Читать книгу Sugar, daddy - E. M Valverde - Страница 11

Оглавление

7. [a su merced]

Areum

Como si fuera novedad, al insomnio se le estaba haciendo costumbre visitarme por las noches.

Me puse los auriculares y me subí al coche privado. No había visto a mi madre porque se había ido temprano a trabajar, y yo todavía tenía que ir al colegio. Incluso con la carga emocional de saber que por la tarde también vería a Takeshi.

—Que tengas un buen día, Joji –me despedí y abrí la puerta del coche, y había estado tan centrada en evadirme con la música, que no me había percatado de que había una marabunta de gente con cámaras afuera del coche, esperando en el recinto colegial. Paparazzis.

¿Qué querrían ahora? No había sucedido nada impactante en público

—Abróchese de nuevo el cinturón de seguridad, Señorita So –Joji giró el volante con brusquedad, cerrando la puerta de un golpe, y los periodistas abrieron un camino cuando oyeron el derrape del coche. El joven chófer maniobró el automóvil por la acera de una forma bastante ilegal pero maestra, hasta dejarme justo en la puerta del instituto. Se dispararon los flashes y las caras boquiabiertas de los estudiantes–. Salga rápido y no les dé ni los buenos días –me despidió, con un tono cortante pero también cauto.

Me cubrí la cara al apearme del coche, y alcancé a oír algunas preguntas intrusivas de la prensa.

“¿Están saliendo?”

“¿Significa eso una colaboración entre las dos empresas?”

“¡¿Cómo se les ocurre hacer eso en un parque?!”

A pesar de que intuí de qué y quiénes hablaban, no entendí por qué me acosaban como a las famosas que se ven involucradas en escándalos amorosos o demás cotilleos. ¿Acaso era mi vida como heredera de interés público? ¿Por qué a todo el mundo le gustaba invadir y criticar lo que se hacía en privacidad?

El resto de alumnos me miró con un descaro increíble; cotillas. Recordé por qué no tenía demasiados amigos aquí en Japón. Una vez estuve resguardada dentro del edificio, percibí la magnitud de la situación: la fachada llena de ansiosas cámaras sin cara, ya que siempre llevaban mascarillas para evitar problemas. El coche de Joji se perdió al girar una esquina, dejándome abandonada aquí; suspiré.

De las taquillas oí los cuchicheos de un grupo de chicas de curso inferior, y me irrité hasta detonar. ¿Qué les importaba a ellas?, ¿no podían cotillear a solas? ¡Qué despreciables!

—¿Qué coño miráis? –les hablé seca, y conseguí que desaparecieran de mi vista. Caminé hasta las escaleras del final y el teléfono comenzó a vibrar como loca cuando quité el modo avión. No me importó, subí las escaleras con parsimonia y desgana, dejando que los auriculares filtraran Problems, de Mother Mother. ¿Estarían mis problemas ya en boca de todos?

Doo-do-doo, I’m a loser, a disgrace

Al pie de los últimos escalones, apareció la regordeta y preocupada cara de Kohaku.

You’re a beauty, a luminary in my face

Me arranqué los auriculares. Todos los compañeros del curso nos miraban, y me dio el tic de morderme el carrillo de la mejilla para mitigar estrés y/o agobio. ¿Qué sabían exactamente?, ¿qué coño pasaba?

—Areum, ¿has visto los artículos? –susurró Kohaku desgastado, haciendo marcha hacia clase, ignorando las miradas curiosas y miserables.

—¿Cuáles?

—¿Es que no has recibido mis mensajes? –frenó en seco en clase, mirándome demasiado serio para mi gusto. Sacó su teléfono con algo de irritación; ¿qué mosca le había picado?

—Siempre pongo el teléfono en modo avión por la noche –argumenté–. ¿Qué ha pasado exactamente?

—Te he llamado mil veces –se frotó la sien nervioso, desbloqueando su iPhone y apretando la mandíbula cuando me enseñó la pantalla.

Era una foto nuestra del viernes cuando nos fuimos de fiesta, estábamos tiernamente abrazados en la acera. No era para tanto, pero la sociedad escandalizaba cualquier rumor con tal de tener de qué y de quién hablar.

—Kohaku, no veo el problema... –tal vez el problema era simplemente tener una amistad como Kohaku en la competencia, pero me daba igual.

—Sigue leyendo –poco a poco fui leyendo crítica a crítica, y también que la foto había sido enviada por un donador anónimo. Y yo ya había visto esta foto en otras manos.

Takashi había cumplido su promesa, había contactado a la prensa como una sentencia para mí. Aunque...podría haber enviado una foto peor, como la del graffiti. Eso me dejó reflexiva.

—Está por todos lados, y veo que a ti también te están comenzando a seguir los entrevistadores.

—Mi madre me va a matar –peiné mi pelo hacia atrás, las manos comenzando a temblarme cuando caí en la gravedad del asunto–. Todavía no he cruzado palabra con ella porque se fue pronto a trabajar. ¿Tu padre te ha dicho algo?

—La pregunta es: ¿qué no me ha dicho? –hizo una sonrisa que no le llegó a los ojos, como si estuviera a punto de llorar–. Estoy hasta los cojones de vivir con mi padre, qué ganas tengo de irme –se frotó la ceja, así desprendiendo el maquillaje que cubría un moratón rojo color burdeos que ayer no estaba.

Su padre le había vuelto a pegar. Mi madre solo me reñía cuando me veía con él, pero al menos no me agredía como el padre de Kohaku.

—¿Te duele mucho? –sentí preocupación y pena, pero negó nerviosamente mi carente ayuda.

—No es nada –tiró su mochila a un lado de su asiento, sentándose despreocupado, cambiando radicalmente el chip de buen chico a uno insumiso–. Me lo pasé muy bien el viernes, así que no me arrepiento de nada.

—Pero Kohaku, ¿cómo que no es nada? –apoyé las manos en su mesa para captar su atención–. ¡La que te va a pegar voy a ser yo, como vuelvas a decirme que no me preocupe!

A pesar de que mi mirada no desprendía nada más que angustia, a él la situación le pareció de lo más divertida. Se cruzó de brazos, con una sonrisa de chulería, y estuvo muy atractivo.

—¿Pero qué me vas a pegar? Si no me llegas ni a la cara –su comentario de mi altura no era nada nuevo, pero por el cariño reprimido con el que me miró, se me contagió una sonrisa sincera.

Kohaku me podía hacer sonreír hasta cuándo estaba en sus peores, ¿pero quién le hacía reír a él?

...

Se oían mis zapatos subiendo aquel tramo de escaleras, el compás asesino y amenazador en dirección a su despacho. Ahora que ya había visto el artículo con las fotos, debía tener una charla con él.

Le iba a matar

Pero la puerta estaba entreabierta, algo que me desconcertó dado su obsesivo control. Tal vez la había dejado entreabierta para tenderme una trampa, tal vez secretamente tenía ganas de verme.

—Takashi –irrumpí en el despacho abriendo la puerta de un golpe, y mi mirada cayó sobre su figura sedente, rellenando papeles como si no hubiese hecho nada malo. La gota que colmó el vaso fue su sonrisa felina, como de orgullo por su perversidad.

—¿Qué formas son esas de dirigirte a mí? –no se dignó a mirarme, ni tampoco a borrar esa desvergonzada línea de su cara, estaba demasiado ocupado rellenando los putos documentos–. Siéntate nena, en un momento estoy contigo.

¿Estaba tomándome el pelo o qué?

Me acerqué a su descomunal escritorio con otros fines, y con el brazo barrí todo lo que había en la superficie. Todo cayó como una estruendosa cascada de agua al suelo, y solo oí cómo Takashi hizo una inhalación profunda antes de mirarme con dureza. Probablemente le había molestado, pero lo ignoré y proseguí.

—¡¿Qué coño has hecho?! –estampé las manos abiertas en su escritorio, ahora vacío–. ¿Cómo te atreves a hacer públicas las fotos? Vas a tener una charla con mi abogado, y te vas a pudrir en la cárcel –solté las palabras atropelladamente, sin importarme que se estuviese levantando de la butaca–. Te voy a denunciar por acoso, intimidación, manipulación, chantaje...¡y seguro que alguna más!

El sprint que hizo me tomó desprevenida, y solté un grito cuando me cogió del pelo y me reclinó sobre su escritorio con demasiada brusquedad.

—¡No! ¿Qué haces?

Sus piernas se clavaron a los lados de las mías para inmovilizarme, y percibí su musculatura cuando se pegó a mi espalda, aplastándome un poquito. Mi mejilla dolió por el impacto contra la madera, aturdiéndome momentáneamente los sentidos. pero preferí no pensar en la comprometida posición.

Menudo desalmado sexual, joder, ¿pero qué clase de enfermo era?

—¿Qué?, ¿ahora ya no eres tan valiente? –tiró de mi pelo con fuerza, acercando mi oreja a su boca, y me sentí increíblemente humillada con cada sílaba que arrastró–. He hecho lo que tendría que haber hecho desde que me comenzaste a vacilar: cada vez que me enfades, haré pública una foto. He empezado con la más suave, ya que tener un amiguito a tu edad no es para tanto... ¿pero vandalizar las calles de Tokio? Tskk...no quiero saber qué dirá la prensa si finalmente alguien pone nombre y cara a los graffitis que arruinan el barrio más rico de la ciudad –me apretó las mejillas como si fuese el amo del lugar–, serás el foco constante de atención. Y siendo coreana... –dijo, como decepcionado–, te destrozarán en cuestión de días.

Me dolía tanto el poco tacto con el que me estaba tratando...

—¿Qué te he hecho yo para que me trates así? –volví a pegar la mejilla a la madera, cerrando los ojos para no llorar, escondiendo la cara–. ¿T-Te divierte acosar a una adolescente? ¿Tan triste es tu vida?

—¿”Acosar”? –repitió serio, acariciando mis costados–. Yo creo que solo soy dinamismo para tu aburrida vida, Areum, ¿hace cuánto no tenías una experiencia que te quitase el sueño por las noches? –tiró de mi cintura y se pegó por completo, marcando su dura erección. Se me fue la sangre de las venas; ¿por qué se me erizaron los pelos de la nuca?–. ¿Lo notas? Solo te he puesto en tu lugar y ya me he excitado.

Solo le faltaba decir que mi lugar estaba en la cocina para darme luz verde y darle otro bofetón, era repugnante.

—Ayer fui muy benevolente cuando te propuse el contrato –su voz se hacía pesada conforme me clavaba más las caderas, y me comenzaron a sudar las palmas de las manos a cámara lenta, a arder el vientre–, ¿y qué haces tú? Rechazarme y venir a mi despacho con complejo de heroína.

—... –no dije nada a pesar de que tenía ruido mental en la cabeza. Una sensación que no quería sentir bajó a mi intimidad, y no sabía qué hacer.

—A veces es mejor cerrar la boca en el momento justo –me apremió Takashi, inclinándose encima de mí con una reverencia de amante, el calor de su cuerpo sofocando mi cara de rojo. Me quedé hiper quieta con lo que me susurró, con la saliva –. Si todavía tuviéramos Corea anexionada a Japón...ten por seguro que ya te habría lavado la boca con jabón y cosido los labios. No habrías durado nada allá, nena.

No sabía cómo responder, ni tampoco encontré una voz para manifestarlo. Tenía claro que no me iba a escuchar, ¿así que para qué hablar?

—Areum-ssi –el diminutivo que hizo en mi lengua nativa me sacó una sonrisa amarga; vaya, Takashi sabía algo de coreano–, ¿no te dije que odio el traje este? –descubrió mi oreja, y besó la piel con un erotismo que pocas veces había sentido, con cuidado, con atención, con morbo–. Tienes demasiadas capas encima –serpenteó la mano por mi pecho, zigzagueando bajo la chaqueta hasta acunar mis senos, no agresivo sino como un caballero, y ese era el dilema, que tenía mucho tacto cuando le interesaba. ¿Notó mi pulso alterado?–, ¿te gusta que te toque así? –preguntó ladino en mi oído, y al ver que no pude contestar, cambió el tono a uno protector–. Ven, nena.

Me cogió la cara dulcemente desde atrás, y me atrajo dominante hasta que nuestros labios chocaron. Apretó mis pechos con ansia, sacándome así un gimoteo sensible a traición. Lloré al darle esa satisfacción de verme mal, y cuando se separó para mirarme, sonrió complacido.

—No seas así...bésame bien –se lamentó, trazando tétricamente la línea bajo mi pómulo–. Tengo el correo con más fotos preparado en borradores, un click y la prensa las publicará –atrapó una gota salada de mi mejilla con su lengua, y el tétrico gesto solo me hizo llorar más. Era imposible llevarle la contraria.

Takashi se levantó en silencio y se sentó en su butaca, dejándome ahí tirada en su escritorio. Tardé unos minutos en incorporarme, de lo anulada que me sentía. Tiró suave de mi muñeca, ofreciendo confidente su regazo, sus brazos grandes y abiertos, una mirada íntima. Me senté sin decir mucho, sin entender mucho, y comenzó un suave sendero vertical por mi pelo, mimándome sobre sus piernas, sin segundas intenciones.

No sé por qué, pero apoyé la frente en su pecho y lloré en silencio mientras él calmaba el ruido mental. Pretendí que era el pecho de Kohaku pero ni siquiera oí latidos, confirmando mi teoría de que no tenía corazón. Qué extraño era compartir algo tan íntimo con él.

¿Era esta actitud reposada la verdadera personalidad de Takashi? Así no daba miedo.

—Señor Takashi –susurré decaída, con los ojos pesados de llorar y de cansancio, y la mejilla caliente contra su camisa–. Deme la pluma.

Con una sonrisa imposible de ocultar, me entregó el contrato y la pluma, y firmé mi sentencia de muerte abrazada y sin saber lo que unos meses con él me podían cambiar.

Sugar, daddy

Подняться наверх