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Escuditos,

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por Jorge Alemán

a Gustavo Abrevaya

Siendo un niño encontré en casa una cajita llena de escuditos, escondida en un placard. Así fue que hallé una de esas insignias que los mayores llevaban en el ojal. Pero esas insignias, por razones extrañas a mi entendimiento, no eran inocentes. Estaban ocultas desde hacía tiempo, nunca las había visto antes.

Entonces pregunté a Madre por su significado y, antes de terminar la pregunta, me respondió:

—Están prohibidas.

Aquí mi asombro se demoró en el brillo huidizo que me observaba desde el escudito. Nunca había tenido en mis manos un objeto tan mínimo, casi insignificante, y que a la vez participara de lo prohibido. Madre había sido concluyente: prohibidos.

Y pude sentir su temor cuando pronunciaba esa palabra. ¿Qué representaban? ¿Qué bizarra pertenencia señalaban?

—No sé si Padre podrá explicarte esto a tu edad. Que lo haga él porque a mí siempre me gustó Evita –¿Había escuchado antes el nombre de Evita?–. Que él te diga algo porque eso va a volver…

Un pequeño objeto, con colores familiares en el caleidoscopio de una patria perdida en la infancia del hijo de un peronista, se presentaba por primera vez como el talismán de un mito siempre a descifrar.

Las mil y una noches personistas

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