en relación con otra muerte, el «suicidio» de Zero. El LAPD sabía a esas alturas que Zero —alias Christopher Jesus, n/v John Philip Haught— fue detenido en la redada de Barker. Antes, al repasar algunas fotografías, DeCarlo identificó a «Scotty» y «Zero», dos jóvenes de Ohio que pasaron poco tiempo con la Familia porque «no encajaron». Uno de los inspectores comentó:

P. Zero ya no está con nosotros.

R. ¿Cómo que ya no está con nosotros?

P. Está entre los muertos.

R. ¡Mierda! ¿En serio?

P. Sí, un día se colocó un poquito de más y jugó a la ruleta rusa. Se metió una bala en la cabeza.

Aunque los inspectores por lo visto se tragaron la historia de la muerte de Zero, tal y como la relataron Bruce Davis y los otros, no fue el caso de Danny, en ningún momento.

No, Danny no quería testificar.

Los inspectores lo dejaron ahí. Todavía había tiempo para que cambiara de opinión. Después de todo, tenían ya a Ronnie Howard. Dejaron que Danny se fuera, después de arreglar que se pasara al día siguiente.

Uno de los inspectores comentó, después de que Danny se hubiera ido pero con la cinta aún grabando: «Me parece que hoy nos hemos ganado el pan».

La conversación con DeCarlo duró más de siete horas. Ya eran más de las doce de la noche del martes 18 de noviembre de 1969. Yo ya estaba durmiendo, sin saber que dentro de unas pocas horas, por la mañana, a consecuencia de una reunión entre el fiscal del distrito y su equipo, me asignarían la tarea de procesar a los asesinos de los casos Tate-LaBianca.

Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson

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