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15. [manos gucci]

Areum

Vaya, se me había pasado la borrachera de repente.

—¿Por qué estoy castigada? –logré murmurar–. No he hecho nada.

Me apoyé contra la puerta y le di mi peor mirada. Me había arruinado la noche con mi mejor amigo, ¿y para qué? Era cansino jugar en su tablero y ser su peón.

—Ni siquiera sé por qué me he subido a tu puto coche –espeté seca, alcanzando el asa para abrir la puerta y largarme. Kohaku seguía confundido en el banco. Había pasado un minuto, y Joji era un conductor excelente y rápido que no se demoraría tanto, Kohaku lo sabía. Comenzaría a sospechar.

—¿Que no lo sabes, dices? –me hizo gritar al sentir el familiar ardor en el cráneo, y no soltó mi pelo hasta que me tiró sobre sus piernas. No me clavé la palanca de cambios en la espalda de milagro. Le miré con rabia y lágrimas, su mirada siniestra vista desde abajo–. Te has subido en mi puto coche porque sabes qué es lo que te conviene –acarició mi mejilla con cinismo, su sonrisa mostrando sus malas intenciones.

Noté cómo su muslo se estiró bajo mi cabeza, pisando suavemente el acelerador hasta que el motor ronroneó. Quería levantarme de sus piernas para ver a Kohaku, pero hundió suave los dedos en mi pelo y cerré los ojos involuntariamente.

De repente ya no me quería mover de ahí, y él sabía perfectamente la magia de la que sus dedos eran capaces.

—Llego cansado de hacer negocios en el extranjero y ansioso de jugar un poco contigo...¿y qué me encuentro cuando vengo a por ti? –inquirió, su masaje consistente y relajante.

—¿Hmmn? –le miré a escondidas, concentrado en la carretera a pesar de tener la mandíbula en tensión.

—Que sigues igual de insolente que siempre –el reflejo rojo del semáforo proyectaba una imagen turbia en su cara–. Zorreando con el primero que pasa y rechazando mis regalos... –el desprecio en su voz me hizo sentir menos–. Tskk...debería haber llamado a Soyeon.

¿”Soyeon”? ¡Ese también era un nombre coreano! ¿Era también una de sus sumisas?

—Eres muy poco original, Takashi –hice el amago de apartar su mano para recolocarme en el asiento de copiloto, pero intensificó el agarre.

—Cuidado con lo que dices, te recuerdo que sigues castigada. Vacilarme no te va a beneficiar para nada –paseó los dedos por mi piel hasta engancharlos en la cadena de plata de Kohaku–. ¿Dónde está el collar?

En el bolsillo de mi chaqueta, pero no tenía por qué enterarse de eso.

—Desde luego, aquí no –espeté entre dientes, y aparté sus dedos anillados de un manotazo para incorporarme. Bajé el dobladillo del vestido al sentarme, y miré los neones que se difuminaban por la velocidad del vehículo–. ¿A dónde vamos?

No me respondió, y me tuve que resignar a esperar de brazos cruzados durante el trayecto a casa. Acabé dormida con la cara enfadada, y desperté al oír el golpe de una puerta.

Vi la cara angulosa de Takashi a través de la ventanilla, y abrió mi puerta de copiloto en silencio.

—¿Dónde estamos? –pregunté de nuevo, mirando el frío aparcamiento afuera.

—Si no bajas en los próximos diez segundos te puedo asegurar que te arrepentirás –se apoyó contra la puerta, presionándome para que bajase–. Diez...

Crucé las piernas y los brazos con bravuconería, esperando a que acabase el numerito.

—Cinco...

Le miré de reojo solo para ver cómo estaba manejando mi desobediencia, y se me escapó una sonrisa cuando vi su lengua apretada contra su mejilla. Me daba satisfacción darle de su propia medicina, para qué negarlo.

—Uno... –contó más lento los últimos segundos para crear más expectación–, cero.

Permanecí en la misma postura, incómoda con su silencio sepulcral. El brillo de su teléfono me cegó cuando me lo acercó a la cara, y eché la cabeza hacia atrás para poder leer la pantalla. Más fotos comprometidas de la discoteca con Kohaku, nada nuevo ni sorprendente pero sí enfermizo.

Bajé del coche para arrebatarle el teléfono y borrarlas, pero él me atrapó el brazo antes.

—Te pillé –bajó hasta mi oído, y se posicionó detrás de mí para rodear mi cintura. Me dio un empujón, y tuve que avanzar forzosamente hacia el edificio que se alzaba sobre nosotros–. ¿Te has dado cuenta de que siempre te tengo que hacer chantaje con las fotos del niñato manzana? A lo mejor estoy siendo demasiado benevolente y las tendría que publicar ya.

—N-no, Señor Takashi –mi espalda se tensó contra su pecho, y agité la cabeza en negación–, no tiene que hacer...–

—¿Ahora sí soy el Señor Takashi? –un amago de risa irónica arañó mi oído a la vez que me empujaba hacia el lujoso edificio con luces.

—¿Por qué estamos aquí? –mis piernas no estaban por la labor de obedecer, pero Takashi no me dejaba quedarme quieta en el pavimento.

—No lo sé, Areum, ¿qué suele hacer la gente a las dos de la madrugada en un hotel?

Me aferré a la chaqueta para evitar hiperventilar cuando vi el letrero del Four Seasons.

...

Takashi no había pronunciado palabra alguna en el ascensor, y yo disimulaba el temblor de mis manos bajo la chaqueta. A veces metía las manos en los bolsillos, solo para comprobar que no había perdido su collar, aunque tampoco me lo quería poner.

Sus zapatos marcaron un compás siniestro al avanzar por el pasillo enmoquetado, y seguí sus piernas kilométricas hasta que (muy a mi pesar) se detuvieron frente a una puerta blanca. La abrió con un pitido de tarjeta, y me planteé darme la vuelta y correr por el pasillo.

Entró en la gran estancia de tonalidades café y sujetó la puerta a mi espera. Había un brillo desafiante en su mirada, y en la mía solo inseguridad e incertidumbre.

No sabía qué iba a pasar y eso me asustaba, pero aún así di un paso adelante.

—Sabes...no tenía pensado traerte aquí tan tarde, pero no me he podido resistir –cerró la puerta tras él, y volví a sentirle cerca, escaneando mi cuerpo–. Estás espectacular –rozó mi brazo con los dedos–, ¿a qué se debe la ocasión?

—Eso no es importante –concluí, evitando mencionar a Kohaku, con la mirada militar en las cortinas.

Cubrió mi espalda baja con la mano, tocando mis curvas sobre el vestido, analizando.

—¿Sabes por qué estás aquí? –subió la mano tan poco a poco que me pudo rodear el cuello, y me sentí como un pato mareado.

—¿Porque me quieres follar? –mi comentario le hizo reír entre dientes, así que supuse que no estaba realmente enfadado.

—Hoy no tenía pensado ir tan lejos, pero si me lo pides así... –me inclinó la cabeza hacia atrás, y vi su larga sonrisa en un ángulo turbio. El deseo casi goteaba de sus ojos castaños, y me costó tragar saliva teniendo tanta atención encima.

Me dio la vuelta y cortó la distancia agachándose para besarme, sus labios igual de insaciables que siempre. Intentó pegarme más a él aunque mis manos estuvieran en medio.

Era una tontería negar que era un buen besador, y me sorprendí al no tener la cara de ningún famoso en mente, simplemente disfruté el toque.

—Suelta eso –señaló la chaqueta entre mis manos, y como las rodeó en su nuca, mi chaqueta cayó al suelo con un sonido metálico impactando en el suelo; su collar. Takashi bajó la cara para mirar al suelo, pero en un arrebato de desesperación porque no viese el objeto, cogí su cara angulosa para besarle.

Me empujó contra la pared, satisfecho con mi iniciativa, y mientras tocaba su pecho para distraerle, moví la chaqueta con la punta del zapato de tacón. Si veía el collar, me mataría. Ya había insistido con que no me lo quitara, pero yo no era propiedad de nadie.

—Si no supiese lo insolente que eres, podría pensar que hay un ángel bajo este vestido apretado –rompió el beso obsceno, sonriéndome de una forma que me hizo humedecer las bragas. Se relamió sin pudor al mirar mi pronunciado escote–. Me puedes soltar ya la cara, princesa –se deshizo de su chaqueta, hasta quedar en una camisa beige que le favorecía bastante.

Se le marcaban los bíceps descaradamente, e ignoré que pedían a gritos que los tocara.

Antes de volver a mí, se agachó con detalle para recoger mi chaqueta, y me mordí el carrillo al oír el familiar ruido metálico que marcaba mi sentencia. Mierda.

—Oh...qué interesante –dijo severo, escaneando la gruesa gargantilla Swarovski entre sus largos dedos Clavó un brazo en la pared tras mi cabeza, y se mantuvo en silencio con la mirada fija en las iniciales. Pasaron dos incómodos minutos así, y parecía pensativo cuando no me miraba las tetas en momentos puntuales.

—¿Señor Takashi? –mi voz le hizo despertar del trance, y no me gustó el tinte profundo que sus ojos me devolvieron.

—¿Lo has llevado todo este tiempo en el bolsillo? –en contraste con sus frías palabras, acarició mi mejilla con delicadeza, haciéndome rememorar los instantes de aparente tranquilidad sobre su muslo–. No te lo has puesto delante de Ito –sonrió paradójicamente, observando el otro colgante de plata que adornaba mi cuello. Enrolló los dedos en mi nuca, acercándome forzosamente a él–. Te dije que no te quitaras el collar, Areum.

Me miraba desde su altura enfadado, y noté algo frío en mi escote que no pude ver debido a su sujeción.

—Esto me lo voy a quedar –recogió el objeto de mis pechos, y aprovechó para apretar uno superficialmente. Tanteé mi cuello con sospecha, y me quedé en blanco al darme cuenta de que el regalo de Kohaku no estaba.

—¡No! –intenté despegarme de la pared para tomar mi collar de vuelta, pero me presionó del cuello y alzó el brazo a una altura que me era imposible alcanzar–. Devuélvamelo, Señor Takashi, es un regalo que me han hecho.

No quería ponerme a llorar, pero se me hacía difícil al ver cómo disfrutaba mi dolor.

—Dame una sola razón para hacerlo.

—Es un regalo de Kohie –concluí penosa entre lágrimas, forzándome a no dejarlas desbordar de mis ojos.

—¿Así le llamas? –dio un apretón en mi garganta, haciéndome toser–. Estoy seguro de que él también tiene un ridículo apodo para ti.

Sujeté su muñeca entre mis dedos, rogándole con la mirada un poco de piedad física y emocional.

—Me has desobedecido, vacilado y tuteado, ¿y cuántas veces te he dicho que no me gusta repetirme? –presionó su nariz angulosa en mi mandíbula, mi pulso disparándose–. ¿Sabes por qué no te has querido poner el collar, Areum? –susurró cínico–. Porque te niegas a aceptar que eres la sumisa de alguien, te destroza cuando las cosas no siguen tus planes y alguien te planta cara. Y te jode muchísimo que esa persona sea yo, que tengas que estar sometida a la persona que más odias y que más te enciende.

No dije nada, mi mente gritándome a voces lo mucho que le odiaba por tener razón.

—En realidad no somos tan distintos –noté la extendida línea de su boca contra mi piel–, a los dos nos gusta tener el control de las cosas. A mí en el sexo y a ti a nivel emocional con Ito. Pretender que no te das cuenta de lo pillado que está por ti, pero zorreando con él en la discoteca... Dime, ¿quién es el verdadero manipulador aquí?

—Basta ya –no se me ocurrió ninguna explicación decente, ya que me había abierto en canal.

—No te tienes que preocupar del control, para eso estoy yo –me hizo mirarle, sus cejas serias enmarcando su mirada oscura–. Te devolveré el collar si aguantas el castigo como una buena chica.

Asentí como pude, y me devolvió mi espacio personal con una expresión aprobadora.

Me quería dejar caer al suelo y llorar, pero aguanté con los tacones que me destrozaban los pies. Me sentí vacía y no supe por qué, pero acepté su mano cuando me la tendió.

—Vamos a la cama –tiró suavemente de mi mano, y afiancé el agarre al sentirme rota y necesitada de cariño, aunque fuese de la mano enemiga.

Takashi se sentó a los pies de la cama, y me hizo hueco entre sus piernas abiertas. Incluso sentado seguía siendo alto, lo suficiente como para tener mis pechos a su altura visual.

—Acércate, nena –apoyó mis manos en sus anchos hombros, y me aferré a ellos de la misma forma en la que él cogió mi nuca para unir nuestras bocas.

Estaba desanimada y tal vez por eso se tomó su tiempo de ir lento, y me relajé al no tener que seguir movimientos voraces y violentos. Humedeció mis labios con su lengua de forma suave, y dejé que acariciara a la mía con más pasión. Manoseó, estiró y jugó con mi culo, y me excité por segunda vez en la noche y con otro hombre diferente. Todo genial.

De un movimiento rápido, me desequilibró al tirar de mi muñeca, y caí de bruces sobre el colchón. Frente a mí solo se veía un desierto pacífico y blanco de sábanas y coSeiichies, y no me moví demasiado. Había quedado recostada sobre su pierna abierta, y sabía que me estaba mirando el culo en pompa por el silencio que había. Qué poco casual parecía aquello.

—¿Me...levanto?

—No, estás castigada –impactó mi trasero con la mano de forma vaga, y me tensé cuando la comenzó a subir por mi espalda–. No tienes permiso para hablar.

Enrrolló los dedos en mi mata de pelo, y tiró hasta que mi espalda no se pudo arquear más. La otra mano subió por el interior de mi muslo vestido, haciéndome estremecer con el frío contraste de sus dedos.

—Esta vez no me voy a quitar los anillos –advirtió, dejando un pequeño beso en mi frente antes de soltarme y apoyarme la cara en el edredón.

Ahora sus acciones eran delicadas y firmes, y me confundí hasta pensar que podía tener empatía.

Amasó mi trasero, mesurándome por encima del vestido. Estaba convencida de que podía verme las bragas debido a la posición, pero por supuesto eso a él le tendría encantado.

Cerré los ojos al sentir un nuevo impacto en la nalga derecha, y dejó la mano ahí, observando mi reacción. Parecía que me iba a dar azotes, como en las historias sexuales de internet.

—Ha sido un placer, Señor Takashi –me incorporé tras un minuto entero de silencio, convencida.

—¿A dónde vas? Eso solo era el calentamiento –me devolvió a la cama sin cuidado alguno, su índice acariciando mi mejilla de forma tétrica–. No te habrás pensado que eso era todo, ¿verdad?

—N-No...claro que no.

Me acomodó sobre su muslo, trazando líneas ascendentes por encima de las medias. Sus dedos se enrollaron en el dobladillo del vestido, y me hizo levantar las caderas para apartar el vestido y bajar las medias.

Oí lo más parecido a una risa en él, y enganchó el borde de las bragas.

—¿Y este tanga diminuto? –me azotó antes de que pudiera decir algo, y algo en mi cabeza hizo click cuando noté una ligera molestia directamente en la piel. Ese golpe había picado un poco. Me mantuve con la mejilla en el edredón, observando en silencio su sonrisa de disfrute–. ¿Te ha dolido? –conectó miradas, uno de sus mechones interponiéndose de forma lúgubre. Mentí al negar con la cabeza, y ahogó una sonrisa antes de volver a pegarme.

Enterré la cara en la cama para evitar hacer cualquier ruido, mi trasero ardiendo con el golpe.

—Me has dicho que no te dolía... –se mofó, propinándome otro azote en la otra nalga–, y las chicas buenas no mienten.

Su mano hacía un ruido sonoro cada vez que repetía el gesto, y al séptimo, no pude evitar removerme un poco en su pierna. Sus dedos quemaban y los anillos lo intensificaban todo.

Me estaba castigando por todo: por haberle mentido, por el puto collar y a saber por qué mierda enfermiza más. Estaba desquitándose conmigo.

—No tan fuerte, por favor –pedí en un susurro, teniendo fe en que fuese bueno.

—¿Notas cómo escuece el metal? Te van a dejar marcas durante días –apretujó la piel entre sus dedos, sus anillos fríos incomodándome físicamente. Asentí solo por si acaso se molestaba por no responderle, y me mantuvo pegada a la cama con una mano sobre mi espalda–. Probablemente esto te duela como mil demonios.

A pesar de que intenté prepararme mentalmente, grité al sentir la palma de su mano arremeter de forma seguida en mi trasero.

No me dio tiempo a descansar, y por cómo me escocía la piel, estaba segura de que los anillos me estaban dejando marcas.

—Seño Takashi, duele...duele mucho –se lo hice saber, pero continúo abusando mi piel con sadismo, creando una atmósfera hostil en la habitación de hotel–. Los anillos me hacen daño.

Solo se oía su respiración pesada en la habitación, como si hubiese estado follando. Le daba placer esta situación, hacer daño a los demás, a mí.

Quitó la mano de mi espalda, y me apoyé sobre los codos, con las piernas sacudiéndose solas.

—¿Vas a llorar? –preguntó ido en mi oído, ronco–, ¿vas a llorar porque te destrozan unos azotes en el culo?

—No me castigue más –pedí fría–, he aprendido la lección.

—No te esperabas que te fuesen a reventar el culo a azotes cuando estabas borracha con tu amiguito, ¿a que no? –apretó los dedos en mi garganta, coloreando mis mejillas por el mareo.

—Me...pondré el collar a-ahora mismo, se lo prometo.

Se me grabó mentalmente su risa macabra, y traspasó el fuerte agarre a mi pelo.

—Es un poco tarde para eso, ¿no crees? –encerró un tramo de piel de mi cuello entre sus dientes, y no pude evitar gemir de dolor al sentir otra palmada bestial contra mi ahora frágil piel–. Ponértelo ahora no te libraría mágicamente de lo que te estoy dando.

—Señor Takashi... –saboreé el metálico sabor de la sangre cuando mordí demasiado fuerte mi labio, temblando como todo mi cuerpo.

—Después de mamármela me dijiste que no te quitarías el collar si me portaba bien contigo –gruñó enfadado en mi cuello, mordiéndolo de forma brusca con otro azote–, ¿quién te crees que eres para exigirme cosas? Solo eres una puta niñata malcriada.

Grité que me estaba haciendo daño y que me estaba agobiando.

—No te quiero oír más, Areum –tomó el control de mi mandíbula, y metió el índice y el corazón en mi boca de forma forzosa para callarme, un tramo de saliva bañando sus dedos–. Chúpalos como me chupaste la polla el otro día, vamos.

Apenas podía tragar saliva debido al brusco mete-saca que estaba haciendo, pero lo intenté con la lengua, lagrimeando.

Me azotó otra vez con todas sus fuerzas, y ahogó mis gritos entre sus dedos. Dolía tanto que dejé las manos abiertas sobre la zona reventada.

—Quita las manos –no reconocí su voz animal, y comencé a temblar violentamente de pánico.

—Déjeme un momento para descansar...p-por favor –mis manos estaban estiradas en señal de rendición, como una bandera blanca, mi cuerpo temblando sobre su pierna.

Sacó los dedos empapados de mi boca, y cuando abrió los dedos de golpe, caí de bruces a la cama. No oculté más las lágrimas mientras seguía protegiendo mi trasero magullado, y lloré como no había llorado en semanas. Mojé el edredón bajo mi cara.

—Te voy a dar la vuelta –su voz volvió a sonar dentro de mi espacio personal, y lo que era peor, en mi cabeza. Me sentó en sus piernas, evitando la zona sensible.

No sabía si seguía enfadado, si estaba complacido con el destrozo o si quería seguir abusando de mi sumisión, pero lloré en silencio y mirando al suelo, con ganas de irme a casa.

—Ya tienes el cuello bien... –cambió de tema, pasando las yemas de los dedos por el nombrado. Mi piel soportó más mordiscos, con el suave masaje en el pelo de fondo, claro–. Abre los ojos –dio una palmada suave en mi muslo, y estudió mis ojos llorosos. Me puso de pie y me dió la vuelta.

Pasó medio minuto en silencio, estudiando mi trasero enmarcado en secuelas, unos leves sonidos plásticos de fondo. No sabía qué estaba haciendo, pero no me sentía capaz de darme la vuelta. Siseé cuando pegó lo que supuse que era una tirita, y la idea me parecía absurda.

¿De qué me iba a servir una puta tirita?

Recolocó mi vestido y medias, y apresó mi cintura, sentándome encima suyo con extraño cuidado. Alzó mi mentón, sus pestañas dejando entrever sus bonitos ojos, y depositó un beso en mis labios hinchados de llorar.

—Estás guapa cuando lloras –me apremió, victorioso de haberme destrozado. Qué maldito enfermo.

Apartó mi pelo y abrochó el collar de Kohaku en mi cuello amoratado, parecía una masacre.

—¿Ha acabado el castigo, Señor Takashi?

—Sí, cielo –acunó mi mejilla, e intenté no llorar con las caricias de su pulgar. Abrochó su choker de Swarovski más arriba del otro collar–. No me importa que lleves el collar del niñato, pero no te quites el mío, ¿sí?. A menos que quieras otro castigo, claro –sonrió ladinamente.

—No me lo quitaré –aparté su toque educadamente y me bajé de sus piernas, lista para recoger mi chaqueta y largarme de allí–. Buenas noches.

—Espera –me cogió la muñeca antes de que abriera la puerta, su erección descaradamente dura–. Resérvame la noche del viernes.

Todavía quedaba una semana para eso, ¿qué prisa tenía?

—Nos vamos a ver en el trabajo durante toda la semana –le encaré neutral, y flexionó los brazos para acercarse a mi cara. Ahora no quería ni verle en pintura.

—No seas así –se inclinó hacia mis labios, mirándome de una forma muy sensual que habría correspondido si no tuviese una crisis mental ahora mismo–. El castigo te lo has ganado tú solita.

Rodé los ojos de forma visible, aferrándome a la chaqueta como al principio de la noche.

—¿Me has acorralado contra la puerta para decirme eso? –dije sin educación.

—No, pero si me sigues hablando así, a lo mejor no sales de la habitación. El viernes que viene me puedes zorrear a mí...

—Revisaré mi agenda...

—¡Deja de ser así, me cago en la puta! –golpeó la pared con la palma abierta, y me quedé quieta–. Déjame comerte la boca y no me enfadaré.

Sonó un poco desesperado, pero fingí no saberlo y limitarme a besarle. Tal vez se estaba enganchando a verme. Tocó mi muslo en dirección ascendente, y temí.

—Lo sabía, joder –una risa muy macabra salió de sus labios rojos e hinchados, y me manoseó por encima de las medias, encontrando zonas mojadas–. Te ha gustado que te degrade así, casi estarías chorreando de no llevar las medias...¿me equivoco?

No dije nada, y me limité a jugar nerviosamente con mis manos.

Lo cierto era que tenía las bragas más mojadas que un charco. No me podía defender.

—No te pongas tímida ahora. Te compensaré por lo de esta noche –acarició mi sien a cámara lenta–. Si quieres una noche fetichista solo me la tienes que pedir –apretujó mis labios como si fueran un corazón–, todavía no me he olvidado de que no me has dicho tus fetiches sexuales, Areum.

Le besé con desesperación, y me levantó de los muslos para empotrarme contra la pared. Gemí sin pudor al notar su gran erección contra mi húmedo centro, y succioné su labio sintiéndome caliente.

Me odié a mí misma por disfrutar de los besos húmedos de Takashi Kaito. Señor Takashi.

Sugar, daddy

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